Qatar 2014
Lo que nos espera el 2022
Pasamos a ver cómo está en 2014 el país sede del Mundial de Fútbol de 2022. También a observar el avance de las obras. De la capital, Doha, supimos lo suficiente. Debemos confesar, eso sí, que resultó más placentero fijarnos en el modo de ser y de vestir de las futuras anfitrionas (por dentro y por fuera). Una advertencia: para conocer el estadio de Lusail, donde se inaugurará el Mundial, tendremos que seguir esperando. Ni esa ciudad existe todavía.
TEXTO Y FOTOS. Luis Alberto Ganderats, DESDE DOHA, QATAR.–¡Mire, así serán los estadios!—me dice el taxista pasándome su iPhone con un excelente video en que aparecen los proyectos principales del Mundial de Fútbol 2022. El hombre no ha necesitado más que escuchar las palabras World Cup para reaccionar con entusiasmo. Pero le explicamos que nuestro interés es visitar alguna de las obras ya iniciadas de esos estadios. “Todavía no comienzan. Ya los haremos”, responde confiado. Para él es un tema de orgullo nacional, y para nosotros de interés periodístico, especialmente ahora en que el mundo no hace más que hablar del Mundial de Brasil. Estamos en Al-Rayyan, “puerta en el cielo”, una de las sedes del 2022, pequeña ciudad cerca de Doha, la capital de Qatar. Su estadio, ahora con capacidad para 20 mil personas será duplicado.
Queremos ver las obras, pero no hay nada.
Aldeana y tranquila es esta puerta en el cielo. Tiene zoológico y una mezquita a la que entramos, visitamos y salimos sin ver a nadie. Sólo existe una obra grande con movimiento de tierras, futuro establecimiento de la Qatar Foundation, que preside la jequesa Mozah, madre del nuevo monarca qatarí.
¡Pero entendemos el orgullo del taxista! Nosotros vivimos la emocionante experiencia de organizar el Mundial del 62. Claro que Chile es 74 veces más grande que Qatar, pero Qatar es ahora primero del mundo en cantidad de riqueza por habitante. Nosotros aun no llegamos a los 20 mil dólares y ellos superaron los 90 mil.
¿Y qué otras comparaciones se pueden hacer? Qatar nos gana lejos en el Índice Gini, medidor de las diferencias de ingreso entre los dos extremos de la sociedad. También Qatar nos supera en el Índice de Satisfacción en la Vida y en el Índice de Desarrollo Humano. Chile supera a Qatar, ligeramente, en el Índice de Calidad de Vida. Ocupamos el lugar 32 y ellos el 41.
El Mundial instalará para siempre en el mapa a este minúsculo país del Medio Oriente, y le puede servir bastante en su esfuerzo para avanzar como sociedad antes de que los hidrocarburos se le conviertan en un buen recuerdo. Salvo que ocurran hechos extraordinarios, a mediados de este siglo se estarán agotando las reservas de petróleo que tiene hoy día Qatar bajo las arenas del desierto (hoy son iguales a las de EE.UU.), y también será crítica la situación del gas natural que esconde bajo tierras submarinas (tercera reserva del planeta).
“Capital del deporte universal” es algo que pretende ser Qatar. Y el Mundial de 2022 parece uno de los muchos eventos que le pueden ayudar a lograrlo en mediano plazo. Hace muchos otros esfuerzos coordinados. Quiere potenciarse como centro turístico y financiero; ser cabeza mundial del transporte aéreo, con Qatar Airways; aumentar su potencia exportadora de manufacturas, polo universitario y cultural, y espacio arquitectónico del mejor nivel. También aspira a seguir creciendo como centro de comunicaciones (la familia real es dueña de la cadena de TV Al Jazeera). Para lograr todo lo anterior, Qatar apuesta por la revolucionaria “economía del conocimiento”.
Tal vez por todo eso, el conductor del taxi sonríe satisfecho cuando escucha nuestros ¡¡oh!! al ver el video con los futuros estadios, obra de algunos de los mejores arquitectos del planeta. Esos mismos ¡oh…! Los hemos venido repitiendo desde que llegamos. Impresiona la acumulación de altos edificios encendidos durante la noche en un amplio sector de la bahía de Doha. Muchos starquitectos del siglo XXI han dado forma a este soberbio perfil de rascacielos, que podría ser confundido con el de Manhattan visto desde el puente de Brooklyn. O con el de Hong Kong desde su bahía. “La visión de esta gran ciudad futurista en el desierto puso mi imaginación en llamas”, acaba de confesar Takashi Murakami, el gran artista japonés.
Cabreados con Cabral
A nosotros también este espectáculo nos ha puesto en llamas, pero por otras razones. Al acercarnos a ese perfil de rascacielos y penetrar luego al bosque de cristal y concreto, encontramos un espectáculo distinto. La Doha moderna nos pareció una ciudad en obras, a medio organizar. Nos internamos profundamente fotografiando este bosque de edificios, caminando sin rumbo, recitando con Cabral: “Siempre camino torcido. El que camina derecho conoce un solo camino”. Ahora se nos han perdido todos los caminos… Lobo, ¿estás? El sector moderno permanece virtualmente vacío a medianoche, salvo por un río de autos que avanza con prisa. Queremos salir y no podemos. Nuestra imaginación se pone otra vez en llamas. Deambulamos desorientados en medio de un barrio que parece abandonado por los peatones. Dan ganas de gritar ¡qué alguien nos saque de aquí”. Después de una hora de caminos torcidos nos tropezamos con un taxi. El conductor, un nepalés que no sabía más que cuatro palabras en inglés, dio vueltas infinitas, dejando en claro que la ciudad lo tenía confuso. Al fin se detuvo, abrió amablemente la puerta de su taxi y nos depositó en un lugar cualquiera (más lejos de donde nos había recogido).
Nada casual es esta experiencia. El 90 por ciento de la gente activa de Qatar es extranjera, especialmente asiática, que no se adapta fácilmente a una ciudad de desarrollo tan apresurado como Doha. De casi 2 millones de habitantes, son apenas 188 mil los qataríes activos, y llevan una vida regalada desde que hace 64 años empezaron a explotar el petróleo. Como desconocen lo que es un sobresalto o alguna duda sobre su futuro, demasiados varones jóvenes viven desaprensivamente. Las mujeres, en cambio, que sí dudan sobre su futuro en una sociedad tercamente masculina, en las universidades son hoy más numerosas que los hombres.
Explicable es que en este escenario un taxista nacido en alguna tranquila aldea de los Himalaya nos haya dejado botados a medianoche. Tampoco es raro que en esta ciudad hecha sobre el desierto, el Sheraton, que tiene forma de pirámide, se haya convertido en un espejismo. Al fin, un taxista indio supo dejarnos directamente en el Radisson Blue. Entramos al hotel como un chiflón de aire, y –cabreados con Cabral- nos hicimos la promesa de no caminar torcido en estos barrios. Un buen plano y tal vez una compañía experta serían los requisitos mínimos (algo que hemos cumplido al pie de la letra).
Todo lo demás ha sido interesante, sorprendente, aunque sofocante. Tener 40 grados a la sombra puede ser una suerte en estos días, porque es peor en julio y en la primera semana de agosto. Los termómetros pueden subir a 50. El mejor Doha lo encontramos el día que un taxi nos llevó hasta el viejo mercado árabe, el Zouq Wakif. Luce sencillamente de película tras una cuidadosa remodelación. En este lugar, hombres y mujeres se empiezan a instalar en el futuro, aunque se esfuerzan por vestir como hace milenios. Aquí están agrupados por áreas los vendedores de mascotas; de alfombras beduinas y monturas para camellos; de productos gourmet como miel de Arabia Saudita, dátiles nativos, especias de todo el mundo; tiendas de perfumes de aromas penetrantes que se esparcen por los pasillos del zoco. Hay muchos vendedores de ropa femenina, de abayas y jalabiyas, sheilas y hiyabs. Hasta aquí no llegan, claro, las qataríes ricas, clientes de dos grandes malls: el Villagio, que imita a Venecia, y el City Centre, el más grande, propiedad de un miembro de la familia real.
Zouq Wakif es vecino de algunos bulevares donde la vida pública de los qataríes se confunde con la de los turistas. Espacios llenos de sugerencias de la Arabia mítica, aunque ya podemos ver que algunas costumbres tradicionales empiezan a borrarse. Hemos fotografiado a parejas de musulmanes maduros, a cuyas mujeres sólo se les ven los ojos, pero el hombre no camina adelante, sino ambos van tomados discretamente de la mano. También vimos un matrimonio joven sentado en uno de los gratos restaurantes con mesas sobre la calle, donde el hombre, vestido de blanco, con su kafiyyen montado sobre la cabeza, acunaba a su hijito con un brazo y con el otro aspiraba su pipa de agua. (Nadie puede tomar alcohol, salvo que concurra al discreto bar de un hotel y…sea extranjero).
Desapareció ya el viejo mercado de camellos de este barrio, pero los qataríes no olvidan sus incontables generaciones pastando rebaños en el desierto. En este sector hemos fotografiado un recinto donde muchos camellos descansan estirados sobre el piso al lado de un moderno edificio. El ser descendiente de esos beduinos, que vivían bajo jaimas tejidas con pelo de cabra y camello, es algo que no puede ocultar el joven emir de Qatar. Su madre, la sofisticada jequesa Mozah bint Nasser al-Missned, en presencia de Time, le dijo en tono de broma a su marido: “Ustedes, los Al Zani estaban allá adentro, en el desierto, cuando mi familia ya era civilizada y urbana”. El bigotudo monarca qatarí lanzó una carcajada. Su familia viene de nómadas que llegaron hace tres siglos desde los desiertos de arena de los vecinos Arabia Saudita y Omán, patrias del caballo árabe y de la crianza del camello, y han pasado la mitad del tiempo pastando en los oasis y la otra mitad, recolectando perlas. Carecían de educación formal hasta que la primera escuela se instaló aquí en 1952, gracias al descubrimiento del petróleo.
Una jequesa titánica
Ahora un hijo de esa jequesa “civilizada y urbana” es el monarca de Qatar, Tamim bin Hamad al Zani, cumple 34 años en los próximos días. Otro de sus hijos, la jequesa Al Mayassa, es el mayor comprador de obras de arte en Europa y Estados Unidos. Para alimentar a los museos qataríes dispone de un presupuesto de casi 3 millones de dólares anuales. Mujer de aspecto virginal y ojos tímidos, tiene la obligación de comprar piezas de mérito, siempre que resulten decentes al wahabismo, una de las expresiones más tradicionalistas del Islam, dominante entre los saudíes, y también en las tribus qataríes, hoy más pragmáticas. Siguiendo el ejemplo de su madre (criada en un Egipto liberal), la joven jequesa está entreabriendo las mentes a los más tercos. Hace pocas semanas fue elegida por el semanario Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo (entre ellas, también la Presidenta de Chile), y la sub clasificó en un grupo de 13 personas bajo el título de Titanes. Ella y su madre, salvo que sean maniatadas en el camino, pasarán a la historia del Medio Oriente como piezas clave de la emancipación femenina. La joven jequesa avanza, pero sabe que no puede correr. Se cuida de respetar ciertas tradiciones. La vemos en el Time con un ropón negro, una abaya, y un velo que le cubre cabeza y cuello.
Qué ocultan estos ropones negros es lo que nos preguntamos muchos. ¿Qué muestran los cuerpos de las qataríes en la intimidad, debajo de sus abayas que las cubren de pies a cabeza? En este viaje lo hemos podido averiguar. Y si se nos permite lo vamos a contar sin ahorrarnos detalles. Debemos advertir que este tema no estaba en nuestros planes. La verdad es que pensábamos hablar sobre rascacielos, y especialmente de la ciudad inventada para inaugurar y clausurar el Mundial del 2022. Una urbe que nace de la nada, de las arenas y del mar, para acoger a 200.000 habitantes, a 20 kilómetros de Doha. Pero ya sabemos que hoy es poco más que un nombre –Lusail o Al Wusail-, y un proyecto fascinante. “No pierdan tiempo buscándola. Sólo se han hecho unos edificios, todavía desocupados, para la gente que va a construir”, dijo el conductor. Fue en medio de esa decepción que nos tropezamos con algo más concreto: las arropadas mujeres de negro que disputarán protagonismo a los jugadores del Mundial.
Decidimos averiguar sobre ellas.
Sabíamos que la madre del joven emir, mujer elegante entre las elegantes, que parece la reina cuando se reúne con nobles europeas, ha hecho que se aceleren las innovaciones en la ropa femenina de Qatar. El fenómeno parece imparable en los últimos años. La abaya tradicional ha dejado de ser preferentemente una tela negra cuadrada que cubre todo el cuerpo femenino. Ahora es cada día más común que tenga la forma de caftán, clásica túnica musulmana de seda, más abierta, aunque cubre el cuerpo hasta los tobillos. Tomando como punto de partida este caftán, ya hay una media docena de diseñadores famosos en el Medio Oriente que se han atrevido a correr el cerco de la forma y el color. Se hacen refinados desfiles de moda al mejor estilo occidental, con abayas y chadores. Las elegantes mujeres del público, eso sí –algunas realmente lindas, maquilladas con entusiasmo—siguen llevando cubiertas sus cabezas y sus cuerpos hasta los pies.
Aisha Al-Bedded es una de las líderes del nuevo diseño. Ya tiene boutiques en Doha, y su marca Darz Design vende en ciudades musulmanas modernas. Nos cuenta que ha logrado cambiar la calidad de las telas. Usa chifflon, terciopelo, tefetán, cordón francés, shantung. Y a sus clientas exigentes les hace diseños con alegres tejidos de Versace, Valentino y hasta de Ellie Saab, que ha vestido a Zeta-Jones y Salma Hayek. “La combinación de estas telas con nuestro estilo de abaya produce una obra de arte”, dice contenta.
No tiene miedo a ponerle colores vivos a la abaya, pero aclara que la prefiere negra. “Es más femenina, única y con clase. Puede hacer elegante a toda mujer, aunque sea conservadora”. Y quizá para evitar conflictos públicos, subraya: “La abaya debe ser conservadora. No hay ninguna razón para lo contrario. Lo primero es siempre la tradición. También cuidar los detalles”.
Travesuras bajo el ropón
Ya nos preguntábamos líneas arriba sobre qué habrá debajo de los ropones negros. Para los curiosos tenemos una noticia, una noticia dulce. Por fuera parecen un monasterio; por dentro, un parque de diversiones. Hemos descubierto en ellas un puro alboroto de colores, de sensualidad, transparencias, calados, minúsculos trozos de tela no hechos para ocultar, hechos para revelar. En vez de ropas sueltas, al interior muchas llevan corsés y mallas adheridos al cuerpo, como si fueran mujeres envasadas al vacío. Difícilmente en Chile se encuentran señoras capaces de tanto.
Miren lo que hemos visto: un travieso bodywear negro cruzado en su frente por una ancha franja de gasa gris, traslúcida, que llega desde el cuello hasta el lugar donde las piernas forman ángulo. También ligueros blancos agregados a un corsé color fuego sujeto a un bustier en tono marfil. Nos dejó intrigados un g-string turquesa con una bandita color piel que desaparecía entre los pliegues más secretos del cuerpo; y no menos inquietantes nos resultaron un corsé aguamarina ceñido a una piel oscura, y unos culottes que parecían muy tradicionales por su color Navy blue, pero estaban despojados de toda inocencia gracias a pequeños orificios en medio del bordado color rosa.
Sobresalto nos produjo un calzoncito push-ups, mínimo si los hay, que sujetaba precariamente, con finas ligas, unas medias grises rematadas en franjas de encaje negro. Y cuando miramos con detenimiento los brasieres nos quedó claro por qué les llaman sólo bra: es por su mínima capacidad para cubrir. Los vemos llenos, re-llenos, y de colores fuego, arlequín, violeta, lavanda, ¡púrpura! , con lentejuelas, lazos y encajes reveladores. Para qué hablar de las llamadas picardías o baby dolls. Toda imaginación se hace poca cuando concurren en un solo cuerpo las transparencias, los tules color turquesa, los bordados blancos y las gasas color piel. Para qué decir cuando en un mismo cuerpo se juntan un bikini plata con un bra oro y medias zafiro… ¡Una joya!
Imposible negarlo: nos tiene medio confundidos la lencería de última generación. Cualquier hombre junta las cejas tratando de entender que una mujer tenga su piel cruzada por cintas de arriba abajo, de lado a lado y formando diagonales; una aparatosa construcción de tela sólo para sujetar medias blancas rematadas en franjas de encaje. A veces usan una cinta anudada en la cintura que trepa entre tersas colinas blancas y se apodera del cuello, para terminar con un rosetón que le cae por la espalda. El resto de la cinta baja por delante, y con la ayuda de ligueros sujeta unas medias color púrpura.
Nada de lo anterior nos es completamente ajeno, si bien ninguna qatarí podría tener la gentileza de descubrirse. Hemos visto, eso sí, muchas tiendas de lencería en los malls de Doha, y abrimos los ojos al recorrer el lujoso barrio privado de The Pearl, cerca de Lusail, donde se inaugurará el Mundial 2022. Entre tiendas de Rolls Royce, Ferragamo, Missoni y Armani, nos tropezamos con Agent Provocateur, la tienda francesa que produce la más audaz ropa interior femenina. Aquí, en la calle La Croisette, vende su provocativa lencería a las ricas qataríes, que llegan cubiertas por esos paralizantes ropones fúnebres.
Luego de ver lo que vimos, podemos imaginarnos qué armas usa cada una de ellas cuando se cubre y descubre en su lucha por convertirse en la favorita del marido (que tiene hasta cuatro esposas). Aquí, las señoras llevan normalmente una vida anónima, relegadas a tareas domésticas o saliendo de compras casi a escondidas. Sólo el 2 por ciento de las mujeres trabaja fuera de casa. Distinta es la vida de las favoritas. Basta ver cómo se luce fuera del palacio y fuera de Qatar la jequesa Mozah, aunque su marido de 61 años haya cedido tempranamente el trono. Ella sigue siendo la reina, pues –como sabemos– ahora es su hijo el que reina, y su marido el que lo vigila.
Vistiendo como siempre tenidas deslumbrantes, Mozah se licenció en Sociología cuando ya estaba casada. Ahora es el alma de la poderosa Qatar Foundation, con vocación educacional, cuyo logo apareció por años incrustado en las camisetas del equipo de fútbol más famoso del mundo, el Barcelona (en julio último fue reemplazado por el de Qatar Airways). Ella es enviada especial de UNESCO para la educación, y se pasea por el mundo como miembro del Grupo de Alto Nivel para la Alianza de las Civilizaciones, recibiendo doctorados honorarios y mil distinciones. Apoyada por su marido, ha sido capaz de hacerle el quite a casi todas las costumbres árabes en materia de velos y abayas. Cubre su cabeza con un pañuelo de colores vivos, al modo de turbante mínimo. Muestra el pelo y el rostro, y a los 55 años ciñe sin disimulo su cuerpo perfecto.
Nos resulta fácil imaginar, en consecuencia, lo que la bella Mozah – ¡perdone, Majestad!—pudo usar bajo sus largas túnicas desde que se hizo esposa favorita del entonces príncipe heredero de la dinastía Al Zani. Alguien que está enterada de todo, pero no habla fácilmente del tema, es Enrica Barbagallo, la favorita diseñadora de prendas musulmanas en Europa.
–Aquí en Qatar la sexualidad es muy fuerte. No sólo eso, me atrevo a decir que las qataríes son más abiertas de mente que muchas europeas. Adoran la lencería y les encanta la dosis de misterio que significa cubrirse para luego descubrirse y entregarse. En el fondo, manejan el misterio como arma de seducción. Esconden su cuerpo al extraño, es verdad, ¡pero ha visto cómo maquillan sus ojos!
Claro. Las hemos visto desde que llegamos al recién inaugurado nuevo aeropuerto de Doha. Las mujeres de Policía Internacional –todas con traje musulmán de pies a cabeza- tenían pintados párpados y cejas con negro alquitrán. Les preguntamos qué delineador usaban (“para verse tan lindas”), y dulcificaron sus caras como por milagro. Se hizo un corrillo. En un papel nos escribieron: Revlon Colorstay Creme Gel Eye Liner, y el pasaporte regresó a nuestras manos entre miradas envolventes.
