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Amboró | Una Bolivia de cuento – Luis Alberto Ganderats
Amboró | Una Bolivia de cuento

Amboró
Una Bolivia de cuento

Llegamos hasta el lugar llamado Los Volcanes, cerca de Santa Cruz de la Sierra, para descubrir un mundo casi imaginario. Aquí la cordillera de los Andes se disfraza de los Alpes suizos, y la fiesta del viajero se inicia con un trueno.

Texto y fotos de Luis Alberto Ganderats. Especial para revista Viajar Latino

Pocos lugares nos dejan con la boca abierta. Y tener esa experiencia en Bolivia, un país que conocemos tan mal, produce un placer de niño asombrado. Supera todo lo imaginable. El peldaño superior quizá lo podamos alcanzar –pensamos– si algún día se nos diera la oportunidad de visitar un bíblico paraíso en la Tierra.

Fotografiada desde una avioneta, apenas se alcanza a divisar una casita cubierta de tejas en medio de un prado verde-amarillento, enteramente encajonado por un círculo de cerros rojizos y verdes. Los más altos pueden tener mil metros de altura. Algo semejante habremos visto en algún cantón montañoso de los Alpes, en Suiza. Pero nunca en los Andes, donde ahora estamos.

La gente le ha llamado Los Volcanes a este escenario de cerros de arenisca. Se halla en la vertiente oriental de la cordillera andina, y forma parte de un enorme parque nacional casi virgen, llamado Amboró. El límite sur de este parque se encuentra a sólo 83 kilómetros de Santa Cruz de la Sierra, hoy la más activa ciudad de Bolivia.

Bajando al cielo

A medida que nuestro vehículo fue avanzando desde la meseta de Santa Cruz, fueron apareciendo hermosas colinas y luego montañas de la vertiente oriental del gran macizo andino. Lugares de gran belleza, conquistados por la selva subtropical. Pero la aparición del refugio Los Volcanes en esa danza de cerros hizo que todo lo visto en el camino perdiera fuerza.

Bruscamente, nuestro avance concluyó ante una puerta protegida por candados. Trepamos unos pocos metros, por una ladera, y ahí logramos ver y fotografiar la casa oculta, en un profundo y pequeño valle. Desde ese lugar, hay que bajar casi 500 metros por un sendero del que sólo son capaces los 4×4 de verdad, y no los vehículos hechos para el Salón del Automóvil. Eso lo sabe el dueño de Los Volcanes, que ha inventado una forma para que los visitantes anuncien su presencia: deben llegar provistos de un petardo que al ser encendido retumbe entre las montañas como un trueno. Entonces él monta en su Suzuki Samurai y trepa hasta la altura, como por un camino de tirabuzón, para buscar a los que llegan. En caso de dudas, un potente catalejo le permite identificar a quien llama desde la altura.   

 Albert Schwiening es un gran conocedor del mundo. Como ingeniero agrónomo y experto en materia de suelos ha vivido en países asiáticos y americanos por cuenta del gobierno alemán. Largos años estuvo en lugares remotos de la China más remota, en el mundo árabe, en la verde Costa Rica. Creció cerca de Frankfurt, en una región que supera en bosques a la domesticada Selva Negra. Y aquí en los Andes bolivianos su delirio explotó en Los Volcanes. Un día, por fin, pudo comprar este lugar único, por poca plata, y construir su casa y un refugio destinado a ornitólogos, a amantes de la naturaleza y a turistas excepcionales. Una agencia de Santa Cruz, Rosario Tours (ver recuadro) entrega información de cómo llegar y proporciona el petardo que abre las puertas a esa casa de cuentos.        

Gracias al buen humor del ingeniero Schwiening, la bajada por el tirabuzón se hace breve, segura, y se llega a la planicie verde-amarilla con certeza de que se está viviendo una experiencia distinta a cualquier otra. La casita pequeña se revela como una gran casona, simple, hermosa, con hamacas colgando en cada una de sus cuatro esquinas, y flores amorosamente cuidadas en todos sus corredores. Ahí alojamos, y a las 4 de la mañana, con luna llena, caminábamos, todavía incrédulos, en este escenario de sueños.

Schwiening es ahora asesor de los ganaderos de Santa Cruz, y ha destinado los fines de semana, y muchas vacaciones, de varios años, a convertir a Los Volcanes en un lugar digno del parque nacional al cual pertenecen los cerros que rodean su propiedad. El P.N.Amboró se inicia a cuatro o cinco kilómetros de su casa, pero no hay más caminos para avanzar que la naturaleza virgen, las huellas, las piedras de los ríos tranquilos, y las quebradas, que a nadie hacen fácil el avance.

A vivir esta experiencia llegan los que duermen en el refugio, y no habrá uno solo que se haya ido decepcionado. Amboró tiene 11 diferentes zonas de vida, las mismas que en todo un país como Costa Rica. Es una de las áreas del mundo con mayor diversidad de aves; y habitado por jaguares, por pumas, por el único oso sudamericano, el jucumari, ”oso de anteojos”. Basta caminar poco para asombrarse con la variedad de orquídeas y bromelias. El hombre, sin embargo, ha rasguñado apenas la superficie, pues no existen buenas rutas, ni puentes, ni se han despejado tramos de selva para permitir su penetración en gran parte del parque.

Es hasta hoy una invitación al descubrimiento, a la aventura extrema.

Hay una entrada oficial cerca de aquí, en Samaipata, y otra importante en el área del bello pueblo norteño de Buena Vista, que ha desarrollado circuitos de turismo al parque (ver recuadro.) También lo hace Schwieming en Los Volcanes, con guías y expertos para satisfacer distintos intereses y disciplinas.

Por esta vez, ViajarLatino sólo pudo asomarse a la selva, trepar por algunas horas hasta la masa verde que cubre las montañas de arenisca, bañarse en piscinas naturales, cruzar algunos ríos rojizos por el color de la roca que ellos lavan, semejante a la que hemos visto en Petra, la ciudad rosada de Jordania. Pero ha sido sólo un aperitivo, un asomarse apenas.      

Habrá otro día para la aventura completa. Y el lector queda invitado a que la viva antes que nosotros.

Y la cuente.     

De dónde salió

A pesar de que casi el 75% del territorio de Bolivia se halla cubierto por los bosques y pantanales de la selva amazónica, se la conoce más bien como un país andino, de montañas. Los Andes en Bolivia se dividen en dos gigantescos ramales que corren casi paralelos en dirección Norte-Sur.

La cordillera Oriental –de la que forma parte la serranía de Los Volcanes– se formó por las afloraciones rocosas empujadas por la presión tectónica entre la placa de Nazca, en el océano Pacífico y el Escudo brasileño. Las diferentes capas de la corteza terrestre, durante las eras Secundaria y Terciaria, se plegaron, formando distintas elevaciones. Los materiales depositados son principalmente areniscas –de la están hechos estos montes de Los Volcanes—buena parte de arcillas, más intrusiones de granito resultantes del magma surgido del interior de la Tierra.

La otra vertiente andina, cordillera Occidental, tiene origen volcánico y forma una línea de volcanes, la mayoría inactivos.

En el centro de ambas cordilleras se encuentra el Altiplano, con La Paz, el Titicaca, los salares: una serie de tierras planas y altas (promedio de 4000 m.) separadas por pequeñas serranías. Es en esta región donde se ha desarrollado la mayor parte de la historia escrita de Bolivia, y de ahí surge, erróneamente, la expresión “país altiplánico”.

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