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Los Polos, diente con diente – Luis Alberto Ganderats
Los Polos, diente con diente

Los Polos, diente con diente

Iniciamos hoy serie-reportaje sobre primer viaje periodístico latinoamericano mas allá de ambos círculos polares.
L. A. Ganderats y J. Ianiszewski alcanzaron hasta los 80 grados de latitud norte, vivieron junto a esquimales y lapones y supieron lo que es dar diente con diente por frio y por miedo. Autor del reportaje visitó 12 bases antárticas y el lugar habitado mas cerca del Polo Norte.

Un rudo golpe en la cabeza y algo parecido a varios cuchillos atravesando la piel de su espalda es lo que despierta al excursionista austriaco. Al abrir los ojos ve con horror que un enorme oso blanco lo arrastra fuera de la carpa donde dormía.

Pocos minutos después ya es un guiñapo sanguinolento.

Sus compañeros de excursión —que viajan sin armas— deben observar desde lejos, estremecidos, cómo el enorme animal destroza el cuerpo del amigo y comienza a engullir su carne.

Desde que este hecho conmocionó a los países nórdicos, tiempo atrás, las precauciones para recorrer la isla noruega ártica de Svalbard han aumentado. Por eso el director del Instituto Polar de Noruega, en Oslo, es lo primero que nos ha dicho cuando iniciamos hace algún rato la conversación sobre nuestra proyectada visita a dicho archipiélago, donde existe el lugar habitado del globo más próximo al Polo Norte: Longyearbyen.

—Nuestro instituto prefiere que las personas interesadas en visitar el Ártico tomen todas las precauciones para evitar tragedias. Los osos no atacan normalmente al hombre, pero a veces lo hacen. Con la experiencia vivida ya tenemos suficiente—advierte el director, doctor Tore Gjelsvik.

Le explicamos que ya hemos tomado algunas precauciones. Como en Svalbard nadie puede desembarcar si no lleva equipos que soporten los rigores del desierto helado, en una tienda especializada de Londres hemos comprado carpas reforzadas, parcas, sacos de dormir, equipos de supervivencia, alimentos especiales y unos calamorros impresionantes que ya se quisieran los carteros del Polo Norte.

De asesor en las compras nos ha servido el propio Gastón Oyarzún, vencedor de los Himalaya.

AREAS DEL REPORTAJE

Todo ese equipo lo necesitamos no sólo para recorrer parte de Svalbard. Excursionaremos más tarde en Groentandia, la isla más grande del planeta después de Australia, cubierta de hielo igual que la Antártica. Nuestro propósito es buscar a los hombres que nacen y mueren cerca del extremo norte del planeta —esquimales y lapones—, y conocer también algo del escenario de tantas glorias y tragedias que vivieron los hombres empeñados en conquistar el Polo Norte.

Esta es la segunda etapa de un largo reportaje.

Meses atrás hicimos la primera, sobre- pasando el Círculo Polar Antártico—más al sur de las bases chilenas— a bordo del World Discoverer, gracias a una invitación de Turismo Cabo de Hornos. Fue un viaje excepcional, lleno de emociones y comodidades. Pero ya se huele muy diferente la experiencia de acercarse al otro polo dela Tierra. No supera en belleza a la Antártica, pero sí en sugerencias por tener milenarios habitantes autóctonos, por su flora y fauna completamente extraordinarias.


Ambos extremos están Íntimamente ligados. Mientras en el sector del Ártico el globo terrestre tiene una. enorme cavidad cubierta de agua, la Antártica es una gran protuberancia. Se diría que una mano gigantesca hubiese golpeado el globo por un extremo hasta hundirlo y hacerlo hincharse por el otro.


En su lado norte la Tierra tiene el océano más pequeño de todos: el Ártico. Por el otro, el continente de mayor altitud promedio.


Entre ambos, la Antártica y Groenlandia (ubicada ésta en la cima norte) atesoran el 96 por ciento de los hielos que existen en todo el globo. ¡Casi toda el agua congelada que se conoce! Y eso es producto de las glaciaciones.

Las glaciaciones continúan siendo un misterio en su origen, y nadie sabe si están terminando o comienzan nuevamente a invadir la Tierra. (Ver nota aparte).

Para a cercanos a todos esos misterios, para encontrar las emociones y descubrir el miedo al frio y a la soledad, es necesario recurrir a buques resistentes y a aviones transatlánticos, pero también a frágiles avionetas y a helicópteros adaptados para los vientos y las bajas temperaturas. Parte de esos transportes ya los usó Revista del Domingo en varios viajes a la Antártica y deberemos usar esos y otros para continuar ahora el primer reportaje simultáneo al Ártico y al Antártico realizado por un equipo periodístico chileno.

Si Svalbard —la primera isla que visitaremos— estuviera en la Antártica, su ubicación respecto al Polo Sur sería casi 2.000 kilómetros más próxima que las bases chilenas.

NO NOS TOMAN EN SERIO

Al llegar a Svalbard nos damos cuenta que nuestra excursión es seguramente la que provocará más sonrisas a la policía noruega delasislasenlosúltimos50años.

Antes de permitimos desembarcar nos obligan a llenar un extenso formulario caratulado Ekspedisjoner til Svalbard.

En él nos piden datos sobre el médico de la expedición, el seguro de vida de los expedicionarios, la licencia del radiotransmisor, el tipo de armas que cargan los audaces expedicionarios, etcétera. Cuando explicamos que no tenemos nada de eso, los controladores se miran con nórdica extrañeza.

Luego nos solicitan la nómina de los expedicionarios, empezando por el “leder” o jefe, jefe —dicho sea de paso— que duce tan impecable como si lo hubiesen rescatado de algún naufragio.

—-¿Nombre del jefe?
Escribo:
“Luis Alberto Ganderats”.

—Ahora, ponga los nombres de los miembros de la expedición.
Escribo:
“Jorge laniszewski”.

(Y me quedo esperando nuevas instrucciones).
— Póngalos todos, por favor —pide.
— lo siento, nosotros dos somos “todos”…
Se miran otra vez.

Y nosotros —“la modestia no es nuestra especialidad”, diría Dalí— observamos a los policías como si hubiésemos sido guías de Amundsen en su viaje descubridor del Polo Sur.


Autorizan nuestro ingreso con palmaditas en la espalda.

OSOS PEREZOSOS

Nos advierten que por no disponer de rifles deberemos acampar cerca del poblado. Nos advierten también que no podemos visitar el territorio “carbonífero de Barentsburg, en poder de la Unión Soviética. Sus autoridades no aceptan siquiera la presencia de expedicionarios alemanes; menos aceptarían la de chilenos y que trabajan para un diario pequeño burgués… Debimos conformarnos con observar a los soviéticos en vehículos de Aeroflot recorriendo, curiosos, Longyearbyen.

Los guardias examinan nuestro voluminoso equipo. Mientras lo hacen, vemos varios letreros en ingles y noruego: “¡Cuidado con los osos!”. Y en su texto, detalladas instrucciones de cómo actuar ante la incomoda presencia de un oso blanco, que mide hasta 2 metros 40 de altura y pesa 400 kilos y no descansa ni en invierno, como sus hermanos de otros colores.

Reza el letrero algo así: “Si advierte que un oso lo está siguiendo, comience a entretenerlo dejando caer cosas llamativas de su mochila, pues el animal es muy curioso. Si después de eso aún lo sigue, despréndase de los guantes, de sus gorros, de su parca…”.

Le pregunto entonces a un oficial si por casualidad la policía tiene como asesor a un oso para redactar esas instrucciones. Responde muy seriamente que no. Ahora (cuando ya han revisado nuestro equipo y nos internamos en algunos glaciares de Svalbard) no puedo sacarme de mi cabeza la maligna sospecha de que en esos letreros está la mano oculta de algún oso. Pienso: “Claro, cuando el excursionista amenazado se desprende de la parca y sigue dejando caer las chombas, las camisetas, calcetines y calamorros —todo esto sin resultados—, el oso no precisa otro esfuerzo final que sobarse las manos y comenzar la merienda…”

“CICATRIZANDO” OJOS

Remoto es el riesgo, sin embargo. Los osos tienen su reino los de Longyearbyen. Sólo en situaciones muy extraordinarias alguno de ellos podría acercarse a la zona de glaciares que recorremos. Por las dudas (la confianza es buena, pero más segura la desconfianza) instalamos nuestra carpa junto a la de excursionistas debidamente armados; y como la noche casi es tan clara como el día, se hace más difícil cualquier visita sorpresiva mientras dormimos.

Dormimos casi doce horas la primera noche, y a Jorge Ianiszewski —que con tanto dormir parecía tener los ojos “cicatrizados”— debo despertarlo al estilo oso polar, bruscamente. El frio es intenso, aunque la luz siga prendida durante todo el verano polar, y hay que abrigarse con esmero. “Hasta las mesas duermen aquí con el mantel puesto”, como en Magallanes.

De la carpa vecina sale un gringo restregándose los ojos.

—¿Qué hora es?

—Las dos y media
—respondo.

—-¿De la tarde o de la madrugada?
Lo pregunta seriamente.

En el Ártico, metido en sacos de plu-

mas y después de agotadoras caminatas casi sin comer, se puede dormir 20 horas sin dar una pestañada. Se pierde la noción del tiempo. Pero cuando se camina tampoco se pestañea mucho. Hay que mantener los párpados desplegados a toldo completo. Después de un suelazo en hielo duelen hasta las pestañas y puede uno pasarse los cuatro meses siguientes en una clínica, hecho un puzzle de huesos.

EL POLO AHI MISMO

El poblado de Longyearbyen (ver mapa) tiene el correo más septentrional «del planeta y algunas gracias más, En verano, cuando se deshielan varios centímetros de la tierra (congelada hacia abajo más de 200 metros), asoman líquenes y plantas raquíticas. Por los fríos no existe el llamado “bosque borracho” de otras regiones árticas, formado por árboles cuyos troncos y ramas crecen flacuchentos y torcidos.

Los barcos que llevan a los expedicionarios a Svalbard están preparados para cualquier emergencia, pues la capa de hielos eternos del Polo Norte se halla a tiro de honda y los icebergs navegan como gigantescas tortugas marinas. Desde aquí numerosas excursiones han dado el paso definitivo y más difícil para llegar al Polo Norte.

Fuera del trabajo de las minas de carbón soviéticas y noruegas, no existe en Svalbard más actividad que la investigación científica. No hay una sola pieza para alojar turistas, y quienes vienen a investigar acarrean carpas, armas y vituallas.

Únicamente los glaciares, que cubren algunas regiones próximas y otras islas del archipiélago, hacen de Svalbard un lugar de interés. Sobré pequeños helicópteros, que aprovechan las horas de poco viento, es posible fotografiar familias de osos rebotando pesadamente sobre los hielos cuando huyen del ruido de los motores.

Resulta profundamente emocionante ver el milagro de la vida surgir en medio de esos hielos que sólo contienen esporas y bacterias invisibles. Los ositos, fabricados de felpa por la naturaleza, juegan como gatos en la alfombra blanca.

Los osos abundan todavía en las tierras de Gustavo V, sobre una isla vecina de Spitzbergen, la principal de Svalbard. Nos encontramos aquí en el paralelo 80, más cerca del Polo Norte que cualquier grupo esquimal, incluso que la aldea Thule-Qanaq, donde viven los esquimales polares, nativos más apartados de Groenlandia, que inspiraron. la clásica novela País de las sombras largas.

NO MAS AL NORTE

La proximidad del Polo hace que los fríos de la primavera y aun los del verano resulten difícilmente tolerables en Svalbard. Nuestras excursiones hielos arriba por los glaciares —mochilas al hombro— nos exigen más resistencia al frío del que realmente parecemos capaces.

Averiguamos si algún grupo expedicionario podría llevarnos más al norte del paralelo 80. Pero ninguno se arriesga en época de deshielos, donde elc amino al Polo Norte es dominio de la muerte. Sólo con perros y trineos se puede avanzar en invierno sobre los hielos flotantes que cubren este Polo.

—No es misión para periodistas, salvo que reciban instrucciones previas y se unan a grupos que preparan sus expediciones con meses y años de anticipación —nos informan los guardias.

Estamos en Norge (nombre nativo de Noruega), y no queremos que muestra última y póstuma crónica de viaje se titule “De Norge a la Morgue”. Optamos, entonces, por recorrer algunos glaciares de esta isla de Norgey luego intentar otra aproximación al Polo a través de Groenlandia, para lo cual deberemos viajar primero a Copenhague y de allí a Thule-Qanac, el país de las sombras largas.

Antes de eso, los glaciares de Svalbard se convirtieron para nosotros en una viva lección de cómo el agua es más fuerte que el granito.

GRADUADOS DE EXPLORADORES

Esta región parece un nido gigantesco donde aves imaginarias hubiesen puesto millones de huevos de piedra. O que un ejército de picapedreros se hubiese entretenido cortando las rocas.

Un joven geólogo británico —con un pedazo de roca que se deshacía en sus manos —nos explicó un simple fenómeno que convierte las piedras más duras en blandas tortas de Curicó:

—El agua se mete en los poros, en las grietas, en las fracturas de las rocas. Al congelarse el líquido aumenta su volumen en un 9 porciento. Así, una temperatura de 22 grados bajo cero hace la fuerza equivalente al de un bloque de granito de 2 mil kilos sobre un centímetro cuadrado de presión. Los sucesivos congelamientos seguidos por deshielos terminan por destruir el granito más compacto. Estos fenómenos se producen, seguramente, no cerca de la superficie.

Muchas informaciones deshilvanadas como éstas recogemos cada día durante varios días (ver nota aparte). A veces son los ornitólogos que ven a Jorge laniszewski correteando tras los pájaros y le dicen que en invierno todas las especies huyen de Svalbard, salvo una sola.

Aquí también hay pájaros costeros, como los skuras vistos en la Antártica, que se lanzan sobre nosotros en, picada, como pequeños bombarderos para alejarnos de sus nidos.
Como en la Antártica, los glaciares que retroceden también parecen tener problemas renales. Gotean y gotean, torrentes sin Apuro y sin pausa.

Vadeamos ríos, nos descolgamos por cerros escarpados, cruzamos glaciares llenos de grietas hipócritas.

Ahora que nos embarcamos rumbo a Copenhague con cada hueso en su lugar y con nuestro ropero completo (jamás nos siguió un oso furioso o curioso), casi nos sentimos graduados de exploradores árticos.

Otros sectores de la región, en los próximos días, podrían depararnos alguna sorpresa.

Próxima edición: Trágica excursión al país de las sombras largas. Heridos y enfermos avanzamos sobre un trineo de perros en busca de una aldea esquimal y sus iglúes.

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