Phi Phi Islands y la huella de Francisca Cooper

Phi Phi Islands y la huella de Francisca Cooper

En estas deliciosas islas del Sudeste Asiático donde Leonardo DiCaprio protagonizó el filme La Playa, buscamos la huella de Francisca Cooper y del tusnami del 2004. Nos sorprendió una multitud que habla de un mundo nuevo que nace.

Por Luis Alberto Ganderats, desde Ton Sai, Tailandia

Lo único que sobra en estas playas es el turismo. La pesadilla del turismo. Miles de  chinos, que nunca han nadado, llegan en cardúmenes a la maravillosa bahía Maya con sus chalecos inflables, lugar donde Leonardo DiCaprio protagonizó una famosa pelicula. Desde el estreno de La Playa en el año 2000, los viajeros deben levantarse muy temprano si quieren disfrutar,  en soledad, de sus arenas blancas y admirar su lago marino color esmeralda, con bordes  turquesa. Está oculta entre cerros que parecen altas murallas medievales en medio del océano. Su belleza casi irreal no la hemos encontrado en Bora Bora, ni en las Maldivas ni en los dominios de Memo, la Gran Barrera de Coral australiana.

Bahía Maya fue uno de los lugares románticos que hicieron venir, en luna de miel, a Francisca Cooper y a su marido, Aurelio Montes, hace 7 años. Se instalaron en un hotel de Ton Sai, el único pueblo de la isla Phi Phi Leh, a pocos minutos del islote deshabitado donde se filmó La Playa. Ésta película cuenta la historia de extranjeros sin suerte que fracasaron en su intento de vivir en un lugar secreto, lejos de la civilización.  Tampoco ha tenido suerte la propia bahía Maya por la invasión turística que se ha producido desde entonces. Ni la tuvieron –¡ay!— los Montes Cooper, que en el 2004 fueron separados para siempre por un tsunami que le costó la vida a miles de turistas y residentes en las Phi Phi, y a cientos de miles de todo el Sudeste Asiático.

Los que llegan alojan a minutos de navegación de bahía Maya, en la isla Phi Phi Leh,  la gigante del archipiélago, pero que parece un islote si la ponemos junto a nuestra Isla de Pascua. Es seis veces más pequeña. Sin embargo, recibe seis veces más turistas. Y a medida que China vaya ganando en riqueza, y nuevos  habitantes suyos salgan a recorrer el Sudeste Asiático, la bahía Maya se llenará como un estadio olímpico de natación. La avidez del turismo no ha sido detenida ni siquiera por las imágenes del devastador tsunami del año 2004, producido por un terremoto en Sumatra, ni por el estremecimiento mundial que produjeron los dos terremotos de hace pocas semanas, ocurridos en esa misma isla de Indonesia.

¿EL MUNDO QUE VIENE?

¿Qué pasa hoy en el lugar donde muriera Francisca Cooper?  El pueblo –arrasado en un 70 por ciento debido a la gran ola–, no sólo está reconstruido. Ton Sai, que tiene carretones y no carreteras,  es un hervidero de visitantes alegres. Lo que manda durante el día es la calma en medio de la multitud. Cosmopolita como el que más, podemos distinguir en Ton Sai todos los colores de piel y escuchar cincuenta lenguas diferentes en su muelle, en sus calles angostas repletas de tiendas, casas de masajes, bares, restaurantes y hoteles. Como es la gran despensa de las Phi Phi, a diario llegan los turistas que alojan en elegantes resorts repartidos por toda la isla, o desde Pukhet y Krabi, tras larga navegación  (hora y media por lo menos, en catamarán rápido). Ton Sai, creado hace sólo algunas décadas por gitanos del mar y musulmanes, es lugar de encuentro de miles de turistas, principalmente viajeros de países ricos, que llegan a bucear, a escalar paredes de piedra caliza, a pasar su luna de miel,  y, sobre todo, a carretear sin pausa. Un lugar que si se ve una vez nunca no se olvida. Parece el anuncio del mañana, del turismo de masas, de los continentes y sociedades que se irán fundiendo y confundiendo, con un destino todavía impreciso.

Al ver este espectáculo no sabemos si alegrarnos o no. Hay un mundo al que estamos  acostumbrados que ahora empieza a morir, y aún es difícil imaginar el mundo que empieza a nacer. O sea, una crisis en forma, como si los anuncios maya para el 2012 fueran una orden que cumplir. La facilidad del transporte y las comunicaciones en el mundo, el borrón y cuenta nueva de las fronteras nacionales, de las religiones, de la familia clásica, la mezcla acelerada de pueblos y etnias, parecieran convertirse en los grandes trituradores del mundo que conocemos. Ton Sai se nos presenta como un auténtico laboratorio de este proceso tan interesante como intrigante, cuyos protagonistas son jóvenes que llegan en busca de la naturaleza, de lo distinto, de sociedades más permisivas, de excitantes contactos nuevos, y a quienes parece importarles más el ensayo que el resultado.  

EXPULSADOS DEL PARAÍSO  

Muchos jóvenes –como Francisca Cooper por primera vez, y Aurelio Montes,  por segunda— llegan a este lugar tailandés para navegar en aguas donde se puede observar a simple vista la presencia masiva de peces de colores infinitos, de peces payaso, de pargos y meros. También para hacer buceos nocturnos y bañarse en playas casi irreales. Luego siguen por el continente –ese era también el plan de los Montes Cooper–, entre palacios y templos que hablan de reyes, dioses y refinamientos nunca imaginados; por ciudades donde la variedad de rasgos y colores del hombre va a parejas con la tolerancia.

Tal espectáculo humano quizá haría sentir a estos novios chilenos que venían de una provincia de mente más rígida, y hasta un poco sofocante. Del choque de culturas podría surgir algo nuevo en sus mentes. El tsunami cambió todo.   

Como estuvimos en su matrimonio en la iglesia Santa Filomena de Bellavista, ahora decidimos buscar alguna improbable huella de Francisca Cooper en las islas Phi Phi. Después de 7 años de la tragedia, en Ton Sai –detrás del Sunflower Bar de la bahía de Loh Dalam, donde estaba su hotel–, hemos visto un jardín recordatorio de las víctimas del tsunami, en que destaca un gran paño de lirios rosados. En las aguas de la otra bahía existe hoy un memorial submarino de varias placas, que los amantes del buceo visitan con recogimiento. Llegamos también hasta el Tsunami Victims Memorial cerca de la mezquita de Loh Bakao, en la vecina bahía de ese nombre. Tiene la forma de una cabaña nativa del mar de Andamán, donde ahora estamos. No encontramos aquí y en parte alguna la huella de su nombre. Tampoco su foto entre las muchas que algunos cuelgan o dejan afirmadas sobre el suelo o en algún rincón del jardín-memorial.

Francisca parece estar ausente en este lugar ajeno.

Desapareció por completo el hotel en que ella y Aurelio Montes alojaban junto a la bahía Loh Dalam: el Phi Phi Princess Resort. Nos han mostrado fotos del lugar en que sólo se ve una masa pareja, blanca, hecha de arena y escombros, y unos cuantos cocoteros que sobrevivieron apenas. El nuevo hotel, llamado ahora Phi Phi Princess Diving & Spa Resort, no logra subir de los últimos lugares en la calificación de los viajeros, porque los huéspedes, que hacen mayoría, repiten las bulliciosas celebraciones noche a noche, hasta el amanecer. Como en el pueblo de Ton Sai los bares cierran a las 2 de la madrugada, los jóvenes terminan su trasnoche en los hoteles. Es posible pensar que muchas horas de mal descanso en un ambiente ruidoso obligaron a Francisca a dormir hasta tarde ese 26 de diciembre. O a quedarse dormida profundamente junto a la piscina, sin advertir el peligro.

¿Se puede dormir tranquilo en las Phi Phi? Tal vez. Los mejores resorts, alejados de Ton Sai, como el Zeovala, el Phi Phi Village Beach y el Holiday Inn, tienen paz de templo budista y lujo de palacio oriental. Se levantan junto a privadas playas blancas, al lado de montes de roca caliza enverdecidos por la selva tropical. En sus habitaciones, spa y restaurantes no falta nada. Es posible vivir como dioses en la Tierra. Pero las grandes torres de alarma que ahora existen, y que sonaron estruendosas hace pocas semanas, y muchos letreros azules que indican el camino de evacuación en caso de tsunami, nos advierten que también en la Tierra podríamos ser expulsados del Paraíso.

Francisca ya no.  “Está con Dios”, se ha consolado Aurelio Montes. “Y se va a juntar conmigo”. 

Aurelio Montes hoy

En siete años le ha cambiado la vida. Tiene dos hijos y vive en Mendoza a cargo de una viña familiar.

Francisca Cooper y Aurelio Montes se instalaron en la villa musulmana de Ton Sai, el único pueblo de las Phi Phi, levantado entre dos bahías gemelas separadas por unos cientos de metros de arena. Ahí las olas del tsunami encontraron un pasadizo fácil  por donde seguir su camino y arrasar casi todo. El Princess Resort, donde ellos alojaban frente a la bahía de Loh Dalam, fue barrido por una ola de casi 7 metros de altura, y la otra bahía, la de Ton Sai, por una de 3 metros. La ola más grande se llevó incontables cuerpos al mar, en dirección a Krabi y Phuket. Al no encontrar a su mujer, en la noche de ese mismo día Aurelio Montes decidió seguir la búsqueda en otros lugares, y abandonó Ton Sai. Cuatro días después del tsunami, el padre y el padrino de Francisca Cooper hicieron otro intento por encontrar su cuerpo. Pasaron tres horas en ese pueblo musulmán. Su marido, simultáneamente, lo rastreaba  en otras ciudades, a 50 kilómetros de las Phi Phi. Los restos de Francisca fueron recogidos –nadie sabe dónde ni cuándo–, y llevados a Krabi, la capital provincial, a una hora y media de navegación desde las islas. Ocho días después del tsunami se les pudo identificar en una improvisada morgue budista. Luego de la cremación, las cenizas viajaron 36 horas hasta Chile con los padres de la joven, su suegro y su marido.

NUNCA SE SABRÁ

Sobre los últimos minutos que pasaron juntos, Aurelio Montes no ha querido hablar en la prensa. Tampoco quiere hacerlo ahora. Margarita Serrano (desaparecida el 2017) lo intentó sin éxito en una entrevista que le hizo para la Revista del Sábado. Bloqueado o con miedo al dolor –o por la razón que sea–, se ha negado a  hablar o a precisar las informaciones muy distintas que circularan.
– ¿Cómo fueron sus últimos momentos con la Fran? – le preguntó Margarita Serrano.
– (Se incomoda) Jamás me haría la pregunta de por qué salí del hotel esa mañana, de qué le escuché decir la última vez –debe haber sido que me pasara un plato, algo así de banal–, pero sé que si yo hubiera estado ahí, me habría muerto; así de simple.
– ¿Le habría gustado morirse con ella?
– Sí. Muchas veces pensé que me habría gustado morir con ella. Pero ya no lo pienso. Ahora estoy agradecido de Dios y de la vida. Lo importante es mirar lo bonito que viene para adelante, los proyectos. La tristeza va a estar siempre, y voy a echar de menos a la Fran siempre, pero tengo que aprender a vivir con esto. Me han aconsejado sabiamente  que no le tenga susto a mi dolor, que lo lleve conmigo. El dolor puede transformarse incluso en una bendición.
– ¿Usted vio cuando el hotel se borró debajo del agua?
– No, no quiero entrar en detalles dramáticos. Soy un ser de carne y hueso, imagínate lo que te habría pasado si estás trotando en un cerro y ocurre lo que ocurrió.

–Cuando la dejó en la habitación esa mañana, ¿ella estaba contenta?
–No tiene sentido contar los últimos momentos juntos, no fue nada especial. Pero ella estaba contenta. La Fran siempre estaba contenta. Y agradecida de la vida. Me dejó  dos legados: vivir la vida con alegría, con simpleza y alegría, y la cercanía a Dios.

–Después, ¿alguna vez usted se rebeló contra Dios?
–No, nunca, ni en los peores momentos. Jamás sentí una mala vibra de Dios, nunca sentí que había sido el culpable. Ni Él ni yo. Soy frío y calculador. La ola es consecuencia de un terremoto que se produjo a tantos metros de profundidad, donde había dos placas que se separaron…Como seres humanos tendemos a buscar culpables para todo.

Corrieron los días y años, se dejó de hablar públicamente del tema y del joven enólogo Aurelio Montes, hasta que luego de la elección del presidente Piñera su nombre sonó como posible intendente de O´Higgins por cupo de la UDI. Sigue recorriendo el mundo, incluso Oriente, y a los 38 años se distrae practicando paracaidismo y algo de boxeo. Vive ahora en Mendoza, a cargo de la Bodega Kaikén, propiedad de la potente Viña Montes, dirigida por su padre, Aurelio Montes Baseden. Y en lo más personal, lo que no pudo lograr a los 30 años con su brevísimo matrimonio, lo ha conseguido más tarde al casarse con la ingeniero comercial Ximena Vial Lavín: han tenido dos hijos. Ella era viuda.

Francisca y el in lak`ech

Francisca Cooper, egresada de la Universidad de los Andes, descendiente de anglicanos y católicos, fue descrita en internet por su tío Michael Cooper como “caucásica, rubia y de pelo ondulado”,  para su mejor identificación cuando se le buscaba en Tailandia. Precisión necesaria, tal vez, porque la vida de Francisca terminó en Ton Sai, pueblo musulmán y gitano, un lugar turístico con la máxima diversidad étnica y religiosa. Después del tsunami, su cuerpo fue identificado por israelitas de origen sudamericano en una morgue budista. En Santiago, sus restos recibieron honras fúnebres en una iglesia católica después de ser cremados en Tailandia por monjes budistas, y descansan en el laico Parque del Recuerdo. Murió sabiendo que “todos los hombres son el Hombre”, y que los mayas se saludan con un : In lak`ech : “Yo soy otro tú”.   

Ver texto publicado en revista en formato PDF Phi-Phi-Islands