Anguila y otras joyas de la corona
Las arenas más blancas del Caribe, un mar de colores impresionistas e impresionantes hoteles hemos encontrado en la británica Anguila. También en St.Martin, que es a la vez francesa y holandesa. A una hora de vuelo de Puerto Rico y a seis de Panamá, se encuentran estas islas preferidas por muchos millonarios, ricos y famosos, desde Donatella Versace hasta Messi y familia. También por los turistas de nivel medio que aprecian lo distinto, buscan tranquilidad en playas secretas y quieren comer en algunos de los mejores restaurantes del mundo. Anguilla pone ahora sus ojos en Latinoamérica.
Por Luis Alberto Ganderats. Desde El Valle, AnguilaQue el Vaticano me perdone. Hay cosas de la tradición que han sido mal explicadas en la muy cristiana isla caribeña de San Martín. Sabido es que el patrono de Francia, san Martín de Tours, decidió compartir su ropa con un anciano que tiritaba de frío, y cortó su capa con la espada y así pudo abrigar a quien lo necesitaba. Por eso hay más de 4 mil iglesias francesas llevan su nombre, y también la parroquia católica del sector holandés de esta pequeña isla: St. Martin of Tours. En el exterior del templo vi hace poco la imagen de una santa que parece taparse los ojos. No supe la razón.
Ahora creo saberla.
Es que no se ha explicado suficientemente, parece, que Martín no cortó su capa y luego se la puso de taparrabos. ¡No! Cubrió todo su cuerpo. Como pudo y de arriba a abajo. Y tal vez por falta de claridad sobre lo que el santo hizo, las señoras y señoritas que estoy viendo aquí sólo llevan la parte de abajo del bikini.
La parte de arriba es optativa.
Y es más: el mínimo taparrabos que usan les deja casi todo el nalgatorio a la intemperie (¿así se dirá?).
Por eso, los fotógrafos cazadores de famosas semidesnudas se hacen el pino en Pinel, esta diminuta islita de habla francesa en San Martin, donde estoy ahora, bastante contrariado, como puede suponer el lector. Un restaurante clavó mesas de patas largas en el mar, a diez metros de la orilla, y grupos de bañistas charlan alegremente mientras dan cuenta de jugos de todos colores y de algunos acompañamientos sabrosos que les levantan el ánimo. Hay muchas mujeres lindas en topless, lo que me recuerda el Saint-Tropez sesentero, y algunas juegan a tirarse una pelota de playa. Para completar la provocación, quienes atienden a estas señoras son muchachos jóvenes que parecen modelos sacados de un catálogo de moda, con pelo largo y barba de cuatro días.
¡La vida puede ser muy dura!
Suele ser dura, pero no en esta islita ni en San Martín, la isla madre. A una hora de vuelo desde Puerto Rico, forma parte de las llamadas Pequeñas Antillas, donde pasarlo en grande es lo que cuenta. Parecen la insignia del Caribe preferido por los grandes cruceros. Tienen cientos de playas blancas y aguas color calipso, índigo, verde, azul y en vetas (cualquier intento de describirlas tendrá un pobre resultado; mejor me callo). No son las playas más admirables del planeta -he visto arenas y aguas casi ultraterrenas en la Polinesia, en las Cook, en el mar de Bali, en la Gran Barrera australiana y en dos o tres lugares más-, pero estas arenas antillanas serían todo un lujo para el Paraíso si las agregáramos a la versión bíblica.
Bellas en triple alianza
St.Martin es una isla fuera de lo común. Una parte es francesa; la otra, holandesa. Una parte se llama Saint Martin y la otra, Sint Maarten. Los viajeros gozadores, esos que “entre lo uno y lo otro siempre escogen lo uno y lo otro”, van a las playas del lado francés y también a las del lado holandés, y casi todos siguen a la isla de Anguila, llamada “la joya de la corona” –a donde estoy estacionado por unos días–, que viene a ser el lado inglés, pues se encuentra unida a St.Martin por un viaje en lancha de apenas 15 a 20 minutos. Podríamos temer que el turista se tope aquí con una caribeña torre de Babel, sin entender lo que se dice, pues fuera del holandés, el francés y el inglés, algunos nativos hablan papiamento, y otros, creole. Pero tal riesgo no existe. Los tres pueblos usan el inglés y se entienden bien. Es la lengua que todos necesitan, pues turistas norteamericanos –de Estados Unidos y Canadá— son los que ocupan la mayor parte de las camas disponibles y las mesas de sus restaurantes, algunos de los cuales figuran entre los mejores del mundo. Los norteamericanos, también, arriendan las villas más caras –casas con servicio de lujo y dimensiones palaciegas– que buscan los millonarios y famosos hambrientos de privacidad. Algunos llegan a pagar 20.000 dólares al …día. O 10.000 o 5.000, como nada. Es lo que nos dijo la directora de turismo de Anguila, Candice Niles, en una grata noche de conversación con ruido de mar, en un restaurante sofisticadísimo, pero sin más lujos que los de su cocina.
Entre los que van y vienen por aquí a figuran Brad Pitt, Shakira, Ellen DeGeneres, Robin Williams, Donatella Versace con su inmóvil melena rubia, Jennifer López y…Lionel Messi Cucchittini. Son muchos los ricos y famosos que buscan dónde esconderse sin pasar privaciones y atendidos por gente acogedora, descendiente de negros esclavos.
Por eso, en los tres sectores se ha multiplicado la construcción de villas de alto estándar. Claro que la isla no es exclusiva para ellos. Hay hoteles y hostales de nivel medio. El turista acomodado y anónimo encuentra aquí habitaciones a precios pagables, y con derecho a disfrutar de los mismos lujos en materia de playas, casinos, restaurantes y la máxima privacidad y soledad en lugares donde el atardecer parece un espectáculo de otro mundo, cada día diferente. Dice la directora de turismo de Anguila:
–Ya estamos formando en lengua española a la gente que atiende a los latinoamericanos. Y deberemos avanzar en algún momento hacia la creación de excelentes hoteles all inclusive, como los que hay en otras áreas del Caribe. El resto lo tenemos en abundancia y con ventajas.
De tales ventajas conversé con Haydn Hugues, Secretario del Parlamento a cargo de Turismo y Finanzas, hijo del Primer Ministro. Quería conocer las razones que tiene la isla para evitar el uso de jet ski y motos de agua; para reducir las embarcaciones con motor, y para negarse a recibir cruceros. Detrás de esas medidas no hay, como alguien podría pensar, una especie de fundamentalismo ecológico. Nada de eso.
–Lo que nos interesa es diferenciarnos de nuestros vecinos, para instalar mejor nuestro producto en el mercado turístico–, subraya Hugues.
Saint Maarten, por ejemplo, recibe aviones a reacción que pasan por sobre las cabezas de los bañistas de su playa Maho y en temporada alta llegan hasta cinco cruceros al día. Tienen enormes puertos para yates y una decena de casinos.
–Todo eso le gusta mucho a ciertos turistas, pero no a los que huyen del ruido y del mundo moderno que los agobia. Nosotros queremos ofrecer la tranquilidad y la privacidad que otros les niegan. Tal vez, algún día podremos tener una marina para yates, pero seremos muy severos en cuidar nuestra identidad como isla de turismo de descanso y deportes—dice Hugues.
Estos rasgos de la isla tienen contento a Scott Hauser, un empresario bostoniano que lleva casi 40 años como residente, haciendo negocios que no dañen a la isla.
-Muchos decimos aquí: “Si vas a St. Barts es porque quieres ser visto. Si te quedas en Anguila, quieres sentir que eres la única persona en la Tierra”.
Refugio para cabreados
La capital anguilense, El Valle, es una ciudad de primera. De primera… porque cuando se pone la segunda del auto ya estamos otra vez en el campo, entre muchas cabras y gallinas. Es un caserío de concreto sin aspiraciones urbanas, donde el turista no tiene nada que hacer. O muy poco. En el resto de la isla, sí. Anguila no parece anguila. Parece un pez arco iris por los multiplicados colores del mar y de su vegetación, que llega hasta las orillas de la arena más blanca del Caribe, y rodea casi enteramente la isla. El colorido se multiplica por mil con el rojo brillante de las flores del flamboyan, las buganvillas y las rosadas flores del white cedar, su cedro blanco.
Algunos turistas llegan por aire, en pequeños aviones, y la mayoría en lanchas rápidas desde las vecinas St.Martin o St.Maarten. La escasez de vuelos aéreos regulares en su territorio ha sido bendición y limitación a la vez. Le cuesta más recibir turistas. Hasta hoy ha dado más importancia a la calidad que a la cantidad, pero ya comienza a hacer esfuerzos para mejorar el transporte regular de pasajeros y a buscar nuevos mercados, como el latinoamericano.
En Chile y otros países existe alta demanda de playas blancas del Caribe, pero la aglomeración humana en algunos destinos famosos se ha hecho crítica. Para pillar alguna silla reposera desocupada en la piscina o en la playa, los huéspedes en plan de descanso deben…levantarse, cabreados, tan temprano como en sus días de trabajo.
Nos interesa ocupar ese nicho, dice Haydn Hugues. En su pequeño territorio –la mitad de Isla de Pascua–, Anguila tiene 33 playas casi vacías. Y ofrece restaurantes destacadísimos en la gastronomía mundial, animadas regatas y un carnaval de cinco días a principios de agosto, donde la isla se llena de risas y bailes con calipso y jazz, más otros ritmos insuperables del mundo mulato y negro, como el reggae.
La devoción laica de Bob Marley y Peter Tosh tiene aquí una catedral-bar. Está hecho con madera de botes desechados. Se levanta a 50 metros de la habitación que ocupo en el CuisinArt Hotel, sobre las arenas de la preciosa playa Rendezvous. Se llama Dune Preserve y sobre su techo verde se lee el nombre de Bankie Banx, su dueño, cantante famoso en la región. Todos los años, desde los noventa, realiza aquí un festival de largo aliento en que se lucen los purasangre del Caribe reggeatonero.
El próximo agosto, muchos celebrantes del carnaval llevarán, como siempre, su ánimo contagioso hasta los puertecitos de Blowing Point y Road Bay, para partir islitas de arena y cocotero como Sandy, Scrub y Prickly Pear. Otros se escaparán a comprar de todo a Philipsburg, la capital de Sint Maarten.
Pero poco después de las fiestas, sobre Anguila se dejará caer un silencio sobresaltado. Durante septiembre hay tres a cuatro semanas donde las fuertes lluvias y los temporales ponen un paréntesis al turismo con sus diluvios, su retumbar de truenos y ventoleras de miedo que se arremolinan como gallos de lidia en combate. Y los huracanes -al igual que los antiguos veleros piratas-, se pasean por el Caribe, produciendo el mismo temor.
La Europa de coral
Como casi todas las islas del Caribe, estas tres vecinas tienen una historia que ha dado más vueltas que un trompo. Desde Colón, St.Martín cambió de nacionalidad 16 veces… Este mar se llenó de piratas, filibusteros, bucaneros, saqueadores, traficantes de esclavos y pillastrines con abolengo. Las islas cambiaban de manos con rapidez de vértigo. En el Caribe las naciones europeas hicieron su práctica profesional en el arte del combate naval. La marina de guerra británica nunca habría llegado a ser lo que fue y sigue siendo, si sus grandes conductores no se hubiesen fogueado en estas aguas. Combatían, se tomaban las islas, vendían miles de esclavos y practicaban el contrabando en grande, de esto y aquello. Antes de tales experiencias, los buques ingleses sobresalían únicamente en la pesca del bacalao y la sardina, y en el comercio y pirateo dentro de Europa.
La marina de guerra que la historia destaca se la debe Londres a este escenario de paraíso convertido en campo de mil batallas y pillajes durante la colonia. En el Caribe cambió la historia de Europa. Así lo dice sir Geoffrey Callender, el inglés que escribió la historia naval de su país y fue el primer director de su Museo Naval.
No era sólo Inglaterra, claro. Algo muy parecido se podría decir de las más importantes naciones europeas. El ejemplo de Inglaterra sólo lo traigo a esta página porque estoy en Anguila, que es territorio británico de ultramar, y cada año celebra solemnemente el cumpleaños de Isabel II. Es uno de los 17 territorios no autónomos bajo vigilancia del Comité de Descolonización de la ONU, con el propósito de poner fin al colonialismo. Estos tres territorios son auténticas colonias europeas sobrevivientes, disfrazadas con misericordiosos nombres legales de fantasía. En su pequeño Heritage Museum estuve disfrutando hoy de una colección gráfica titulada “la invasión británica”. Vi fotos de soldados de Isabel II celebrando completamente desnudos el éxito de la operación. Iban camino a la playa más cercana.
¿Por qué ese espectáculo?
Anguila, que tiene 15 mil habitantes, formaba parte de la que hoy es la Federación de St.Kitts y Nevis –cuyo jefe de Estado también es la reina de Inglaterra–, pero los anguilenses, pueblo duro de rienda, decidieron independizarse de sus socios. Estaban contagiados –dicen– con la ola revolucionaria que un tal Fidel había originado pocos años antes en una de las Antillas Mayores. (Hoy existe un importante café en Porto Cupecoy, del lado holandés, llamado Ernest & Fidel…).
Los ingleses rápidamente cayeron sobre los díscolos de Anguila con sus paracaidistas fornidos, quienes, por el nerviosismo, no alcanzaron a echar trajes de baño en sus morrales. Los isleños les explicaron que querían separarse de St.Kitts, pero permanecer en la Comunidad Británica. Así –dijeron– pensaba la mayoría de los habitantes. Al lugar del desembarco ahora le llaman Bahía Cochinillos, aludiendo a la Bahía Cochinos de Cuba. La historia fue recogida en el libro Batalla de Anguila por la libertad.1967-1969, de Petty y Hodge.
Financiando el Paraíso
Existe en el museo una sección de fotos titulada “la invasión británica”, pero las versiones oficiales que nos dan es que los paracaidistas fueron recibidos entre aplausos por los anguilenses. Cuando todo eso quedó claro, los soldados de Isabel II se lanzaron al agua (¡era que no!), dejando aquella imagen inesperada de una tropa invasora, pero que seguramente no fue más que la repetición de muchos desembarcos históricos en estas tibias aguas de cristal de Angüilla, como ellos prefieren pronunciar su nombre.
En los museos militares del mundo no abundan desnudos como el de esos paracaidistas caderudos. Ahora los turistas ingleses casi no llegan a sus playas, y Anguila ha ido ganando terreno en autonomía y perdiendo terreno en apoyo económico de Londres. Por ser plana y calcárea, es mala para cultivar azúcar y la sal no le da ingresos como ayer. Así las cosas, depende económicamente de los turistas norteamericanos, y sobre todo de la protección que sus autoridades dan a los inversionistas extranjeros, que buscan sitios donde se les ofrezca secreto bancario, ausencia de impuestos o tasas muy bajas. Ha debido desarrollar una política liberal en la creación de fideicomisos, bancos extranjeros, fundaciones y distintas formas de inversión.
Por eso, Anguila se perfila como paraíso en lo turístico y también en lo tributario. Sus leyes prohíben expresamente compartir los datos de quienes disponen de cuentas bancarias, y sus nombres no son consignados en ningún registro público. Tampoco tiene acuerdos de doble imposición con gobierno alguno, y así mantiene su eficacia financiera.
El lado holandés de St.Martin, su vecino, también quiere afirmarse como centro bancario extraterritorial. Esto, en buen castellano significa que el sector financiero es extremadamente alto respecto al volumen de su economía. Tiene puerto libre, por lo cual llegan muchos rascacielos flotantes llenos de cruceristas. Es famoso por su activa vida como centro de deportes y distracciones en el mar, incluyendo el todavía poco conocido flyboard, que permite hacer vuelos cortos y fantásticas zambullidas de delfín (recibe ayuda de un motor externo, de chorros de agua y una manguera). Tiene el aeropuerto más moderno, y quince casinos funcionan en su pequeño territorio. Decidió ser Las Vegas de las Pequeñas Antillas.
El lado francés, en cambio, no destaca como paraíso fiscal ni le gustan los casinos. Se dedica principalmente al turismo dorado. Sobresale por sus muchísimas playas, sus hoteles y por el comercio inmobiliario de gran lujo. Pone sus ojos en el bolsillo de los que quieren tener “la primera o segunda casa en el Caribe”. Decidió ser el Saint Tropez antillano.
Esta minúscula Triple Alianza –al revés de la histórica– está ganando la guerra, o al menos muchas batallas en el turismo. Sus aliados son las aguas transparentes y las cuentas invisibles.