Kawesqar: entre el infierno y NY

Es la primera vez que un reo es sacado de su celda para ir a ver una exposición, custodiado por media docena de gendarmes y policías. El suceso lo produjo hace poco Mónica Oportot al inaugurar su última muestra fotográfica. Claudia V. se llama la reclusa, una adolescente alacalufe o kawesqar, acusada de delito grave. Su presencia era, sin embargo, la más importante. Miembro de un pueblo en vías de extinción que ha vivido en los canales del Sur por miles de años, ella era la única que podía identificar bien a las personas fotografiadas. Entre murmullos fue señalando a sus primos y tíos, cuyos rostros sombríos aparecen en la Exposición Kawesqar, canoeros de Patagonia Occidental, conocidos también como alacalufes. Se produjo así una involuntaria acción de arte, esa utopía de los creadores del último siglo que intentan unir el arte y la vida. La representante de un pueblo fueguino casi aniquilado por la civilización, intervino las fotografías con su dramática realidad personal, resultado de un proceso social de siglos. El admirable Hotel Remota de Puerto Natales, obra del Premio Nacional de Arquitectura Germán del Sol Guzmán, fue elegida como escenario de esta exposición producida por el Fondo Nacional de Desarrollo Regional, después de 45 días de Mónica Oportot en Puerto Edén, con ayuda de la Armada.

En la Colonia, los kawesqar llegaron a ser unos 5.000. Ya eran 800 a
fines del siglo XIX, y en el XX fueron reducidos a 61. Víctimas de los
cazadores de lobos y de las enfermedades introducidas por quienes se enseñorearon
en su territorio, estos recolectores nómades del mar, que nunca conocieron la
agricultura, ahora sobreviven apenas en tareas mínimas y con ayuda oficial
insuficiente. Los que no se han mestizado son una veintena, y los mestizados
suman algo más de 300. Quedan unos pocos en Puerto Edén y Puerto Natales; otros
en Punta Arenas. El anciano que mejor conoce su lengua y tradiciones, el
artesano Alberto Achacaz (en la foto con ubicación geográfica de su etnia), se apaga,
inconsciente, en el Hospital Naval de P. Arenas. Casi todos se hallan
sumergidos en ese pegajoso anonimato del hombre más pobre, que sólo es visible
cuando comete falta.
Pero no todo es infierno ni invierno. Carlos
Edén-Maidel, hijo de madre y padre kawesqar, tiene hoy el status de consultor
del Consejo Económico y Social de la ONU en
materias de pueblos originarios (en la
foto, durante una charla). Cercano a los 70 años, jubilado, sin hijos,
sigue como activista en el tema indígena. Lleva 30 años viviendo en Nueva York
y escribe su propio blog. Cuando niño fue acogido en el hogar de un sargento de
la Fuerza Aérea y su mujer, a quienes recuerda como buenos padres, que lo
educaron en un colegio inglés. Preso político durante la dictadura
cívico-militar, debió exiliarse después de 1973. Hoy, desde el condado de
Queens, nos ruega que pidamos mayor protección social para sus pocos hermanos
kawesqar. Nada para él, reitera, si bien “mi cheque no es muy grande y la
situación económica en EE.UU. está cada día peor.” No
es el cielo.