Salzburgo
¿Dónde está su chiste?
Rompimos muchas carillas intentando descubrir y explicar la fuerza magnética que la ciudad de Mozart ejerce sobre el viajero. Está claro que el ser humano hizo los borradores de esta ciudad, pero ¿quién los pasó en limpio?
En los últimos días he iniciado varias veces una carta a la mayor de mis hijas. Intento explicarle -cuando estoy concluyendo mi segunda visita a Salzburgo-, lo que no fui capaz de definirle personalmente en septiembre pasado, luego de descubrir la ciudad de Mozart.
Rosario, mi hija, que pasa por la edad de tránsito -tiene 16 años-, no gusta de las explicaciones a medias. Tampoco de las respuestas impresionistas: “Se siente una emoción que en vano intentaría transmitirte; hay algo mágico”.
Ahora que procuro ser más claro, pensé pedirle ayuda a Schubert. En una carta hizo él una descripción detallada de Salzburgo, para terminar entusiasmado: “Imagínate todo esto y tendrás una débil noción de su indescriptible belleza”.
Pero Schubert lo sintió de ese modo hace siglo y medio. No es argumento válido para una adolescente de 1984. Tampoco me sirve, por añeja, la ayuda de Humboldt: “Es una de las tres regiones más hermosas de la Tierra”. Los salzburgueses, por lo demás, habrían dado un salto. Ellos están seguros de vivir en la ciudad más hermosa de todas.
Puede tener fundamento el entusiasmo de los salzburgueses, y si no lo tuviese, ellos cuentan con un argumento invencible: “Probablemente, no todo lo hermoso es querido, pero todo lo querido es hermoso”.
Buscando argumentos más concretos y actuales, pensé describir algunas de las construcciones notables de Salzburgo, como el coro de la Iglesia de los Franciscanos, y un templo construido por Fisher von Erlach, el Kollegienkirche.
Después de repasar y revisar, me di cuenta de que me sobraban dedos en una mano si quería contar los edificios de Salzburgo capaces de deleitar a un arquitecto exigente.
Tuve que romper esa hoja de la carta.
Terminé ensayando una confesión:
“Hija, he descubierto un poco sorprendido que no hay muchos edificios excepcionales, por, hermosos o por antiguos. Los puentes que cruzan el río Salzach -el río de la sal- son feos: siempre han sido feos. Los jardines no abundan, ni abundan los jardineros. Las estatuas son perseguidas por los salzburgueses. ¿Las odian? Parece que sólo aman las fuentes. He terminado por pensar que el encanto de la ciudad tiene su origen en la música. Mozart no fue el primero. Nació en una ciudad que venía interpretando a los grandes maestros desde la Edad Media, y por donde tú te muevas, te sigue hoy una sensación muy dulce y rumorosa. ¡Es la música! (Y no la de Michael Jackson, desde luego).
“En este sentido, he tenido mala suerte, sin embargo. Cuando vine el año pasado los célebres Festivales de Verano habían concluido. Ahora debo abandonar Salzburgo en vísperas de su inauguración, con La Flauta Mágica… A pesar de todo, escucho música por todas partes. Anoche asistí a un concierto de Mozart interpretado por un grupo de cámara en el Salón de Caballeros. Fue emocionante. En este mismo salón del Palacio, el príncipe-arzobispo de Salzburgo escuchó la primera interpretación pública, hace dos siglos, de una obra que Mozart comenzara a escribir a los diez años. Tiene un nombre extraño: “La obligación del primer mandamiento”.
ENGAÑADO POR LA MUSICA
Casi nunca se interrumpe esa serie de Conciertos Palaciegos Salzburgueses. Además, se celebran aquí varios festivales y todos concluyen con el anuncio de otro que comienza en fecha muy próxima. Se ha ganado, así, el título de ciudad de la música, para orgullo de los austríacos. No sólo tiene, como se ve, el mérito de conservar las casas donde Mozart nació y vivió sus mejores años.
Debo admitir una cosa, sin embargo: poder palpar el piano que Mozart usara para componer muchas de sus obras es una experiencia conmovedora. Basta para hacer inolvidable la visita a Salzburgo. Pero no puedo decir que eso tenga que ver profundamente con el ángel de la ciudad. La casa donde el músico nació se halla modificada, y tiene la frialdad de un museo. “Y tú sabes, hija, que de todas las partes de un museo, la que prefiero tiene un letrero que dice claramente “Puerta de salida”.
¡YA SE ME VOLO!
¿Dónde reside, entonces, la gracia de Salzburgo?
“Estoy acercándome a la respuesta, y te ofrezco una respuesta para muy pronto”.
Ese mismo día estaba arrepentido de la carta enviada con tal promesa. La verdad es que yo seguía sin saber bien donde se encuentra el chiste de esta ciudad. La ilusión de haber hallado una luz se apoderó de mí al conocer una interpretación que hizo el creador de los Festivales de Salzburgo, poeta austríaco de estirpe judía e inspiración neorromántica, Hugo von Hofmannsthal:
“Aquí tenía que nacer Mozart… Está situado a mitad de camino entre el norte de Alemania y la Italia lombárdica; está en el centro de Europa, entre Sur y Norte, entre montaña y llanura; entre lo heroico y lo idílico; está como monumento entre lo ciudadano y lo campestre; entre lo antiquísimo y lo moderno; entre lo barroco principesco y lo apacible eternamente campesino. Mozart es la exacta expresión de todo esto. Europa Central no tiene más hermoso lugar”.
“¡Ya se voló!”, me habría dicho mi hija a la vuelta de correo.
Al fin y a la postre, yo seguía sin una respuesta propia. Con Salzburgo me estaba ocurriendo lo que a san Agustín con el concepto de tiempo: “Si no me lo preguntan, lo sé; si me lo preguntan, lo ignoro”.
Desde luego, no es una ciudad grande, si bien sólo es pequeña por fuera (tiene unos 150 mil habitantes). Históricamente no ha jugado un papel trascendental. Ha preferido pasar casi en puntillas, y son casi 5.000 los años de respiración humana en este valle.
CULTURA EN LAS MALETAS
¿Y su gracia no tendrá que ver con los placeres?
En tiempos de Mozart era el arzobispado más rico del sur de Alemania, y a la vez una profunda sensualidad incitaba a cometer todos los pecados capitales. Hasta hoy, la alegría parece formar parte del soma salzburgués. No es la expansión del Carnaval de Río o de la Plaka de Atenas. Es una alegría temperada; también profunda.
“Se nota en la forma de atender a los visitantes”, he pensado contarle. “Aquí hay una cultura que se respira, que se advierte en los detalles menores. Por ejemplo, nadie trata tus maletas en forma airada, como si ellas le hubiesen dado un puntapié en las canillas, Y en el Sheraton, recién inaugurado, nos regalaron, al llegar, fotos y dibujos del edificio. ¿Sabes? Parece la discreta modernización de un monumento nacional, aunque es un edificio completamente nuevo desde los cimientos. Aquí se respeta la unidad arquitectónica de la ciudad, existe conciencia histórica, y quien no ama lo valioso del pasado, sabe que sí lo aman, en cambio, los veraneantes e invernantes. Por tal razón, todos se sienten comprometidos con la dignidad de Salzburgo”.
Y no es una moda ni una costumbre desfalleciente. Las casas construidas en siglos tan distantes como el 15 y el 20 se diferencian exteriormente entre sí sólo por detalles estilísticos. Son todas, digámoslo así, miembros de la misma familia. A pesar de la riqueza y originalidad de muchas construcciones, domina siempre el conjunto.
UN PAISAJE UNIVERSAL
En lo anterior se encuentra, creo yo, una parte del encanto que produce Salzburgo. Pero no es lo principal. Antes que se impaciente con mis dudas y oscilaciones, deberé responder, señalándole un factor que he terminado por considerar decisivo. Se lo diré asi:
“He visitado Salzburgo desde el aire, como las aves; y desde el río, como los peces; al igual que las cabras, he trepado por los cerros que dominan la ciudad -el Monchsberg, el Kapuzinerberg, el Rainberg-, y también he caminado por el plano una y otra vez en todas direcciones, pisando mis propias huellas. Por eso ahora creo poder entender lo que otros entendieron antes que yo: Salzburgo, es como un paisaje universal sintetizado. En un pequeño espacio se hallan reunidos los conceptos de ciudad, montaña, llano, agua. ¡Ya lo verás en las fotos!”.
Resulta algo extraordinario -si no único- la coincidencia de tantos elementos del paisaje universal en un todo real visualmente dominable. Hans Sedlmayr llama la atención de que río, ciudad, castillo, valle, cerros nevados -los Alpes- puedan ser captados en un solo golpe de vista, con el cual se advierte una armonía casi insuperable.
“Donde tú camines, aun en el plano, siempre descubrirás en Salzburgo lugares para observar limpiamente el conjunto, o una parte principal. La historia, la naturaleza y el hombre han creado imágenes modelo que son verdaderos puentes: puentes del valle a la montaña, de arriba abajo, de norte a sur, de la montaña pequeña a la gran montaña, del microcosmos al macrocosmos”.
DOMICILIO DE LOS SUEÑOS
“Hija, hay un historiador de arte, Hermann Bauer, quien ha dicho que aquí se ha hallado una medida humana, y eso es lo que entusiasma al visitante y no deja ir muy lejos al salzburgués. Pero no creas que con esta explicación hemos completado el rompecabezas. Déjame contarte algo más. Al caminar por estas calles diríase que en toda mi vida no he hecho otra cosa que caminar por estas calles, aunque nací en un pueblo de Arauco. ¿Te resulta raro? A mí ya no tanto. Parece tener razón quien dice que Salzburgo se halla hecho de esa sustancia indefinible de la que se componen los sueños”.
“Por eso, quizás, cuando lo visité por primera vez, tuve la certeza de haber estado antes aquí. ¡No la conocía ni por fotografías! Ahora lo entiendo: ¡Yo había soñado con Salzburgo! La gente sueña desde niño con ciudades mágicas como Salzburgo. No son muchas en el planeta. Algunas sólo nos impresionan la primera vez. Pero a veces uno siente que nuestra alma ha cambiado como cambian los ríos, pues la ciudad que ayer nos produjo emoción, luego apenas nos roza la piel. No es que el alma cambie mucho. Es que esas ciudades no están hechas con el material de los sueños, como Salzburgo.
“Ahora todo lo estoy comprendiendo mejor. Yo inicié este reportaje hace muchísimos años vistiendo un alegre piyama de niño, tal vez montando sobre un jote gigantesco de plumaje sombrío. Así pude planear sobre esta Roma austríaca. Descubrí no sólo sus cúpulas y sus montes alpinos; también supe entonces que ya vivía ese abuelito montañés que tú aprendiste a querer en la historia de Heidi”.
FOSA POCO COMUN
He pensado describir en mi carta la Getreidagasse. Esla más famosa callejuela, la más recorrida (en ella nació Mozart) y, también, la más original. Gran parte de la gracia que vemos en ella cuelga de los edificios; son antiguos y elaborados letreros metálicos, con figuras que indican el rubro de cada comercio, como ocurría en el Temuco de Neruda, hechos de madera. En ambos casos, los letreros nacieron cuando mucha gente no sabía leer.
Algunos urbanistas exigentes ya se quejan de que cierta chabacanería asoma en ese bosque de letreros. Al visitante, sin embargo, toda la Getreidegasse le parece hermosa y pintoresca. Resultaría muy difícil describirla sin traicionar su encanto. Mejor le enviaré a mi hija algunas fotografías. Prefiero contarle otras cosas.
Le diré que abundan aquí los concertistas espontáneos, y que de una flauta dulce he escuchado brotar nobles sinfonías. Le gustará saber también que músicos jóvenes de todos los meridianos y paralelos llegan a Salzburgo atraídos por un hombre que no era flautista y que no nació en Hamelin -ciudad casi vecina, en la Baja Sajonia-, pero que ha sabido encantar a multitudes con La Flauta Mágica.
Quiero contarle, además, que he visto en uno de los cementerios las tumbas del padre y el gran amor vienés de ese hombre llamado Mozart. “Se llamaron igual que tu abuelo y tu hermana menor: Leopoldo y Eloísa”. También deberé decirle -¿cómo hacerlo para no producirle confusión?- que los restos de ese flautista salzburgués se hallan perdidos para siempre.
Terminó sus días en una fosa común. Una fosa poco común.
Después que le recuerde ese final ultrajante, ya no le parecerá tan raro que ese genio hubiese tenido que suspender muchos conciertos por la indiferencia de los públicos cultos de entonces. Uno de sus contemporáneos, Chamfort, quizás algo supo de esas salas vacías cuando se preguntó: “¿Cuántos necios se necesitan para hacer un público?”.
PERDON EN NOMBRE DE DIOS
Deberíamos alegrarnos, al parecer, de tales sufrimientos. Nadie que conozca la música de Mozart estaría dispuesto a cambiar esas lágrimas por las sonrisas de los felices de este mundo. En su época afligida y estrecha gestó él sus tres sinfonías más notables; también su Flauta Mágica y su Don Giovanni. Hubo días en que parecía condenado a mendigar:
“Estoy en una situación que no deseo ni a mi peor enemigo. Y si usted, mi mejor amigo y hermano, me abandona, estoy perdido… junto con mi pobre mujer enferma y mi hijo… ¡Perdóneme, en nombre de Dios se lo ruego!”.
Hoy en Salzburgo no se pisa una piedra sin que alguien no le recuerde a Mozart. Quienes en su tiempo le cerraron puertas en las narices tenían nombres que el mundo hoy no conoce.
“Yo mismo”, debo confesarte, “vine a Salzburgo por primera vez sin saber casi nada de la ciudad, salvo que existía una orquesta del Mozarteum y unos festivales de música en los cuales la memoria de Mozart a nadie pide perdón en nombre de Dios. Sólo al llegar aquí descubrí que Salzburgo -pido perdón en nombre de cualquier dios- sería igualmente memorable sin la huella harmoniosa de sus músicos”.
Tiene su propia harmonía, en otras palabras. Así lo reconoció un judío vienés que huyendo de los nazis puso fin a sus días en la brasileña Petrópolis, la misma ciudad donde Gabriela Mistral fue informada de que era la primera mujer de habla hispana que había ganado el Premio Nobel de Literatura. Stefan Zweig vio claramente en Salzburgo lo que yo no fui capaz de descubrir.
Ahora, gracias a él podría decírselo a mi hija de este modo:
“Lo que sucede es que la ciudad y los campos que la rodean son un mundo en sí mismos. Aquí y allá se encuentra quebrada la línea dura, el paisaje penetra dulcemente en la ciudad, como a su vez la ciudad se abre en abanico hacia el horizonte de prados y montañas, Por eso a la gente no le importa vivir aquí en casas apretadas y sujetas a la roca del cerro como si fueran el alma de la piedra; por eso, también, proporcionalmente llegan aquí más turistas selectos que a cualquier otra ciudad de Europa, los cuales se van con la sensación de haber sufrido una mutilación. Todo esto ocurre porque la gente camina unos pasos, y ahí aparece, a la mano, a toda orquesta, el universo resumido”.
Ya no quiero decir nada más.
Ahora puedo escribir una respuesta. Con lo ya dicho, creo poder identificar los elementos que hacen memorable a esta ciudad. Sólo me faltaría decir quiénes son los responsables de esta obra maestra, y me gustaría hacerlo en pocas palabras: “Salzburgo, hija mía, fue hecha en borrador por el hombre; y un dios la pasó en limpio”.
Ver texto publicado en revista en formato PDF Salsburgo