Los “rastas” de Jamaica
Revista del Domingo conversó con los misteriosos caribeños miembros de la Hermandad Rastafariana, que se dicen los verdaderos judíos de la profecía y adoran al desaparecido emperador africano Haile Selassie. Etiopía es para ellos la Tierra Prometida.
Mientras pasa una mano por entre sus pelos que parecen largos tallarines negros y me mira desde el fondo de sus ojos extrañamente rosados, repite lo que he venido escuchando, incrédulo, durante los días de mi visita a Jamaica:
-Sí, señor, el León de Judá, Haile Selassie, vendrá a buscarnos.
-Pero si él ha muerto…
–No ha muerto. Eso dicen los blancos. Y si ha muerto resucitará entre los muertos. Lo dice la Biblia.
Insisto. Digo que luego hará dos años que el Emperador de Etiopía se encuentra bajo tierra africana. Que sus restos se hallan en algún lugar que sólo conoce el hombre que lo derrocó, Mengistu Haile Mariam. Que este mismo teniente-coronel hizo añicos la monarquía. Que el León de Judá ya no puede salvar a nadie, que no pudo salvarse a sí mismo, que si los negros de Jamaica desean regresar al África tendrán que hacerlo por sus propios medios.
Me mira con desconfianza, sin odio. Lo mismo me ha ocurrido con muchos otros rastas que pululan por las calles de Kingston y repletan el barrio norte, siempre oliente a marihuana.
-El León de Judá vendrá por nosotros. No lo olvide.
Pero Haile Selassie sigue muerto y sepultado y aún no ha resucitado.
CAMINO DEL REGRESO
Muchos les llaman “judíos negros”, porque ellos toman de la Biblia que son los verdaderos judíos de la profecía, y que la Tierra Prometida es Abisinia, hoy Etiopía. Dicen que el Estado etíope fue fundado por el hijo de Salomón y la reina de Saba.
Dos de cada cien habitantes de esta pequeña isla del Caribe pertenecen a la secta de los rastas, y esperan un día tomar el camino de Addis Abeba, oculta al otro lado del arco iris. Pero poco tienen en común Etiopía y Jamaica, salvo su comunión socialista y la presencia cubana. El color no une, como lo prueba la historia antigua y reciente de África. Difícilmente llegará el día en que los treinta o cuarenta mil rastas inicien “el camino del regreso”. En Jamaica no me han llamado la atención sus playas, su singular experiencia política, ni su miseria desesperanzada que se mete por los ojos irremediablemente, en medio de una serie de temblores políticos que apenas conmueven a su población casi enteramente negra. Nada de esto llama mucho la atención. Pero Jamaica no se parece a país alguno por la desconcertante presencia de esta secta religiosa sin iglesias ni pastores, cuyos miembros se han auto amputado los derechos civiles.
Los rastas no votan, no pagan impuestos, no participan en nada, no exigen nada. Fuman marihuana “porque la Biblia lo ordena a quienes tienen que reflexionar”, y las autoridades se quedan de una pieza, oscilando entre los deseos de reprimir y el temor de ser injustas con seres que viven con el pensamiento más, allá del océano, que han desertado en cuerpo y alma de la sociedad jamaicana.
MOISES NEGRO
Comienza la historia mucho antes de que Ras Tafari (de ahí el nombre de “rastas” o “rastafarianos”) fuese coronado emperador de Etiopía en 1930. Este Haile Selassie (Rey de Reyes, Señor de Señores, León Conquistador de las tribus de Judá) tuvo una especie de profeta que comenzó a predicar en los Estados Unidos por los años veinte. Marcus Garvey recorrió Harlem y el costado sur de Chicago profetizando la coronación de un rey negro en África “que redimirá a las tribus perdidas de Judá y las llamará a casa”.
Garvey no tuvo mucho éxito por esos años, y en 1927 el Gobierno norteamericano, sin respeto por su tarea profética, lo deportó a su tierra natal de Jamaica. El profeta era negra mosca en el oído. Luchaba por el voto del ghetto. De regreso en la isla caribeña, siguió predicando acerca del orgullo negro y la redención africana. El gobierno colonial inglés –¡cuándo no!– lo hizo encarcelar. Incluso sus hermanos negros lo miraban con cierto desdén.
Hoy es un héroe nacional, “un Moisés de los últimos días”. En los billetes, Jamaica quitó el lugar a Isabel ll, y he visto muchas escuelas, muchas calles, un gran parque, que llevan su nombre. Muerto 38 años atrás en Gran Bretaña, es un hombre vivo por estas tierras del Mar Caribe.
Su profecía de que un negro llegaría a ser emperador africano se cumplió —dicen los rastas— cuando Selassie ascendió al trono de una de las monarquías más viejas del planeta, si no la más vieja de todas. Pasó el tiempo, y la pequeña, figura del viejo emperador fue adquiriendo para sus distantes seguidores el tamaño no de un vicario de Dios, sino de Dios Viviente, el mismo Antiguo Alfa. (Selassie nunca reclamó su divinidad. Tampoco la negó).
BLANCOS MÁS INTELIGENTES -:
¿Por qué quieren “volver a casa”?
Newton Johnson, joven líder de los rastas de Kingston, me dice, sin pestañear:
–Queremos volver a Sión antes de que los ríos de Babilonia se desborden y que la tierra se abra y que toda la civilización atea perezca entre las llamas.
¿Y por qué al África ancestral?
Dejándome de una pieza, un viejo rasta, Jahman, que vive entre las malezas en una de las colinas de Kingston, explica:
“… cuando Dios creó al hombre, hizo “menos inteligente al negro, e hizo al blanco ingenioso. Y le dio al negro los lugares donde mejor se podía vivir, los más hermosos. Y dio al blanco los sitios fríos, poco hospitalarios, para que probara su inteligencia. Así, el negro sólo tenía que estirar la mano y sacar los frutos del árbol, sin esfuerzo, y si quería ejercitar sus sesos, Dios le dejó la marihuana en abundancia para alimentar sus meditaciones… Dios siempre favoreció al negro. Pero tuvo un error: no pensar que el blanco trataría un día de ocupar la casa destinada a los negros…”.
Cuentan aquí en Jamaica que al propio Selassie el peso de su divinidad le hizo doblar las rodillas de temor cuando llegó a Kingston en la pasada década, como invitado oficial. Los rastas -semidesnudos, descalzos, un poco salvajes, con expresión vaga en sus ojos amarillentos- rodearon el avión con un entusiasmo amenazante. El León de Judá se sintió pequeño gato acosado por una jauría. Muchos rastas eran presa de una euforia casi epiléptica. El visitante se asomó a la puerta del avión y no quiso abandonarlo hasta una hora más tarde.
Todos fueron dispersados.
Pero hasta hoy, esos hombres que caminaron una semana por los cerros para esperar al “redentor” y no fueron redimidos, siguen llenos de fe. Tal vez la misteriosa álgebra apocalíptica de la revelación rasta sólo tiene sentido cuando el hombre ha fumado medio kilo de marihuana en una semana y todo sentido de la razón se ha ido con el humo.
No beben, no piden limosna (a lo más me aceptan un cigarrillo cuando insisto mucho), no trabajan un día a nadie. Pero como Jamaica es agrícola nadie muere de hambre. Y estos “locos sagrados” reciben ayuda del amigo y el desconocido. No molestan. Al fondo del patio en que se levantan sus chozas mantienen extrañas celdas pintadas con rojo, verde y amarillo, los colores patrios de Etiopía y no de Jamaica. Sobre los muros resaltan extraños mapas y diagramas sobre la distribución de las razas en el mundo. Junto a ellos, fotos resquebrajadas de Haile Selassie.
MUERTE Y TEMOR
Aunque son olvidadizos de la ley cuando se trata de fumar hierba, normalmente los rastas no hacen noticia policial. Como algo excepcional se recuerda la masacre que protagonizaron cerca de la hermosa y turística Montego Bay. A 16 kilómetros se encuentra. Coral Gardens, donde un grupo de estos fanáticos cortó a machete y quemó al dueño de una bomba de bencina en 1963.
Luego siguieron su locura en campos y hoteles. Murieron policías y rastas.
Lo normal, sin embargo, es que ellos no hieran a nadie ni siquiera en una pestaña. Hablan de la paz y la hermandad. Rechazan las soluciones violentas, simplemente porque no vienen al caso. Sus problemas, su miseria, su falta de poder ya están solucionados, porque vendrá el día de la redención. Hasta que eso ocurra, esperan, esperan sin flaquezas ni ansiedad.
¿Para qué cambiar la sociedad de Jamaica si ésta es Babilonia, y Babilonia se destruirá pronto a sí misma?
Les temen, sin embargo -y cada vez un poquito más, desde la matanza de Coral Gardens- todos aquellos que gustan de la tranquilidad. Dice un Jamaicano:¨
–El verdadero motivo porque las clases medias temen a los rastas puede estar en la duda de si ellos tienen algo de razón.
Últimamente los rastafarianos hacen noticias con cantantes que tienen sus creencias, recitan sus salmos, les ponen música, les ponen ritmo. Triunfan en Estados Unidos: Bob Marley, los Wailers, Toots, Maytals. El ya famoso Bob Marley gana dólares y ya no es el mismo de sus orígenes, ya usa un BMW y cuando alguien le pide cuentas y le dice que no es posible, que no puede un rasta andar en BMW, él ya sabe qué contestar: BMW significa Bob Marley y los Wailers.
SANTO ADVENIMIENTO
Nada puede extrañar en esta isla cruzada en los cuatro puntos cardinales por las supersticiones. Incluso los más cultos y sabios jamaicanos negros conservan residuos. En un libro publicado en Londres y que se vende aquí, aunque sólo en librerías para da élite y los visitantes, se cuenta que el Primer Ministro, Michael Manley, un Fidel Castro mestizo, tímido e irresoluto, hizo uso de esta superstición sobreviviente en el pueblo.
“Se fue a los cerros en mangas de camisa llevando una larga Vara de la Corrección, con la cual juró destruir los .. demonios de la corrupción. Los agricultores de dos hectáreas y los pobres que trabajan sus tierras, y los pisoteados, acudieron en grupos jubilosos cantando. ¡Josué!¡Josué…! Manley levantaba la vara y gritaba: “¡Cuando veo a mi pueblo, sangra mi corazón!” Y la gente pechaba por tocar su vara y sentir su poder omnipotente. Manley lloraba y gritaba: “¡Es amor!”
Fue elegido con la más grande mayoría en la historia parlamentaria de Jamaica.
Pero los rastas no se preocupan. Sólo quieren ir a Etiopía, “donde hay paz para el hombre negro”. .
Les he preguntado a muchos si saben de las guerras por el desierto de Ogaden, por Eritrea. Si saben que hay negros luchando contra negros y que cubanos blancos echan fuego a la hoguera.
No saben qué es el Ogaden. Y para ellos Eritrea es un misterio. No saben que detrás de los cubanos están los blancos de la vieja Rusia.
Sólo saben que Etiopia es una promesa.
Esperan el santo advenimiento.
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