Pedro Pablo Díaz
El hombre embotellado
Orlando Pedro Pablo Díaz Herrera es su nombre completo, pero le llaman Peter Paul por trabajar hace años vendiendo una bebida norteamereicana. Hoy está instalado – sobre los gerentes – como director de Asuntos Corporativos para América Latina de la Coca-Cola Co., en Atlanta, Estados Unidos. Un puestazo. Su área cubre desde Puerto Porvenir hasta México, el mayor consumidor per cápita de esta bebida en el mundo.
Antes trabajó en Embotelladora Andina y Coca-Cola Chile, y está en sus nuevas tareas hace apenas diez meses. Es hijo de un general de sanidad del Ejército; hermano del párroco de La Dehesa, Luis Antonio Díaz, y del ex candidato derechista a senador Eduardo Díaz. Novicio jesuita por casi dos años, luego se recibió de ingeniero comercial en la Universidad Católica; fundó Veritas Publicidad, con Jaime Celedón; trabajó en el Metro y en Radio Splendid, para terminar en Coca-Cola.
Habla de su tema sin olvidar que estudió mercadeo estratégico en Harvard. Dice que el éxito de Coca-Cola se funda en la consistencia que ha mantenido a lo largo de los años en su forma de llegar al consumidor.
—Es un lenguaje muy de juventud, siempre. No somos de una sola generación, sino que vamos con los tiempos. La publicidad está pensada de tal modo que todos sientan que es una bebida de “su” época. Tanto, que el producto ya no nos pertenece. Pertenece al consumidor. Cuando en 1985 la compañía creó la New Coke, con un sabor ligeramente más dulce, Estados Unidos se paró en dos patas. Fue necesario volver a producir la Coca-Cola clásica, que hoy supera a la nueva por 40 puntos contra cuatro.
Cuando no habla de la Coca-Cola y de Dios, Pedro Pablo Díaz habla de su mujer, Verónica Vergara, y de sus cinco hijos. Ahora que cumple los 45 años, hablará seguramente de su edad, si bien enfatiza que el paso del tiempo no le influye, salvo en contemplar sus canas “con cierto desánimo”.
En sus respuestas aplicó a sí mismo el mercadeo estratégico como él lo sabe hacer.
¿A qué le tiene miedo?
Sinceramente, a nada. Tengo respeto por muchas cosas, pero miedo a nada. Ni a la muerte.
¿Nunca ha sentido miedo?
Nunca.
¿Qué le enfurece?
Los arrogantes, los dueños de la verdad.
¿En qué se parece a sus padres?
A mi padre, en su sensibilidad, especialmente en su cariño por los más pobres. A mi madre, en las ganas de hacer las cosas siempre.
Lo que menos le gusta de usted.
Mi impaciencia; a veces me hace cometer errores.
Defínase respecto del dinero.
Útil y compartible con los que sufren y tienen necesidades.
¿Qué siente y qué hace cuando comprueba que ciertas personas procuran evitar su presencia?
No lo he sentido nunca, gracias a Dios.
¿Sus mejores fiestas?
Los almuerzos en casa de mis hermanas, con mis padres y sobrinos, y el tecito después del golf.
¿Qué haría en un año sabático?
Estudiar, leer, escribir y jugar golf.
¿Qué recuerda mejor de sus vacaciones del verano pasado?
La felicidad de mis hijos y mis paseos en moto por tundras silvestres.
De todas las cosas que ha hecho o conseguido (fuera de su familia), ¿Qué le ha producido mayor satisfacción?
Estar en el piso 22 de la Casa Matriz de Coca-Cola.
¿Con quién de sus contemporáneos le gustaría conversar y para saber qué?
Con Fidel Castro y preguntarle ¿hasta cuándo?
¿Sus manías?
La compra de libros, las visitas a librerías.
¿Cambiaría el actual sistema de nulidad matrimonial por una ley de divorcio aprobada por plebiscito?
Antes del tema del divorcio, Chile tiene mil prioridades. Por ejemplo, cómo superar la pobreza, el alcoholismo, la drogadicción, etcétera.
¿Cuál le parece la persona más atrayente y por qué?
El cardenal Silva Henríquez y la señora Ema, dueña del supermercado de Santo Domingo, ambos por su riquísima historia.
De sus contemporáneos, ¿a quién admira más?
A Sebastián Piñera, no por su inteligencia sino por su compromiso con los más pobres, los débiles y los más necesitados.
¿Qué hace para enfrentar sus momentos de depresión?
No conozco las depresiones. ¡Dicen que son atroces!
¿Sus relaciones con el sentimiento de culpa?
No tengo ninguna relación; actúo siempre en conciencia.
¿Ha ido al sicólogo o cree que es cosa de locos?
No he ido nunca; siempre he creído que es para otros.
Perdone la brutalidad de mi pregunta, pero ¿qué cree que ha ganado la humanidad teniéndole a usted?
Persone la brutalidad de mi respuesta: ¡Todo! Sin mí y sin cualquiera faltaría “algo” en el plan de Dios. Tal como en Chile no sobra nadie, en el mundo tampoco. Ni siquiera los pequeños en la guatita de la mamá.
¿Cómo es su relación con la angustia?
La tuve hace tiempo, y la superé en Schoenstatt.
Si se le presentara un ser aparentemente extraordinario y dijera: “Yo soy el hijo de Dios”, ¿qué cree que haría usted?
Lo mando al siquiátrico.
De lo dicho en contra suya, ¿qué le ha hecho más gracia?
Que intervengo en política chilena desde Atlanta.
¿Sobre qué le diría a Aylwin “tenga cuidado Presidente”?
Con los consejeros que subvaloran al empresario privado; con el que le aconseja no recibir, por agenda “llena”, a los hombres de negocios, que son vitales en la construcción del Chile moderno.
¿En qué se diferencian Aylwin y Frei Montalva?
Los admiro a los dos. Creo que ambos tuvieron la misma fuente de inspiración. Sin embargo, percibo que don Patricio es más duro.
Defínase respecto de la religión.
Militante activo de la Iglesia de Juan Pablo II. Para mí, “Roma locuta, causa finita”.
¿Qué le gustaría estar haciendo de aquí a cinco años?
Trabajando siempre en “La chispa de la vida”, pues “todo va mejor con Coca-Cola”.
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