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La poesía anda de viaje con Rimbaud – Luis Alberto Ganderats
La poesía anda de viaje con Rimbaud

La poesía anda de viaje con Rimbaud

Di Caprio, antes de Titanic, hizo más por Rimbaud que muchos otros. Al encarnarlo en Vidas al límite, lo reinstaló en la sensibilidad del siglo XX. Pero si Jean Nicolas Arthur Rimbaudviviera, maldito, protestaría otra vez (en las fotos, bello adolescente, y de niño, sentado, junto a su hermano, el día de su primera comunión). Sólo dedicó seis años de su vida a la literatura. Y a partir de los 19 se sacó para siempre la poesía del alma, casi con vergüenza, y se dedicó a ganar dinero. De sus primeros años sólo conservó su vocación por los viajes.

Después de su muerte, pocos reconocieron su mérito literario. En la primera década del siglo XX el Nouvelle Larousse Illustré le define como “poeta y viajero“, autor de unas poésies excentriques, y le ubica entre los decadentes y simbolistas…

Casi un don nadie.

Terminaría, sin embargo, entre los poetas mayores, a pesar del Larousse, editado, paradójicamente -entonces y ahora- en la calle del monte de los poetas, la Rue du Montparnasse. Hoy Larousse escribe: “adolescente prodigio“, “una de las aventuras creadoras más apasionantes de la poesía francesa del siglo XIX“, “punto de referencia central dentro de la evolución de la lírica europea moderna.”

Está bien: pero no debería olvidar sus viajes. A menudo, el viaje sigue a la poesía como el hilo a la aguja, el verano a la primavera. Aperrado, Rimbaud recorre Europa, casi siempre a pie, y a pie atraviesa los Alpes. En los 21 años inicia su recorrido por lugares remotos. Se hace soldado para ir a Batavia, la misma ciudad javanesa adonde llegaría más tarde otro veinteañero pobretón y viajero y poeta y cónsul llamado Neftalí Reyes. En Batavia se casa y engendra a su único hijo. Es ahí donde Rimbaud deserta y vuelve a Francia. Va a Chipre y, a los 26 años se radica en Adén -el Yemen de hoy- donde lo veremos convertido en agente cafetero. Y escribe crónicas de viaje. Cuatro años después emigra a Etiopía, donde vive hasta la víspera de su muerte. Escoge la ciudad musulmana y cafetera de Harar. Dicen que para convertirse en millonario habría traficado marfil, cartuchos, fusiles. Hasta esclavos. Pero toda su fortuna la gasta finalmente para combatir una enfermedad que a los 37 años lo lleva a la tumba: un carcinoma originado, al parecer, de una antigua sífilis. Otra vez maldito,

Neftalí Reyes -ya Neruda- recibiría del poeta surrealista Paul Éluard, viajero planetario, un regalo magnífico para un poeta-coleccionista: la carta de Isabelle Rimbaud en la que habla como testigo de la agonía de su hermano, pues fue la única compañía que tuvo durante sus últimos días de vida, en Marsella.

Neruda agradeció esa carta por una gratitud esencial y no solamente por admirar la  “videncia sobrenatural” de Rimbaud. Dijo lo casi indecible por un creador universal como él:“No hay Neruda sin Rimbaud”.