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La verdad sobre Cruz Martínez – Luis Alberto Ganderats
La verdad sobre Cruz Martínez

La verdad sobre Cruz Martínez

Ayer se cumplió un siglo de su sacrificio heroico, pero por ser hijo ilegitimo de un hacendado de gran posición, la identidad de sus padres se habría mantenido en secreto. Revista del Domingo investigó y confirmó nombre de su padre, y un historiador curicano, el de la madre. El héroe -de sólo 15 años- debió llamarse Luis de la Cruz Franco.

El historiador y escritor curicano Eduardo Márquez-Bretón lleva cerca de 20 años preocupado de la vida del héroe Luis Cruz Martínez, nacido en la hoy llamada Región del Maule, y bautizado en la parroquia de Molina. Acaba de concluir una segunda obra sobre Cruz, en la cual da a conocer investigaciones suyas sobre la verdadera madre del héroe, y entrega algunas pistas para rastrear el nombre de su padre, mantenido hasta hoy en secreto.
Ayer se cumplieron 100 años de su muerte, en uno de los actos más valerosos y emocionantes de la Guerra del Pacífico. El país ha presenciado esta semana varias ceremonias conmemorativas de ese combate mal llamado de La Concepción, puesto que el  nombre del pueblo peruano es Concepción.
Como un homenaje a Cruz Martínez y a la verdad histórica, publicamos en estas páginas dos notas que deben modificar la biografía conocida hasta hoy de este héroe de 15 años.
La primera es una síntesis del libro inédito de Eduardo Márquez-Bretón, preparada por el propio autor, con la cual se propuso identificar a la madre de ese misterioso niño bautizado en Molina. El segundo artículo, fruto de la investigación final de Luis Alberto Ganderats, da a conocer la supuesta identidad del padre.
De acuerdo con estas revelaciones, el héroe debió llamarse Luis de la Cruz Franco y no Luis Cruz Martínez. En el lugar donde hoy se encuentra el colegio de las Religiosas Salesianas de Molina existía en el siglo pasado un convento de clausura de las Monjas de la Buena Enseñanza. En el libro de vida o libro diario del monasterio, 5 de agosto de 1866, se lee, muy aproximadamente, lo siguiente: “Hoy nació un hijo de la portera del convento, Marta Martínez”.
Ahora bien, dos días después ese niño es llevado a bautizar a la parroquia de Molina. Allí se encuentra la siguiente partida de bautismo:
En la iglesia parroquial de Molina el siete de agosto de mil ochocientos sesenta y seis, yo el cura párroco bauticé, óleo y crisma a Luis, de dos días nacido, hijo natural de Marta Martinez y de padre no conocido”. Firma el cura Celedonio Galvez.
Hasta aquí todo parece muy natural, muy bien encadenado. Pero debemos poner atención a los siguientes sucesos. Transcurren algunos años. Ese niño llamado Luis debe ser llevado a Curicó para matricularlo en el liceo de la ciudad, protegido por el rector Uldarico Manterola Ureta. Su apoderada es Martina Martínez de Franco (Marta llamada familiarmente), que aún se desempeña como llavera y portera en el convento. Aparentemente es la madre del niño.
Pero ¿cómo inscribe a su pupilo?
En una ocasión tan importante en la vida del niño, la supuesta madre obra en conciencia, y así reza la matricula:
“1878 — 8 de julio. Cruz don Luis, hijo de padres no conocidos”(declara doña Martina).
“Se incorpora al primer año de estudios. Es natural del departamento de Talca”.
Nos encontramos, pues, ahora ante una verdad absolutamente diversa. Es la propia afectada la que desmiente que ese niño sea su hijo, pues afirma que es hijo de “padres  no conocidos”, y agrega que no se llama Luis Martínez, sino Luis Cruz, a secas.
No añade en ese momento un segundo apellido; ni aun otra inicial.

NO ES SU HIJO

¿Existe otra forma cómo acercarse a la verdad?
Sí. Un documento oficial firmado por un presidente de la República, como veremos luego.
Luis Cruz se convierte en buen estudiante, en adolescente idealista, y se inscribe como voluntario en el Batallón Curicó, con el cual marcha a la guerra. Lucha valientemente en el Manzano, Chorrillos y Miraflores. Posteriormente es destinado al poblado peruano de Concepción, formando parte de una compañía del Chacabuco.
Muere allí, como héroe, el 10 de julio de 1882. Le faltaban días para cumplir 16 años.
El gobierno de Chile dicta una ley que favorece a todas las madres que hayan perdido un hijo en la Guerra del Pacífico. Sin embargo, nadie se presenta a cobrar la pensión que le corresponde a la madre del subteniente Luis Cruz.
Como hemos dicho, el acta bautismal de la parroquia de Molina dice que es Martina Martínez la madre, Teóricamente casi todas las señas coinciden, pero la presunta favorecida con una pensión no se presenta a cobrarla.
¿Por qué?
Sabe Martina Martínez que no le corresponde, pues al matricularlo en el liceo había reconocido no ser su madre. Una comisión enviada por el Gobierno con el propósito de descifrar el misterio, se entrevista con ella. Martina Martínez actúa en conciencia, como lo hizo al matricular a su pupilo. Conozcamos su confesión, que se desprende de la ley especial promulgada el 29 de octubre de 1884, a su favor:
“Concédese gracia a doña Martina Martínez, por haber cuidado desde la infancia y educado hasta que entró en el Ejército, al subteniente don Luis Cruz, muerto heroicamente en el combate de La Concepción, una pensión vitalicia mensual de veinte pesos“(…).
Firman el presidente Domingo Santa María y su ministro Carlos Antúnez. (Nótese que a Cruz no se le pone segundo apellido).

LA MADRE OCULTA

Pero ¿cuál fue el motivo de los acontecimientos de Molina?
Martina Martínez, de origen curicano, había casado con Gabriel Franco, español residente en Molina. De esta unión nacieron dos hijos: Novarino y Clodomira. El marido de Martina va a California, de donde nunca regresa. Ella, entonces, entra a servir en el convento, y entrega a su hija Clodomira Franco a un matrimonio de ricos agricultores de Los Cristales -en las cercanías de Curicó-, dueños también de una hacienda de cordillera en Molina.
La niña Clodomira crece, y siendo muy joven se convierte en madre soltera
¿El galán?
Alguien de la casa patronal.
Durante algún tiempo el hecho pasa  inadvertido, pues el niño es separado de la madre y colocado bajo la atención de su abuela Martina. Esta constituye la verdad histórica desnuda. Lo demás, una historia tejida o acaramelada por manos de monjas. El acta de bautismo-reitero- es solamente una verdad expuesta a medias.
A pesar de todo, es preciso ser comprensivos con el proceder tanto de las religiosas, como el cura de Molina. Ellos se esforzaban por cubrir la honra de una jovencita, como era Clodomira Franco Martínez .
Vicuña Mackenna, en su libro Album de la gloria de Chile, habla de Luis Cruz:
“Fue hijo de un misterio; pero desde la edad de dos años le crió en Curicó como madre adoptiva doña Martina Martínez Martínez”.
En mi opinión, Vicuña Mackenna tuvo conocimiento del secreto que envolvió el nacimiento del héroe. Con todo por no herir susceptibilidades dice que “fue hijo de un misterio”.

Su padre

Abogado Miguel Cruz Valdés revela un secreto familiar mantenido por más de un siglo: “Luis Cruz fue hijo ilegitimo de mi bisabuelo”.

Rigurosamente en secreto se ha mantenido hasta hoy la identidad del padre de Luis Cruz Martínez. Es probable que ni el propio joven lo haya conocido.
Por tratarse del hijo ilegítimo concebido por un hombre casado de gran situación social, fue extremado el sigilo que envolvió su nacimiento. Creció y murió llevando siempre detrás el misterio o el comentario en voz baja, como debió ocurrirle a Bernardo O’Higgins
El de Luis Cruz -que nunca lo reconoció legalmente- optó por el silencio, y lo mismo hicieron todos los miembros de su familia, por tres generaciones. Un miembro de la cuarta generación, el abogado santiaguino Miguel Cruz Valdés, 46 años, da a conocer en estas páginas un secreto que, a su juicio, no debe ser mantenido, pues forma parte de la historia y de la biografía de un héroe nacional.

HABLA LA CUARTA GENERACION

Revista del Domingo llegó hasta el abogado Cruz luego de revisar la historia de los propietarios de la hacienda Los Cristales, donde vivía la madre de Luis Cruz Martínez. Esta investigación, que iniciamos con datos muy valiosos entregados por el libro de Eduardo Márquez-Bretón (ver nota principal), nos llevó a la virtual certeza de que el padre del héroe fue Severo de la Cruz Vergara, propietario de dicha hacienda cuando el niño nació en los años 60 del siglo XIX.
El abogado Miguel Cruz Valdés no mostró sorpresa al ser consultado por Revista del Domingo

-Es algo muy sabido en la familia, pero mis padres y abuelos se negaron a reconocerlo públicamente, pensando que se causaría daño a la honra familiar.  Eso siempre me ha parecido absurdo, pues se trata de un héroe nacional, de un auténtico símbolo para la juventud.  Nosotros debemos sentir orgullo de llevar la misma sangre y no vergüenza. Creo que ahora, cuando todo Chile conmemora el centenario del combate de Concepción, es el mejor momento para restablecer la verdad histórica.
Señala el abogado que su bisabuelo Severo de la Cruz, que venía de antiguas familias coloniales, fue quien compró Los Cristales, hacienda curicana que estuvo en poder de la familia Cruz hasta la gran crisis económica de los años 30. Su hijo Miguel María Cruz Bascuñán, diputado liberal y uno de los fundadores del Banco de Curicó, perdió gran parte de la hacienda, y sus descendientes conservaron sólo un fundo con ese nombre (hoy hecho parcelas)

FUE MI BISABUELO

El diputado Cruz Bascuñán es el abuelo de Miguel Cruz Valdés. quien nos reveló la identidad del padre del héroe:
-La verdad es que mi bisabuelo Severo de la Cruz tuvo ese hijo con una niña que servía en la hacienda, y por razones, tal vez explicables para esa época, nunca lo reconoció legalmente. Es decir fue hijo ilegítimo. Salió muy pequeño de Los Cristales y tal vez fue posible mantener oculta su existencia hasta que se produjo su heroica muerte, y todo el país habló de él. Entonces, según parece, el hecho fue conocido por el resto de nuestra familia. Había sido registrado en el liceo y en el Ejército con el apellido Cruz…
“De acuerdo con lo que yo escuché a mi padre y a mi abuelo, el niño pudo recibir cierto apoyo de don Severo de la Cruz. No tengo certeza, sin embargo. Lo cierto es que cuando alguien intentaba averiguar sobre el parentesco del héroe con nuestra familia, por ser de la misma región, solo recibía respuestas negativas. Incluso le ocurrió lo mismo a algún historiador del Ejército. Mi padre prefirió guardar silencio”.

Si no se hubiera ocultado la identidad de sus padres, el joven debió llamarse Luis de la Cruz Franco, o Luis Cruz Franco. Los descendientes legítimos de don Severo transformaron el apellido De la Cruz en Cruz, “para no ser confundidos con comerciantes sefaraditas de Curicó que llevaban ese apellido”, explica el abogado Cruz Valdés.

Queda así despejada la incógnita -al menos parcialmente- sobre los orígenes de un protagonista de la guerra del Pacífico.

El sacrificio

Texto de Encina-Castedo sobre el combate liberado en el poblado peruano de Concepción.

Guarnecía la aldea el capitán Ignacio Carrera Pinto, con la Cuarta Compañía del Chacabuco y algunos convalecientes del tifus, que sumaban en total 77 hombres, más tres mujeres que habían seguido a sus maridos. A sus órdenes estaban los oficiales Julio Montt, Luis Cruz y Arturo Pérez Canto. En la tarde del 9 de julio la vanguardia de Cáceres (general peruano), compuesta por unos 400 soldados regulares y grandes masas de indios, descendió hacia el pueblo. Carrera Pinto cerró la entrada de los callejones de la plaza y se defendió en ella. Apenas disponía de cien tiros por soldado. El combate se prolongó toda la noche y solo terminó avanzado el día 10. El coronel Pérez Canto, que llegó a La Concepción dos horas después, nos ha dejado una descripción tremenda de su última fase:

“Como a las nueve de la mañana del día 10 no quedaban sino el subteniente Cruz y cuatro soldados que defendían la entrada al recinto del ya quemado cuartel. Se notó a esa hora que ya habían agotado todas sus municiones, porque no hacían ningún disparo, y entonces algunas voces peruanas que conocían perfectamente al oficial le gritaban: “Subteniente Cruz, ríndase, hijito. ¡No tiene para que morir!” A lo cual él les contestaba: “Los chilenos no se rinden jamás!”. Y volviéndose hacia la tropa, le preguntaba: “¿Es verdad, muchachos?”. Los soldados contestaban afirmativamente y entonces el oficial mandó calar bayoneta y se fueron furiosos contra las masas indígenas. Los últimos dos soldados que escaparon después de la muerte de Cruz se refugiaron en el atrio de la iglesia y allí se les notó que hablaban. Luego se abrocharon el uniforme, se pusieron el barboquejo y se lanzaron sobre la turba para morir rifle en mano.

“Las tres mujeres fueron arrastradas desnudas a la plaza pública y, luego de una inmunda bacanal, despedazadas junto con un niño que había nacido durante la noche. Fueron cortadas las orejas de los cadáveres, se les abrieron las entrañas y dejaron los terribles restos en la plaza. Escenas similares se habían repetido en todos los combates de la sierra y en los ataques de las montoneras”.

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