Tikal
Atenas del trópico
Llegamos a la selva de Guatemala bastante escépticos, buscando los restos de la principal ciudad de los “intelectuales del Nuevo Mundo”. Esta Atenas maya sigue sumida en el misterio. Sólo hay conjeturas sobre su origen y las causas por la que fue abandonada hace mil años.
Tikal es un pecado que cuesta confesar.
Por eso he tardado mucho tiempo en decidirme a publicar mi tardío descubrimiento. Ahora lo hago. Y para no disfrazar la aflicción del primer día, he decidido reproducir las notas que fui tomando durante la visita a Tikal, sin adornos ni grandes enmiendas.
Algo de la emoción que produce esta ciudad maya puede sentirla cualquiera que observe las fotografías de estas páginas. Aquí se levantaban templos mucho antes que los cristianos hubiesen construido uno solo en cualquier lugar del mundo, y cuando los romanos aun no ponían la primera piedra de su Coliseo.
La otra emoción, la de descubrir pirámides milenarias en medio de un océano de árboles -y luego trepar sobre ellas hasta la cumbre- quedó registrada en notas de viaje y apuntes que a poco andar tomaron el camino de las cavilaciones y reflexiones imposibles de contener. Éstas son…
Ayer decidí salir de la curiosidad. Tanto me han hablado del tema, que compré un boleto para el único avión que une la Ciudad de Guatemala con Tikal, un punto situado al otro extremo del país, al borde de las fronteras con México y Belice. El aparato debe volar más de una hora y luego tirarse de cabeza en un claro del bosque, donde existe una cancha de aterrizaje junto a las ruinas.
(Nota. Poco después de este viaje fue inaugurada una buena pista en López, a una hora de Tikal).Casi a ciegas ya estamos comenzando a descender. Y por fin asoma la selva, que ha permanecido oculta bajo una tropa de nubes durante el vuelo. La inmensidad de esta masa de arboles impresiona: no tiene límite vivible. Y en alguna parte, entre palmeras, cedros y caobas, se hallan ocultas las ruinas, la cancha de aterrizaje y la posada donde alojan turistas y científicos.
Un francés grita con entusiasmo. ¡Voilá! Dice que ha visto las cresterías de unas pirámides asomarse apenas sobre las copas de los árboles. Pero con mis prismáticos solo alcanzo a divisar unos hombres minúsculos haciendo señales con banderolas, en un claro del océano verde.
¡Tierra!
¡A MI CON TIKAL!
“Qué vergüenza” es lo primero que se me ocurre escribir después d un
día en Tikal.
Después de tanto tiempo, y de tantísimos entusiasmos, he llegado a descubrir
aquí, en medio de la selva tropical (¡con que desprecio nos referimos siempre a
lo tropical!), que los americanos deberíamos comenzar por conocer nuestra
América antes de saltar a otros continentes.
Si no lo hacemos así, continuaremos llegando a Europa en actitud de salvajes sumisos, sin pasado que mostrar, ansiosos de que otros nos muestren lo que es “la” civilización en sus orígenes.
Todo esto se me agolpó en la cabeza porque Tikal es un remezón.
Luego de abandonar el DC-3, caminamos por un sendero de dos kilómetros, sudando más de la cuenta. El calor y la humedad hacían ingrato el camino, especialmente a quienes llevábamos por dentro el temor de encontrar al final algunas viejas construcciones insípidas, incapaces de sacudir nuestra indiferencia.
Avanzamos con lentitud. Algunas piedras talladas nos entretienen a mitad de camino, pero no logran desalojar nuestra desconfianza. Esa desconfianza centenaria de quienes vienen escuchando a sus mayores sobre las insuperables maravillas producidas por el hombre fuera de América. Desconfianza que crece cuando el viajero ya ha tenido la oportunidad de visitar el Partenón, las pirámides y la Esfinge de El Giza, el laberinto de Creat, la ciudad nabatea de Petra, la vieja Jerusalén y milenarios templos budistas del Oriente.
¡A mí con Tikal!
Hasta que ese camino por la selva termina, y el rubor -y la emoción- se nos sube hasta las orejas.
ESPERAR EL SIGLO 21
Encontré frente a mis ojos -como si fuera un sueño- cinco grandes pirámides alrededor de una plaza, esbeltas y recias, con una dignidad que diría sobrenatural. A pocos metros de allí una sexta pirámide -el edificio precolombino más alto que se conserva-, cubierta de árboles y lianas, en una atmósfera de cuentos.
No fui capaz de dar un solo paso más.
Con un grato estupor permanecí detenido largo rato. Otros siguieron caminando, pero las piernas parecían pesarles toneladas.
Este es uno de los espacios cívicos más extraordinarios construidos por hombres de todas las épocas. El chillido de los monos-araña, la música de los pájaros y la ola vegetal que todo lo amenaza, producen un espacio sorprendente: ahí estaba una obra cumbre del Hombre reconquistado por las fuerzas ciegas de la naturaleza y las imprevisibles fuerzas de la historia.
Así imaginé de niño las ciudades abandonadas que Tarzán descubría en la jungla. Ahora, rodas las leyendas ese apoderaban de mis sentidos.
El arqueólogo que nos acompañaba (lleva tiempo aquí y ha perdido el estupor) nos habla del trabajo que espera a quienes desean desenterrar y desentrañar Tikal: ¡Un siglo por lo menos! Lo que estamos viendo, la Plaza Grande, es indudablemente el centro de la milenaria ciudad, pero una pequeñísima parte. El resto de Tikal, su vecindario de aldeas y casas campesinas cubren un área de 130 kilómetros cuadrados -un poco menos que Rapa Nui- , con más de tres mil construcciones.
Imposible resulta imaginar que dirán los excavadores y expertos cuando a fines del próximo siglo Tikal les haya entregado todos sus misterios.
PARECIDO A LA ANGUSTIA
Mientras recorremos la Plaza Grande y una multitud de caminos y senderos que llevan a una mayoría de ruinas aun semiocultas por la selva, la emoción paralizante del primer momento se convierte en una extrañeza que desemboca en algo parecido al desconsuelo.
Hace mil años, los 40 mil u 80 mil mayas que vivían en Tikal decidieron abandonarla. Nadie sabe la razón. Durante los mil años anteriores se había desarrollado en esta zona una civilización admirable en medio de una selva tropical húmeda y tórrida, el peor escenario que es posible imaginar.
¿Por qué abandonaron todo?
Nadie lo sabe. Tampoco sabemos de dónde venían, Algunos enraízan su cultura con los olmecas, pueblo de Chiapas, en esta misma región; y más atrás, con civilizaciones de Oriente y Europa, lo cual fue rechazado en una época, y ha vuelto a tomar fuerzas últimamente.
De saldo, en todo caso, solo nos quedan conjeturas.
Todos sabemos que los mayas, llamados “los intelectuales del Nuevo Mundo”, no sólo abandonaron esta Atenas tropical. Hicieron lo mismo con el resto de sus ciudades-estados y otros lugares que formaban su imperio. Lugares excepcionales -Copán, Uxmal, Yaxchilán, Palenque, Quiriguá, ¡tantos otros!- donde la civilización americana alcanzó el más alto grado de desarrollo en muchas áreas.
En esta región, el hombre pintó con tanto genio como los maestros clásicos de otras civilizaciones, y el naturalismo fue conocido antes que en Europa; desarrolló de talmodo las matemáticas que fue capaz de inventar de cero y crear un calendario más exacto que el Juliano, que regía entonces al Viejo Mundo; usó tejidos, joyas de jade y plumas de quetzal para confeccionar ropajes que se encuentran entre los más suntuosos -y elegantes- en la historia del Hombre.
Sabemos que en arquitectura levantó las pirámides de Tikal y Uxmal, que son un ejemplo de grandeza hasta hoy; en arte combinó magistralmente las manifestaciones religiosas egipcias, la sensual exuberancia del arte hindú y el esplendor decorativo de China; su admirable escultura es comparable a la del antiguo Egipto, y ningún otro pueblo americano tuvo antes de Colón una verdadera escritura.
CAUSAS DEL ABANDONO
Un día, sin embargo, esos creadores excepcionales no solo abandonaron sus ciudades, sino que algunos de sus múltiples talentos parecieron quedar atrapados en la selva. Chichén Itzá, donde dejaron huellas posteriores, ya los mayas no eran los mismos.
¿Por qué dejaron sus ciudades casi vacías en manos de pequeños grupos decadentes?
Se han ensayado ya muchas teorías para explicar la lenta estampida ocurrida hace mil años: terremotos, invasiones, pestes, militarismo decadente, destrucción ecológica, fracaso agrario… Se ha dicho todo.
Una teoría reciente -sostenida por expertos de la Universidad de Pensilvania, que ha formado los mayores expertos en Tikal- parece muy verosímil. ¡Que dice esta hipótesis? Las rutas comerciales fueron interrumpidas bruscamente, determinando su colapso. La causa hay que buscarla en guerras y ocupaciones que interrumpieron dichas rutas, pero más probablemente en un progreso de la navegación oceánica.
Tikal y las demás ciudades mayas se encuentran sembradas en una zona de grandes ríos que le servían de vías de transporte entre México y regiones al sur de Centroamérica. Por tales ríos era llevado el jade, que por su valor equivalía al oro y al petróleo de hoy. También por dichas rutas transportaban otras mercaderías importantes.
Pero, supuestamente hubo un progreso en la construcción de embarcaciones y en la navegación misma, que permitieron vencer un antiguo escollo: la península de Yucatán. Ahora pudo ser superada por mar, sin problemas, y en consecuencia, la ruta de los ríos quedó fuera de uso.
Al igual que los pueblos que terminan aislados por un cambio de la línea de ferrocarril, las poblaciones y centros religiosos mayas habían languidecido penosamente, hasta quedar virtualmente desiertos.
Presumiblemente, cuando las mayas emigraron ya habían sufrido la consecuencia de la crisis y no fueron capaces de repetís sus hazañas culturales en otras latitudes.
Los descendientes de estos pueblos forman hoy el segundo grupo aborigen americano en número de individuos (dos millones). Solo los quechuas le superan. Por los nuevos mayas han olvidado hasta el recuerdo de su grandeza, y no obedecen al nombre de mayas, que fue invento de los españoles.
COMPRANDO PIRAMIDES
Mientras recorremos Tikal -se necesitan tres días para un reconocimiento turístico satisfactorio- nos damos cuenta que las pirámides no impresionan por su altura. La mayor tiene igual elevación que la de Micerinos y solo la mitad que la de Keops, en Giza. Cualquier rascacielos puede superarla en seis o siete veces. Pero el rascacielos es una construcción utilitaria terrestre, mientras que en Tikal andan metidos los dioses.
Exteriormente, estas pirámides proyectan una fuerza fenomenal. Sobre ellas los sacerdotes celebraban sus ceremonias, poniendo distancia entre ellos y el pueblo, que debía observar desde abajo y desde lejos, en actitud maravillada, temerosa.
Solo en Palenque -a cincuenta minutos de vuelo- existe una pirámide funeraria, característica propia de las egipcias, y cuyo sarcófago, tallado dentro de un impresionante bloque monolítico, tiene forma de útero. Allá en Palenque también la selva ha recobrado sus derechos, y el hombre debe trabajar para mantenerla lejos de la rica herencia maya.
RIVALIZA CON ROMA
Dos décadas se cumplieron en 1985 desde que la Plaza Grande de Tikal quedó completamente al descubierto, tras un milenio bajo la selva.
Y para la cultura europea, la grandeza de esta civilización comienza a ser reconocida sólo a partir de 1839. Durante tres siglos los pueblos cultos del Viejo Mundo creyeron que los relatos que dejó la conquista española sobre estos pueblos y santuarios -incluyendo los de incas y aztecas- eran “descripciones fantasiosas”.
Descubrieron, sin embargo, que lo existente en América sobrepasaba “sus esperanzas más extravagantes”. Eso ocurrió gracias a que el estadounidense John L. Stephens hizo grandes publicaciones poniendo en evidencia los esplendores de esas culturas. Supieron entonces, por ejemplo, que Teotihuacán -en el altiplano mexicano- era durante su apogeo una ciudad más grande que Roma (200 mil habitantes). Y más tarde sabrían que Tikal era una excepción en el mundo maya, pues tenía las características de ciudad y no sólo de centro religioso, como los restantes centros de importancia arquitectónica.
Tikal, como ha dicho Alice J. Hall “rivalizó con Roma Alejandría y los grandes centros de la China”.
Lo normal en la civilización maya fue que solamente los sacerdotes, militares y otras autoridades vivieran alrededor de los templos-pirámides y en construcciones bastante fastuosas. El pueblo habitaba en aldeas vecinas o en casas rurales, dedicado principalmente a la horticultura y al comercio.
TEORIAS Y CARRILES
Todo lo que ahora hemos podido ver, con asombro, tuvo dos fuerzas motrices: la religión, primero que nada, y luego el comercio, la fortaleza vocacional de este pueblo.
Sobre la masa completamente ignorante existía una clase media de artesanos y artistas, y encima de ambas una pequeñísima elite dueña de todo el poder y de casi toda la sabiduría.
Muchos han pensado que era esta una sociedad simple de sacerdotes dominando sobre una masa campesina, pero los antropólogos ya saben que se trataba de una “sociedad compleja, estratificada y cosmopolita”, cuyo centro cultural máximo estuvo aquí en Tikal. El hoy llamado Imperio Maya nunca existió. Eran ciudades-estados -como las de Grecia antigua-, unidas por la religión común, el comercio y algo más, pero políticamente jamás formaron bajo un mando imperial. Sus orígenes parecen remontarse a más de 4 mil años antes de Cristo, con la llegada a esa región de los primeros antepasados mayas. Se supone que en alguna etapa, esos remotos abuelos y los de otros pueblos precolombinos, pudieron tener contactos limitados con grupos de Europa, Asia y Cercano Oriente, los cuales de algún modo habrían influido sobre ellos.
Por evidencias “extremadamente tenues” o por simples carriles teóricos, antiguamente se dijo que antecesores de los mayas pudieron ser asirios, hititas, fenicios, chinos, tártaros, hindúes, galeses, nórdicos (¡no faltaba más!), y, los egipcios, naturalmente, por las pirámides, la escritura jeroglífica y la adoración al Sol.
Nadie ha podido explicar, sin embargo, en forma satisfactoria dónde se originó este pueblo, aunque se supone que, como se dijo, su cultura madre puede venir de los olmecas. Todo es de tal modo distinto y sorprendente, que en una simple crónica no es posible dar una descripción y tal vez ni si quiera una idea completa. El tiempo que he tardado en recorrer Tikal es mejor que el necesario para contarlo. Solo fotografías podrían ayudarme a mostrar esta comarca sembrada de pequeñas y grandes construcciones, de una infinidad de montículos cubiertos de verde que ocultan quizá que maravillas.
Domina en todos nosotros n sentimiento doble.
Una parte tiene que ver con la comprobación abrumadora de que nuestra vida, la vida humana, es una minucia, y que toda vanidad personal resulta a lo menos divertida.
La otra parte de ese sentimiento estremece. Intuimos que este hombre-pequeño-capaz-de-grandes-cosas lleva con él un fluido superior a la materia.
Por eso, Tikal angosta la vanidad del individuo y hace más ancha la Humanidad.
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