Arma secreta en el obelisco
“El obelisco debe ser demolido.” Nadie se sorprendió en Buenos Aires. Hecho por una empresa berlinesa en apenas cuatro semanas, llevaba tres años de críticas. La votación en el Consejo Deliberante fue de 23 votos contra 3, y se dieron razones estéticas, económicas y de seguridad.
El prestigioso ingeniero paisajista Benito Carrasco, alegaba…“¿Este obelisco qué simboliza? Nada. Absolutamente nada…”. Borges iría en su apoyo, aunque tarde: Sentirse orgulloso del obelisco, dijo, es “una tilinguería“, una cursilería. Lo trata de “adefesio” y “ridículo”
Igual, el gobierno suspendió la demolición.
En estos días, celebra sus 70 años de vida, y los argentinos lo aman. Escribe un diario: “Para los extranjeros, pasar por el Obelisco es llegar a Buenos Aires. Identidad pura. Como el dulce de leche, la birome y el colectivo, forma parte del imaginario urbano.”
Abel Posse, ex embajador trasandino, ha escrito que “salvo el tango, Argentina no tiene contraseña internacional alguna.” Eso podría explicar el éxito del obelisco como icono. Aunque puede ocultar un simbolismo grabado a fuego en el inconsciente.
Pero no nos adelantemos.
Nadie olvide que París con su torre Eiffel no ha tenido mejor suerte. Alguien la definió como “el Empire State después de impuestos” La Estatua de la Libertad –también ahora de aniversario– sufrió un ataque terrorista de G. B. Shaw. Dijo: “Es un monstruoso ídolo…”
El obelisco porteño –admitámoslo– no es poca cosa en tamaño: con sus 67,5 metros duplica al más grande que queda en pie en Egipto, y es más alto que todos los obeliscos tallados en piedra durante 4.500 años.
Hasta el nuestro, junto a Plaza Italia, supera a la mayor parte de los obeliscos milenarios, incluyendo los instalados en París y en el Central Park de Nueva York. El chileno tiene 24 metros. Otros, célebres, como el del Vaticano y el de Londres, apenas un metro más.
Desde el Renacimiento, el obelisco constituye moda en alza. El más grande es el de Washington, hecho en mampostería. Supera al de Buenos Aires por más de 100 metros. El de los porteños, sin embargo, puede tener –como ya adelantamos– un simbolismo muy especial para el inconsciente chileno: fue construido en el país de la carne, de los asados irresistibles, y la palabra griega obeliskos significa justamente…asador. Y su forma lo imita. Obeliskos es el nombre del hierro en que el gaucho ensarta la carne para dejarla asar, poniéndolo erguido como un…obelisco. Mirarlo, entonces, puede hacernos agua la boca. Un arma subliminal y secreta.