La urbanalización de Chile
En muchos países de Europa se quejan porque las ciudades están perdiendo su esencia. Al fenómeno lo llaman urbanalización. La banalización de la ciudad. La pérdida de contenidos. El comercio agresivo y sin historia arremete contra la buena arquitectura y el urbanismo noble. Las calles principales de muchas ciudades europeas son copadas por las mismas cadenas de tiendas, hasta hacerlas iguales, partiendo por sus vitrinas. Ciudades clones, donde no hay espacio para el descubrimiento ni para el carácter que refleje la historia local. Todo esto ocurre para servir a un comercio cada día más invasor. Francesc Muñoz, geógrafo de la U. Autónoma de Barcelona -que acuñó el término urbanalización-, lamenta además que las nuevas urbanizaciones se hagan al margen de un plan municipal que otorgue riqueza y contenido humano a las ciudades.
En Chile, el gran arquitecto Borja Huidobro (en la foto), con obras monumentales sobre el Sena, en París, nos decía, por ejemplo, que desde los años 80 las avenidas santiaguinas Vitacura y Las Condes se han convertido en una sucesión de comercios de automóviles, farmacias, sucursales bancarias, McDonalds y equivalentes. “Son como esas ciudades norteamericanas que uno pasa en auto sin mirar. No hay nada que ver.”
Todos los latinoamericanos deberíamos poner los ojos en lo que está ocurriendo frente a nuestras narices, en las grandes capitales y ciudades regionales. Se demuelen los centros históricos, se borra el color local. Las principales esquinas son destinadas a vender pastas de dientes, antidepresivos y pañales. O combustibles. Detrás de enormes letreros luminosos que todos financiamos cuando vamos a comprar a una farmacia, desaparecen las ciudades, la memoria, las huellas de los negros, de los colonos europeos, de nuestros antepasados indígenas. Para no hablar del pasado colonial. Y el crimen se comete bajo la mirada ignorante -o cuando menos indiferente- de los alcaldes y su consejo. Las ordenanzas municipales son transadas en el comercio, entre gallos y medianoche. Y todos miran para el lado. Nadie persigue o sanciona a los corruptos.
Da lo mismo hoy día recorrer los barrios centrales de muchas de las ciudades grandes de provincias o regiones. Los mismos letreros y vitrinas que en las capitales, la misma estética impuesta por algún diseñador de Ohio a través de inversionistas extranjeros sin raíces. Esas cadenas de comercio avanzan por sobre los escombros de la historia regional, o modifican las construcciones hasta hacerlas irreconocibles.
Toda comunidad que piense en sí misma, temerosa de perder su memoria, y que mire hacia un turismo bien concebido, tiene la obligación de proteger los cascos históricos, exigiendo a sus autoridades que se pongan al día y respeten las respectivas ordenanzas municipales o que la mejoren si son inoperantes. Las grandes cadenas tendrían que escoger entre el respeto por las construcciones del casco histórico o instalar sus mesones fuera de él. Es necesario repetirlo: muchas de nuestras ciudades dan pena; mañana las vamos a despreciar. De ese desprecio ya se nutre el vandalismo.