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Río de Janeiro tierra adentro – Luis Alberto Ganderats
Río de Janeiro tierra adentro

Río de Janeiro tierra adentro

Hicimos la prueba de estar varios días en la ciudad de las garotas y no ir a  las playas. Descubrimos un Río sensacional, de palacios, de parques, de cultura y sabrosa bohemia. También de chilenos muy famosos que aquí desconocemos.  

Texto y fotos de Luis Alberto Ganderats

No se necesita bailar ni saber portugués para sentir intensamente a Río de Janeiro cuando se escucha cantar así: Olha, que coisa mais linda / mais cheia de graça / e ela, menina, que vem e que passa /  num doce balanço, a caminho do mar

Los cariocas cantan la Garota de Ipanema como si fuera el himno nacional, y por estos días celebran los cincuenta años desde que fue interpretada por primera vez. El suceso llenó de placer a Tom Jobim y Vinicius de Moraes, que aún tenían sus ojos fijos en una jovencita de piel blanca que caminaba balanceándose como mulata. Heloísa Pinheiro era la garota en estado puro. Hoy es una abuela de 65 años, que vive en Sao Paulo, y que a los 56 aún posaba desnuda para Playboy, junto a su hija de 25.

Ella y los autores de la canción no han sido olvidados en Río. Su aeropuerto lleva el nombre de Jobim; una calle principal, el de Vinicius, y otra, el nombre de Garota de Ipanema. Pero aquí no sólo diremos cosas buenas de ellos, porque son responsables de que la gente llegue a Río y se vaya de cabeza a Ipanema, a las playas, lo cual nada tiene de malo; pero está mal que la mayoría de los visitantes se vaya de Río ignorando sus  deliciosos barrios históricos, sin saber que ha estado en la única ciudad americana que fue capital de un imperio europeo, y cuya dignidad todavía se conserva en muchísimos  lugares. Durante casi dos siglos y medio fue, en forma sucesiva, Río fue capital colonial, capital del Imperio portugués, y capital de Brasil (hasta 1960).  

Por quedarnos en las playas, hasta los chilenos ignoramos que en uno de sus barrios históricos, un hijo de Valparaíso, Jorge Selaron, se ha ganado la condición de artista más popular entre los cariocas y turistas. La última guía de la ciudad, O top do Río, que se vende en las librerías de la rua Vinicius de Moraes, dice que su Escalera Selaron, decorada por él, se “encuentra tal vez entre las cinco mayores atracciones de Río”. Y Wikipedia lo ratifica en la red: Lapa, una zona vecina al Centro, dice “es bien conocida por haber sido cuna de la bohemia carioca, pero también porque concentra buena parte de las actividades culturales de Río y por reunir dos de los conjuntos arquitectónicos más ricos de la ciudad: los Arcos de Lapa y la Escalera Selarón”. Agrega que la obra del artista porteño “es famosa en el mundo entero”. Su Escadaria ha sido escogida para grabar comerciales de American Express, Coca-Cola, Pepsi y Kellogs, y siempre la destacan grandes revistas de Europa y Estados Unidos.

Este es uno de los tantos atractivos del Río tierra dentro, suficientes como para olvidarse de las playas por unas horas — o muchos días– y poner los ojos en los barrios históricos, culturales y bohemios. Los recorrimos y nos han deleitado de verdad. No sólo Selarón fue un descubrimiento que removió nuestros sentimientos un poco patrioteros. Tuvimos otra sorpresa al hacer el recorrido hasta la cumbre del Cristo Redentor, símbolo mayor de Brasil y tal vez de América latina. En la estación Cosme Velho, donde se toma el trencito que lleva a ese Cristo fenomenal, encontramos que la hermosa tienda que vende recuerdos e impresos sobre el lugar se llama… Vitacura. Y su tienda gemela, con el mismo nombre, vende recuerdos en el Estadio Maracaná, la catedral del fútbol, donde cada domingo 100.000 hinchas rezan de verdad. ¿Qué hace el cacique Vitacura en estos territorios de los indios tupí, es lo que uno se pregunta? La explicación es que su dueño es hombre agradecido y él viene de Vitacura.

Bohemio y aristocrático

Río parece capaz de sorprender a todos. Nadie ignora que su fiesta mayor es el Carnaval, con sus escuelas de samba y su desenfado contagioso, pero en esos barrios donde la historia se ha quedado para siempre hay otras fiestas para pasarlo bien. Son fiestas para el estómago y para el espíritu, y tienen que ver con la mejor gastronomía, la arquitectura, los bares, las tiendas, las iglesias y centros culturales que a veces ocupan palacios tan nobles como llamativos. 

El mejor viaje tierra adentro lo hemos hecho, como todos los viajeros buenos para deambular, en el Bondinho, un visoso tranvía eléctrico que desde hace 140 años parte desde el Centro (al lado de la catedral de Sao Sebastiao), pasa por sobre el viaducto colonial Altos de Tijuca, y termina en el cerro Santa Teresa. Este es uno de los centros más vibrantes de la noche carioca junto con su trasnochador vecino, el barrio de Lapa. Nuestro santiaguino barrio Bellavista se podría parecer mucho a Santa Teresa-Lapa si estuviera construido en las laderas del cerro San Cristóbal y siguiera luego por el plano. Le faltaría, eso sí, el Bar del Mineiro, donde los fines de semana se preparan las mejores feijoadas cariocas (Paschoal Carlos Magno 99) y se echarían de menos las 60 cachazas del Bar do Gomes, hechas para reinventar caipirinhas (Aurea, 26).

Bellavista tampoco tiene historia de barrio aristocrático como Santa Teresa; ni las casonas, que hoy acogen a muchos grandes artistas, ni sus hoteles boutiques, preferidos por Benicio del Toro, Mick Jagger y el propio Sting. Éste, en su última visita a Lapa recorrió el Rio Scenarium, para ver qué hay de nuevo en sus tres pisos de antigüedades (rua do Lavradio 20). Luego Sting siguió la noche sin rumbo fijo tras el samba, el forró y el alicaído bossa nova, que ahora sólo parece interesar a los extranjeros. Hizo brindis en la cantina Carioca da Gema (Men Sá, 79) y, ¡cómo no!, en el Clube dos Democráticos (Rua do Riachuelo 93).

Santa Teresa vive mejor de día, pues tiene mucho que mostrar. Sorprende una mansión en que viviera la reina de la Belle Epoque carioca, Laurinda Santos Lobo. Estuvo en ruinas, pero hoy es un activo centro cultural, restaurado con incrustaciones modernas, y con gran vista sobre la Cidade Maravilhosa.  Una vieja fotografía de Laurinda se halla  grabada sobre un enorme cristal de la mansión. Parece la perturbadora imagen de un fantasma del 900. Ella recibía aquí a los más aristócratas y a los más famosos que llegaban a Río, entonces capital del Brasil. En su terraza bailó Isadora Duncan y con su guitarra el carioca Heitor Villa-Lobos demostró por qué era –y es– el compositor más grande que le ha nacido a América latina.

Fiel al país en que había nacido, Villa-Lobos compuso obras como  Amazonas y Uirapuru, con sonidos de la selva y las imitaciones con violinophone de la flauta de nariz indígena. Cuando alguien decía que él era un creador que “usaba” el folklore, repicaba: “Yo no uso el folklore, yo soy el folklore. ¡Eu sou o folklore! ¡Eu sou o folclore! (Lo amazónico, dicho sea de paso, se mantiene vivo en la ciudad. A orillas de la gran laguna Rodrigo de Freitas, en el Palaphita Kitch del Parque Catagalo, hemos probado la interesante gastronomía amazónica).

Calentar el alma

Los barrios del Centro también conservan tesoros de la época de Laurinda Santos Lobo. Uno de ellos es la enorme Confitería Colombo, que mantiene intacta su atmósfera de Belle Epoque, con espejos belgas, vitrinas de jacarandá, sabores inimitables y mesas de mármol llenas de rumores de la historia desde 1894. ( Rua Gonçalves Días, 32). Otros tesoros son el Teatro Municipal, de lujo afrancesado en Cinelandia, junto a la bahía y el Pan de Azúcar; la Academia Brasileña de Letras, instalada en una copia del Petit Trianon de Versalles; un palacio ecléctico diseñado a fines del XIX, de gran cúpula y columnatas, que ahora sirve al Centro Cultural del Banco do Brasil, donde se realizan actividades artísticas de nivel mundial, y el edificio del Ministerio de Educación, en cuyo diseño participaron Le Courbusier y Oscar Niemeyer.   

En esta ciudad de parques, mención especial merece el más digno de ser visitado: el enorme Jardín Botánico. Por su nombre desabrido puede desalentar a quien no lo ha visto. Este ex Jardín Imperial, de dos siglos, tiene avenidas con descomunales palmeras asiáticas plantadas por el Príncipe Regente en 1809, y las más delicadas orquídeas en su orquidiario, y bellas broemelias. Se puede admirar casi toda la flora de Brasil en medio de un fascinante concierto de pájaros. No lejos, en la Quinta Boa Vista, el viajero se puede asomar al pasado más glamoroso: la antigua residencia de la familia imperial, con un gran parque, el zoológico de la ciudad y su Museo de Historia Natural.

Hasta aquí no hemos hablado (ni hablaremos ahora) del Estadio Maracaná, que en estos días junta fuerzas para gritar sin descanso su próximo mundial del 2014. No hemos dicho nada tampoco de los partidos de fútbol en la arena de Copacabana, ni de las garotas con sus bikinis arrinconados. Nos falta ensayar los pasos de samba; y escuchar al genial desafinado Joao Gilberto, que hoy los años tienen casi en silencio. Ni siquiera hemos dicho algo de la hace poco elegida “canción brasileña de siempre”, Aguas de Marzo. Tom Jobim y Elis Regina la convirtieron en regocijo: búscala en YouTube y calienta tu alma en estos días de hielo.

Del otro Río, de ese inagotable Río, que nunca se cansa de enamorar al turista, de sus otros secretos y también de sus maravillas de siempre protegidas bajo el Cristo del Corcovado, hablaremos mañana. Hablaremos siempre.

Niemeyer invita

Son dos ciudades vecinas. Ambas están a orillas de la bahía de Botafogo, y las une  un puente: Río y Niterói. Después de Brasilia, la ciudad que tiene más obras de Oscar Niemeyer es Niterói. La obra de este arquitecto de 104 años que sigue activo, es la condecoración que más luce.  Su edificio del Museu de Arte Contemporânea, parecido a un platillo volador, ha sido considerado “una de las 7 maravillas del mundo actual”. Por ahí entra un torrente de turistas, que así descubren esta ciudad de medio millón de habitantes y mil atractivos. ¡Vaya a Niterói!  

Viene la Bauernfest

En Petrópolis, Gabriela Mistral tuvo la noticia de que convertía en la primera mujer del Nuevo Mundo en recibir el Nobel de Literatura. Su gran alegría. En Petrópolis murió Yin Yin, el hijo de su alma y tal vez de su carne. Su gran dolor. La poetisa-cónsul vivía en una casa que aún existe (Buarque de Macedo, 60), cerca de los palacios que recuerdan el origen noble de la ciudad, llamada Petrópolis en homenaje a Pedro I, su fundador. Es también ciudad de inmigrantes, y todos los años se celebra la Bauernfest, “fiesta de los agricultores”, una semana en que todo tiene sabor alemán: cerveza, comida, folklore, música y alegría. Siempre el último fin de semana de junio y los primeros días de julio, cuando  llegaron los primeros colonos hace 167 años. Está a tiempo. Y se encuentra a sólo 60 kilómetros de Río.