José Miguel Ibáñez Langlois | Desvelos del Opus Dei

José Miguel Ibáñez Langlois
Desvelos del Opus Dei

Escaso aprecio muestra el crítico Ignacio Valente por las novelas de Isabel Allende y la magia de Harry Potter, aunque se ha alejado un poco del análisis literario semanal. (A veces suelta la lengua en charlas universitarias, y aquí rescatamos algo). El mismo personaje, ahora con su nombre de cuna, José Miguel Ibáñez, y como clérigo, prefiere hablar de lo que, a juicio suyo, habría pensado y hecho Escrivá de Balaguer en medio de un mundo católico tan convulsionado. 

Por Luis Alberto Ganderats

No hace mucho puso de buen humor a su público con una opinión muy franca sobre las novelas de Isabel Allende, como si hubiese querido ratificar lo que dijera minutos antes al referirse  a los grandes personajes de la literatura, que son buenos y malos a la vez. “¡Sí, sí, hay que ser malo también!”, afirmó. Esa especie de elogio inocente de la maldad, ese acto de confesión no forzada, fue casi un anuncio de lo que vendría. Dijo muy luego: 

“Y con las novelas de Isabel Allende, ¿qué?  ¿Hasta dónde llega uno leyendo? ¿Hasta la página… digamos, 32? ¡Buuuh! No, no la estoy despreciando. Tiene algunas (no se entiende lo que dice) maravillosas. Pero son novelas al servicio del mercado, de los tópicos de una Latinoamérica de utilería filtrada por el new age de California. ¡Y hasta aquí llego no más! Isabel Allende… ¡perdón!”.

Aúnque lleva varios años alejándose de la crítica literaria en El Mercurio, donde ahora escribe sólo cada tres semanas, no logra impedir que se le chispoteen sus opiniones. Lo que acabamos de contar le ocurrió durante una charla ofrecida hace un año en las Jornadas Internacionales Explorar la ficción, en Santiago. Con igual frescura habló de Harry Potter.

Algunos me dicen ahora: “Es mejor que los niños lean Harry Potter en lugar de drogarse”. Obvio que sí; pero ¿qué hay en las páginas de Harry Potter? Nada.¡¡No hay naaaada!! Las casas editoriales, ¡perdón, editoriales!, lo comparan con las obras de Lewis Carroll, de Stevenson. ¡Por favor! Harry Potter es un jovencito moderno, versión para niños posmodernos, con una magia tonta. ¿Qué me importa a mí cómo se hace el sortilegio para convertir botones en lagartijas? Eso es lo que enseñan en esa famosa escuela. ¡Y a mí qué! No es que esa historia no tenga una cierta potencia en lo que se refiere al bien y al mal, pero es muy pobre esa magia de niños que vuelan en escobas. Ojalá los niños leyeran otra cosa. Pero claro, si yo pasé por Salgari, que ellos pasen por Harry Potter… Ojalá un día lleguen a leer Alicia en el País de las Maravillas y La isla del tesoro.

A pesar de los años, a este poeta-crítico no se le ha borrado una sola línea de su código de barras intelectual. Escribe, estudia, hace clases, ofrece charlas muy lúcidas y llenas de vida -ya lo hemos escuchado-, pero lo que más hace todos los días es confesar.

Yo sé a qué hora entro al confesionario, pero nunca a qué hora salgo-, nos dijo más de una vez al ser requerido para conversar sobre él y los diez años de la canonización de san José María Escrivá, fundador del Opus Dei, entidad católica que da soporte religioso a la Universidad de los Andes, de la cual es capellán y profesor.

De todos los chilenos, no hay ninguno que tenga un nombre más estrechamente asociado a la vida y pensamiento del santo Escrivá. Fue activo participante en las ceremonias que hace veinte años lo llevaron a la condición de beato, y hace 10, a la de santo, para ser subido a los altares. ¿Quién sino él para imaginar qué habría dicho y hecho Escrivá -de estar vivo- en este momento convulsionado de la historia de la Humanidad? 

De eso hablamos (de otras cosas se niega a hablar) en estas páginas que quieren recoger el vivir más profundo de este hombre de 75 años, poeta anciano si nos rindiéramos a las  categorías bíblicas, pero que juega tenis regularmente. “¡No sé qué haría sin el deporte!”. Ha construido su fama en el mundo de habla hispana por la fe y la fecundidad. Por el mérito de su poesía y su prosa, la lucidez de su crítica y el decir elegante, heredado de una familia de formación francesa. Su condición de “brillante curicrítico”, como le calificara Neruda durante un volar de plumas de 1967, le dio más notoriedad que cualquier otra cosa durante los 45 años que lleva en El Mercurio.

La Barcarola y varios libros de Neruda carecen  de “sufrimiento creador”, había escrito con su seudónimo de Ignacio Valente. Si no se hubiese producido una encendida reacción del futuro Premio Nobel, en la cual salió al baile una cierta “moza robusta”, la presencia de ese joven sacerdote en la crítica habría pasado mucho tiempo casi inadvertida para el gran público. Es que se le pasó la mano. “Ahora que leo de nuevo esa crítica mía, le encuentro un tono irónico y casi sarcástico, impropio de un aprendiz de crítico para tratar a todo un Neruda. ¡Pecados de juventud”, dijo en una entrevista de El Mercurio:

Neruda se anduvo saliendo de madre, y con una cita de Estravagario me recomendó: ‘búscate una moza robusta / y déjate de tonterías’. Más tarde incorporó esos descargos suyos en sus Memorias, pero sin la moza robusta. A estas alturas, da lo mismo lo que le contesté. Expliqué lo que yo entendía por ‘sufrimiento creador‘; reiteré los argumentos literarios de mi crítica; y tal vez saliéndome de madre yo también, le respondí lo de la moza robusta recomendándole la castidad y la disciplina carnal como fuerzas creadoras…

La castidad es para Ibáñez un tema mayor. Tal vez por eso prefiere ni imaginar siquiera como tomará monseñor Escrivá, desde el lugar donde se encuentra, la ordenación de mujeres, el matrimonio de los sacerdotes y otras prácticas recientes de muchas iglesias cristianas. El tema de las mujeres -robustas o no- lo deja para el ámbito literario. Y aunque ha ido por la vida nadando como un pato cortacorrientes, dice que las polémicas no son buenas, porque se personalizan. Menos buenas todavía si son con otras iglesias. Lleva varios años viviendo medio oculto de todo lo que se aleje de la vida de iglesia. Como se niega a quitarle tiempo al rezar, al confesar y al pensar, ni siquiera se ha ocupado de aprender los mínimos secretos del mail y del teléfono celular, aunque ostenta dos complejos doctorados y otros títulos universitarios. Utiliza su computador como simple procesador de textos, y muy poco más.

En ese procesador de textos puso orden minucioso a muchas de las ideas y respuestas que nosotros buscábamos al interrogarle sobre Escrivá, y lo que el fundador del Opus Dei podría decir hoy sobre las agitadas circunstancias del siglo XXI, especialmente en la Iglesia Católica.

Dentro de un mes, el 9 de enero, los seguidores del santo  tendrán triple motivo para celebrar. Se cumplen 110 años de su nacimiento, y en esa fecha comenzará en el mundo del Opus Dei una serie de actividades relacionadas con los 10 años de su llegada a los altares y los 20 de su beatificación. Todo lo que el Opus Dei diga en el 2012 interesará mucho a sus seguidores, y tal vez más a sus perseverantes detractores, que forman legiones en el mundo.

El diálogo con Valente

-Monseñor Escrivá valorizó lo que él llamaba “santa pureza”, la castidad. Pero  considerando la erotización del mundo actual, ¿es posible esperar resultados con los métodos concebidos por él  en otra época y en otro país?  

-En cuanto a épocas y países, no hay diferencias substanciales. No hay sociedad ni tiempo en que este gran triunfo sea fácil, no hay sociedad ni tiempo en que este triunfo sea imposible. Es muy cierto que el ambiente ha empeorado en las últimas décadas. En vida de san Josemaría  no había una publicidad tan agresiva, ni una pornografía como la que algunos buscan o encuentran en  Internet, por ejemplo. Pero las armas cristianas son las mismas: la oración y los sacramentos, la devoción a la Virgen, el espíritu de sacrificio, el aprovechamiento cabal del tiempo, el huir de las ocasiones riesgosas, la mortificación de los sentidos, sobre todo de la vista…

-¿Será necesario cambiar de métodos?

-Yo no conozco métodos nuevos en esta materia; yo sé que funcionan muy bien los métodos de siempre. Más aún: está del todo vigente hoy y entre nosotros aquélla antigua llamada de san Josemaría a una gran cruzada de pureza, de auténtica virilidad o femineidad: el estupendo desafío apostólico de purificar los espectáculos, las diversiones, las modas, los ambientes, ¡las costumbres!, todo esto como parte integrante de la recristianización de la sociedad o de la nueva evangelización, a la que han llamado los últimos Papas. Se esperan y se consiguen resultados estupendos con el mismo espíritu fundacional de san José María, a saber, la “santa pureza” entendida y practicada como una afirmación gozosa, como un gran sí al amor y a la vida, como un autodominio y señorío que ennoblece cuerpo y alma, como un ensanchamiento de la capacidad de amar del corazón humano, como un fomento del amor y de la fidelidad conyugal y de la familia generosa o abierta a la vida, o bien del celibato apostólico, según sea la vocación de cada uno.

-En la iglesia católica se ha dicho que es erróneo establecer una relación de causa-efecto entre celibato y pedofilia, porque este abuso afecta con gran frecuencia a hombres casados, y se reparte por igual entre empleados públicos y profesionales, sacerdotes y comerciantes. Sería ajena al celibato. Se informa que sólo el 0,1 por ciento de los casos de abuso proviene de los colaboradores de la Iglesia Católica. Sin embargo, el actual pontífice se refirió al tema hablando de una “nube de inmundicia que todo lo oscureció”, y cuya magnitud produjo en él “un shock inaudito”. ¿Cómo habría reaccionado monseñor Escrivá? 

-Habría reaccionado igual que Benedicto XVI, porque si bien es muy cierto lo que se  dice del O.1 %, ya un solo sacerdote que traicione así su ministerio es una pena enorme. San Josemaría habría reaccionado con el mismo dolor que el Papa actual, con el mismo espíritu de desagravio y reparación, y con el mismo rigor extremo de las medidas que se intenta tomar hoy, y que pidió siempre a los sacerdotes del Opus Dei: selección, madurez probada, exigencia máxima del celibato sacerdotal, saber guardar las distancias adecuadas con toda clase de personas, especialmente en la confesión sacramental y en la dirección espiritual o acompañamiento de las almas. Son medidas que algunos consideraban extremas en otro tiempo, y nos las criticaban, pero que hoy están mostrando toda su sabiduría y eficacia a la luz de aquellos penosos acontecimientos.

-Monseñor Escrivá conectó siempre con la juventud, entre otras cosas porque le gustaba la enseñanza y tenía mucha cercanía con los santos que, de acuerdo con sus contemporáneos, tenían buen humor, como Moro, Neri, Don Bosco y santa Teresa. ¿Cómo cree usted que habría juzgado las exigencias del actual movimiento estudiantil de Chile, acompañadas a menudo con humor y expresiones artísticas

 –En efecto, san Josemaría tuvo siempre un humor excelente. Y fue él mismo un artista notable. Al mismo tiempo, vivió gran parte de su vida rodeado de estudiantes, hasta el último día. Ahora bien, como sacerdote él sólo habló de Jesucristo: nunca quiso opinar acerca de materias contingentes, y menos aún de la contingencia política, por respeto a su investidura y a las opiniones de los demás. En el caso del actual problema estudiantil, habría hecho lo mismo; se habría ceñido a los juicios de la Jerarquía de la Iglesia Católica, sin añadirles una sola palabra. Digo todo esto en el entendido de que fue un gran educador, y llevó en el corazón todos los asuntos universitarios y escolares, como que tantas obras de esta especie nacieron en el mundo entero por iniciativa o impulso suyo: escuelas profesionales, universidades, colegios y escuelas para sectores “en situación de riesgo” como se dice hoy.

-Desde que murió, ¿qué ha estado ocurriendo con la imagen de san José María Escrivá entre los católicos chilenos. ¿Cómo se podría cuantificar el fortalecimiento del Opus Dei aquí y en el mundo?

La devoción a san José María, fue, desde su muerte misma, en todas partes, un “fenómeno de religiosidad popular”, como se lo ha llamado. La famosa estampa suya se encuentra en los rincones más inesperados del planeta: lo mismo en la barca de unos pescadores filipinos que en un bazar libanés. Todos ellos, igual que tantísimos chilenos, rezan esa oración para pedir algo a Dios por la intercesión del santo. ¿Cuántos somos los del Opus Dei? La verdad es que nosotros nos preocupamos poco y nada de cuantificar. ¿Seremos unos noventa mil en el mundo? Y de un ciento y tanto de nacionalidades distintas. El Opus Dei sigue creciendo a buen ritmo, gracias a Dios, en los cinco continentes, y en Chile. Nuestra expansión apostólica va abarcando nuevas tierras de África, de Asia, de la ex Unión Soviética…

-¿Ha sido necesario adaptar los métodos y prácticas preferidos por Escrivá para penetrar en una sociedad como la chilena donde los conceptos tradicionales han sufrido cambios radicales y es evidente una masiva laxitud religiosa entre los jóvenes y no jóvenes? 

-El Opus Dei nació en Madrid, pero no para España ni para los años treinta o cincuenta, sino para los cinco continentes y para todos los tiempos. Es tan español como japonés o chileno o austríaco. Lleva 83 años creciendo en ambientes diversísimos con los mismos “métodos”, con las mismas  formas apostólicas, desde su fundación, tanto en sociedades cristianas como politeístas o agnósticas o panteístas. Allí nos adaptamos espontáneamente; lo mismo en Chile. En el espíritu y en los “métodos” fundacionales no hay nada que adaptar.

-Eso suena como inmovilismo…

-Es más bien todo lo contrario: es expresión de una riqueza multiforme que se ajusta sola a las circunstancias históricas más diversas. El Opus Dei no “penetra” en ningún país ni ambiente ni tiempo determinado: allí simplemente estamos, como están nuestros demás conciudadanos, en virtud de nuestra secularidad y de nuestra mentalidad laical. No somos un reducto eclesiástico que “penetre”, como viniendo desde fuera, en ninguna institución, en ningún sindicato, en ningún medio de comunicación, en ninguna universidad…

-Si no “penetra”, ¿qué hace?, ¿cómo describiría ese fenómeno?

-Allí simplemente hay miembros del Opus Dei que son obreros o profesores o empleados, como los hay picapedreros o dueñas de casa: como cualquier hijo de vecino que labora en lo que mejor puede hacer. Así los fieles de la Prelatura: todos están en lo suyo, son gente de trabajo, son ciudadanos corrientes. Allí santifican su trabajo, allí se esfuerzan por ser competentes en su oficio, allí convierten en oración su labor profesional, allí quieren poner a Cristo en la cumbre de las actividades humanas, allí quieren acercar a Dios a sus amigos y colegas.

¿A qué se podría parecer?

-La mejor comparación histórica que se me ocurre para describir este fenómeno, y es la que prefirió san Josemaría: la vida común y corriente de los cristianos de los primeros siglos. El Opus Dei no nació por la iniciativa de un sacerdote de buena voluntad que se hubiera puesto a pensar  en ciertas necesidades de su lugar y tiempo, ni en el modo de remediarlas. En 1928, Josemaría Escrivá, que no tenía intención alguna de fundar nada, recibió de Dios la idea general clara de una institución que no existía, y que debía fundar él mismo, misión a la que entregó el resto de sus días. Así se explica que no haga falta cambiar nada de esa idea original en función de los  tiempos cambiantes.      

-Por el contacto permanente que usted tiene con las nuevas generaciones, ¿cuáles diría usted que son los aspectos de la vida y la doctrina de monseñor Escrivá que producen mayor interés en los jóvenes que están fuera del Opus Dei?   

-Les interesan las mismas dimensiones de la vida y el espíritu del Fundador que me entusiasmaron a mí cuando era universitario. La libertad de espíritu, la honda alegría cristiana, el amor por el trabajo bien hecho, la frescura e inmediatez del encuentro diario con Jesucristo en la vida ordinaria. Lo mismo en el estudio que en el hogar que en el deporte que en medio de la calle. La fe y audacia para proponerse grandes metas apostólicas con muy pocos medios humanos: un espíritu, como decía el Fundador, “viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo”; un ideal por el cual vivir y morir. Es todo eso lo que irradia la personalidad de san Josemaría.

La disminución de las vocaciones sacerdotales, cada día más evidente y dramática para la iglesia católica, puede hacer más importante que nunca la invitación de Escrivá a santificar la vida en el trabajo y en las labores cotidianas. ¿Los laicos podrían asumir algunas tareas de los clérigos?

-Los laicos de la Obra no tienen como misión suplir  tareas de clérigos, porque su misión es otra. Se desarrolla en la familia, en la fábrica, en el hospital, en la sala de clases, en  la cosa pública, en las ciencias, letras y artes… Pero de hecho su labor apostólica, al caldear la temperatura espiritual de todos esos ambientes, ayuda a que también surjan allí vocaciones sacerdotales y de religiosos y religiosas.

-¿Quién o qué es responsable de la escasez de nuevos sacerdotes?

–Es problema sumamente complejo, y tiene que ver con la historia de la Iglesia Católica y del mundo, el llamado el proceso de secularización de los últimos cincuenta años. No me corresponde buscar responsables, pero si vamos a buscarlos, somos todos los fieles católicos. En primer lugar, como decía san Josemaría, porque no rezamos bastante por los sacerdotes. Él mismo rezó siempre, a veces con lágrimas en los ojos, y nos pidió que lo hiciéramos a diario.

-Se ha dicho desde dentro del Opus Dei que la intolerancia religiosa que se advierte en el mundo afecta poco a América latina, y que sólo tiene fuerza en sectores europeos ilustrados, donde “predican la tolerancia de una forma tal que destruye la tolerancia”. Monseñor Escrivá tuvo conciencia de ese proceso que se incubaba en la Europa católica. ¿Fue una de las razones para crear el Opus Dei?

-La fundación del Opus Dei no surgió de ninguna razón circunstancial, de ningún motivo ligado a un lugar o país o ambiente determinado. El Opus Dei nació universal por voluntad de Dios. Es tanto de Europa o no Europa, siglo XX o XXI, ¡la Tierra u otro planeta que los humanos lleguemos a colonizar! Allí estaremos con el mismo espíritu, mientras haya algún trabajo humano que santificar, mientras haya prójimos que ayudar a acercarse a Dios.

-¿Viven casi en el limbo…?

–No. No significa eso. San Josemaría sufrió en persona una intolerancia a veces brutal, también dentro de ambientes católicos. La idea central de su fundación, es decir, la vocación bautismal a la santidad y al apostolado en medio del mundo, proclamada más tarde por el Concilio Vaticano II, fue considerada entonces por muchos como una revolución casi herética. Y era comprensible, porque rompía muchos esquemas. Tal vez por todo lo que él mismo sufrió en este aspecto, inculcó el principio de la libertad de las conciencias, el respeto por todas las opiniones ajenas, la fácil convivencia con quienes sean, por mucho que sus creencias resulten distintas de las nuestras.

-¿Cómo cuáles?

-Cooperadores no católicos, o no cristianos, incluso ateos si fuera el caso, mediante un nombramiento especial. El Opus Dei es la primera institución de la Iglesia Católica que  incorpora formalmente a los primeros. Así ocurre en tantas partes del mundo con quienes, sin tener nuestra fe, hacen suyo nuestro proyecto educativo, social, cultural y  asistencial. Se lo dijo una vez san Josemaría a Juan XXIII.

-¿Qué le dijo? -Que en el Opus Dei no habíamos aprendido de él a ser ecuménicos. Y el Papa asentía con una sonrisa amable. Sabía muy bien lo que acabo de contar sobre nuestros cooperadores no católicos.

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