Nicanor Parra: Por siempre apasionado
Ha vivido el doble. En 2014 cumplirá 100 años, y entonces deberíamos celebrar su bicentenario. Aquí mostramos sus calculados desparpajos, su relación con Dios y sus insoportables dolores de corazón.
Su cabeza tiene un enredo de padre y señor mío en materia de religión. Eso piensan muchos. Ha usado toda su batería burlona con símbolos centrales del Cristianismo. Veamos:
Cordero de dios que lavas los pecados del mundo
Hazme el favor de decirme la hora.
Cordero de dios que lavas los pecados del mundo
Dame tu lana para hacerme un sweater.
Usa el sarcasmo en casi todo,
pero él se hace a un lado: “Lo que cuenta en el poema es el hablante
lírico, con el cual trabajo. A él hay que cargarle los dados; él
responde de la coherencia o incoherencia del texto poético. No yo”.
Pero ¿hay “religiosidad oculta” en la antipoesía, como afirmara el crítico literario Ibáñez Langlois,
del Opus Dei, que en los ’70 le hizo elogios consagratorios? Tal vez.
Estaría en el inconsciente. ¿Por qué llamó Juan de Dios a su último
hijo? El mismo Ibáñez cuando el año pasado se le otorgara el ‘Premio
Cervantes’, pareció decir que es un gran poeta, y punto, porque
interrogado sobre “cuáles son las ideas de Parra”, respondió: “No es un
hombre de ideas. El mismo, muchas veces lo ha reconocido. No tiene nada
parecido a una concepción del mundo. Es de lectura dispersa y caótica.
Ha buscado algún sustento a sus ideas a posteriori para tener algo, como
con la ecología. Definitivamente, Parra no va a quedar por sus ideas.
En su poesía se encuentra de todo. Un tiempo le dio con el Lejano
Oriente y el taoísmo”.
La verdad es que nunca ha
abandonado el taoísmo, y es donde se expresa quizá su religiosidad más
obvia. Hasta viste como si fuera un monje ermitaño casi indigente. Al
enfrentar un dolor extremo, que le hizo pensar en el suicidio, se
refugió, desesperado, en el Tao Te King, núcleo de la filosofía y
religión taoístas, base de la vida espiritual china. A Parra no se le
conoce texto alguno en que el taoísmo sirva para hacer reír a nadie.
Luce fervoroso, respetuoso. Como un brahmán bebe con fervor del
hinduista ‘Código de Manú’. En el orientalismo sacia su sed de
eternidad. A ratos, cabreado, cede al mal humor:
Todo lo que tenía que decir
Ha sido dicho no sé cuántas veces.
He preguntado no sé cuántas veces
Pero nadie contesta mis preguntas.
Es absolutamente necesario
Que el abismo responda de una vez
Porque ya va quedando poco tiempo.
Sólo una cosa es clara
Que la carne se llena de gusanos.
A su más empecinado intérprete, César Cuadra, que obtuvo un doctorado europeo con el mismo tema, y que acaba de lanzar otro libro sobre su antipoesía, le preguntamos si ha encontrado la fe religiosa en esos textos. “No. Con Parra, Dios sólo opera como en la ciencia, es una función”. Y ya que el poeta dedicara sus Obras Completas a Dios, “exista o no exista”, le decimos que podría no ser creyente ni ateo, pero sí un agnóstico, ese que no afirma ni niega. No cuadra piensa Cuadra.
Retando a la muerte
Sobre el tema del morir, también hace honor a lo que dijo Enrique Lihn sobre la antipoesía: “Es más enredada que una oreja”. A pesar de su éxito en la vida, de ser un gozador en casi todas las expresiones posibles del placer, sus experiencias de casi 100 años parecieran acercarlo más a otra vida… ¡Y sin aspiraciones de resurrección! En su Anti-Lázaro le habla a un cadáver imaginario con ganas de resucitar, que puede ser él:
Mala memoria viejo ¡mala memoria!
tu corazón era un montón de escombros
—estoy citando tus propios escritos—
y de tu alma no quedaba nada
a qué volver entonces al infierno de Dante
¿para que se repita la comedia?
qué divina comedia ni qué 8/4
voladores de luces—espejismos
cebo para cazar lauchas golosas
ese sí que sería disparate
eres feliz cadáver eres feliz
en tu sepulcro no te falta nada
ríete de los peces de colores (…)
El “hábito colectivo” de morir es tema siempre agarrado a su pluma. Y no sólo porque se sintió tentado a tomar el mismo rumbo de su hermana Violeta, que por dolores de amor decidiera renunciar al mundo. No es fácil saber por qué escribió el texto más desafiante, rudo y mal hablado que se conoce sobre la temida parca. Parra prefiere guardar silencio, se lava las manos. Cede la palabra a su “hablante lírico”. Mire cómo dialoga con la muerte:
A la casa del poeta
llega la muerte borracha
ábreme viejo que ando
buscando una oveja guacha
Estoy enfermo—después
perdóname vieja lacha
Ábreme viejo cabrón
¿o vai a mohtrar l’hilacha?
por muy enfermo quehtí
teníh quiafilame I’hacha
Déjame morir tranquilo
te digo vieja vizcacha…
Quienes han estado con él últimamente —como su amigo el cronista, fotógrafo y gestor cultural Martín Huerta— se admiran de la memoria implacable, de su intacta lucidez. Pero él, hace 12 años le decía a Marcelo Simonetti:
“A veces me vienen lagunas y me pregunto qué estoy haciendo aquí”.
Acarrea desde muchos años problemas de asma y, ahora último, de vértigos. A su espalda le atormenta el lumbago, por lo cual usa un burrito para caminar, nos cuenta César Cuadra. Lincoyán Parada, que comenzó a fotografiarlo hace 40 años, lo encontró hace poco en su casa de Las Cruces leyendo sin anteojos, lleno de ánimo y vestido, como hace mucho tiempo, con ropa de segunda mano. Más viejo, claro. “Cómo nos cambia la vida, don Nicanor”, le dijo. “¡Escoba!”, le respondió sin titubear. Antes de su partida a China, invitado a exponer sus fotos del mundo mapuche, hablamos con Parada sobre sus últimos encuentros con Nicanor. Ha estado dos veces este año con él, a solas, en su casa, con la intención de fotografiarle junto a su clan. Quiere agregar esas fotos a su historia gráfica de Parra, donde ya están su madre, abuela, hermanos, algunos de sus grandes amores.
—¿Cómo le ha ido?
—Le
cuesta aceptar. Tal vez no quiere mostrarse como un hermoso viejo
recluido en su plaza fuerte de Las Cruces. En mi segunda visita no
estaba de buena. Al poco rato, tal vez para no hablar de mi proyecto, me
dijo: “Yo doy entrevistas de sólo cinco minutos”. Resignado le propuse:
“Aunque sea una sola foto, don Nicanor, rapidita”. Miré de reojo mi
cámara… Sólo faltaba un sí. “¡Se terminan los cinco minutos!”, anunció.
“Le quedan 10 segundos. Tome una si es tan pillo”, me dijo el viejo
zorro llevando sus manos a la cara, truco que viene usando hace años. En
un treintavo de segundo estiro el brazo, y sale un clic, un manotazo de
ahogado. No alcanza a taparse la cara. Mi última foto suya es la
historia de esa fracción de segundo.
La calidad de esa imagen, que vemos en estas páginas, no hace honor al
poeta ni al fotógrafo. Pero es el testimonio de que al acercarse a los
100 años Nicanor Parra conserva intacta su capacidad para jugar.
Se me olvidó que me olvidé
El más temido crítico chileno del siglo XX, Alone,
ya aplaudía a un juvenil Parra, “el más pujante y sonriente, floral y
festivo de los poetas nuevos… impetuoso, divertido, soñador de pronto y
lejano, imprevisible, inagotable, familiar, exquisito… extraordinario… a
cuyo lado los demás se disuelven o huyen, graves, mínimos, inmóviles…”.
Todo lo que Alone vio lo han visto sus mujeres, ¡una muchedumbre!, casi
todas sin rostro ni rastro. Hay algunas excepciones, empezando por las
tres madres de sus seis hijos. Una es Nuri Tuca, de quien nacieron los
menores: Juan de Dios y la músico Colombina, madre de Cristóbal Ugarte,
que hace un año representó a Parra en la entrega del Premio Cervantes
ante los príncipes de Asturias.
Nuri —que ha sido descrita por Parra como “joven inexplicable”— nos dijo:
—Por mis hijos principalmente, me siento la más importante de las
mujeres con que Nicanor estuvo casado. También porque fueron unos diez
años de matrimonio, desde 1969, con muchas cosas buenas, especialmente
mientras vivimos en Estados Unidos. Hubo otras no tan buenas, como es
natural. Fue intenso.
Muy importante fue también su mujer de los 26 años, Ana Troncoso.
Tuvieron tres hijos y una relación que duró hasta que el poeta, casado
en Chile con ella, volvió de Oxford… casado con la sueca Inga Palmer.
Liberal y paciente, la nórdica no le dejaría hijos. “Me pareció la
muchacha más hermosa que jamás había visto”, dijo Parra. El matrimonio
sobrevivió casi una década, a pesar de la autoconfesada “inestabilidad
sentimental” de Parra. Un episodio duro fue la irrupción de otra sueca,
la poetisa adolescente Sun Axelsson, amiga del secretario de la Academia
Sueca hasta que conoció al antipoeta. Ella hizo que los arrebatos
amatorios de Parra pasaran de la pasión al más amenazado período de su
vida. Tanto, que le dedica su texto La víbora (otros creen que fue a
Stella Díaz Varín, poetisa con la cual tuvo otro episodio amoroso
complicado). Muchos aseguran que Axelsson, por sus escritos y conexiones
con la Academia, ha contribuido a cerrarle el camino al Nobel.
En los ’60, Rosa Muñoz, una
joven morena, linda, con poca formación, llegó a su casa en plan de
trabajo, y terminó siendo la madre de su cuarto hijo, Ricardo Nicanor,
el Chamaco.
Pero ninguna de las anteriores ha permanecido por tanto tiempo en el
amor y recuerdo de Parra como una joven de 32 años que fue su pareja por
sólo dos meses. Separada o en crisis matrimonial, Ana María Molinare
Vergara, egresada del Santa Ursula, “era lo que yo soñaba y que a los 64
años creía haber encontrado”, le dijo al profesor de Literatura Chilena
Leonidas Morales Toro, en el libro Conversaciones con Nicanor Parra. Le
confesó algo más, sobre el dolor al ser abandonado: “Yo debería haber
hecho lo que ella hizo. Se suicidó. No por mí, y no en ese tiempo, sino
años más tarde. Sobreviví gracias al taoísmo”.
Han pasado ya tres décadas. Y
algunas semanas atrás, cuando Parada lo visitó, el poeta le pidió
rescatar una foto de ella. Es que el tiempo suele no curar nada. El
poeta se quejó hace 12 años. “¿Puede creer que haya pasado tanto tiempo y
todo haya sido siempre igual?”. Como en el álbum Lágrimas negras,
podría cantar “se me olvidó que me olvidé”.
La belleza, gracia y figura elegante de Ana María Molinare son
recordadas por Nuri Tuca, la mujer de Parra hasta poco antes de ese
encuentro:
—Creo
que, después de mí, es la más importante de su vida. Después de
terminar con Nicanor estuvo un tiempo largo fuera de Chile, y volvió muy
inestable por algo que nunca supe. Era el anuncio de su fin.
Este amor inspiró a Parra un texto que suena como un mantra invocando a
la divinidad: El hombre imaginario. “Lo escribí con una pistola sobre el
escritorio. Era eso o el suicidio”, dijo más tarde. Cristián Warnken lo
considera “el más hermoso poema de amor y dolor escrito en castellano”.
Por decisión de Parra fue leído ante los príncipes de Asturias. Sin
embargo, nadie del entorno de Ana María parece dispuesto a hablar de
esta musa tan importante. Una de sus hermanas, Catalina, ex Miss Maja
Chile 1971, que vivía en Madrid por esos años, asegura no saber nada.
“Mis hermanos tampoco dirán más. Para la familia no es tema”, agrega.
Los dolores por Ana María no
impidieron que más tarde Parra viviera otro gran amor con una linda
jovencita llamada Andrea Lodeiro. Con ella inició una intensa relación
cuando tenía 78 años, que duró hasta después de los 82. Ahora, ella,
experta en temas de inteligencia, se desenvuelve en un medio
militar-académico, y prefiere que su nombre no sea conocido por esa
relación con Parra, a quien llama “el Nicanor”.
—Prefiero no hablar. Creo que el Nicanor merece todo el respeto del
mundo y es el hombre más importante en mi vida. Le puede incomodar
cualquier cosa que diga. Lo privado es nuestro, ¿por qué debería estar
en una revista?
—¡Pero si ya está!, y existen versiones contradictorias. ¿No será mejor que lo esencial se conozca por boca suya? ¿Por qué el misterio?
—Porque no sólo lo amé, sino
que sigue siendo, después de 15 años, el hombre más potente que he
tenido a mi lado y preferiría mantenerme al margen de cualquier
análisis. No es cómodo. Lo he vivido en carne propia, pues cada vez que
el Nicanor me menciona, no me gusta. Sé lo que se siente.
—¿Está molesta con él?
—¡No! Somos muy amigos… Hablamos por teléfono a veces; también a veces lo voy a ver.
—¿La relación le dejó un buen recuerdo?
—El mejor de todos. Es un hombre fundamental en mi vida. Diría que mi
lealtad y mi cariño se mantienen casi intactos. Después de mis dos
hijos, no existe otra persona tan importante para mí.
—¿Cuándo y cómo lo conoció?
—A ver… en 1989. Llegó a dar una charla al Liceo Fleming, de Las Condes, donde yo estudiaba. Fui a saludarlo. Le tenía mucha admiración. Y le pregunté si lo podía ir a ver. Lo visitaba de vez en cuando, para consultarle cosas. Nuestra vida en común se inició sólo en 1992 y concluyó casi en 1997. Fue un lento proceso. Te empiezas a dar cuenta que resulta muy importante para tu vida, se hace inevitable estar juntos.
—Tenía usted unos 20 años y él 78. ¿Le pareció una edad adecuada para esa relación?
—Vivo sin ponerle nombre a las cosas. No medí las consecuencias. ¡Y qué importa! Nació en forma natural y es muy-muy importante para mí.
—Natural. Resulta fácil imaginar a una adolescente encandilada con alguien que para miles de jóvenes es casi una estrella de rock.
—No es así. El Nicanor de mi vida no es el personaje, es el hombre. Nunca me relacioné con “el personaje”. Lo admiro y lo admiré siempre, pero siento mucho pudor cuando pienso que alguien crea que me acerqué a él para que me diera buena sombra. Luego de estudiar periodismo me dediqué al tema de la inteligencia, me relacioné más con militares que con literatos.
Andrea creó la revista AAInteligencia, la dirigió por 10 años y ahora es su editora principal. Sigue soltera y ha tenido dos hijos, uno ya adolescente.
—Se ha escrito por ahí que un día usted se fue de la casa de Nicanor diciéndole a gritos: “¡Estoy esperando un hijo, que no es tuyo!”.
—Fue bastante menos caricaturesco de lo que cuentan. Pero, efectivamente, un día nuestra relación debía terminar. Era el proceso casi natural, por la diferencia de edad. No podía ser mi pareja para siempre. A veces las cosas tienen que tomar otro rumbo, y eso ocurrió, simplemente. Nadie podrá extrañarse.