Vuelta al mundo en un rato
Revisando papeles del último tiempo tropecé con una crónica de viajes que a muchos nos gustaría contar en primera persona: una vuelta al mundo en 15 días, pasando por cinco continentes. La escribe Javier Pérez de Albéniz, periodista y gozador zaragozano. Fue invitado por BF Goodrich para acompañar a 200 de sus vendedores premiados. La compañía aérea escogida para realizar este viaje especial fue LAN, partiendo desde Madrid. Para tentarnos con la exigente hazaña, hay que pensar tal como lo hizo nuestro Augusto d´Halmar, que hablaba de esa cosa “inútil y cautivadora que se llama recorrer la Tierra.” Con el ánimo de convencer a los que ya tienen esos apetitos, propongo aquí una adaptación personal del viaje, aunque sin movernos mucho del territorio de los sueños.
Partiremos desde Santiago hacia la intrigante Rapa Nui, para seguir a la Polinesia Francesa, la gran volada de los viajeros europeos del siglo XIX. El tiempo nos alcanza para una escapada a Bora Bora. Es esta isla un Edén en formato pequeño, y no un simple Paraíso, pues éste no puede separarse de su vocación de dolor. El paso siguiente nos pide seis horas de vuelo: Nueva Zelanda, el país de todos los deportes y los hobbits de Jackson. Aquí, lo más tentador nos ha parecido Rotorúa, la ciudad maorí, donde muchos tienen un géiser en el patio de su casa. ¿Qué ver en Asia? Los templos tragados por la selva camboyana en Angkor, una de las maravillas de la humanidad, donde abunda el placer y aprieta el calor (en la foto). Forma parte de la más breve lista de lugares donde no debiéramos faltar. Y después, todavía con el corazón agitado, podremos partir en busca del París de los anchos bulevares, el de los horizontes llenos de la belleza esparcida por artistas de todo el mundo. Y desde Francia, volar un largo trecho hasta Sudáfrica, otro bello escenario de una historia dramática. En el año 2007, sin embargo, es uno de los países mejor organizados para facilitar el reencuentro entre el ser humano y los grandes animales de la sabana. En sólo horas sabremos, por experiencia propia, algo de lo que sintieron Livingstone y Stanley. Antes de aterrizar en Santiago, el tiempo nos permite alcanzar las alturas de Machu Picchu y pisar las piedras del Cusco, donde la América precolombina nos da lecciones de grandeza. Así -en dos semanas y poco más- habremos borrado muchas de las ansias que hemos ido juntando desde la infancia. Nos habremos olvidamos incluso del trabajo, “ese refugio de los que no tienen nada que hacer.”