La Uganda que nos oculta Idi Amin
Lo peor que ha tenido Uganda no es Idi Amin. Es su mala suerte. Acaba de ganar un Oscar quien lo encarna en la cinta El último rey de Escocia, el gran actor Forest Whitaker, tejano de sangre africana. Al levantarme del asiento me pesaban los hombros. Uganda es hoy uno de los países admirables de África, por su organización turística, por su democracia, por su belleza. Pero la película lleva a extremos una caricatura proveniente del best-seller en que se inspira. Está claro que a la hollywoodense Fox no se le puede pedir que entienda la complejidad de África. No lo hizo con el mundo de los negros en su propio territorio. Prefería historietas del estilo La cabaña del tío Tom. Esta cinta de terror, con protagonista negro y musulmán…, era negocio seguro. Bastaba con saltarse en puntillas la más fresca historia de Occidente, repleta de luchas raciales, religiosas y de poder, en que los Idi Amin son blancos y “civilizados.” Los mismos civilizados que reclutaron, formaron y potenciaron al dictador de Uganda, para terminar convertidos en blanco de sus célebres tomadas de pelo, partiendo por Isabel II y Felipe, Duque de Edimburgo, el otro imaginario rey de Escocia.
La película hace una caricatura de la Uganda de los años setenta. Recorrí el país en 1978 cuando el nilótico Idi Amin gobernaba aplastando a las tribus adversarias -longis y achiolis-, que forman parte de un país inventado por los colonizadores. Encarcelaba o hacía desaparecer a cualquiera que él sintiera como amenaza o aliado del ex dictador Obote. Tuvimos tres encuentros con Abdallah Amin, su primo, Secretario Permanente y Ministro de Información. No me permitió el acceso al dictador, quien caería seis meses más tarde. Pero si se dejaba de lado a Idi Amin, Uganda era un país asombroso. Kampala, su capital, sobresalía en el continente por su belleza. La gente común nos deslumbró por la limpieza de cuerpo, de sus zapatos; las camisas de los hombres parecían hechas para una propaganda de detergente. No habíamos conocido algo así en muchos países de África visitados en otros viajes. Ninguna de las miles de viviendas que vimos -lo dejamos escrito entonces- tenía la indignidad “de nuestras poblaciones callampas o de los ranchos que cobijan a buena parte del pueblo mapuche.” Era un país sin hambre, y de gente dulce. Pero la Fox sólo nos muestra hombres más o menos sucios, la mayoría participando en ritos primitivos o corriendo detrás de los vehículos oficiales como manadas, en actitud bobalicona o cobarde.
Nadie querrá viajar hoy a esa Uganda. Ni respetarla. Se nos hace tragar una parodia pensada para espectadores complacientes en busca de los horrores de otros. Por eso, al terminar la película cuesta levantarse de la butaca.