Las miserias de Arabia Saudita
De esas miserias -desgracias, infortunios- que la opulencia no dejan ver, habla el autor de este reportaje, que acaba de visitar el país de Mahoma, la vieja Arabia Feliz, cuya felicidad de hoy no resulta muy evidente, y la de mañana parece incierta.
Escucho los primeros gritos cuando recorro el centro de Jeddha, el puerto de La Meca. Es viernes, silencioso día de guardar del Islam. Los gritos retumban desgarradores. En una librería el Aráb News -escrito en inglés- da cuenta de los conflictos entre el ayatollah Khomeini y sus adversarios marxistas y derechistas en el vecino Irán, la nueva república islámica. El silencio de Jeddha, capital diplomática de Arabia Saudita, el país cumbre de los petrodólares, sólo se interrumpe dramáticamente por aquellos gritos.
Las vitrinas permanecen oscuras, pero en su interior es fácil advertir las joyas más robustas de todo el Medio Oriente, los aparatos electrónicos más sofisticados, 100 distintos televisores en color… Sobre calzadas y veredas, automóviles estacionados que yo imaginaba desaparecidos para siempre: plateados, dorados, gigantescos, con focos innumerables, Todo lo más caro, lo más hermoso y, también, lo más recargado del mundo, se halla aquí reunido en unas pocas manzanas, junto al Mar Rojo.
Comienzo a avanzar en dirección al lugar de donde surgen aquellos gritos, siguiendo a grupos de hombres que caminan moviendo sus túnicas y sus lenguas siempre inquietas. Nos metemos en los callejones del viejo zoco, que está cambiando sus toldos tradicionales por techumbres de material sintético fabricadas al estilo oriental… en Alemania Occidental. Pero en los negocios domina sólo un tipo de producto oriental: la electrónica japonesa… Unos pocos callejones -donde comercian miles y miles de inmigrantes yemenitas- conservan la imagen tradicional del zoco o mercado árabe. El resto está sucumbiendo a la ola modernista impulsada por la marea del petróleo.
LA PLAZA DEL CASTIGO
De pronto los gritos -cada vez más cerca- me llevan de regreso a la vieja Arabia del Islam.
-¿Qué ocurre?- pregunto a un hombre que viste a la manera occidental y que viene del Líbano.
-Sígame, ya lo veremos.
Al salir de un callejón me encuentro con centenares de hombres que se esfuerzan por ver algo que sucede en el centro de una ancha calle, frente a una plazuela, Sólo puedo distinguir cabezas y muchos curiosos asomándose por las ventanas de varios edificios.
-No veo nada, ¿qué ocurre?
El libanés hace algunas averiguaciones.
Vámonos de aquí. Le están cortando una mano a un muchacho.
Es un ladrón. Reincidente.
Para que no se desangre, junto con cortar (sin anestesia por cierto) se le suturan carnes y vasos sanguíneos. Todo se hace públicamente, como ordena la justicia coránica.
Hay muy pocos ladrones en Arabia Saudita.
Hay, también, pocos asaltos, pocas violaciones. Las cabezas de los culpables ruedan en esta misma plaza. Una espada se encarga de cortarlas con un golpe certero. Así murió en 1975 el príncipe que dio muerte al rey Faisal. “Pero esa vez el verdugo estaba nervioso, ¡nunca había decapitado a un príncipe!, y la espada cayó la primera vez sobre un hombro y no sobre su cuello…”
Hay también, pocas, muy pocas adúlteras en Arabia Saudita. Y tal vez menos aquí en Jeddha, donde la tradición musulmana dice que está la tumba de Eva (“la primera pecadora”) y por la cual pasan millones de peregrinos, camino a La Meca, donde nacieron Mahoma y la fe del Islam. El rigor religioso, por lo tanto, se renueva aquí todos los días, y tal vez por eso la justicia coránica puede seguir castigando la infidelidad conyugal de la mujer con la muerte por lapidación.
Explica el libanés:
–Comprobado el adulterio con acto sexual, la mujer debe ser traída a la plaza pública. Aquí se la mete en el fondo de un hoyo, inmovilizada. Una camionada de piedras se pone a disposición de los hombres que deseen hacer justicia. Ellos la apedrean durante el tiempo que sea necesario, hasta provocarle la muerte. Un médico le toma el pulso, la examina. En el caso de que aún conserve un hálito de vida, se reanuda el apedreamiento hasta que muera. Ha sido así por miles de años.
EVA NO HA RESUCITADO
Arabia Feliz llamaron los antiguos a esta región, que ahora, gracias al petróleo, procura merecer dicho nombre. Pero a las pocas horas de estar aquí ya me es fácil comprobar que la felicidad no se abastece por oleoducto. Al menos la felicidad a que aspiramos en Occidente.
Basta recorrer las calles para comprobarlo.
No hay otros templos que las mezquitas ni otros dioses que Alá. Cristianos y budistas-extranjeros la mayoría- no pueden realizar, ni siquiera privadamente, ceremonias religiosas. Un sacerdote extranjero camuflado de diplomático es el único que en 1979 celebra misa para los católicos, sin ornamentos, sin cáliz. Si es sorprendido, puede recibir un castigo ejemplar.
Ninguna mujer, saudita o extranjera, analfabeta o profesional, puede manejar un vehículo. Ni una sola, en un país con 8 millones de habitantes, la mitad de ellos mujeres. Ninguna mujer puede trabajar en oficinas, en comercio, o en cualquier actividad (sólo ahora se aceptan algunas médicos, enfermeras y maestras). Ninguna mujer saudita puede entrar a un restaurante, salvo que vaya con hombres y ocupe un oculto sector destinado a las “familias”. Ninguna mujer puede ingresar a las universidades, salvo a una pequeñísima “universidad femenina”, creada recientemente.
Ni en la capital política, Riyad, ni en Jeddha, capital diplomática -menos en La Meca, capital religiosa- existen lugares donde la juventud o los adultos puedan bailar. Tampoco hay cines. ¡Ni uno solo! Tampoco salas de teatro. “Debemos evitar la promiscuidad del hombre y la mujer”. Sólo en algunas sedes diplomáticas los extranjeros logran, ocasionalmente, asistir a una exhibición privada de cine.
Tampoco existen en el país locales donde los sauditas o extranjeros puedan beber licores, vinos o cerveza. Tampoco pueden hacerlo en sus casas. El consumo de alcohol está penado con 25 latigazos. Funciona, sin embargo, al más alto nivel, un mercado clandestino de whisky (¡hasta 80 dólares la botella!), que abastecen funcionarios diplomáticos y consulares de algunos países del Tercer Mundo.
VAQUEROS DEL TE
¿En qué se divierten, entonces?
Existe la televisión en ciertas ciudades desde hace ya varios años, y en colores desde hace tres (excelente sistema francés). Las transmisiones son interrumpidas diariamente cuatro veces, a las horas de oración. Se proyectan, entonces, fotos y filmes de La Meca y Medina, con trozos del Corán en rojos caracteres árabes.
La programación está rigurosamente censurada por las autoridades religiosas, ya que el islamismo es la religión del Estado. Se hallan prohibidas las escenas en que hay manifestaciones amorosas entre hombres y mujeres (besos, abrazos y lo demás); las referencias a otras religiones y los episodios en que protagonistas de un filme beben alcohol. Me cuentan el caso de una película de vaqueros en que los protagonistas se acercan a una cantina y uno de ellos invita en ingles “¡Vamos a tomarnos unos tragos!” La “traducción” en árabe dice “¡Vamos a tomarnos unos tragos de … té!”.
El té -¡buen té!, eso sí- es la bebida nacional.
Los jóvenes sauditas han comenzado, sin embargo, a divertirse. Escuchando música grabada. Y se multiplican cada día los negocios que venden cintas con los mejores intérpretes del mundo. En medio de los bazares repletos de mujeres con sus rostros completamente cubiertos por negros velos traslúcidos, de pronto retumban los Bee Gees con su música de Fiebre de Sábado o la voz viñamarina de Julio Iglesias.
Tal vez no hay lugar en el mundo donde las cintas grabadas (¿pirateadas?) sean más baratas ni los hoteles más caros. Con lo que he pagado el primer día en mi hotel (sólo por dormir) podría haber comprado 69 cassettes grabados de una hora.
El Hotel Meridien, alfombras sobre alfombras, el más lujoso del Mar Rojo -ubicado en el kilómetro 2 de la ruta a La Meca, en Jeddha- cobra 110 dólares diarios, sólo por dormir. Un cuarto amplio, con camas de una plaza, sin lujos exóticos, pero mucho confort. ¿Cuánto costará una suite para jeque petrolero?
(Las siguientes noches en Arabia Saudita, las paso, por supuesto, en otros hoteles. De 30 a 50 dólares. Pero hay que hacer protestas diarias por la falta de aseo. Incluso, una vez, por la tenaz resistencia del camarero a cambiar las sábanas, testigos indudables de los insomnios del pasajero anterior).
¿AYATOLLAHS AL REVES?
¿En qué otras cosas se divierten los sauditas?
Los hombres -la mayoría- tienen más de una esposa. Hasta cuatro tolera el Islam, o más si pueden atenderlas y mantenerlas (Mahoma tuvo 12 y el abuelo del actual rey más de 130, según versiones confiables).
Pero en este país de hombres con harem, la mujer no tiene muchas diversiones, salvo la televisión. Con la excepción de rarísimos matrimonios muy occidentalizados, el hombre sólo se reúne con otros hombres y las esposas entre ellas, ocupando distintas habitaciones cuando van de visita. Sólo entonces las señoras se sacan el velo que las hace parecer viudas inconsolables, y que para ellas es símbolo de delicadeza, honestidad y elegancia. Aquí abundan mujeres árabes que no usan velo, pero no son sauditas, sino extranjeras (egipcias, yemenitas, africanas). Las sauditas usan velo completo, con excepción de ciertas beduinas y mujeres de tribus perdidas del litoral.
Pero algo está ocurriendo con el petróleo, que puede modificar todo este esquema medieval. La riqueza favorece hoy en algún grado a casi todos los sauditas (los extranjeros hacen el trabajo sucio y barato), y son decenas de miles los jóvenes que anualmente viajan al extranjero a estudiar o a pasear. También lo hacen cada día más las mujeres con sus esposos, en plan de turismo y compras. Aún llevan sus velos, andan en grupos y tienen poca libertad, pero rápidamente, la influencia de Londres (ciudad preferida) y de otras grandes capitales de Europa y América, deberían ir modificando las costumbres.
Cuando sean centenares de miles los jóvenes educados en Occidente y millones los que conozcan a los Bee Gees, nadie podrá impedir que bailen a lo Travolta o que exijan cines o que resuelvan escoger esposa o marido sin intervención paterna.
Los video-cassettes ya están modificando las costumbres de los sauditas más cultos. Viven a menudo en barrios junto con europeos y norteamericanos que trabajan en el país. Algunos de éstos reciben programas de televisión extranjeros grabados en cintas y ofrecen a sus vecinos sauditas conectarse a sus equipos de video, mediante el pago de 30 dólares mensuales. Así se comienza a burlar la censura de las autoridades religiosas.
Puede producirse aquí, entonces, una revolución como en Irán. Pero en sentido inverso. En vez de imponerse las normas del Islam con todo su rigor -como lo ha hecho el ayatollah Khomeini-, los propios habitantes pueden luchar por conseguir un aflojamiento. Por ahora los jóvenes toleran incluso que las autoridades prohíban el baby-fútbol (“para que no pierdan el tiempo que pueden dedicar a la mezquita”). Por ahora los adultos beben cerveza sin alcohol, de origen norteamericano, y los ricos hacen cortos vuelos al extranjero sólo para beber a bordo, sin riesgos ni restricciones, y regresar el mismo día…
VERTIGO DEL DERROCHE
Los sauditas parecen hoy más entusiasmados con los beneficios terrenales del petróleo que por el jardín de Alá. Su entretención mayor es salir de compras y correr por las calles y carreteras sobre sus automóviles nuevos, que al año parecen viejos.
Por 100 pesos chilenos llenan un estanque de 40 litros y por la mitad del precio nuestro compran mastodónticos Buick, Chevrolet y otros coches norteamericanos. La mayoría de las familias de clase media tienen dos autos japoneses (Toyota, Datsun, Honda), que maltratan hasta que caen en desgracia y los abandonan en cualquier calle o camino. Diez mil coches hay en estos días llenándose de polvo y de óxido sólo en Jeddha, ciudad de 500 mil habitantes.
En sectores de las carreteras a La Meca y Medina, cada cien metros aparece un auto japonés que alguna vez chocó y cuyos dueños optaron por comprar otro nuevo. Autos (algunos) con sus motores impecables, ¡con sus radios y tocacintas intactos!, con sus cuatro neumáticos sanos, abandonados para siempre. (“Es muy cara la mano de obra de los mecánicos”).
También los beduinos -que suman más de un millón- están en esta carrera. Sólo algunos recalcitrantes siguen usando camellos. Casi todos han comprado pequeñas camionetas Toyota, que pintan con colores inverosímiles.
BEDUINOS BAJO LA CASCARA
Pero de estos beduinos milenarios quedan muchas costumbres todavía en la mayoría de los sauditas. Incluso en las casas elegantes de los jeques, se usan sólo las manos para comer, ayudándose, eso sí, con pequeños trozos de una especie de tortilla delgada, como nosotros usamos el pan para “empujar”, Salvo que tengan visitas extranjeras -árabes u occidentales-, se sientan a comer sobre una alfombra sin mesas ni sillas. A los amables recepcionistas del Hotel Amín, de Jeddah, por ejemplo, los he visto diariamente desaparecer tras el mesón, sentarse en el suelo, poner los platos sobre papel de diario y comer -hasta chuparse los nudillos- con las manos.
En los restaurantes, sin embargo, árabes extranjeros comen con pulcritud británica, usando servicios.
Otra costumbre, que tal vez también provenga del ancestro beduino, comienza muy lentamente a desaparecer: la acumulación de basuras en los sitios eriazos, callejones, patios y muchos lugares públicos. Quizás muchos que nacieron en el desierto y no tenían más alternativa que botar los desperdicios en algún sitio cercano, conservan aún aquí la costumbre. Sólo unas pocas camionetas recorren a veces ciertas áreas comerciales de Riyad y Jeddah para levantar las basuras, pero la mayor parte de los barrios carecen por completo de este servicio. Los funcionarios diplomáticos, que normalmente no pueden tener empleados domésticos por su alto costo, deben juntar la basura y (haciendo respingos) echarla en sacos a sus automóviles e ir a botarla en el sitio eriazo más próximo.
Los viejos edificios del centro de esas y otras ciudades sauditas ofrecen hasta hoy un espectáculo que las autoridades según anuncian, quieren terminar: la basura se acumula en las escaleras, formando, con el tiempo, verdaderas alfombras putrefactas, que se hunden al pisar sobre ellas. Abundan tarros, papeles, restos de comida. El aire se torna irrespirable. De estos edificios bajan hombres luciendo impecables túnicas blancas que suben a un Toyota 2000.
BUSES PARA EL CIELO
Las mencionadas características hacen distinto a este país de la no pocas naciones árabes que he conocido. En otras no se da, tampoco, por ejemplo, algo que me ha parecido aquí muy extraño. Lo descubro al trepar a un edificio en construcción para tomar fotos panorámicas de Jeddha. Abajo, muy cerca, veo más de mil buses estacionados en un gran sitio, junto a una mezquita. Buses enormes, impecables, últimos modelos.
-¿Qué es eso?–le pregunto a un carpintero que trata de olvidarse del calor (¡más de 40 grados!) intentando una siesta sobre varios tablones.
-Buses, señor.
– Sí, pero ¿buses de qué?
-De los peregrinos…
Así comienzo a enterarme de que si bien no hay camiones basureros para solucionar algunos terrenales problemas de los sauditas, el Estado tiene una flota de más de mil buses para que ellos y otros puedan -durante unas semanas en el año-recorrer el camino a La Meca en busca de una vida más limpia y un camino recto hacia el cielo de Alá.
Estos mil buses estacionados durante once meses me hicieron enfrentarme de brusca manera al conflicto entre lo humano y lo espiritual que también afecta a otras naciones en que domina el poder religioso.
EL AGUA Y LA MUJER
Y en estos días el problema saudita es peor que antes. Junto con la basura se acumulan los escombros de los edificios viejos que ceden al ímpetu de los petrodólares. Todas las ciudades importantes crecen y se remodelan a un ritmo que no he conocido antes. El pasado medieval se desmorona con estrépito, a ojos vista. Todavía no existe un sistema de cañerías para el servicio domiciliario de agua potable y esta debe repartirse en camiones-cisterna (70 dólares la camionada) o por los tradicionales aguateros con burros y grandes toneles. Pero esto no revela, desde luego, falta de preocupación oficial por el agua potable. Una de las m-más grandes inversiones de Gobierno tiene que ver con el aprovechamiento del agua de mar: el próximo año completan catorce plantas desalinizadoras para abastecer las ciudades del Golfo Pérsico y las del Mar Rojo, ya que el país carece de ríos y lagos. Las ocasionales lluvias sirven sólo para mojar la lengua.
Pero si bien este país se compara negativamente con otras naciones árabes en muchos de los aspectos que señalé antes, la acumulación y cruce de razas que han provocado los peregrinos llegados hasta aquí durante doce siglos ofrece un resultado magnífico. No he visto en otros países árabes un mayor número de mujeres hermosas, aunque muchas de ellas solo he podido observarlas a través de los velos, que se hacen transparentes al sol. Parecen hechas para justificar el sibaritismo de Omar Khayyam (“No dejes de recoger todos los frutos de la vida. Corre a todos los festines y elige los más grandes cálices”). Mujeres que parecen contener todos los misterios, de ojos muy negros y piel blanquísima, de narices mínimas y labios que se adivinan tersos y tibios. La belleza varonil camina con largas túnicas de poco ruedo. Se ven muchos hombres de aspecto ascético, de profundos ojos negros y rasgos armoniosos. Pero una inglesa me advierte:
-Con ropa occidental pierden mucho encanto. Tienen las piernas curvas porque se sientan en el suelo desde niños. Al caminar parecen menos varoniles. Se han acostumbrado al paso corto, casi femenino, obligado por la túnica. Además la costumbre de andar tomados de la mano con otros hombres y de besarse entre ellos, a nosotros nos resulta chocante.
CORTESIA CON NUBARRONES
Es aquélla otra de las cosas singulares de Arabia Saudita, aunque es común en otros países del área. Los besos entre hombres no están prohibidos en público. Pero si entre hombres y mujeres. También están prohibidas las fotografías en que se asome una parte del busto o las piernas de una mujer. Las revistas extranjeras son rigurosamente censuradas antes de salir a circulación. Funcionarios especiales rayan con gruesos plumones incluso las estatuas con desnudos. ¡Son capaces de ponerle sostén a la gelatina!
Ninguna mujer puede ingresar al país sin compañía masculina y las dos o tres europeas que he visto usando pantalones son tratadas en las tiendas con una cortesía cargada de nubarrones. Muchos sauditas viejos las barren con una mirada, y casi todas se van más rápido que inmediatamente a ponerse largas faldas, como lo hacen las mujeres del país, siempre envueltas de pies a cabeza con una serie de vestidos. Por eso aquí se dice que sólo una cosa es más difícil que desvestir a una mujer: vestirla. Y comprarla, claro, pues el novio debe pagar hoy unos mil dólares a los padres de la novia, quienes le regalan ropa y objetos de valor equivalente.
ALA Y ALADINO
El príncipe heredero, Fahd, primo del rey Jaled, y quien verdaderamente ha gobernado últimamente por los problemas de salud del monarca, ha dicho recientemente:
“Nosotros rechazaremos la luz de la electricidad si ella daña la luz de la fe”.
Y los policías religiosos, los mutawwa, recorren los comercios blandiendo sus látigos y gritando “Salaat, salaat”. ¡Tiempo de rezar! Recuerdan así a los olvidadizos que deben cerrar en las horas de oración. Los ulemas, jefes religiosos, doctores de la ley mahometana, forman parte del sistema y esta monarquía absoluta, teocrática y hereditaria gobierna, al parecer, sin riesgos a corto plazo (ver nota aparte).
Pero Mahoma no parece infalible. Dijo que las mujeres “son tan frágiles como el vidri”, y la monarquía de Irán se desplomó con estrépito, y las mujeres shiítas -seguidoras de Alí, primo y yerno de Mahoma-, no fueron las menos fuertes rivales del sah Phalevi.
Mahoma dijo también que ningún extremismo es bueno, “ni siquiera en religión”. El extremismo religioso musulmán, sin embargo, asombra en estos días con el ayatollah Khomeini y también con el de los gobernantes sauditas, que no es nuevo, pero el petróleo estratégico echa luz y preocupación ahora sobre este país oculto tanto tiempo en la oscuridad.
Un cronista escribió hace poco que Arabia Saudita dice: “Bienvenido, siglo XX, pero no me apure”.
Muchos quisieran cambiarle la receta. Que para avanzar más rápido se apoye tanto en las ventajas de Alá como de Aladino. Que con su estructura moral heredada de Alá avance confiada en el progreso, alumbrándose con la milagrosa lámpara de petróleo, sin titubeos.
AS-SALAAM’ ALIJUM
Que no le ocurra a muchos lo que a este periodista el día de su llegada. Al averiguar sobre la posibilidad de viajar a La Meca y Medina, un alto jefe administrativo del Hotel Meridien me respondió:
–Ninguna posibilidad, señor. A este país no se viene a hacer turismo. Aquí sólo se viene a trabajar, a hacer negocios, o a rezar. A nada más. La Meca y Medina están prohibidas para usted y para cualquiera que no sea musulmán. Ni siquiera puede usted acercarse a La Meca.
A pesar de las prohibiciones logré… acercarme a la cuna de Mahoma y lugar donde se dice que Adán murió (motivo de un próximo reportaje). Pero la verdad es que en muchos días no he visto a un sol viajero disparando su máquina fotográfica y el país carece por completo de servicios turísticos. En el consulado saudita en Buenos Aires me dieron la visa con una advertencia: no diga que es periodista y evite llevar máquina fotográfica.
Nadie me ha impedido, sin embargo, tomar fotografías y en la gente común sólo he encontrado buena voluntad. Ahora que un aparato de línea suiza me lleva de regreso a Europa -luego del vuelo inaugural a Jeddah-, el contraste se manifiesta en una pulcritud proverbial, en una amabilidad sin afectaciones y en una tolerancia que ha hecho de Suiza un símbolo.
Atrás queda la Arabia Feliz de los antiguos, la Arabia incierta del mañana.
¡As-salaam’ alijum!
¡La paz sea contigo!
Pasado y presente de la Arabia de Saud
Hoy está convertida en campeona de la ofensiva musulmana, mantiene el orden interno gracias a la Guardia Nacional beduina y al carácter conservador de los sauditas
Nadie más contento que Alá con los 8,5 millones de barriles de petróleo que produce cada día Arabia Saudita. Es verdad que muchos se benefician, especialmente los jeques, e incluso Chile, que en 1978 le vendió 12 millones de dólares en manzanas y otro milloncito en uvas. Pero Alá y su profeta, en el cielo musulmán, deben sonreír de oreja a oreja con este moderno incienso viscoso.
Y tienen razón.
Arabia Saudita está aprovechando su condición de primer exportador de petróleo del mundo para convertirse también en el primer “coranizador”. Destina el 10 por ciento de sus entradas a la ayuda externa, pero bajo el poncho lleva dos cosas: impedir el avance del comunismo y promover el avance del Islam. Pequeños y grandes países árabes y musulmanes de Asia y África deben hacer concesiones de tipo político y religioso para gozar del maná de sus petrodólares.
La Sharia, ley por la cual el Corán castiga rigurosamente el robo, el asesinato y el adulterio femenino (ver nota principal), ya ha sido introducida en Egipto, Sudán y Pakistán, con el beneplácito de Arabia Saudita. El actual resurgimiento del Islam no tendrá tal vez la fuerza y penetración que le permitió a los árabes dominar gran parte del mundo en otros siglos, pero la verdad es que la prudencia aconseja no mirar este fenómeno por debajo de la pierna. El sah de Irán algo puede decir al respecto, aunque los musulmanes iraníes son fundamentalmente shiitas y no sunitas como en la Arabia de Saud. Son hermanos separados y grandes rivales.
PARARSE SOBRE LOS PIES
Pero aunque el pueblo saudita no parece mayoritariamente convencido de las ventajas de un sistema religioso y penal tan riguroso, la familia reinante se ve muy resuelta en su decisión de mantenerlo e incrementarlo. En esta decisión puede estar la fortaleza o la debilidad del régimen. Todo hace suponer que la modernización hará aflojar el sentimiento religioso en el pueblo, pero la casa real de Saud está convencida de que Arabia Saudita será la primera gran nación musulmana industrializada. Esa es su meta.
En lo político no hay planes de democracia. El príncipe coronado, Fahd, hoy virtual detentor del poder por la mala salud de su primo, el rey Jaled, ha dicho públicamente que la democracia. no sirve ni servirá nunca en naciones como la suya.
Y el pueblo -según quienes lo conocen profundamente- ha aceptado hasta hoy el régimen de muy buen grado. Sólo el rigor de las leyes penales coránicas y las múltiples prohibiciones parecen minar cada día un poco más la estabilidad del muy estable sistema. Por todo lo demás, el saudita es un pueblo visiblemente conservador y conformista. Acepta de buen grado, por ejemplo, que el Gobierno no reparta los frutos del petróleo como un padre manirroto e irresponsable. El actual plan quinquenal (1976-80), sólo pretende asegurar a los sauditas un nivel de vida adecuado y digno. Quien quiera ir más allá debe hacer un esfuerzo personal. “Los ciudadanos deben pararse sobre sus propios pies”, advierte el Gobierno y la mayoría del pueblo lo entiende.
LA MORAL Y EL FUTURO
No quiere decir esto que hayan desaparecido los problemas sociales. Algunos obreros especializados ganan más de 50 mil pesos chilenos al mes, pero los que tienen escasa preparación y menos iniciativa viven con estrechez, a veces trabajando sólo dos o tres días a la semana, por falta de ocupación estable. Esto afecta principalmente al millón de yemenitas y a otros trabajadores extranjeros -muchos ilegales- que han llegado a esta Meca petrolífera.
Los inmigrantes son los únicos que podrían introducir aquí el gérmen comunista, ya sea por vivir graves problemas sociales o simplemente por haber llegado a Arabia con misiones específicas de activismo político (las fronteras desérticas y deshabitadas constituyen el talón de Aquiles saudita).
“Otro factor de incertidumbre tiene que ver con la corrupción. Se ha extendido en el país como una mancha de petróleo, y de tal manera “que el soborno debe ser esperado a cualquier nivel”, según una publicación británica, la Middle East Annual Review-1978. El reino saudita fue conocidamente corrupto bajo el rey Saud (depuesto hace 15 años); luego su heredero, Faisal, hizo progresos importantes en el orden moral, pero después de ser asesinado hace cinco años, la corrupción recobró su buena salud. El aumento espectacular del gasto público producido por el alza del petróleo ha ayudado a demoler moralmente a sectores importantes de funcionarios y hombres públicos.
Mientras tanto, los haberes de Arabia Saudita en el extranjero crecieron de 5 a 75 mil millones de dólares en los últimos cinco años, Y seguirán creciendo. El petróleo – sangre de Arabia Feliz- duraría “por lo menos hasta el año 2060”, según el doctor Taher, jefe de Petromin.
Y como es mucho el dinero en juego, el gobierno ha contratado los servicios de Karl Schiller, ex Ministro alemán de Economía, quien es el sigiloso consejero financiero del reino. Todo el petróleo pertenece al Estado y el reino decide en cuanto a precios, producción y tarifas Pero la empresa explotadora, Aramco, está manejada íntegramente por estadounidenses, quienes en la práctica actúan como contratistas eficientes y tienen las mejores relaciones con el jeque Zaqui Yamani, jocundo Ministro del Petróleo.
SINGULARIDADES POLITICAS
Hace 46 años nació el reino de Arabia Saudita, luego que el sultán de una región de la península arábiga, el Neyed, llamado Abdul-Aziz-ibn-Saud, conquistó por las armas otra región clave de la península, Héyaz, con sus ciudades claves de Medina y La Meca. Sin complejo de inferioridad alguno, Abdul-Aziz bautizó al país con su apellido (Arabia de Saud).
Para evitar que las zonas conquistadas se sintiesen ajenas a la estirpe Saud, el autoproclamado rey tuvo que recargar sus tareas nocturnas: contrajo matrimonio con más de cien damas de las principales tribus de la península, que le dieron por lo menos 47 hijos varones y otras tantas mujeres, que lloraron su muerte en 1953. Y como sus hijos y nietos parecen haber heredado su afán demográfico, hoy sus descendientes suman entre
cuatro y cinco mil.
Todos son príncipes y princesas. Ellos son los que gobiernan junto al rey en la capital política, Riyad. Ocupan el 80 por ciento de los ministerios y -Juan Segura vivió muchos años y murió de un descuido- forman la mayoría entre los pilotos de combate con que cuenta la Fuerza Aérea saudita. Como tampoco los príncipes constituyen garantía absoluta para el rey, bajo su mando funciona la Guardia Nacional, formada por 35 mil beduinos, cuya lealtad nadie discute, y que es capaz de contrarrestar a los 55 mil militares convencionales. Por último, la Policía Política, controlada también por el monarca Jaled, tiene en la cárcel de Hofuf un buen lugar para aquietar a los inquietos.
Pero no todo lo resuelve el rey por sí solo, aunque es también el primer ministro. En general busca el consenso de los príncipes y pasa dos meses al año recorriendo el desierto y los oasis (sólo el 2 por ciento del territorio tiene aptitud agrícola). En ese período consulta a los jefes tribales y escucha las quejas de cualquier saudita contra las autoridades intermedias.
Por eso, para ser justo, debe reconocerse que la Arabia de Saudí ya llegó a la Edad Media, y -¡ésta sí que es gracia!- todos los súbditos pueden ver al rey en televisión a color. Ellos también siguen las series que recuerdan la historia de esos grandes imperios nacidos aquí, llegados de Gibraltar a la India, bebieron la sabiduría de Grecia, Persia y Bizancio e iluminaron al mundo oscurantista de hace doce siglos, en la Edad Media.
Ver texto publicado en revista en formato PDF Arabia-Saudita