Con Anita Lizana en Escocia
Primera entrevista en su casa de Dundee, después de 44 años de ausencia. Viuda y triste, la ex campeona de Forest Hills dijo lo que pudo en conversación con Revista del Domingo.
Ayer me dejó algo extrañado. La llamé por teléfono desde Edimburgo y me pidió que no me fuera directamente a su casa.
-Se puede perder. Juntémonos mejor en una tienda, en el centro de Dundee.
Dundee es una ciudad escocesa secundaria, a 80 kilómetros de la capital. Y aquí llevo media hora esperándola en una de las diez puertas de una tienda que tal vez se parece algo a Gath y Chaves, la elegante casa comercial santiaguina que ella dejó en los años 30. Mi problema es cómo identificarla si sólo la he visto en fotografías que la muestran como campeona adolescente y ella ahora tiene 66 años.
Hemos escrito sobre Anita Lizana varias veces. En los años 30 no hubo en Chile una mujer más popular, y revisando revistas y diarios es posible seguir sus pasos y raquetazos uno por uno. Su matrimonio con un gringo escocés en 1938 fue conocido y divulgado por la prensa tanto como hoy los supuestos noviazgos de Raquel Argandoña.
Es que ella era el primer chileno vencedor en Forest Hills y el más chileno de todos los campeones de tenis que Chile habla tenido: morena, chiquita, risueña. Algo así como Carlos Caszely con faldas y raqueta.
Y hace 44 años que se fue de Chile y sólo volvió, por unos días, hace 14. Ha vivido desde 1938 en Dundee, la tercera ciudad de Escocia. Encontrarla después que ha pasado la mayor parte de su vida más cerca de las gaitas que de las vihuelas, puede resultar una curiosa experiencia.
Observo cada rostro curtido que se acerca, cada cuerpo menudo, (“¿Tendrá el pelo teñido? ¿Canoso? ¿ Negro?”) Averiguo entre los vendedores y vecinos si conocen a la señora Ellis.
-Sorry, I don’t know her.
Nadie la conoce.
-¿Y a la señora Anita Lizana?
-¡¿Whitch?!
Tampoco
La fama es cuestión de días y geografías.
A los 13 años ella era campeona de Chile en la categoría de adultos y entrenaba con hombres, pues no habían mujeres que pudieran exigirle para progresar. Gracias a una colecta pública pudo viajar a Europa en 1935. Y dos años más tarde ganaba Forest Hills, la segunda competencia después de Wimbledon. La primera ganadora latinoamericana. Tenía 22 años. Ya casada, fue número uno en Escocia y Suecia. Nunca fue tenista profesional, a petición de su marido.
TIO CASI DIVINO
En Chile ya hay generaciones que ignoran su nombre. Por supuesto también ignoran que existió Aurelio Lizana, el tío que –junto con su padre– la formó. Un personaje inmensamente popular en el mundo del tenis en Santiago, como lo reveló el deportista y dirigente Carlos Ossandón Guzmán en una anécdota de sus memorias (Diario de un tenista o las ansias de ser campeón.1915-1929). En la casa de Ossandón se hablaba siempre con entusiasmo de ese recogedor de pelotas. Aurelio les daba la zumba a campeones chilenos y europeos. Y un día llegó a tanto el entusiasmo que un hermano de 4 años interrumpió la charla familiar de adultos para preguntar:
-Oiga, papá, ¿Aurelio es Dios?
No era Dios. Pero tenía paciencia de santo, y así modeló el juego de Anita Lizana, hasta que sus triunfos hicieron popular un deporte que practicaban entonces bastantes extranjeros residentes y unos chilenos palogruesos y de vida tranquila.
Los Lizana resultaban entonces casi una incongruencia jugando en el club alemán Tennis Riege des Deutschen Turfereins Santiago, cuando los campeones chilenos eran Harnecker, Bierwirth, Balbiers, Torralva, Hammersley, Taverne, Schonherr…
Estoy cavilando sobre esa ratita metida entre tanto extranjero cuando escucho que alguien se dirige a mí. Miro sobre el hombro y descubro a una señora pequeña –la ratita— canosa, de rostro tenso o tímido, vestida rigurosamente de escocés. Me pareció una Gabriela Mistral pequeña y menuda.
-¿Señora Lizana?
-Yes, I am..
Intento conversar con ella en castellano, pero me ruega hacerlo en inglés:
–El español lo tengo un poco olvidad, sorry.
Anita Lizana es Mrs. Ellis. Hablamos en inglés.
Jorge laniszewskí, que viaja conmigo para tomar las fotografías, me auxilia cuando mi british se hace corto y angosto.
LA LUNA DEL TENIS
Siguiendo su auto llegamos a una amplia casa de dos pisos en el mejor
barrio residencial de Dundee. Y en el interior, la cordialidad de Anita Lizana
se expande con tanta timidez como simpatía, tratando de entibiar una casa
todavía triste por su viudez eterna de hace dos años.
En el amplio recibo no hay nada que recuerde a la tenista (“tengo mis trofeos en el banco”). Nada
que recuerde a Chile, salvo un pequeño cóndor en cobre que le obsequiaron hace 14 años durante su visita a
Santiago. Mantiene escasa correspondencia con su familia chilena y en la prensa
sólo se entera de nuestras malas noticias. De nuestro tenis, casi nada. Ni
siquiera sabe quién es Hans Gildemeister.
-¿Es chileno? ¡Qué raro el nombre! ¿No?
-Y de Jaime Fillol?
-Algo me parece haber escuchado de él.
-¿Y de alguna tenista chilena?
– No, de eso no sé absolutamente nada.
Le recordamos que nunca más ha habido una tenista chilena que se acercara siquiera a ella en el éxito internacional.
Sonríe con modestia de buena ley. Como si dudara. No en vano lleva cuatro décadas lejos de competencias, haciendo de dueña de casa, de madre y abuela, de esposa (y ahora viuda) de un escocés bonachón que jugó tenis con cierto éxito, pero que para mantener su casa debió dejar la tenida blanca y dedicarse al comercio del carbón. No abandonó el comercio hasta su repentina muerte, por ataque cardíaco, hace 26 meses. Tenía 63 años. “Trabajaba demasiado”.
Anita Lizana ya no era más que la esposa de ese único comerciante en carbón de Dundee. Practica golf desde hace varios años y hasta hoy no abandona por completo el tenis. La ganadora de Forest Hills juega hoy en Fort Hill, pequeño club vecino a su casa, peloteando sin mucho esfuerzo con su hija Carmen, sólo aficionada, como sus hermanas.
SILENCIOS Y RUBOR
-¿Por qué no regresa a Chile
-Sería hermoso volver, quizás. No lo sé. En Dundee he vivido desde que tenía poco más de 20 años, He echado raíces. Mis hijas, mis nietos, todos, viven en Gran Bretaña. Me costaría acostumbrarme a Chile. Esa es la verdad.
-Pero al menos que volviera por un tiempo. Hay generaciones de chilenos que apenas han oído su nombre y deberían aprender de su ejemplo…
-Me han invitado. Debo ir. Quiero ir algún día. Pero antes necesito sentirme tranquila; estoy muy nerviosa con la muerte de Ronald.
-Cuéntenos de sus relaciones con él. ¿Cómo fue el pololeo?
-Es algo muy privado – advierte casi con rubor-. Solo me gustaría decirles que lo quise mucho, que nos conocimos en el año 1936 en un hotel de Peebles llamado Hydropathic, y que nos casamos en 1938…
– ¿Nada más?
– Nada más. El resto es nuestro.
Peebles, el escenario de ese secreto encuentro, es un pueblo casi fronterizo con Inglaterra.
VENCIDA POR LA GUERRA
Ya entonces era campeona de Forest Hills y le restaba ganar Wimbledon para tocar el cielo con su raqueta. Pero llegaron los hijos y junto con ellos la Segunda Guerra.
Siguió – como pudo- practicando en Escocia, donde el tenis femenino era débil, y entonces debieron ser varones quienes la ayudaron a mantenerse en forma. Pero no resultó suficiente ayuda, y por eso hoy tiene todavía un sentimiento negativo que no oculta bien.
-Seguramente sin la guerra yo habría ganado Wimbledon para Chile. Perdí en 1948 y desde entonces no he vuelto a competir.
En todo lo demás -hasta la muerte de Ronald Ellis-, Anita Lizana pareció siempre una mujer sin deudas que cobrar. Tuvo tres hijas lindas que son hoy tres mujeres. Ruth, la mayor, 40 años, cuyo esposo es el corredor de propiedades escocés Roger Weston, tiene ya una hija de 18 años. Vive cerca de Londres. Carol, la segunda, casada con un canario de apellido López, habita en Cornualles, sur de Inglaterra. Carmen, separada de un norteamericano-mexicano, de apellido Castillo, vive con su madre en esta casa. Las tres le han dado diez nietos. El menor tiene 1 año.
44 AÑOS IGNORADA
Cuando a Carmen Ellis le decimos que en Chile su madre es un personaje casi de leyenda, mira hacia el suelo (la modestia es el arte de mirar para abajo), y sonríe con la frescura de una niña. Y la verdad es que le cuesta creer que esa mujer, joven pese a sus 66 años, que se inhibe frente a la cámara fotográfica, enemiga del bullicio, y algo encogida, haya tenido personalidad triunfadora hace medio siglo, cuando en Chile ser a la vez pobre, mujer y tenista era una rareza de verdad.
A la misma Anita Lizana parece costarle mucho creer que aun su nombre siga siendo popular entre los chilenos. Reconoce que dirigentes del tenis nacional han demostrado muchas veces interés en que vaya a Santiago nuevamente. Pero con los periodistas chilenos ha tenido escaso contacto. Desde que salió de Chile nunca la han visitado en su casa.
–Nunca, ni una sola vez desde 1936 -dice-. Y ahora ustedes llegan y me encuentran vieja y con pena…
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