La doble vida de Sao Paulo
“Nosotros trabajamos mientras Río se divierte”, se quejan algunos paulistas. Pero ni ellos se lo creen. Sao Paulo se divierte de noche. Y a veces también de día. Sus barrios bohemios, sus parques, sus tiendas, restaurantes y museos notables, la tienen convertida en una de las ciudades más entretenidas del mundo. Está por comenzar la elegantísima Semana de la Moda, y el 17 de febrero, en su propio sambódromo, inician el baile las escolas de samba.
Texto y fotos de Luis Alberto GanderatsHay que quitarle la máscara a Sao Paulo. No es verdad que sea sólo ese gigante ricachón, trabajólico, neurótico, a ratos amenazante. Desenmascararlo no es lo mismo que desmentir lo dicho antes. Es que se trata de un gigante con doble vida. Y quien se queda con la imagen anterior de gigante trabajólico no ha estado nunca en Sao Paulo. Es ciudad muy divertida, buena para el samba y el carrete, que hasta de sus museos y parques hace una fiesta de placer y sorpresas, como muy pocas metrópolis en el planeta.
Quien escribe estas líneas ha pasado varias décadas repitiendo –aquí y allá– que en los museos la pieza más esperada por él es la puerta de salida… Eso no ocurre, ni de lejos, en Sao Paulo. Tiene 90 museos, algunos realmente extraordinarios, donde dan pocas ganas de entrar y después ningún deseo de salir. Son alegres, modernos, creativos. Algunos muy respetuosos de la arquitectura histórica que los acoge; se nota que crece la conciencia histórica del paulista, la admiración por su propia cultura, y ese amor se puede advertir en el perfecto cuidado de cada detalle.
Es también un poco de envidia la que produce Sao Paulo. Mientras lo recorremos nos vamos preguntando. ¿Y si Chile pudiera hacerlo la mitad de bien? ¿Si destináramos más territorio a parques y museos que a supermercados y centros comerciales? ¿Si Las Condes respetara, por ejemplo, el Parque Araucano sin poner oficinas municipales o subterráneos de comercio, que matarán los árboles y la paz? ¿O podríamos sacar oficinas de la Armada o poblaciones del interior de la Quinta Normal, para recuperar áreas verdes y espacios para la vida sana?
Cuando al caminar por Sao Paulo no podemos impedir mirarnos a nosotros mismos, llenándonos de ideas nuevas, de sonrisas y también de preguntas incómodas, significa que hemos llegado a una gran ciudad. A una ciudad que, por otra parte, no le falta nada, porque hasta las playas del Estado no están muy lejos y son más acogedoras que muchas otras del Brasil. Tiene las tiendas más elegantes y es capital del buen vestir en Latinoamérica. Por eso celebra la fiesta mayor de la moda dos veces al año, la Sao Paulo Fashion Week. Por estos días –entre el 16 y el 21 de enero— se podrá ver la moda del próximo invierno, en una de las Semanas de la Moda más importantes del mundo junto a tres o cuatro de Europa y Nueva York. En el bellísimo parque de Ibirapuera, entre joyas del ya centenario arquitecto Oscar Niemeyer, creador de Brasilia, la moda tomará un lugar de honor por varios días, y lo mismo en los elegantes barrios comerciales, como Jardins, y su ultra lujosa calle comercial Oscar Freire, comparable a Vía Montenapoleone de Milán, y a la neoyorquina Madison Avenue.
En taxi aéreo: un helicóptero
“Es fácil recorrer las calles de Jardins, pero vivir en él es casi imposible, salvo que usted sea rico, bello, elegante, sofisticado y tal vez culto”, me desalienta el piloto del helicóptero sobre el cual sobrevolamos hace más de cuarenta minutos los barrios principales de Sao Paulo. Estamos dentro de una especie de moscardón negro, el pequeño R-44 Raven II, taxi aéreo que abordamos en Campo de Marte, barrio de Santana, al lado del monumental Holiday Inn. Desde la altura, Jardins resulta inconfundible. Parece Ñuñoa, Providencia o El Golf cuando no habían sido tragados por los edificios de altura. Nacida en las primeras décadas del siglo XX como una británica ciudad-jardín, hoy parece una ciudad-pasarela, en que la gente compra y luce. A sólo 20 cuadras del envejecido Centro, representa todo lo opuesto: el éxtasis. Tiene lo mejor en ropa, comida fusión, galerías de arte, anticuarios. Si ubicáramos Jardins sobre el plano de Santiago, ocuparía menos espacio que el área que va desde Plaza Italia hasta la Norte-Sur, y entre la Alameda y el río Mapocho. Aquí podemos bailar en una tienda de ropa o ir de compras en lo que parece un restaurante. Por eso, las 60 manzanas de los Jardins no son una simple anécdota en una ciudad con 20 millones de habitantes. El refinamiento alcanza la máxima expresión y por su calle principal, Oscar Freire, caminamos como si fuera la Quinta Avenida o los Campos Elíseos. Entre las calles Reboucas y 9 de Julio, la rua Oscar Freire es recorrida por las ricachonas –las dondocas— junto a sus mascotas, hablando de fashion y fashionistas. Incluso entran al shopping center Cidade Jardim, el mejor y más nuevo, pero ellas evitan a toda costa acercarse a la vecina Avenida Paulista, una colmena humana en medio de edificios no siempre acogedores. Alega un crítico de la Paulista: “Ella amenaza hasta a los que viven en los Jardins: cuando necesitan venir al Centro tienen que pasar por ella. Y ¿qué hacer? ¿Cerrar los ojos? Pero, ¿y el olor? Porque la Av Paulista tiene un olor, aunque sea sutil como el dolor de dientes de una computadora”. A pesar de sus defectos –que en tramos lo hace parecido al peor Nueva York–, descubrimos en ella algunos ejemplos para Chile. “Nunca use celular al volante”, ordenan letreros colgados sobre la calle, con lo cual Sao Paulo sigue dando lecciones incluso en esta avenida de mala suerte. Por su declinante calidad de vida, está dejando de ser la arteria financiera. Cede su lugar a la avenida Luis Carlos Berrini, del céntrico barrio Brooklin, que desde el helicóptero parece un erizo high-tech de concreto y cristal.
Entre Japón y Madalena
Las anteriores son sólo algunas de las mil caras de Sao Paulo, que no siempre resultan simpáticas para al viajero que tiene poco que ver con el gran lujo y los negocios. Y a otros asustan por la muchedumbre. Pero es tarea de cada viajero, naturalmente, aprender a disfrutar, sin imprudencia, cualquier ciudad con muchos millones de habitantes. Pocos se resisten, sin embargo, a las alegrías y lujos de Vila Olímpia, donde los DJ`s clausuran la noche y suelen amanecerse con música suave para bajar las revoluciones de los trasnochadores; es el mismo barrio de Daslu, una de las tiendas más elegantes del mundo, con helipuerto para la clientela, donde nosotros aterrizamos con nuestro taxi aéreo. Y a todos, claro, les gusta la plaza Buenos Aires, del exclusivo barrio de Higienópolis, donde los perros tienen un lugar especial para correr libres, lejos de sus dueños.
En el resto de la ciudad, el ser humano es el rey, especialmente en Vila Madalena, y mejor si se anda con la rienda suelta. Esta es una especie de enorme barrio Bellavista, que desde el helicóptero se reconoce por estar montada sobre colinas, y al caminarla, por estar en fiesta permanente. Nos detenemos una hora en el entretenido bar Cristovao, donde los futbolistas y sus novias ocasionales (las María Botines), porque tienen sus muros repletos de imágenes del fútbol. Entre ellas, una del Che Guevara, en que dice: “¡Hasta la Victoria siempre! Pero de visita, un empate no estaría mal…”. Desde este bar Cristovao de la rua Aspicuelta observamos las veredas como hormigueros. Sobra la alegría, y eso podría explicar lo que muchos dicen, que la famosa Garota de Ipanema –ahora de unos 65 años– no era de Río, sino de Sao Paulo, aunque Vinicius de Moraes, antes de morir, afirmara que se inspiró en la carioca Heloísa “Helo” Pinheiro.
En las cuatro esquinas de Aspicuelta con rua Mourato Coelho se hallan los bares más concurridos de Vila Madalena. Quienes desean fumar (y no han pagado el consumo) deben asomarse a un umbral enrejado. De este modo los comerciantes se defienden de los clientes olvidadizos. Uno es el Posto6, tal vez el más popular, que exhibe camisetas autografiadas de los grandes, incluso Pelé. Al caminar por el barrio –alternativo y elegante a la vez– vamos descubriendo boutiques y tiendas de diseño, junto a los bares de sushi y a los puestos sobre la vereda que venden tallarines fritos con pollo, los populares yakisoba.
Estos tallarines fritos son de origen chino, pero fueron japoneses los que popularizaron su consumo en Sao Paulo. Basta verlos en sus muchos lugares de comida de Liberdade, el llamado “barrio japonés”. Un mar de ojos oblicuos en las calles y en todo lugar, nos hacen sentirnos en Tokio, con una cosa rara: vemos turistas de Kioto (en grupo, como casi siempre) avanzando entre japoneses… que hablan portugués, cocinan feijoada y bailan el samba. Brasil tiene la mayor colonia nipona del mundo, y es posible almorzar delicias en el Sushi Lika, de la rua dos Estudantes, 152, propiedad de un bahiano no asiático (www.sushilika.com.br),y pagar –como lo hicimos– para que un supuesto monje shintoista escribiera el nombre de “Revista Viajando” en un diminuto grano de arroz.
Lugares donde perderse
Hay excelentes noticias para los jóvenes. Existe un shopping center conocido ahora como Galería do Rock, con cuatro pisos que ofrecen música, ropa, aros, máscaras, pulseras, pelucas, peluquerías, t-shirts, tatuajes, skates, disco funk, hip hop, rap, hardcore y MPB, que es la música popular brasileña. Tiene entradas por 24 de Maio 62 y Sao Joao 439, y está cerca del distrito de Ipiranga. Aquí descubrimos lo más notable y más grande del mundo que hemos visto en materia de música grabada, de todas las épocas y en todos los soportes www.baratosafins.com.br. Unos 400 locales, que venden millones de dólares al año. Galeria do Rock es para los jóvenes tan atractivo como para los campeones del alto consumo puede ser el MorumbiShopping.
Más vende otro centro comercial deslumbrante, el Mercado Municipal Paulistano, de rua Cantareira. Es una fiesta de colores y sabores. Las mejores y exóticas frutas del mundo, todas las formas del fiambre, en un alto edificio decorado con vitrales del mismo artista judío que encontraremos en la Catedral. Sabrosos bocadillos de mortadela en Bar do Mané, el mais famoso do Mercadao. De esta despensa maravillosa salen los productos que abastecen a los restaurantes exigentes. Como el Dalva e Dito, y el Chakras, donde podemos probar una gran cocina contemporánea acostados en camas de la sección Dorming Restaurant La Suite, en un ambiente de harem. www.chakras.co.br. Al precioso KAA, y el más discreto y fino de todos los lugares de comida brasileña, el D.O.M, uno de los 50 mejores del mundo en el ránking británico S. Pellegrino World`s 2011.
Muchos lugares así nos permiten estar una semana entera en las calles de Sao Paulo sin repetirnos nunca. ¿Cómo explicarnos el atractivo excepcional de esta ciudad sin pensar que se debe a sus millones de habitantes? La clave parece estar en la mezcla, como en Londres y Sidney. El habitante de Sao Paulo, el paulista, se ha mezclado hasta el infinito, y cada día es más difícil precisar su origen racial. Tiene abuelos africanos, portugueses, nipones, chinos, italianos, judíos, alemanes. Esa es su bendición. Ha nacido un ser distinto, tal vez por eso más rupturista, creativo, capaz de sorprendernos en el arte, la música, la arquitectura, la gastronomía, la moda, y no sólo por su capacidad de trabajar y producir. Esta ciudad-laboratorio, esta licuadora que confunde todo, parece que terminará por iluminar al país entero, y tal vez al continente.
Museos sin torturas
Ese mestizaje múltiple puede ayudarnos a entender el fenómeno de sus museos, sobre los cuales algo dijimos líneas arriba. No son una tortura como tantos en el mundo, sino lugares llenos de vida. Tan llenos de vida como algunos de sus parques, con los cuales suelen convivir los museos, enriqueciéndolos. El parque Ibirapuera, por ejemplo, enorme, lleno de deportistas y familias, es el escenario mayor del arte, por acoger la Bienal de Arte de Sao Paulo, y también el de la moda, por convertirse año a año en la gran pasarela de la Sao Paulo Fashion Week, la prestigiosa semana de la moda, que se repetirá este enero. Es un parque primorosamente mantenido, y con grandes obras de la arquitectura contemporánea como el Auditorio Ibirapuera (2005), en la cual un ya centenario Oscar Niemeyer le saca la lengua a la tradición, el auditorio más revolucionario desde la creación de la Ópera de París en el siglo 19, y donde se han otorgado algunos Grammy Latinos. Dentro del parque se hallan también el Museo de Arte Moderno, MAM; el Museo de Arte Contemporáneo, MAC, y el Museo Afrobrasil, un homenaje al negro brasileño.
La Bienal de Arte de Sao Paulo, la más importante bienal de arte después de la de Venecia, se despliega cada dos años en otra obra de Niemeyer: el magnífico Pabellón Cecilio Matarazzo. En este espacio concluyó hace pocos días la celebración de sus 60 años de vida, con una cruda exposición de obras de la noruega Astrup Fearnley Collection, titulada En nombre de los artistas. En ella fuimos testigos de las audacias sin fronteras del arte contemporáneo, que –fiel a su historia– no se cansa de escandalizar. En muchas salas, los menores de 18 tenían prohibido el ingreso a un lugar de cultura…
Otros espacios culturales de Sao Paulo no escandalizan. Hacen pensar. Uno es el Museo de la Lengua Portuguesa, primero en el mundo, que aprovechó instalaciones antiguas de la terminal de trenes Estación de Luz, principal de la ciudad. Es un ejemplo extraordinario del buen uso de la tecnología moderna y la creatividad. Convierte en gran atracción un tema como el idioma, que a primera vista podía parecer desechable incluso para quienes lo hablan. Pero al recorrerlo provoca admiración. Y casi al frente, otro buen ejemplo que nos da Sao Paulo: la Pinacoteca del Estado de Sao Paulo. El antiguo edificio neoclásico de una escuela fue restaurado con la máxima delicadeza, y con innovaciones museográficas de clase mundial. Tiene ahora en su interior una enorme pirámide de cristal invertida, y un gran cielo de espejos que se desplaza, dejando al visitante con la boca abierta mirando al techo.
Dicho espejo en movimiento podría ser símbolo de un país vivo tan vivo como Brasil, que reclama un lugar entre los grandes. Sao Paulo –con su doble vida– parece el mejor lugar para empezar a conocer el país de verdad. Inagotable escenario para el tugar-tugar, que asegura muchos placeres cada día.