Myanmar-Birmania
En globo sobre los dos mil templos de Bagan
Esta es la mejor manera de apreciar los bellos templos budistas repartidos sin orden ni concierto en la casi abandonada ex capital de Birmania. Un paisaje hipnótico, que figura en la lista más corta de lugares maravillosos del mundo. Quedamos sumergidos en el silencio. Un silencio que aquí dura 800 años.
TEXTO Y FOTOS de Luis Alberto Ganderats, DESDE BAGAN, MYANMAREl zumbido es ensordecedor. Todos a un tiempo, uno junto a otro, cinco enormes globos color terracota vibran con sus potentes quemadores de gas encendidos. Calientan el aire de su interior para que pese menos que el aire exterior y el globo pueda elevarse todavía en tinieblas. A medio inflar, los enormes globos parecen ballenas varadas, y sus llamas hacen que las últimas sombras de la noche se encojan. Por instantes, el amanecer en llamas parece más satánico que celestial.
La madrugada que estamos viviendo en Birmania no se parece a ninguna otra. Hemos esperado media vida –las fronteras permanecieron semi cerradas por décadas— y ahora sólo faltan minutos para poder observar desde el aire las dos mil pagodas y stupas de Bagan, la antiquísima capital abandonada. Un día, por los años 80, estando en el extremo oriental de la Ruta de la Seda, visité el sitio arqueológico chino del Ejército de Terracota, en Xi´an. Un viajero francés de origen asiático puso freno a mi entusiasmo ante la inaudita aglomeración de soldados y caballos de cerámica salidos desde bajo de la tierra: “Tienes que esperar el día que conozcas la ciudad de las pagodas, en Birmania. Marco Polo escribió que es uno de los lugares más impresionantes del planeta”, me dijo, y desde entonces es mi amigo y consultor remoto ad honorem.
Por Etienne supe de este lugar y hace dos días un Fokker 100 de Bagan Airways me trajo en 45 minutos de vuelo hasta aquí desde Yangún, la capital. Ahora, en un globo espero mirarla desde el lugar donde vuelan garzas y papagayos, y tratar de entender lo que tal vez ni siquiera tenga explicación posible con los ojos de hoy. Durante un par de siglos catorce monarcas se dedicaron en forma casi obsesiva a construir templos budistas en la gran planicie de Bagan, un territorio poco más grande que la suma de Ñuñoa y Providencia. A partir del siglo XI se levantaron cerca de cinco mil pagodas y stupas. Algunos hacen subir la cifra a doce mil. También construyeron monasterios en madera, todos desaparecidos. Saqueos, falta de mantención, termitas. No se sabe bien, porque la historia de Bagan entró en un espeso cono de sombra.
Las pagodas abusadas
Pareciera que sólo el temor a los dioses puede explicar que Bagan siga siendo la mayor concentración de templos en el mundo, aunque la práctica religiosa aquí es hoy más bien escasa. Ha sido objeto de buenas restauraciones y de otras más bien monstruosas, producidas últimamente por los intereses personales de miembros del gobierno militar. “Vivimos al borde del abismo”, se quejó un joven budista que ayer nos llevara de paseo en su bella carreta tirada por cebúes. Con algo de temor nos dijo:
–La gente está muy triste. Hace poco se cometió el peor abuso sobre esta ciudad que es la capital del alma de Birmania. Construyeron una pagoda en homenaje a Than Shwe, uno de los más despreciables dictadores que hemos tenido. También un campo de golf y una enorme torre de observación, con ascensor eléctrico, más alta que todas las pagodas. Es negocio de la familia de un antiguo jefe de la Junta Militar. No se respeta nada ni a nadie.
Por estas razones, Bagan –aunque ha sido postulada– todavía no es Patrimonio de la Humanidad. Después de darle una importante ayuda, UNESCO enfrió sus relaciones con el gobierno, ahora en manos de un civil manejado de cerca por los militares, que tienen cerrado el paso al más popular de los birmanos, la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.
Pese a todos los destrozos, Bagan conserva la rara cualidad de ser una de esas obras humanas capaces de dejarnos mudos. Cuando nuestro globo por fin toma altura, vemos que las agujas y stupas en forma de campana se pierden en el horizonte moviéndose al ritmo de nuestro vuelo. Pestañeamos: parece un formidable caleidoscopio. Se entrecruzan templos muy parecidos con el verde de la vegetación, el rojo de los senderos, el dorado y el blanco y el ocre de muchas stupas. El efecto caleidoscópico aumenta con los numerosos globos idénticos que como grandes gotas indecisas flotan sin rumbo.
Cuesta poco imaginar allá abajo las multitudes fervorosas que hace siglos pasaban dejando huellas, hombres coronados y otros encadenados, todos construyendo sin pausa, orando a sus dioses en un murmullo interminable. Llenaron a Bagan de templos, y a los templos los llenaron de oro, hasta que un día Bagan fue víctima de su propio éxito. El último rey constructor de pagodas creyó tener apoyo divino como para atacar a los mongoles. Fue derrotado. Dijo adiós a las armas y huyó.
Bagan dejó de ser capital para siempre, hace siete siglos.
Sospechas y regocijo
A bordo del globo, que ya alto, vamos una decena de extranjeros. Ninguno se cansa de soñar y de tomar fotos. De tanto en tanto, el navegante nos pide a todos que miremos a una pequeña cámara instalada ingeniosamente por sobre nuestras cabezas, a varios metros de distancia. Mediante control remoto capta una selfy. En la foto aparece a nuestras espaldas un bosque de pagodas y stupas, y todos sonreímos como embelesados, aunque una joven madrileña no oculta su miedo de volar sin más ayuda que el aire. Pero no hay nada que hacer. El toro ya está en el ruedo.
Por cerca de dos horas vamos a revolotear sobre este sorprendente recinto verde, rojo y monumental, ubicado en el centro de un país grande rodeado de dos gigantes: India y China. Con una guía vamos identificando sus pagodas notables. Especialmente Ananda, obra maestra de la arquitectura del pueblo mon, y Sulamani. Son las “joyas supremas”. Thatbinnyu, rotunda, imponente, tiene 61 metros de altura, y parece gemela de la Sulamani. Llaman la atención varias otras pagodas y stupas: Seddana tiene en su base más de 150 figuras de elefantes; Shwezigon, que fue dorada hace 30 años con brocha gorda, es la más importante, pues sirvió de modelo para miles de stupas construidas en todo el país desde el siglo XII. Por su altura y numerosas terrazas, destacan dos templos donde la gente se hace racimo para fotografiar el valle sagrado. Son Shwesandaw y Mingala. Otro, Gawdawpalin, enamora a la mayoría. Tiene vista al río y a mil pagodas.
En Asia no parece existir un escenario mejor que Gawdawpalin para ver morir el Sol. Pero a bordo del globo recién estamos celebrando la llegada del día. Permanece aún la neblina del amanecer, que convierte la visita a Bagan en una especie de inmersión en una acuarela china, que aquí llaman shuimo hua. A medida que desaparece la algodonosa bruma, vemos que abundante humo blanco empieza a salir desde algunas construcciones rústicas en medio de manchones de acacias. El humo queda flotando largo rato, cubriendo la base de las stupas, que parecen flotar. Se diría que alguien está encargado de producirlo para que nadie eche de menos la decorativa niebla. Los fotógrafos expresan alguna sospecha, pero no ocultan su regocijo de poder producir una shuimo hua con un simple click.
Más sabios que santos
Con suavidad de cuna se desplaza el globo, evitando sobrevolar el río porque sobre su cauce se suelen producir cruces de vientos que pueden llevarnos por rutas menos seguras. Tenemos que conformarnos con verlo a la distancia. Se llama Irrawaddy, “el nombre de río más bello entre los ríos del mundo”, según Neruda. Cruza Birmania como una columna vertebral de 2 mil kilómetros. Pegado a su cauce nació Bagán. En doce horas de navegación por el Irrawaddy se unen los 500 kilómetros que ahora nos separan de la capital. Los geógrafos militares, que saben poco de poesía, le cambiaron su nombre. El Irrawaddy es hoy Ayeyarwaddy. Pasa por los jardines de nuestro hotel, que también parece pagoda.
Es que las pagodas son el más importante regalo que le ha dado la arquitectura birmana al mundo. Se calcula que existen unos dos millones en el país, la mayor parte blancas y doradas. Navegando, las hemos visto incluso en pequeñas islas del Irrawaddy. Son exquisitamente cuidadas, algunas cubiertas con pan de oro, por los devotos. Todo budista confía que así suma méritos para acercarse un poco más al Nirvana en la siguiente reencarnación.
Todo ello parece confirmar la intensa religiosidad del pueblo birmano. Y su carácter acogedor se viene desarrollando desde tiempos remotos, cuando ésta era tierra de paso de las rutas comerciales entre India y China, y portezuelo por el que ingresaban los viajeros al Sudeste Asiático. Así nació esta sociedad tan hospitalaria. “Un extraño es un amigo al que aún no conoces”, parece decir el birmano con su actitud cotidiana. Además ha influido el budismo theravada, que en todo hombre ve al Hombre, no importa su color o su tribu. Tantas cualidades –¡ay!– no han sido suficientes para sofocar múltiples conflictos armados internos, muchos problemas tribales; ni han servido para eludir sucesivas dictaduras asfixiantes. ¿Por qué esta aparente contradicción? Tal vez porque el budismo prefiere al sabio que al santo. Y el sabio sabe que querer desterrar el conflicto entre los hombres parece poesía candorosa. Esta realidad tiene como expresión más compleja el llamado Triángulo de Oro. Ahí se juntan Laos, Tailandia y Birmania, hoy llamada Myanmar. Es escenario de intrigas y de ejércitos irregulares financiados por las mafias del opio, del cual ya hablamos en viaje anterior a la zona.
Caminos del cheroot
Hoy Bagan ha perdido casi todo significado religioso. Debe ser considerada una especie de enorme museo al aire libre que exhibe la historia religiosa y cultural birmana entre los siglos XI al XIII. Pero la religiosidad no ha desaparecido del todo. Antes de nuestro paseo en globo hicimos recorridos a pie, en bicicleta y en calesas tiradas por caballos flacuchentos de tierra pobre. Percibimos el aire lleno de las entonaciones de monjes leyendo listas de buenas acciones, y las voces acompañantes de los fieles repitiendo a coro thadu, thadu, thadu. “Eso es bueno, es bueno, es bueno”, como en una jaculatoria cristiana. Algunos monjes dormían en camastros dentro de cuevas, comiendo lo poco que la gente pobre puede regalar. A otros los fotografiamos sentados en el suelo frente a platos suculentos. Monjes distantes, inexpresivos; nunca hoscos.
Estuvimos en el mercado de Nyaung, el más sencillo pueblo de Bagán. En Nyaung alojan los mochileros y otros viajeros de presupuesto corto. Vimos monjas budistas cubiertas de túnicas color barbie avanzando en disciplinadas filas silenciosas para recibir donaciones. Las llevan en grandes platos que equilibran sobre sus cabezas rapadas.
Todos las ven pasar; menos algunas ancianas sencillas, escasas de dientes, siempre concentradas en chupar descomunales puros humeantes hechos de tabaco, miel y tamarindo. Ellas no se agitan. Buda les ha dicho que todo gira eternamente, sin que el Hombre pueda hacer mucho para decidir el rumbo entre lo bueno y lo malo. Por eso, no sólo las monjas con túnicas barbie pasan inadvertidas para ellas. Casi todo les resulta invisible a sus ojos y a su interés. Los rústicos rollos de tabaco, llamados cheroot, parecieran entregarles el sabor, el aroma y los efectos de una antesala del Nirvana. Permanecen indiferentes hasta cuando miran las pagodas y stupas que sobrecogen a los extranjeros y llenan sus cerebros de placer, de sugerencias y de preguntas sin respuesta en este mundo.
Sus mentes vagan como ahora nuestro globo sobre Bagan. No hay nada que decir. Salvo que este maravilloso lugar también puede ser abrumador.
El globo ya desciende, titubeante, a esta tierra sin promesas.
El inventor de Bagan
El hechizo de Bagan se lo debe el mundo a un monarca de hace casi mil años, Anawrahta, cuyo nombre es recordado en la ruta principal del área. Logró unificar muchos territorios, dando forma al primer imperio de Birmania. En ese tiempo fue visitado por un monje que lo convertiría en un apasionado budista de la tendencia theravada. El iluminado monarca mandó tropas al reino de Thaton, del cual venía el monje que lo había convertido. Se apoderaron de miles de documentos budistas e imágenes sagradas, y tomaron unos 30 mil prisioneros. Con los más expertos, sus discípulos y descendientes, durante dos siglos, fueron construidas miles de pagodas.
También el mundo debe agradecer la existencia de estos santuarios a los mongoles. Después de invadir Bagán, se dedicaron a protegerlo y a mejorarlo. Comenzó a decaer sólo cuando los nuevos amos fueron derrotados por dos pueblos birmanos, los shan y los mon. La vieja capital languideció, víctima de los saqueadores, del clima húmedo. Ayer no más, en 1975, un terremoto culminó la tarea destructiva. Fue entonces cuando la UNESCO se interesó por restaurarlo e hizo algunos aportes importantes. Lamentablemente, la dictadura militar se alejó de ese organismo de la ONU al rechazar las exigencias mínimas de protección patrimonial.
Muchas de las antiguas pagodas de esta ex capital birmana tienen forma de campana, como en el hinduismo, pues su primer rey venía de esa antigua creencia, y el budismo estaba en su etapa temprana. Se entiende aquí por pagoda una cúpula en forma de campana o stupa construida normalmente sobre la cumbre de varias terrazas sucesivas, las cuales ayudan a expresar la idea de elevación espiritual. Para llegar hasta la cúpula o pagoda propiamente tal, es necesario subir varias escaleras empinadas. Pueden ser huecas o de cuerpo macizo, lo normal en las stupas. Algunas tienen túneles o pasadizos con raras imágenes de Buda, algunas de pie, como en Ananda.
Dormir, comer, comprar, leer
En Bagán no hay sólo un pueblo, hay varios. Tres son los que ofrecen alojamiento. Los baratos se encuentran en Nyaung U, que tiene una bien nutrida calle de restaurantes, cibercafés, correo, teléfonos internacionales y terminal de autobuses. Se encuentra a 5 km de la estación ferroviaria y del moderno y pequeño aeropuerto. Su embarcadero –lleno de vida, con chozas de madera y fibras–, permite recorrer el bello Irrawady y visitar varias pagodas próximas al río. En su cercanía se encuentra Shwezigon, una de las estupas más antiguas, y en su mercado podemos mezclarnos con la intimidad del pueblo birmano.
Los alojamientos y restaurantes de precio medio hay que buscarlos en la llamada Nueva Bagán, creada manu militari, en 1990, al suroeste de Bagan. Por camino pavimentado se llega al Viejo Bagan, donde los precios alcanzan el tope. Son hoteles y resorts de hasta 4 estrellas que no fueron removidos por la autoridad. Se hallan muy próximos al río y a las pagodas Ananda y Sulamani, “joyas supremas”.
Todo Bagan se puede visitar en bicicleta, coche de caballos y taxi. Tres días son suficientes para poder decir “conocí Bagán”. Los globos aerostáticos pertenecen a dos compañías, muy seguras, y cobran entre 250 y 300 dólares por persona.
En el área hay pequeños agricultores, cabreros, artesanos, una multitud de transportistas. La mayoría vive acosando a los turistas que visitan los grandes templos, vendiéndoles chucherías, copias de fotos y libros de George Orwell sobre Bagan en muchas lenguas.
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