Torres del Paine: “Aquí se puede tocar a Dios”

Torres del Paine: “Aquí se puede tocar a Dios”

Una antigua viajera dijo en el Paine: “Aquí se puede tocar a Dios”. A nosotros nos dejó ver su fauna magnífica, incluyendo huemules y cóndores; el macizo, los glaciares, los lagos, todo deslumbra. Y luce una hotelería digna del mejor lugar turístico del planeta.

Por Luis Alberto Ganderats

No es posible imaginar un espectáculo más sobrecogedor. Desde el lugar donde miran  los cóndores en vuelo, en un viaje anterior, observamos un sector de Campos de Hielo Sur y el glaciar Grey, en Torres del Paine. Los glaciares con su piel rugosa y los enormes témpanos color calipso flotando en el lago no se pueden describir sin el lenguaje de los sueños. Hemos caminado antes por los hielos de Groenlandia y varias veces por la vecina Antártica. Los Campos de Hielo de Chile y Argentina les siguen en tamaño, y los igualan en belleza. Caminar sobre sus glaciares se siente como la primera vez, con el mismo temor y la emoción desbordada. En la isla de Svalbard –último lugar que habita el hombre sobre el  Polo Norte—supimos lo que es acampar en un territorio de osos. En el Paine dormimos en una hostería a la orilla de un lago glacial, y no vimos osos, sino una multitud de animales que nos llenaron los ojos de alegría. Ya se han hecho habituales las caminatas sobre el lomo congelado del Grey, acompañados por expertos, saliendo desde la vecindad de su hostería. Se trata de una de las más emocionantes experiencias de viaje que le quedan al viajero que no puede comprar un pasaje al Espacio con Virgin Galactic.  

Aquí abajo todavía es posible repetir la emoción de la primera inglesa viajera que llegó a Torres del Paine, en el siglo 19. Florence Dixie, hija del barón de Queensberry, dejó escrito en su diario. “¡Aquí se puede tocar a Dios!”.Le impresionaron las formas del granito y la roca negra del macizo del Paine, los colores de sus lagunas: “El más extraordinario azul brillante que haya visto”. Conoció una fauna abundante. Ella misma le dio el tiro de gracia a un huemul, de lo cual se arrepentiría siempre. Hoy día, este animal vive sin sobresaltos en el parque. Oculto por los árboles de un pequeño bosque, cerca del lago Grey, fotografiamos a un macho en plena libertad. Luego apareció la hembra. Por varios minutos los pudimos observar tranquilamente. Lucían en sus enormes orejas las marcas celestes instaladas por los que se ocupan de su protección. Sobre los farellones próximos al glaciar flotaban en el aire varios cóndores hembras, con su característico collar de plumas blancas. Así, en pocas horas habíamos visto los dos símbolos de nuestro Escudo Nacional en medio de una naturaleza intacta.

Ellos fueron sólo parte del gran espectáculo animal que nos permite el Paine en el 2010. De otro bosque vimos salir y pasearse a un zorro culpeo, rojizo, robusto, grande como un perro, que al verse seguido por nosotros, que buscábamos una buena imagen, empezó a gruñir y a emitir aullidos amenazantes. Al final, como le siguiéramos de cerca, abrió desmesuradamente su largo hocico provisto de colmillos de lobo, y simuló un ataque frontal, desviándose en el último metro, para tomar otro camino.

Era un aviso. Estábamos en su territorio, y lo defendía con decisión. Decidimos respetar las leyes de la estepa, que –obviamente–aún no conocemos bien. En una estada de tres días nos dimos cuenta que estábamos en medio de un oculto zoológico sin fronteras. Fueron entrando en escena la hermosa águila mora y el ñandú o choique, veloz como el correcaminos, que parece un avestruz más pequeña que la australiana y la africana, aunque no tiene ningún parentesco con ellas. Vimos volar un enorme flamenco chileno, y meditar al guanaco, siempre mirando desde las alturas. Pudimos oler la huella picante del zorrino y escuchamos el vertiginoso martillero de un  pájaro carpintero invisible. El puma nunca se dejó ver ni escuchar. Seguramente él nos vio y escuchó. En silencio. 

Emocionante resultó el encuentro con la fauna magallánica, cuya protección ya empieza a dar frutos masivos. Otro motivo de placer fue observar (y a veces disfrutar) la magnífica hotelería que ha nacido dentro del Parque Nacional y en su entorno más próximo. Y también  en la vecina ciudad de Puerto Natales, y en Punta Arenas, donde el clásico Hotel Cabo de Hornos ha sido restaurado con extrema delicadeza, hasta convertirlo en un cinco estrellas digno de cualquier gran capital del mundo.

Dentro del parque sobresalen el pionero de la gran hotelería moderna, el Explora, y la modernizada Hostería Lago Grey, donde el viajero se despierta con témpanos color calipso casi entrando por la ventana. Ahora, estos hoteles deben competir con el novedoso Patagonia Camp, campamento de lujo a orillas del lago Toro, con vista a las Torres del Paine. Sus huéspedes duermen en 15 yurtas, carpas cilíndricas de origen mangol, hechas con la última tecnología, baño privado, camas dobles, calefacción, terraza …y chef.

A 1 hora del Parque, el viajero encuentra un Puerto Natales irreconocible. Tiene varios hoteles de 5 y 4 estrellas, que pueden ser exhibidos como un ejemplo para el turismo que Chile quiere desarrollar. El Remota, el Índigo y el AltiplánicoSur son los nombres principales, pero hay una media docena de hoteles. Todos ellos han convertido a esta ciudad vecina del Paine en un lugar excepcional. Por su arquitectura, por su moderno diseño de luz, algunos de esos hoteles son una atracción en sí mismos. 

Torres del Paine tiene la belleza de siempre, pero sus servicios hoteleros avanzan con botas de siete leguas y la fauna recupera la visibilidad que merece en este lugar donde “se puede tocar a Dios.”

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