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Macao: Portugal en la China – Luis Alberto Ganderats
Macao: Portugal en la China

Macao: Portugal en la China

A sólo 14 meses de convertirse otra vez en un trozo de la vieja China, esta colonia portuguesa fue el escenario de uno de los pocos campeonatos mundiales ganados por Chile: el de hockey en patines. Aquí contamos cómo es este lugar ya incorporado a la crónica de nuestro deporte y -obviamente- a la extensa historia del imperialismo europeo y el turismo universal.

Llegar a Macao cuesta tanto como olvidarlo.

Hasta hace poco tiempo sólo había de él leyendas e historietas de misterio, que el cine se encarga de difundir. Un día le pregunté a Francisco Coloane dónde preferiría vivir fuera de Chile.

-En la isla Coloane, de Macao -dijo Coloane.

El más aventurero de nuestros premios nacionales de Literatura me llenó así la cabeza de apetitos que ni remotamente imaginaba poder satisfacer a corto plazo.

Pero ocurrió.

De viaje por el Lejano Oriente, después de navegar una hora desde Hong Kong, lo primero que he podido ver a la distancia -antes de pisar la península de Macao- es la isla Coloane.

Decepcionante.

Ha perdido mucho de la magia. Un puente que se ondula como serpiente une la península con la isla de Taipa, y luego a Taipa con la otra isla, Coloane. Para llegar a ella no es preciso trepar a un sampán lleno de misteriosos olores y conducidos por hombres de mirada oblicua.

Basta, actualmente, la vulgaridad de un omnibús.

Entibian el alma, sin embargo, las playas tropicales de Coloane. Y conmueve la presencia de reliquias de ese hombre extraordinario que fuera san Francisco Javier y las osamentas de muchos sacerdotes católicos japoneses crucificados una vez en Nagasaki.

¡Pero dejémonos de cosas! No he venido aquí porque Macao sea tierra de santos mártires. He venido, ansioso, a la capital de los pecados capitales. Al más famoso centro vicioso del Lejano Oriente, si hemos de creer en la imagen que se ganó ayer. Hoy no he sentido olor a opio. Pero la autoridad de turismo se esfuerza poco por cambiar ese rostro internacional, pues atrae y tonifica el turismo, productor de la cuarta parte de las divisas de Macao.

Y existe otra razón para no preocuparse: ya Portugal se está despidiendo de su colonia. Cuando falten diez días para el inicio del año 2000, el 20 de diciembre de 1999, la República Popular China se hará cargo del muerto y de los vivos de Macao. Los vivos -que forman mafias poderosas- parecen un poco saltones. Hace tres semanas hicieron estallar dos bombas en el centro, que hirieron a diez periodistas y cuatro policías. La prensa culpó a los mafiosos.

Chinos y portugueses acordaron que el capitalismo sobrevivirá en Macao por medio siglo, y así Beijing aceptó la fórmula “un país, dos sistemas”, que rige hoy a Hong Kong y también a Taiwán en el futuro, según los sueños chinos. Lo que algunos piensan es que será inútil aquello de “un país, dos sistemas”.

El sistema comunista puede morir mucho antes de lo que pensaron los firmantes de ese tratado, y Macao seguiría siendo símbolo del capitalismo salvaje y vestigio de la gloria de Portugal en otros siglos.

Este trozo de continente y sus islas figuran como la más antigua posesión europea en Asia, si bien Hong Kong fue por tres siglos la más importante. Con ambas soluciones ya en la mano, China ha resuelto dos asuntos postergados por la historia, que en estos predios orientales suele portarse olvidadiza.

China de mandarines

En verdad, todo Macao parece dejado atrás por la historia y ahí reside gran parte de su magia. Y de sus sorpresas. Como la siguiente: en la calle se me abalanza un barbero, gritando en cantonés. Quiere echar abajo mi barba de varios días. Me ofrece un viejo sillón, me ofrece sus hisopos y navajas, sus espejos opacos. Se encuentra instalado y agazapado sobre la vereda, bajo un techo precario y a la vista de todos. Puede pensarse que la barbería es el decorado de una película sobre la China de los mandarines. Y no lo es.

Días atrás, una película llamada Macao, de crímenes e intrigas, me ha dejado sobresaltado. Apuro el paso. Me alejo así de las navajas del barbero y me meto a una farmacia.

Mejor no lo hubiera hecho. Centenares de frascos con raíces y hojas, cueros de serpientes, polvos de colores oscuros, espinas de pescado, algas de mar de China, ¡todo un arsenal contra males reales o imaginarios! Los vendedores pesan los productos en una balanza que sostienen sobre su mano izquierda, y luego sacan las cuentas con un ábaco, moviendo sus dedos a una velocidad inaudita.

Así despachan recetas que un médico, en la misma farmacia, escribe luego de examinar a los pacientes. Le basta sentarlos en un costado de su escritorio, tomarles el pulso, preguntarle algunas cosas en cantonés y mirar el techo en actitud reflexiva. A los tres minutos, el paciente se enfrenta al ábaco, preocupado visiblemente por el precio de la receta.

Más peligrosa la farmacia que la navaja del barbero.

De los 400 mil habitantes de esta antigua provincia ultramarina portuguesa, sólo unos 3 mil son europeos puros. ¡La espuma sobre el océano! Casi todos son chinos, unos pocos son mestizos, y las costumbres antiguas permanecen más puras que en Beijing o Shanghai.

Cerca del lugar donde me perseguía el barbero, en un recinto llamado Forum Pavillion, hace pocos días, el equipo chileno de hockey sobre patines ganaba partidos hasta convertirse en campeón mundial de la serie B, tras derrotar a Estados Unidos. Recién ahora, y gracias a ese mundial, muchos amantes del deporte han empezado a preocuparse de saber dónde queda Macao, si es un país, una ciudad, una isla al garete por ahí. ¿O algo que se come con azúcar flor?

Lo que sí sabemos es que estamos en un lugar poco común.

¿Habrá algo más extraño que lo que ahora estoy viendo?

He caminado solitario, lleno de curiosidad y sensaciones inexpresables, por el viejo mercado, que se llama São Domingo. Vi degollar 20 gansos en tres minutos por una cuadrilla de matarifes. Los lanzaban, casi por sobre mi máquina fotográfica, sangrando y aún con vida, hasta hacer blanco en la boca de un gran tambor mugroso. Los gansos daban saltos, como intentando volar fuera del profundo tarro y finalmente caían muertos.

La última cena

Siguiendo por este camino violento, llego hasta el dios de la guerra: Kwan Tai.

Frente al mercado, casi oculta en un recodo de la calle, diviso una antigua puerta adornada con figuras propias de los templos taoístas. Un breve titubeo (los taoístas practican la magia, la alquimia, la adivinación), y empujo la puerta semiabierta. Adentro, una leve penumbra, borrosas figuras y estandartes cubiertos de una capa de hollín. Algunos de esos rostros orientales los he visto en templos budistas japoneses de la vieja ciudad de Nagasaki, que también tuvo que ver con el Portugal imperial.

Lentamente mis ojos se acostumbran a las tinieblas y en uno de los altares laterales observo una mesa de comedor. Sobre el mantel color concho de vino hay botellas de agua y platos con restos de comida. Dos mujeres y un hombre viejo están sentados a la mesa.

-Usted… ¿vive aquí?

-Vivo aquí. Soy el guardián.

Después de un rato me atrevo a preguntar:

-¿Y usa un altar como comedor…?

-Uso un altar como comedor. No hay otro espacio. Alguien tiene que cuidar el templo, y esa persona debe comer.

¿Usted cree que no?

Presumo que lleva razón lo que dice el guardián del Kwan Tai Miu. Ahora no hay espacio para construir un ampliación. Vive aquí más gente por metro cuadrado que en cualquier país del mundo. Respecto a China comunista, hay en Macao 20 veces más personas por kilómetro cuadrado. La cifra es elocuente: 106 contra 20.000.

Y en la zona donde se levanta el templo-comedor, la densidad llega a 50.000. Por esta y otras razones, el enclave portugués no ha podido progresar mucho.

He llegado a tiempo para ver en miniatura lo que fue la China de otras décadas.

Casi siempre el hombre se cansa de ser la misma cosa. Por eso descuida y abandona sus tradiciones, imita a otros, se disfraza.

En Macao, no.

Aquí se huele con ganas, se observa con gusto, se goza. También se sufre, porque el animal y el hombre siguen disputándose las cargas. Fácilmente se descubren individuos alegres como canarios y otros muy tristes, diríase momificados.

Unos se cubren de colores optimistas, mientras a su lado ancianos vestidos de seda negra recuerdan la China de El último emperador. La variedad es vocación de Macao, y como no se tocan sinfonías con una sola nota, esta variedad hace que -como he dicho al principio- olvidar a Macao cueste tanto como llegar a él.

Del Chiu Chau al Loi Loi

Tampoco se crea que Macao se termina con esta imagen de pobreza pintoresca y de hombres flacos como pelo. Es sólo lo que más llama la atención. Hay otro Macao. El de las comidas sabrosas y especialmente variadas. Tienen fama de comerse cualquier cosa con patas, a excepción de mesas y sillas (El chiste no es mío). El Macao de los portugueses. Casas amplias y antiguas, espacios y calles que se parecen mucho a las de Lisboa y Estoril. Existen iglesias porque el 5 por ciento de la población es católica. La de San Pablo (São Paulo), cuya magnífica fachada tallada en piedra por católicos japoneses en 1602, se niega a desplomarse. Parece que quisiera gritar de pie su viejo reproche. Cuando Roma expulsó a los jesuitas, fue destinada a arsenal (¡), y hace 150 años sucumbió incendiada.

Aunque los talladores japoneses fueron dirigidos por el italiano Carlo Spinola, la fachada de este templo combina imágenes de la Virgen, del Paraíso y la Crucifixión, con crisantemos japoneses, dragones chinos, un velero portugués y no pocas inscripciones en oscuros ideogramas.

La sinfonía de Macao sigue en la cocina (ver recuadro), pero no se crea que concluye ahí. También los hoteles y sus casinos abren de par en par sus puertas a las contradicciones. Por cuatro siglos, los cambios de fortuna y de influencia internacional han dado aquí más vueltas que un trompo.

El juego y la duda

Nadie ha sufrido más que los mafiosos del juego en esta época, cuando se anuncia un futuro incierto por la crisis mundial, como el cambio de un amo por otro. Hay indicios de que la vecina Hong kong -ya en manos chinas- autorizará la apertura de casinos, y muchos temen que el traspaso de Macao pueda significar un golpe mortal para el juego, principal atractivo en Asia para los japoneses, hongkoneses y australianos.

De todos los capos del juego, el más previsor es, sin duda, quien creó el Macao Palace, un casino de tres pisos que flota amarrado al muelle. Un casino que sabe flotar en aguas calmas o tormentosas, sobrevive por ese solo hecho. Si, además, puede ser remolcado a Hong Kong en caso de emergencia, ¡miel sobre hojuelas!

La gente de Hong Kong, por lo demás, se ha ido apoderando de Macao en forma lenta y ostensible. Pocos años atrás, no había aquí más industrias importantes que las de fósforos y fuegos artificiales. Ahora los capitalistas de la ex colonia británica producen textiles, plásticos, juguetes, fantasías. Sobre todo, fantasías.

Y en lo político, también es China comunista la que está llevando el mando por control remoto. Los grandes comerciantes de Macao son todos chinos y se sienten ligados a la enorme patria vecina. Y no pocos ciudadanos han marchado años atrás enarbolando imágenes de Mao. Los chinos disponen de un tercio del poder de decisión. Otro tercio se encuentra en manos de representantes de la comunidad, democráticamente elegidos. Sus intereses son, naturalmente, los de la mayoría abrumadora: los chinos.

Sólo de un tercio del poder dispone Portugal, y le basta para seguir usando a Macao para seguir penetrando en los mercados del Oriente.

En los hechos, desde 1979, Portugal gobierna aquí sólo en nombre de China.

¿Por qué tanta gentileza?

Es que China también gana con una puerta abierta a Occidente.

Pero ya queda poco para que el asunto se defina. Como la película Frankenstein, que tuvo mucho éxito aquí, este raro engendro capitalista producido por los europeos en Asia comenzará en 1999 a caminar por su cuenta, dentro del mundo comunista chino. ¿Será un estrangulador de capitalistas? ¿Ayudará a empujar el carro chino más a la derecha?

Nadie sabe qué ocurrirá.

¿Apuestas por el rojo? ¿O por el blanco?

¡Hagan juego, señores!

De Macao a Ngao-men

En la segunda década del siglo XVI, chinos y portugueses iniciaron contactos comerciales. La ayuda que los europeos les prestaron para la eliminación de la piratería en el mar de China fue compensada con la entrega de la pequeña península de Water Lily, que los portugueses llamaron Macao.

Éste fue el principal emporio chino-europeo por tres siglos.

Hasta que el nacimiento de Hong Kong (a poca distancia) marcó el comienzo de su decadencia.

Técnicamente, Macao fue primero una posesión portuguesa de hecho, luego una colonia (1887), más tarde provincia de ultramar (1951) y desde 1979 es, virtualmente, un área china administrada por portugueses. El próximo año será enteramente china, salvo en su alma, ya mestizada. Y Macao volverá a llamarse Ngao-men.

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