Quedarse mudo en Nonohualco
Nonohualco, lugar que se mueve entre la historia y el mito en México, significa “el lugar donde uno se queda mudo” por no entender la lengua de sus habitantes. Si esto no traduce bien lo que quisieron decir los tarascos, al menos parece bien inventado. Todos hemos tenido nuestro propio Nonohualco, donde quedamos sin saber qué decir ni qué hacer.
Recomiendo con entusiasmo esta experiencia, a pesar de todo.
Quedamos mudos, es cierto. Pero no ciegos. Tampoco sordos. Con los ojos podemos asombrarnos de la vida que nos envuelve en un mercado del Cusco o en un zoco de Arabia. Con los oídos escucharemos rumores y cítaras que nos transportan a otras edades del hombre. Con la nariz –nuestra memoria perfecta– nos trasladaremos a tiempos que no recordamos haber vivido.
Pero quedar mudo no sólo puede ser un problema insignificante, sino una bendición. Basta ponerla a trabajar a nuestro servicio. Trataré de ser más claro. Forman multitudes los que pasan toda su vida negándose a recorrer países cuyas lenguas no entienden. Los vence el temor. Es que todos los que aman el viaje no pueden evitar sucesivas experiencias de mudez. Mientras más avanzan hacia el interior de los países y continentes –en el Amazonas, en el Medio Oriente– encuentran muchos Nonohualco. No importa si hablan perfectamente inglés, siempre –¡siempre!– llegarán a un lugar donde hombres vacilantes pondrán cara de neblina para decir “no entiendo.”
Debemos aprender a hablar con señas. A sonreír en todas los dialectos. A conformarnos con saborear lo que vemos comer a otros, pues hasta un mesonero aprendiz entenderá lo que queremos cuando mostramos algo con un dedo.
Una ayuda importante que dan los Nonohualco es ir borrando de a poco nuestro miedo a perder la capacidad de hablar. Comprobamos que siempre aparece algo, o alguien, que nos llevará por el camino que buscamos. O descubriremos caminos nuevos, encantados.
Pero ese no es su mérito principal, ni el gran festín. Lo mejor de los grandes viajes es que aprendemos a disfrutar la insuperable emoción de lo incierto.
Es este aprendizaje lo que marca la diferencia entre un turista atrapado por la rutina y un buen viajero, aunque él viaje secretamente mezclado en cualquier tour. No sólo es capaz de ver. Intuye, sueña, imagina, arriesga un paso en solitario. Todo lo cual hará mejor su viaje que la realidad cruda y ruda que prefieren mostrar los guías.
Dejo aquí un reconocimiento final a Nonohualco. Se dice que los viajeros damos la vuelta al mundo sólo para orbitar alrededor de nosotros mismos, porque sólo queremos conocernos mejor. Algo habrá de cierto. También, al atravesar fronteras, sabemos que huimos de algo, pero nunca nos queda claro qué hemos salido a buscar. Es una exploración a ciegas, y casi siempre fuente de dicha.
Así las cosas, ¿qué puede importar quedarse mudo?