Kant no era lo que se cree
A cualquiera que ame los viajes le da rabia leer algunas biografías de Kant.
Se nos dice que es “una de las mayores inteligencias de todos los tiempos“, un filósofo universal, y se agrega de inmediato que vivió 80 años de soltería sin salir nunca de su pueblo y sus alrededores. Por su puerto del Báltico pasaban barcos en dirección a todos los mares, pero que jamás se dejó tentar por un viaje. Nunca tocaría las piedras magníficas de Atenas, no navegó por Venecia, no se le pusieron los pelos de punta en Petra. Los rumores tentadores del Oriente le entraban por una oreja y le salían por la otra. El mundo maya tal vez era para él una simple curiosidad, y le resultaban unas rarezas de enciclopedia los encumbrados monasterios de Meteora y los templos bizantinos ocultos como topos en Capadocia.
¡Allá él!, piensa uno, sin entender nada. Pero, desafiado, picado, empieza a averiguar más sobre Königsberg, la pequeña ciudad prusiana donde Kant vivió de la cuna a la sepultura. Y entonces concluye que en una región como esa no es necesario salir a recorrer mundo: el mundo pasaba por sus calles. Los prusianos primero, los alemanes después, los rusos con armas en las manos durante la Guerra de los Siete Años, los soviéticos en la segunda guerra mundial. Hasta los vecinos polacos se daban algunas vueltas…
Incluso, sin salir de su casa, Kant también podía conocer mucho de otras regiones de Europa. Descubrimos que su natal Königsberg ya ni siquiera figura en los mapas de Europa. Tal vez había salido a viajar, y con ella vagaba el espíritu de Kant sin moverse de su escritorio.
Pronto supimos que eso no era mentira, pero tampoco exacto. Ahora Königsberg se llama Kaliningrad, y se encuentra apretada entre Polonia y Lituania. Es un diminuto enclave ruso. Ya no está físicamente unida al gigante eslavo, pero desde fines de la segunda guerra los gobernantes de Moscú se empeñan en mantenerla bajo su control. Como se halla dentro del área de la Comunidad Europea, hacen lo posible por convertirla en otro Hong Kong, paraíso de inversionistas.
Nuestra búsqueda, inesperadamente, nos hizo descubrir a un Kant no imaginado. Nunca viajó, es verdad, pero fue el más inteligente de los grandes lectores de viajes, y gracias a eso, un minucioso conocedor del mundo. En un texto de 1824, el profesor de Heidelberg Kuno Fischer, su biógrafo más adelantado, revela que el professor Kant nunca tenía más éxito en la universidad de Königsberg que cuando dictaba cátedra de geografía física y antropología. Escribe:
“Reemplazó los viajes con la lectura asidua y detenida de los relatos de viajeros. Hablaba con tal exactitud e interés de las particularidades de un país o de una ciudad, que más de una vez se le hubiera tomado por un touriste…”
Nuestro más querido Kant: ¡el turista!