Testigos de una boda a ciegas en Nueva Delhi

Testigos de una boda a ciegas en Nueva Delhi

En India, el matrimonio concertado por los padres de los novios es una tradición que perdura. ¿Por qué? Entre mil razones, por la creencia de que así resulta mejor que un enlace influido por el “amor romántico”. Esta es la crónica de cómo se vive esta celebración, y las motivaciones que hay tras ella.

TEXTO Y FOTOS: Luis Alberto Ganderats, DESDE INDIA.

Me ha sorprendido más Dulhan, el novio, que Doolhe, la novia, aunque ella no es para pasar inadvertida. Hizo su aparición llevando su cuerpo cargado con 15 kilos de vestidos y joyas, cubierta enteramente de rojo y oro, y dos veces perforada en su rostro, como ordena la tradición para la mujer que se casa: perforada en la aleta izquierda de su nariz, por una gran argolla, y en sus orejas, por aros con perlas y piedras. Como toda novia, se ha pintado un punto rojo entre las cejas y un grueso delineador khol destaca con negro las formas de sus párpados y cejas. Le adorna la frente una delicada joya de oro, plata y piedras sujeta por una cadena adherida al pelo, a lo largo de la partidura. Lleva manos y pies cubiertas al infinito por trazos rojinegros hechos con henna. Un extenso collar dorado –tradición del Punyab– le cubre el escote por entero, y sus manos casi desaparecen cubiertas por piezas de joyería que unen las pulseras y brazaletes con los anillos.

Lo más llamativo que ella usa hoy la acerca culturalmente al ajuar de su novio. Cuando levanta los brazos vemos que de las muñecas de la mujer cuelgan racimos de 60 centímetros de orfebrería llamados kaliras, con campanitas, usadas principalmente por los habitantes del Punyab, la tierra de lossijs, en el norte de la India.Y el novio –alto, delgado, erguido– ha llegado también con una prenda muy propia de esa región: un colgajo de trencitas de seda que se pende de su turbante ceremonial y le ocultan completamente el rostro. Por eso, él me ha resultado más sorprendente que la novia: parece la imagen congelada de otro tiempo. Las mismas trencitas las he visto en Amritsar, gracias a una vieja foto sepia de la boda real sij del príncipe ShriYuvaraj Rajvir Singh Sahib Bahadur

Seva Singh, uno de sus hermanos de fe, explica que esa cubierta del rostro pudiera ser una metáfora romántica del antiguo matrimonio con rapto, donde la cara del varón no debía ser vista.

Pero está claro que este novio encapuchado no raptará a su Doolhe. El matrimonio indio es cualquier cosa, menos un secuestro. Los padres y madres siguen escogiendo a las personas con que se puede casar el hijo o la hija, quienes a lo más pueden pedir que les propongan otras opciones. El 90 por ciento de los jóvenes se casa a ciegas, no busca pareja por su propia cuenta. Su marido o esposa llega como un desconocido, y deberá ser descubierto de a poco. Es un enlace entre dos familias antes que entre personas individuales. El que no entienda esto no entenderá nada de la India y de otros países de Oriente. En la India la familia es de verdad la célula básica de la sociedad, algo que siempre repetimos en Occidente sin mucho convencimiento. Aquí todo es con la familia y nada sin la familia.

Estoy siendo testigo –silencioso– de la ceremonia en que culmina una boda india, gracias a la invitación de la familia del Dr. Shyan Kukreja, destacado conferencista universitario en temas pediátricos y antiguo editor de Pediatric Today de Nueva Delhi.

Extraño y con capucha

Un murmullo femenino recibe al novio cuando aparece ricamente encapuchado en los salones del hotel Le Méridien. Una invitada a la fiesta me explica que antes de la boda ese joven Dulhan llevaba tres semanas sin ver el rostro de su novia, y después solo han estado juntos en grupo, nunca solos.

Hoy es el día en que los esposos iniciarán el proceso de conocerse y convivir, y eso debería terminar en amor, me dice Fathima Naik, convencida. Es una arquitecta de Islamabad que en Barcelona postula a un doctorado, y observa incrédula la multitud de separados y divorciados que conoce en Europa. En la India y Pakistán, advierte, eso ocurre muy poco. Y más confiable que el amor romántico occidental le parece el sistema de elección con participa- ción de los padres más el análisis comparativo y obligatorio de los horóscopos y las predicciones de una carta astral.

Tiene su teoría:

–En Europa se escoge al esposo o la esposa en el peor estado de lucidez: cuando se está enamorado o seducido sexualmente.

La fiesta continúa en el Méridien. Tranquilo, el novio comparte breves instantes con los que participamos de la fiesta. Se ha despejado el rostro. Luego, completamente solo, se sienta en un sitial color oro viejo, sobre una tarima, entre tules y arreglos florales que tapizan los muros, donde espera a la novia por casi una hora. Tiene cara de circuns- tancias. Luce turbante rojo; larga camisa profusamente bordada, el achkan; pantalones churidar, del Punyab (muy pitillos). Usa zapatos juttis, encorvados, estilo príncipe Aladino.Y algo especial destaca en su cintura: una ancha cinta color rosa, anudada a la izquierda con amplio lazo. Esa cinta sirvió ayer al brahmán para rodear y juntar a ambos novios, dejándolos simbólicamente unidos para siempre.

Esta es la noche de ambos. Su noche de luna de miel. El primer paso de un camino largo e incierto. En estos salones están culminando tres días de ceremonias y de manifestación de costumbres cuyos orígenes se pierden en la historia, pero que se respetan como la palabra reve- lada. En las anteriores ceremonias importantes solo participan los más cercanos de la familia. Hoy los hombres visten formalmente, llevan turbantes amarillos o rosados, como en el Punyab, pero sin barba y pelo corto. Algunas mujeres visten saris de elegancia perfecta, que las envuelven en hasta ocho metros de tela. Un niño de siete años que oficia de paje, lleva turbante, también achkan, churidar y juttis estilo Aladino. Lo veo recostado, lánguido, irremediablemente aburrido, sobre los sillones. Le pregunto si no le gusta el matrimonio.

–Sí, me gustó cuando llegamos. Pero ya se me acabó el hambre. Abre bien los ojos cuando una mujer anciana de la familia anuncia a la novia, y la banda de músicos uniformados que acompañó a su esposo, la Jea Band de Delhi, rompe el silencio en el exterior. Ya no es la algazara metálica que aturdía cuando siguiera al novio desde su casa a la de la novia, a caballo o en elefante engalanado. Para nosotros, esa música sonaba como si alguien hubiese lanzado tambores y bombos escalera abajo. Ahora toca una melodía suave

La novia entra al salón igual que lo hizo en su histórica boda el príncipe sij ShriYuvaraj Rajvir Singh. Cuando camina, junto con ella avanza un tapiz mantenido en altura por varones, de la que cuelgan rosas de género escarlata. Parece una medida simbólica de protección. Pero siento la tentación de pensar que esa tela es lo que queda –apenas un símbolo– del tradicional palanquín. La novia no va en andas, sino caminando y del viejo palanquín no vemos más que los hombres que lo cargarían. Ellos llevan el bello tapiz por los aires.

Extraña resulta la escena de ingreso de la joven Kukreja, pero tiene al menos la solemnidad suficiente como para conmover a la familia y sus invitados. La novia camina hacia su esposo y se saludan sin tocarse. El novio mira a la novia y le cuelga del cuello una guirnalda de flores blancas y rojas, y tal vez le roza la piel por primera vez. La novia mira al novio y le pone una guirnalda de flores, seguramente sin tocarle.“Es la unificación de las dos almas en un cuerpo”; representa la aprobación mutua. Al ofrecer la guirnalda declaran:“Comunicamos a todos los presentes que nos aceptamos el uno al otro en forma voluntaria y amablemente. Nuestros corazones están unidos como el agua…”.

Novios se ofrecen

Si no fuera por algo que he estado leyendo en la prensa local, diría que hoy nada me resulta muy sorprendente en la India. Nacemos escuchando hablar bien o mal del país de las vacas sagradas, de los conocido antes en la universidad, haciendo deportes o en vida social (nunca solos), y es posible que ya tengan del otro una visión algo mejor, y el matrimonio no sea un salto en la noche. Es matrimonio arreglado, pero no obligado. También existen sitios de Internet para hacer contactos en busca de cónyuge (Shaadi.com yBharatmatrimony.com), o con una nueva pareja (Secondshaadi.com), creado hace poco.

Pero el cedazo del brahmán y de la familia de la novia o el novio es imposible de evitar para la inmensa mayoría. La diseñadora de interiores Riva Newhal, hinduista, madre de tres hijos solteros, casada hace 23 años, sabe dónde aprieta el zapato:

–Es tan importante la familia, que pocos jóvenes indios se atreven a desafiar esta tradición. Si lo hacen, habitualmente se les margina. Muchos emigran. Sabemos que si bien no se trata de un matrimonio entre enamorados, durante el matrimonio se va gestando el amor.

Fuego, no pasión

Otras opiniones como la suya he ido encontrando en las horas que asisto al matrimonio de los Kukreja y también en conversaciones con gente al azar. Los novios llevan días de preparaciones y ceremonias familiares privadas. La principal y más íntima se realiza –como hace milenios– junto a un fuego sagrado, una llama encendida en algo semejante a un tradicional brasero, alrededor del cual los novios dan siete vueltas, y en cada una ellos toman un compromiso solemne con su pareja, frente a sus padres y el brahmán.

Muchas de las restantes ceremonias y formalidades que hoy acompañan a un matrimonio son más nuevas, e incluso no obligatorias. Depende de cada región y de las muy diversas costumbres de más de mil trescientos millones de indios. A menudo se trata de una sucesión de ritos que duran normalmente tres días, y que se celebran en las casa de ambas familias, donde los invitados toman desayuno, almuerzan y cenan, en forma vegetariana, normalmente sin alcohol.

El lugar para estas reuniones es habitualmente la casa de la novia, a la que se le agrega un espacio bajo toldo vistoso que ocupa parte de la vereda y la calle, y se cubre de colchonetas. Abundan las adoraciones o pujas, tanto como los bailes y el bullicio. Hay tambores y música grabada, especialmente cuando la novia en la víspera de la boda se hace pintar manos y pies con henna o mehndi. Es tarea de mujeres expertas, acompañada de amigas, y esos trazos duran dos o tres semanas sobre la piel.

En la noche del primer día, durante una ceremonia con brahmán, los novios intercambian argollas de compromiso.Y luego, en el mismo lugar, se celebra una fiesta, el sangeet, un programa con música, mucho colorido y bailes en grupo, que por semanas han ensayado amigas, vecinas, familiares, a veces con ayuda de un coreógrafo. Algunos cánticos ironizan candorosamente sobre el matrimonio o las suegras

En la ceremonia–fiesta final llama la atención el novio, que llega sobre un caballo blanco con un alegre séquito de vecinos, amigos y parientes, que caminan y bailan.

Esta noche, el novio arribó al Méridien de Connaught Place en auto alhajado con flores. Le seguía una banda de veinte músicos y una multitud cariñosa o curiosa.

Y en un gran salón, él ha esperado pacientemente a la novia para cambiar de vida, seguramente hasta el fin de sus días.

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