Puerto de Palos se olvidó de Colón
Fue una sorpresa, desde luego. Lo que menos podíamos esperar al llegar a Puerto de Palos era escuchar hablar de Chile, de dos generales chilenos, de Salvador Allende y de los hermanos Pinzón. Y, sobre todo, nunca pensamos que hablaríamos tan poco de Cristóbal Colón.
Si se nos permite una licencia, podría decirse que Colón es aquel enemigo publico N*1. La ciudad casi murió después de que ese genovés obsesivo tuvo éxito en España tras su larga peregrinación en la búsqueda de alguien que lo apoyara en su loca idea de transitar por otra ruta al Oriente. Junto con las tres carabelas se fue para siempre la posibilidad de que este puerto de río se convirtiera en una gran ciudad. Casi el noventa por ciento de su población emigró luego a América o a otras ciudades españolas en busca de mejores días.
El Descubrimiento fue un castigo para Palos antes y después del 12 de octubre. Antes, porque los habitantes del pueblo, grandes marineros, tuvieron que pagar sus pecados de piratería poniendo carabelas y hombres al ser- vicio de esa aventura que parecía sin destino. Y después del Descubrimiento, porque se le fueron los mejores hombres y, detrás de ellos, en los siglos siguientes, partieron casi todos. Recién en 1950 -¡ayer no más!- la población de Palos llegó a ser igual que la que tuvo cuando llegó Colón por estos lados a fines de siglo XV.
PINZONES EN LA CABEZA
A dos anos del quinto centenario y a pocos días de la visita a Chile de los reyes de España, este pueblo redobla su interés para nosotros y toda América. Pero el visitante tarda muy poco en darse cuenta de que en Palos no vale menos Pinzón que Colón.
Vale más.
Se equivoca si espera encontrar un santuario colombino. En Puerto de Palos no hay santuario colombino: el santuario es para los hermanos Pinzón, que eran españoles y no genoveses, nativos del pueblo y no de la Liguria, marineros diestros y no soñadores lúcidos y suertudos, como ellos ven a Colón.
Por eso, la calle principal del pueblo no lleva el nombre Colón y el monumento que domina y recibe honores es el de Martín Alonso Pinzón, capitán de La Pinta. El mismo personaje que cuando fue amenazado de horca por Colón, como motivo de una supuesta deserción, le respondió con altanería:
“Eso merezco yo por averos puesto en la honra que os he puesto”
El éxito del descubrimiento, nos dice Julio Izquierdo Labredo, historiador de Palos, se debió a “los dos, conjuntamente y no por separado” Estos juicios ocultan mal el sentimiento dominante que es un poco hostil con Colón.
“A los Pinzones, inmortales hijos de esta villa, codescubridores con Colón del nuevo mundo”, se lee en una placa descubierta en 1910,y que lleva la firma de “El Puerto de Palos””; y otra, de 1985, donación de la Asociación de Amas de Casa palermitanas, está dedicada “’a la memoria de los marineros del Descubrimiento de Palos de la Frontera”.
Entre los marineros que encabezan la lista están Martín Alonso de Pinzón y Juan Quintero.
QUINTERO, ALLENDE Y EWING
Por Quintero desembarcamos rápidamente en Chile cuando se habla con el ex teniente alcalde Manuel Rodríguez o la antigua alcaldesa Pilar Pulgar. Ellos saben que en Chile existe un puerto balneario más poblado y más grande que Palos que lleva el nombre de un marinero de Palos: Alonso Quintero. Y no sólo saben eso: por los cables se enteraron de que los restos del Presidente Allende fueron sacados de La Moneda en 1973 y llevados en avión militar hasta Quintero y de ahí a su tumba provisoria de Santa Inés.
La familia Quintero era amplia y aventurera. Cristóbal Quintero figura como dueño de La Pinta y, junto con él, otros dos de su apellido descubrieron América con Colón. Tres de los viajes del almirante tuvieron como coprotagonistas a miembros de esta familia. Alonso de Quintero acompaña a Almagro en su descubrimiento de Chile como piloto de la Santiaguillo, y al fondear en una gran bahía la bautizó con su apellido, nombre que aún conserva, en la vecindad de Concón.
Pero a nuestro país no sólo se le recuerda aquí por estas vinculaciones remotas, sino por su bandera y un cofre de tierra chilena que se exhibe en el antiguo monasterio de La Rábida, lugar donde alojó Cristóbal Colón cuando hacía sus primeros contactos con los Reyes Católicos. Y se recuerda a Chile por algo que tiene algo de solemne y no poco de comedia: la inauguración de un monumento en 1975 con la presencia del militar Pedro Ewing, muerto no hace mucho como general retirado.
-El general Ewing representó al general Pinochet en la ceremonia, junto a militares de otros países hispanoamericanos-recuerda el ex segundo alcalde Carmelo Romero-. No sabía él que ese monumento recordatorio del 12 de octubre se había instalado en sitio equivocado.
Visitamos el lugar, junto a uno de los brazos del río Tinto, a pocas cuadras de la alcaldía. En la placa se lee:
“El 3 de agosto de 1492 desde este lugar Colón y sus valientes iniciaron el camino que los llevó al descubrimiento del continente americano””
-No, señor, no fue este el lugar -reitera Carmelo Romero.
Las carabelas zarparon a casi tres cuadras de aquí, después de la iglesia parroquial de San Jorge, junto a la Fontanilla.
La Fontanilla es el lugar donde los veleros cargaban agua, y hoy, gracias a la comunicación del quinto centena- rio, el lugar ha adquirido dignidad y belleza. Hay hermosos jardines y muestras de excavaciones hechas en búsqueda de restos del antiguo puerto de Palos de Moguer, que así se llamaba en los días de Colón.
Toda la verdad, sin embargo, no la sabe nadie todavía. -El lugar exacto parece el de la Fontanilla -dice la antigua alcaldesa-, porque ahí se abastecían de agua, pero el puerto ha desaparecido y en su lugar hay tierra.
Un gran potrero, para ser más preciso, es hoy el Puerto de Palos. Pastan algunos animales y lejos se divisa apenas un hilo de agua, que corresponde a uno de los brazos del río Tinto. En cinco siglos, los residuos deja- dos por las aguas que corren al océano fueron llenando el viejo puerto. Por eso, y por otras razones, esta comarca de marinos y aventureros tiene apenas una media docena de barcos insignificantes. La mayor aventura que viven sus habitantes tiene que ver con los precios que alcanzarán en el mercado norteamericano las fresas que ellos producen en sus pobres tierras.
A PALOS CON LA AGUILA
Igual que las aguas del puerto chileno de Quintero, las de Palos están contaminadas. Una empresa química de la vecina Huelva ha hecho del Tinto un trago venenoso.
En un antiquísimo memorial, escrito 16 años después de la hazaña de Colón y Pinzón, se decía: “Como aquí no hay granjería sino la mar y della no se pueden aprovechar los (hombres) comunes, mueren de hambre” Sí sigue el envenenamiento del río Tinto, para no morir de hambre o de cáncer habrá que emigrar de Palos.
Y si sigue envenenado el ánimo de los habitantes respecto a las celebraciones del quinto centenario, la fiesta puede terminar en riña.
Tienen razón para estar molestos.
Sevilla se está levantando el santo y la limosna. Ha acaparado las grandes celebraciones (como la Feria Universal de 1992) y pocos se acuerdan de Palos. Ha sido remodelada la casa de los Pinzón para hacer un museo del Descubrimiento y otros trabajos secundarios, pero el monumento más importante del Descubrimiento sigue siendo uno levantado en la ciudad vecina, Huelva, mirando al Mediterráneo. No está junto a Palos.
Como si fuera poco, es un monumento al mal gusto, obra de la escultora norteamericana Gertrudis Whitney y donada a España por Estados Unidos en 1929.
Para dar la pelea por Palos ni siquiera hay algún Pinzón sobreviviente. El apellido se ha perdido y el único de esa sangre que ha hecho algo es su antiguo alcalde Manuel Rodríguez, cuya familia se dedica a la comercialización de mariscos… en Huelva.
Con apenas siete mil habitantes, Palos de la Frontera apenas ha duplicado su población en cinco siglos. Por estar a sólo cuarenta kilómetros de territorio portugués, pocos son los españoles y menos los extranjeros que llegan hasta aquí para conocer de cerca el escenario de la hazaña iniciada por soñadores, marineros, corsarios y traficantes de esclavos africanos.
LOS BARES DEL RIO TINTO
Los pocos que llegan descubren muy pronto que se hallan en un pueblo de agricultores y no de marinos. Cuando el pueblo nació, las casas rodeaban el castillo medieval. Cuando se hizo navegante y traficante, el pueblo se extendió a la orilla del río. Cuando Colón se llevó a los marineros y Puerto de Palos se hizo campesino llegó a tener apenas 200 habitantes, las casas campesinas fueron construidas junto al camino real. Ahí están todavía. Mas modernas, más blancas, más alegres. Su arteria principal, calle de La Rábida, termina en el convento (que ya no es sino museo), donde los franciscanos acogieron a Colón y movieron sus influencias para acercarle a los Reyes Católicos.
Fuera del antiguo convento, la iglesia de San Jorge (con un nido de cigüeñas en su torre), y el parque de la Fontanilla, no hay mucho que ver en Palos. Más que para los ojos, es un festín para la memoria, para la emoción; para descubrir ancestros: aquí todos se llaman González, Rodríguez, Pérez, Romero, Cabezas, Hernández, Domínguez, García.
Y en la vecina Huelva, una ciudad-pueblo, los sentimientos de un latinoamericano se presentan ambiguos. A los chilenos nos emociona encontrar la calle Gabriela Mistral junto a Otras como Góngora, Bécker, Duque de Rivas, Alonso de Ercilla, Ruiz de Alarcón y Rubén Darío.
Pero a un peruano le dolerá saber cómo se conoce aquí a José Santos Chocano, el poeta épico, modernista, parnasiano, de notable fama, muerto de un balazo mientras viajaba en un tranvía chileno hace 56 años, tiene también en Huelva una calle que procura no olvidarte. Pero quizá por haber sido consejero de Pancho Villa en México, a alguien se le ocurrió bautizar esa calle con el nombre de José Santos… Chicano.
Sólo Cristóbal Colón podría estar más molesto que él con Huelva. La avenida principal lleva el nombre de Martín Alonso de Pinzón, y una calle secundaria, el del gran almirante. La calle que recuerda el lugar de su memorable partida al Nuevo Mundo tiene apenas una cuadra: comienza en el Bar Capricho y termina en el Bar Pechuguita.
¿El río llamado Tinto podría reclamar mayor dignidad?
Colón sigue oculto
Extraña ha sido la suerte de Colón. Hemos visto que en Palos apenas se le recuerda. En la isla San Salvador, donde €l descubrió Amé- rica, sólo ahora España está reparando una injusticia que cumple cinco siglos: nadie, ni siquiera la corona hispana, había instalado un monumento al Descubridor ni a nadie. Estuvimos en esa isla de las Bahamas no hace mucho, y ésa fue la ingratitud que descubrimos.
Ahora llegamos a Génova con la cabeza llena de las múltiples teorías sobre el origen del almirante: que es sefardita, que es de Ibiza, que es cualquier cosa, menos genovés. Al bajar del tren en la estación Príncipe, un oficial turístico nos invita a visitar la casa “donde vivió Colón” pero se sabe que es una hipótesis poco confiable. Al salir de la gran estación nos enfrentamos a un hermoso monumento en mármol, sobre cuya base alguien quiso poner punto final al debate:
“A Cristoforo Colombo. La Patria”
Es de las pocas más o menos ciertas que conocemos sobre el Descubridor. Nadie seriamente puede afirmar otra cosa hoy día. Pero sobre la mayor parte de las cosas que hemos leído o visto de Colón podríamos decir que no son seguras o son falsas.
No sabemos siquiera cómo era físicamente, Aunque sobrevivió catorce años a su hazaña, nunca nadie lo retrató de cuerpo presente ni él se autorretrató.
Técnicamente, lo que de él conocemos son sólo retratos habla- dos, realizados luego de su oscura muerte, porque él en vida también sufrió de la ingratitud. Alguna coincidencia existe en las descripciones hechas por personas que le conocieron, incluyendo la de su hijo Fernando, Hacia los treinta años ya tenía el pelo blanco (antes rubio o rojizo); su nariz era aguileña; su cara larga y solemne; su piel del rostro muy blanca y de mejillas sonrosadas. De porte, casi todos le atribuyen unos centímetros más que el pro- medio.
Es todo lo que se sabe. Con tales señas podríamos retratar a millones de personas, todas diferentes.
¿Sabemos cómo eran las carabelas que descubrieron América?
No lo sabemos. Nadie tuvo la simple ocurrencia de dibujarlas, o si alguien lo hizo no se conserva rastro alguno. La imagen que conocemos de La Pinta, La Niña y La Santa María ha sido inventada impunemente en siglos, siguiendo la línea básica de las naves utilizadas en 1492 por los marineros de Palos.
LAS CARABELAS SON FANTAMAS
¿Sabemos siquiera dónde están los restos de Colón?
No lo sabemos. De España fueron llevados a América y siglos después regresados al Viejo Mundo, al menos en parte. Entre tantos traslados y discusiones, hoy nadie sabe dónde se encuentran,
Los restos de las carabelas, tampoco.
La Pinta estaría hundida frente a las islas Caicos, Antillas Británicas, aunque no se ha podido encontrar un sólo madero. Su desaparición se produjo en 1500, durante una excursión a la desembocadura del Amazonas que organizaron nativos de palos de la familia Pinzón.
La Niña volvió de América, para perderse luego en trabajos de rutina: pesca y transporte, hasta sumergirse en el olvido.
Y la Santa María -eso lo sabemos bien- naufragó frente a las costas de Haití y con sus restos se levantó la primera construcción europea en América: el fuerte Natividad, de trágica memoria, Nada queda de eso, como pudimos comprobar al visitar ese sitio haitiano.
Nada queda, tampoco, de los documentos que pudieran probar la cuna genovesa de Colón, aunque los estudiosos no tienen muchas dudas al respecto. En 1497, al instaurar el mayorazgo, dijo él que era genovés, y hay motivos para creerle. Pero no conocemos registros de su nacimiento. Su padre figura en un documento de ese origen, citado junto a su hijo Cristo- foro, pero tal manuscrito no indica lugar de procedencia.
Intereses regionales y comercia- les, disputas políticas y segregaciones religiosas había en la Europa de Colón, dividida en un enjambre de ciudades-estados. Por eso, muchos especulan sobre su verdadera cuna y reclaman una parcela de razón. Colón, dicen, pudo tener motivos para ocultar o disfrazar su origen.
Es una fracción de duda que siempre quedará.
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