Los O’Higgins peruanos hablan
Más de un centenar de limeños y cañetanos dicen descender de Demetrio O´Higgins, único hijo de don Bernardo. Hasta una orquesta electrónica, integrada por jóvenes de ese apellido se formó en lo capital de los virreyes. La rama de los O’Higgins blancos ya perdió ese ilustre apellido, pero la rama mulata y zamba se multiplica y conserva el O’Higgins. Militar Antonio O’Higgins espera que su hijo de 16 años se transforme con el tiempo en el general O’Higgins peruano.
Desde Lima, por Luis Alberto GanderatsBernardo O’`Higgins estaba con los ojos clavados en
la televisión. Un conjunto de música electrónica que hacía vibrar el aparato lo
tenía absorto. Apenas si se percató de la entrada de un periodista chileno a su
casa. Primero saludé a sus padres, don Demetrio y doña Eulalia, a sus
ocho hermanos y finalmente a Bernardo O’Higgins. Después, mientras se enhebraba una charla
trivial, lo observé con detenimiento.
Hijo de padres mulatos, ninguno de sus rasgos revelaba ni asomo siquiera de la
sangre irlandesa de los O’Higgins. Su familia, sin embargo, no tiene dudas:
descienden del libertador O’Higgins . Lo volví a observar: un rostro color
canela, boca ancha y pelo negro rizado descolgándose sobre una frente estrecha.
Algunos de sus hermanos, en cambio, muestran rasgos armoniosos y un color más claro.
La familia de Bernardo O’Higgins Luyo (22 años) en nada se diferencia a otros miles de familias mestizas que conforman la mayoría de la población peruana de pueblos y ciudades. La casa que tienen en Lima tampoco se distingue de la mayoría: 55 metros cuadrados para albergar a once personas, la hija menor de 18 años.
En esta familia O’Higgins se ha invertido el orden de los nombres de los O’Higgins chilenos. Aquí el padre es Demetrio y el hijo Bernardo. En la historia de Chile se consigna que el prócer tuvo un hijo, Demetrio, pero olvidan qué ocurrió con la descendencia de éste. Cuando más se habla de su hija Antonia Isabel O’Higgins Davies, olvidando aun muchacho de madre mestiza que -según la tradición local- dio origen a la rama morena de los O’Higgins.
A 105 años de la muerte de Demetrio, casi un centenar de cañetanos y limeños reclaman su calidad de descendientes del hijo de don Bernardo. Podrían ya formar un escuadrón de O’Higgins, pero por el momento se han conformado con crear una orquesta electrónica que en el nombre recuerda al héroe de Rancagua: Berggins Group.
El próximo 17 de noviembre el conjunto cumple un año de vida. Bernardo O’Higgins Luyo es la tercera guitarra o bajo electrónico. Un hermano, dos primos y un amigo completan el grupo: Tomás, Allan y Sandro O’Higgins, y Luis Bermúdez.
El Berggins Group aún no ha hecho noticia musical en Perú, y en Chile nadie lo conoce. Esto nada tiene de raro. Para la inmensa mayoría de los que habitan la tierra de O’Higgins, ese apellido se encuentra desaparecido. En Chile nadie lo lleva desde que Demetrio O’Higgins pasó algunas semanas visitando el territorio hace más de un siglo. Muchos historiadores apresurados afirman que la huella de don Ambrosio y don Bernardo terminó al morir Demetrio O’Higgins Puga el año 1888.
Pero no es así. Esta revista quiso rastrear en el Perú las huellas que dejó Demetrio. El reportaje -nunca realizado por la prensa chilena hasta hoy- reveló que después de su muerte ha quedado mucho más que un recuerdo. El joven Bernardo O’Higgins Luyo lo demuestra en un artículo que le solicitó Revista del Domingo. Se publica en estas páginas ilustrado con fotos del propio joven O’Higgins, fotógrafo titulado hace pocos meses, después de terminar sus estudios secundarios en el Colegio Particular Latinoamericano de Lima.
DEMETRIO, OTRO SOLTERO
Como su abuelo Ambrosio, su padre Bernardo y la mayoría de sus declarados -descendientes peruanos, Demetrio O’Higgins nunca se casó. Al morir en 1868 -supuestamente envenenado por su mayordomo Bartolomé del Pino- tenía cincuenta años. Falleció sin testar las valiosas haciendas de Montalván y Cuiba, que pertenecieron primero a su padre y luego a su tía Rosa O’Higgins, quien se las dejó en herencia al morir en 1850.
Tres peruanas reclamaron la propiedad de las haciendas con el argumento de haber tenido hijos de Demetrio. Tras un pleito interminable, a ratos degradante, se reconoció como su hija a Antonia Isabel O’Higgins Davies. El Gobierno chileno ratificó el fallo al otorgarle una pensión de gracia, que a su muerte, a los 96 años, pasaría a su hija Sarela Mifflin O’Higgins (1949). Esta bisnieta legal de Bernado O’Higgins murió en 1971, a los 81 años. La pensión de gracia fue necesaria porque nunca la hija de Demetrio llegó a recibir las haciendas, aunque si algunos de sus beneficios.
Antonia Isabel O’Higgins Davies dio origen a una de las dos ramas de la familia que se conoce en Perú, mayoritariamente blanca o escaso mestizaje. El apellido, sin embargo, se ha perdido por completo. Sólo se conserva en la otra rama —zamba y mulata—, de origen más incierto, pero de la cual han brotado Bernardos y Demetrios O’Higgins. Descienden de Belisario O’Higgins Girao -blanco y de ojos celestes, según la tradición familiar y lugareña-, hijo de Demetrio y de Matea Girao, una mestiza al parecer originaria de Ica, avecindada en Cañete. De ella no se conocen todavía todos sus antecedentes .
De la madre de Antonia Isabel O’Higgins Davies no existen tampoco mayores antecedentes. Ni siquiera su nombre. En el juicio que la legitimó como hija de Demetrio, sólo figura su “guardadora legal”, Dominga Davies, quien entregó las pruebas de esa paternidad.
Otras dos niñas fueron también presentadas como hijas de Demetrio tras la herencia de las haciendas de Cuiba y Montalván, pero no fueron legitimadas. Una fue María del Carmen Demetria O’Higgins Ruiz, hija de Carmen Ruiz Calero, muerta al dar a luz. El reclamo fue hecho por la abuela materna, Manuela Calero. La otra niña se llamó María de la Cruz O’Higgins Francia, hija de Jesús Francia. Los descendientes de ambas no llevaron el apellido O’Higgins y el rastro se encuentra perdido.
Ni la hija ni la nieta de Demetrio O’Higgins conocieron Chile. Una de sus cuatro bisnietas, Sarela Trucios Mifflin (64 años) lo hizo años atrás acompañando a su esposo, Jorge Tosi Velasco, jubilado como pro-subgerente del Royal Bank of Canadá de Lima y exconcejal del distrito limeño Magdalena del Mar:
–Visitamos Santiago y Viña del Mar. Quedamos encantados. No tomé contacto con nadie para identificarme como tataranieta de Bernardo O’Higgins porque andábamos de paseo. A mi madre y a mi abuela muchas veces diplomáticos chilenos las invitaron a Chile, pero como no tenían dinero para financiar los pasajes murieron sin conocer la tierra de sus antepasados.
En la casa de Sarela Tructos Mifftin, situada en un hermoso distrito de Lima, no cuelgan retratos de O’Higgins en los muros. Los que tiene permanecen en algún closet, sólo para mostrárselos a los interesados. Sarela Trucíos admite que nunca ha leído nada sobre su antepasado chileno:
–Lo poco que sé me lo ha contado mi marido. A él le interesa y leyó una biografía escrita por Vicuña Mackenna.
La nieta de Demetrio, Sarela Mifflin O’Higgins, siguiendo la tradición familiar, no se casó. Mantuvo, sin embargo, larga relación con Augusto Trucíos Argote, contratista de aseo municipal (Baja Policía le llaman en Perú) de la Municipalidad de Abajo el Puente (Lima). De él tuvo tres hijas. Una cuarta nació de otro peruano de apellido Bazán. Su hija la recuerda con emoción:
-Pocas mujeres más generosas he conocido. Vivía dedicada a obras de beneficencia y participando en órdenes religiosas. Comulgaba diariamente. Tenía un tipo más moreno que su madre. Mi abuela, Antonia Isabel O’Higgins, era muy linda, rubia, de ojos celestes, devota de San Antonio y de la Virgen del Perpetuo Socorro. Sus otros hijos, Osvaldo, Demetrio y Enrique Mifflin O’Higgins, fueron empleados de imprentas y del Estanco del Tabaco. Uno de ellos, Demetrio, murió en 1971, dejando dos hijos de apellidos Mifflin López-Torres, tenidos en una limeña con la que nunca se casó, pero que quiso mucho. Después contrajo matrimonio con otra persona, que aún vive, pero con la cual no tenemos nada en común. Prefiero no mencionarla…
CANTANDO CUECAS
Con cierta timidez, pero sin hacer concesiones a “prejuicios ya superados”, la anciana Sarela Trucios Mifflin recorre la historia de su familia. Habla de su medio-hermana Esperanza Bazán (casada con el industrial Enrique Goldeng); de su hermana mayor, Isabel Teresa (esposa del vendedor de laboratorios Eulogio Zagal); de su hermana menor, Rosa (casada con el constructor de origen italiano Américo Bibolini), y de sus dos hijos, los Tosi Trucios, que prometen ser destacados profesionales.
La abogado Rosario Tosi (28 años, con igual nombre que la madre de Demetrio), trabaja con uno de los penalistas más prestigiosos del Perú (el ex Ministro de Estado José Merino Reina) y participa en el juicio iniciado por el asesinato de Luis Banchero, magnate de la anchoveta, y propietario hasta su muerte de los diarios Correo y Ojo. Su hermano, Jorge Tosi, está culminando sus estudios de medicina. Sus primos, los Zagal Trucíos, conservan una vinculación sentimental con Chile, y cuando los visitó Revista del Domingo cantaron con gracia hermosas cuecas y tonadas. Han estado en Chile y se sienten “un poco chilenos”. Otros parientes dijeron que están tentados de radicarse en nuestro país “para trabajar tranquilos”.
Ninguno de ellos ha visitado nunca la hacienda Montalván:
-Debió pertenecer a nuestra familia, pero personas influyentes se apropiaron de ella. Nos daría pena conocerla. Por lo demás, ahora está expropiada. ¿A qué vamos a ir? La casa de la familia Beltrán no podríamos visitarla.
Los más jóvenes descendientes blancos de Demetrio (hijos de sus tataranietos) suman nueve. Ninguno lleva los apellidos O’Higgins o Mifflin. Son Zagal, Bibolini, Noblecilla, Rovira… Pero muchos conservan nítidos los rasgos europeos de sus ascendientes irlandeses.
LOS O’HIGGINS MULATOS
No ocurre lo mismo—como se ha dicho antes—con los de la rama morena. Legítimamente o no (nunca se sabrá) conservan y multiplican el apellido O’Higgins. En 1974 ya hay por lo menos 23 hombres y 21 mujeres que lo llevan como primer apellido. Varias decenas como segundo, Pertenecen en su inmensa mayoría a una clase media de escasos recursos, que en las últimas generaciones tiende a alcanzar títulos técnicos. Tal vez por conservar el apellido O’Higgins demuestran tener un conocimiento algo más profundo sobre el patriota chileno.
De los tres hijos que tuvo Belisario O’Higgins Girao (con dos mulatas distintas de Cañete), sólo uno vive: Julio Hermógenes O’Higgins Márquez. Después de trabajar largos años como mecánico en haciendas azucareras y en el Ferrocarril del Perú, descansa en su pequeña casa del barrio Zurquilio de Lima. El supuesto bisnieto de Bernardo O’Higgins tiene rasgos europeos y un ligero color mate. Casó con una zamba llamada Teodomira Rosario Ugarte, sobrina de Alfonso Ugarte, el famoso combatiente peruano de la Guerra del Pacífico. Uno de sus hijos, Antonio Concepción O’Higgins Ugarte, es el único de su apellido que escogió la carrera de las armas como el patriota chileno. Hace nueve meses se retiró del Ejército como jefe de Transmisiones del Polígono de Tiro del Rímac y con el grado de suboficial primero. Con sus largas patillas canosas, su boca pequeña, pelo corto y circunspección militar, su aspecto en algo recuerda a Bernardo O’Higgins:
-Si uno no puede vivir de orgullos –dice-, por que eso nada significa, al menos se siente satisfacción por llevar la sangre de un hombre de la talla de O’Higgins, Gran Mariscal del Perú y Director Supremo de Chile. Esta es una satisfacción íntima, ya que la mayoría de los peruanos no ha escuchado hablar nunca de O’Higgins, salvo los más instruidos. Aquí se conoce a San Martín y a Bolivar, a Grau y a Bolognesi. Los otros patriotas americanos pasan un poco inadvertidos. A don Ambrosio O’Higgins, aunque fue virrey del Perú, aún lo conocen menos que a don Bernardo.
Tal vez los limeños conozcan más al suboficial Antonio O’Higgins: su nombre ha figurado en la prensa como ganador de premios en concursos de puzzles. Ninguno de sus ocho hijos (O’Higgins Durand) lleva los nombres de Bernardo o Demetrio:
-Tuve dos hermanos llamados como mis ascendientes chilenos, pero murieron siendo niños. Por temor o tonta superstición, a mis hijos he preferido llamarlos Marcos, Gustavo, Rubén y Eduardo. Nada de Bernardos ni Demetrios. El mayor, Marcos, ingresará al Colegio Militar el próximo año y espero que sea el primer general O’Higgins desde la muerte de don Bernardo
ORIGEN DEL MESTIZAJE
La superstición no amedrentó, en cambio, a una hermana del suboficial Antonio O’Higgins. Nacida “en el mes de la patria de Chile”, Abigail O’Higgins se siente muy ligada a sus antepasados, y no titubeó en bautizar a uno de sus hijos con el nombre de Bernardo. Estudiante del colegio Hans Christian Andersen, 17 años, Bernardo Montoya O’Higgíns tiene el color mate de su madre y un rostro despejado. Su hermana lleva el nombre de Rosario, igual que la madre de Demetrio O’Higgins y gran amor del padre de la Patria. Es una linda lolita de 16 años. Dice su madre:
–Todos tenemos rasgos negroides porque mi madre era Ugarte y los Ugarte son todos mestizos. Mi hijo mayor, Alejandro es zambo como yo y un poquito chato. Mi hija es más blanca y muy graciosa, como usted ve. Mi abuelo Belisario, hijo de don Demetrio, era, en cambio, rubio, menudo, bajo y de ojos azules. Entiendo que trabajó siempre como practicante o algo así. Creo que era curador de enfermedades sanguíneas.
El otro hijo de Belisario, nieto de Demetrio llamado Francisco de Borja O’Higgins Zambrano, casó con una mulata llamada Nieves Sánchez, originaria de Cañete, cómo casi todos los de esta rama. Fue chofer y sastre. De sus nueve hijos, el mayor de los hombres, Demetrio, aún trabaja como sastre en San Vicente de Cañete. Otros dos son choferes: uno de un camión cisterna de Petroperú (la ENAP peruana); otro de la Importadora El Faro de Lima; el menor, Héctor, empleado de industria, casó con la hija de un comerciante en abarrotes japonés radicado en Cañete. De los nueve, dos viven en Cañete. Demetrio sigue atendiendo la sastrería, con cuyo producto mantiene a sus nueve hijos (uno de ellos es Bernardo O’Higgins Luyo, cuyo artículo sobre su familia se publica en estas páginas); la otra es Leonor casada con el próspero empresario de pompas fúnebres Enrique Montero. Dijo a Revista del Domingo:
– Afortunadamente los O’Higgins llegamos siempre a viejos, a muy viejos, así que estoy segura que no tendré que enterrar a nadie de mi familia. Cuando yo me muera seguramente habrá en el Perú mas O’Higgins que los que pueden quedar en Irlanda. Pero serán zambitos y mulatos, como le gustaban a don Demetrio cuando vivía en Montalván. Mi abuelo Belisario: decía que su padre prefería la gente morena y no la blanca de sociedad. Así le contaron los viejos que conocieron al hijo de don Bernardo.
Demetrio y su madre
Una colorina bella y altanera, Rosario Puga y Vidaurre, fue durante cuatro años el gran amor de don Bernardo O’Higgins. El hijo de ambos, Demetrio, fue un soltero que dejó numerosos descendientes en Perú. No son todos los que dicen ser de su sangre.
En el misterio más profundo se mantuvo durante casi un siglo el verdadero origen de Demetrio O’Higgins Puga, el único hijo del prócer chileno. Cuatro años tenía cuando viajó con él al destierro en 1823, pero había sido criado primero por fray Domingo Jara y luego por su abuela Isabel Riquelme. Algunos historiadores dieron a entender que Demetrio era sobrino de don Bernardo, hijo de su medio hermana Rosa Riquelme (según Vicuña Mackenna). La confusión se produjo tal vez porque otra medio hermana del patriota, Nieves Puga y Riquelme, tenía el mismo apellido que la madre de Demetrio. María del Rosario Melchora Puga y Vidaurre fue –al parecer– el gran amor de Bernardo O’Higgins cuando ocupaba el cargo de director supremo. Cuatro años duró esa relación. Después -según el historiador conservador Jaime Eyzaguirre- “continuó su vida cortesana en otros brazos, porque él sólo había sido un mero episodio en la pendiente”. Rosario era hija de Juan de Dios Puga, coronel de caballería, amigo de Bernardo O’Higgins, combatiente en Yerbas Buenas, alegre y tarambana. La joven se había casado con José María Soto Aguilar, de Cauquenes, Maule. Cuando inició sus relaciones con O’Higgins ya estaba separada de su esposo, de quien había tenido dos hijos, muertos en la infancia.
Del Sur, Bernardo O’Higgins trajo a Rosario y a sus padres. Los instaló en una mansión situada en el lugar donde hoy se levanta el Club Fernández Concha, a sólo una cuadra de la entonces casa de gobierno. La gente le dio a Rosario el nombre de “la generala” por sus amores con el general O’Higgins. Nacido un hijo de ambos el 29 de junio de 1818, día de San Pedro y San Pablo, fue bautizado como Pedro Demetrio. El segundo nombre en recuerdo de un pariente del prócer, llamado Demetrio O’Higgins.
El niño quedó inscrito como hijo de padres desconocidos.
Demetrio nunca vio a su madre, pero mantuvo con ella, desde el extranjero, abundante correspondencia, a partir de los 28 años. El año 1846 le escribe y envía un retrato. Rosario Puga -que había llevado una vida llena de pleitos y disputas- le hizo llegar a Montalván numerosas cartas:
“Mi caro hijo. ¡Ah! Sabes tú lo que es pronunciar este dulce nombre; soy una madre privada de una parte de su corazón. El destino nos colocó lejos el uno del otro… No te mando mi retrato, hijo querido, por prudencia. No sé con quién hacerlo. A más, es hora que vengas a ver a tu madre…”.
Cuando Demetrio visitó Chile 14 años más tarde, en el verano de 1860, su madre ya había muerto. Pudo, sin embargo, conocer Rancagua y ser festejado por su condición de hijo del héroe. Antes de su muerte en Montalván fue elegido diputado al Congreso peruano por la zona de Cañete, sin haber perdido su nacionalidad chilena.
Poco se sabe de su vida en las haciendas que recibiera su padre del Gobierno peruano en tiempos de San Martín. El diario El Comercio del 30 de noviembre de 1868 publica la siguiente nota:
“Cañete. Don Demetrio O’Higgins, hacendado de Cañete, de tan ilustre apellido, duerme desde anoche en la eternidad. Su muerte repentina y espantosa se debió a envenenamiento por ácido prúsico que don Demetrio empleó para aromatizar sus bebidas en la forma de agua destilada de almendras amargas. Se nos dice que el cadáver será embalsamado y remitido a Lima”.
Revista del Domingo entrevistó al sastre Demetrio O’Higgins Sánchez, mientras recorría con él la hacienda Montalván. Relata lo que se dijo en el pueblo al ocurrir la muerte de Demetrio, el hijo de Bernardo O’Higgins:
–Mi bisabuelo venia llegando de un viaje por Europa. La hacienda estaba en manos de un administrador, apellidado Del Pino, quien había cometido todo tipo de irregularidades. Don Demetrio lo volvió a su condición de mayordomo. Poco después mi bisabuelo murió envenenado. Tres meses más tarde el propio mayordomo Del Pino apareció muerto en los corredores de la hacienda. En esa época todos cargaban armas. Ese mismo Del Pino había sido el encargado de acompañar a mi abuelo Belisario a esta hacienda para que su padre lo viera. Entonces era un niño de pocos años. Don Demetrio siempre pedía que se lo trajeran a Montalván y lo sentaba en sus rodillas. Pero murió sin poner la firma. Por eso no figura legalmente como su padre. Todos los viejos de acá, sin embargo, le llamaban “el hijo de don Demetrio”.
“Así somos los O’Higgins mestizos”
Texto de Bernardo O’Higgins Luyo
Puede ser que a muchos chilenos les resulte raro que en el Perú existan O’Higgins mestizos y sobre todo que casi no tengan dónde caerse muertos. Calatos, como le decimos acá. Pero eso nada tiene de raro. Casi todos en Perú somos descendientes de esclavos negros o de los serranos nativos. El abuelo de mi padre, Belisario, hijo de don Demetrio y nieto de don Bernardo, era blanco, rosado y de ojos claros. Pero casó con mujer mestiza y todos sus descendientes han hecho lo mismo. Tal vez por eso no tenemos ningún contacto con los que descienden de la tía Isabel O’Higgins, la otra hija de don Demetrio. Nosotros descendemos de campesinos; ellos, de limeños. Pero cuando murió la tía Isabel en 1949, mi abuelo le mandó un pésame a sus primas. No ha habido ninguna otra relación.
Los descendientes de la tía Isabel creen que nosotros no llevamos la sangre de don Demetrio O’Higgins, sino que de algún esclavo de la hacienda Montalván. Nosotros sabemos que no es cierto, porque mi bisabuelo Belisario tenía tipo europeo, y vivía en un pueblo chico donde todo se sabe. Siempre se le conoce como el nieto de don Bernardo O’Higgins, aunque nunca don Demetrio puso la firma para legitimarlo. Murió de repente. No alcanzó a hacerlo.
Es cierto que antiguamente los propietarios solían darles sus apellidos a los esclavos al concederles la libertad; sólo a los más queridos y como un reconocimiento a su lealtad. Eso pudo ocurrir con algunos esclavos que trabajaron en la hacienda con don Bernardo O’Higgins, pero nosotros no conocemos a ninguno de sus descendientes que lleve el mismo apellido nuestro. No es que nosotros reneguemos de nuestros antepasados negros. Por el contrario, es un motivo de orgullo. Sólo reclamamos ser descendientes de don Demetrio, porque todos en San Vicente de Cañete saben que es así. Y él era amigo de los mestizos, como era mestiza Mates Girao, la madre de Belisario, aunque dicen que tenía sus vacas y sus tierras, y por lo tanto no era pobre.
Por otra parte, ser pobre no puede humillar a nadie. Don Ambrosio O’Higgins, el virrey, durante un tiempo fue comerciante ambulante, o sea, mercachifle, como le decimos en el Perú. Su hijo, don Bernardo, sólo llegó a ser rico cuando heredó tierras de su padre, pero durante mucho tiempo conoció la pobreza, sobre todo cuando estudiaba en Europa. Don Demetrio tuvo que trabajar duro cuando joven para poder vivir. Era dependiente del almacén que don Bernardo instaló aquí en Lima para vender los productos de la hacienda. Sólo cuando heredó Montalván fue rico. El peruano Ricardo Palma dice que entonces don Demetrio desplegó más boato que Montecristo.
Gracias al trabajo de mi abuelo y de mi padre, que por una vida entera han sido sastres y han trabajado con mucho esfuerzo, algunos de mis hermanos han podido estudiar profesiones. Una es ingeniera y trabaja en Talara; otro es contador mercantil. Yo hice un curso de fotografía y espero estudiar dirección de cine y televisión. De a poco los O’Higgins saldremos adelante.
Tal vez los chilenos se pregunten cómo se siente una persona que lleva un nombre tan ilustre como el de Bernardo O’Higgins. La verdad es que en Perú no resulta normalmente algo grato o ingrato. Como se conoce muy poco al patriota chileno, cuando yo doy mi nombre paso casi inadvertido, salvo entre la gente uniformada o con cultura superior.
No faltan, sin embargo, las anécdotas. Hace algún tiempo, por razones del servicio militar, fui llevado a la Comisaría de Quinta Cotabamba, en calidad de detenido. Junto conmigo iba un amigo que trabaja en mi misma oficina, el Consorcio Manufacturero Comercial, Comaco, propietaria de parquímetros en Lima. Ese amigo se llama Francisco Pizarro. El mayor de policía nos interrogó:
-¿Cómo te llamas tú?
-Bernardo O’Higgins, señor.
-¿Y tú?
–Francisco Pizarro, señor
-¿Así, carajo, eh? Entonces yo soy Simón Bolívar!
Pero el asunto no pasó de ahí. Creo que en Chile habría sido muy distinto. Nos habrían mandado al hospital psiquiátrico.
Hacienda Montalvan hoy
Si Bernardo O’Higgins resucitara hoy no reconocería a su querida hacienda Moltalván. Y tal vez le asaltarían nuevamente pensamientos pesimistas sobre la gratitud humana. El pequeño monumento que se levantó allí en su memoria está abandonado y le rodea un sitio lleno de desperdicios. Ni una sola flor crece junto al modesto pedestal que soporta su busto. Años atrás -dicen los habitantes del vecino pueblo de San Vicente de Cañete- lo rodeaban jardines y el respeto de las gentes. Hoy, los muchachos de la ex hacienda Moltalván juegan pichangas junto al monumento y esparcen basuras a su alrededor.
La familia Beltrán, propietaria de ese trozo de la ex hacienda Montalván, no acepto que Revista del Domingo ingresara a la vieja casa de adobes, hoy totalmente restaurada y con añadidos ajenos a la construcción original del siglo XVIII.
Dijo José Felipe Beltrán:
–Hemos borrado los restos de O’Higgins. Sabemos que el gobierno chileno tiene intenciones de comprarla, pero ya nada existe de esos tiempos.
En efecto, desapareció la capilla en que O’Higgins asistía a misa junto con los empleados y esclavos de la hacienda, y la casona esta pintada color rosa, con ventanas y molduras en azul verde eléctrico. Sólo un viejo nogal arrugado -muerto de pie como suelen morir los árboles- parece ser el único testigo de los tiempos del prócer. El resto son especies nuevas: bambúes, paltos, lúcumas, buganvillas. Al entrar a la ex hacienda surgen gigantescos pinos australianos o casuarinas.
Casuarinas de Cañete es precisamente el nombre que lleva uno de los cuatro fundos en que se encuentra subdividida la hacienda Montalván, y que comprende la casa de Bernardo O’Higgins, las modestas viviendas de los trabajadores del predio y un trozo de tierra. Algodón, papas, maíz, hortalizas y naranjas constituyen la producción fundamental. Ya desapareció el cultivo de caña azucarera, que fue el rubro principal en el siglo XIX. El resto de las tierras fueron expropiadas en 1973, o se encuentran en proceso de entrega a un comité de reforma agraria.
–Más tarde, todas las tierras pasarán a cooperativas campesinas– nos dice Osvaldo Levano, funcionario del Comité Especial, tipo asentamiento, que controla hoy la mayor parte de la ex hacienda
DE MANO EN MANO
José de San Martín fue quien instó al gobierno peruano a ceder a O’Higgins las dos haciendas que poseyó entre 1823 y 1842. Más tarde las heredaros sucesivamente, su hermana Rosa y su hijo Demetrio. Cuiba y Montalván fueron algunas de las propiedades agrícolas más importantes del valle de Cañete. Montalván perteneció a Manuel Antonio Arredondo, marqués de San Juan Nepomuceno, y le fue confiscada por su condición de realista. En seguida, paso a manos de O’Higgins.
Su hijo Demetrio se hizo cargo de la explotación en 1842, pero con escasa suerte y, al parecer, menos dedicación. Dejó la propiedad en manos de administradores durante mucho tiempo y al regresar de un largo viaje a Europa la encontró prácticamente en quiebra, con más juicios legales que cañas azucareras. Poco después murió (envenenado, según la prensa limeña).
La hacienda pasó a sucesivos administradores judiciales, que la arrendaron a distintos particulares y empresas. Nunca la hija de Demetrio, Isabel O’Higgins Davies pudo tomar posesión de ella. Los administradores judiciales sólo le entregaron algunas pequeñas sumas de dinero. Finalmente, la hacienda Cuiba pasó a manos de Augusto B. Leguía, mandatario peruano, y la hacienda Montalván al ex propietario del diario La Prensa, Pedro Beltrán. En torno a estas adquisiciones se han hecho múltiples denuncias de irregularidades que habrían dañado los intereses de los descendientes de O’Higgins (sin embargo, una importante calle de Las Condes lleva el nombre de Augusto Leguía…).
Montalván, a 148 kilómetros al sur de Lima, está enclavada en el valle de Cañete, junto a la costa. En la zona llueve una vez cada 25 años como promedio, y por lo tanto se irriga con aguas que bajan de los Andes. En el camino hacia Lima sólo se encuentran tierras desérticas, salpicadas por valles angostos. Cañete es uno de los más extensos. A sus tierras llegaron miles de esclavos negros atrapados en Angola, de los cuales desciende la mayor parte de los habitantes de los villorrios de Cañete. La tradición negra se conserva casi intacta y en los meses de agosto de todos los años se celebra un festival de folklore negro, al que concurren los descendientes de esclavos de todo el Perú.
Abundan en la zona las ceremonias vudúes, en que se mezclan tradiciones cristianas con ritos paganos. Entre los santos que se invocan –curiosamente- surge siempre en nombre de Bernardo O’Higgins. Los investigadores creen ver en este culto al patriota chilenos un resto de lealtad y cariño al hombre que en sus casi 20 años de permanencia en la hacienda Montalván supo darles un trato digno a los esclavos.
En Cañete, una de las calles principales lleva el nombre de O’Higgins (su hijo aún está enterrado en el cementerio local), y el azar se encarga a menudo de hacerle jugadas. El principal diario del pueblo, La Provincia, tiene sus talleres y redacción en la calle O’Higgins, y la empresa editora lleva el nombre de Gráfica Melchorita. Melchora (Melchorita…) era el segundo nombre del gran amor de O’Higgins en Chile y madre de su único hijo, Demetrio. Y cuando Revista del Domingo estuvo en San Vicente de Cañete, el cine San Martín tenía en cartelera la cinta Madre soltera, en tecnicolor.
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