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La incierta Navidad – Luis Alberto Ganderats
La incierta Navidad

La incierta Navidad

El cristianismo tiene fuerza sobrenatural. La suficiente como para hacernos sentir que Jesucristo se encuentra en estas horas pronto a nacer; que su alma estaba dentro de un luminoso cuerpo esbelto y su rostro era ejemplo de perfección. Y que lo dicho por él a sus discípulos nos ha llegado con plena exactitud. 

Así lo sentimos, aunque la verdad histórica se nos presente más incierta.

Desde luego, la fecha del 25 de diciembre para la celebración de su nacimiento (la Natividad, o Navidad, en su forma abreviada), no responde a un aniversario cronológico, sino a la adaptación cristiana, “sustitución con motivos cristianos”, de las fiestas romanas del solsticio de invierno, Natale solis invicti, que se celebraban entre el 17 y el 23 de diciembre.

La fecha escogida fue una forma de asociar su imagen como Sol de Justicia y Luz del Mundo, con el día tradicional del nacimiento del sol.

Nadie sabe el día en que nació Jesús. El 25 de diciembre es una Navidad inventada.

Y la forma de celebrar, que por estos días tiene encendido millones de árboles en el planeta, fue el aporte de los celtas y germanos. Ellos, muchos antes de Cristo, para alejar a los espíritus malignos en las noches más duras del invierno iluminaban los abetos entre el 25 de diciembre y el 6 de enero. Sólo hace dos siglos se extendió el uso del árbol de Navidad en los países cristianos. Y en el siglo 13 surge el pesebre como parte de la celebración.

Tan poderosa fue la huella oral dejada por Cristo que quienes siguen sus enseñanzas se nutren de Evangelios sobrevivientes del siglo III (no se conserva ninguno anterior), los cuales recogen palabras dichas por Jesús, puestas por escrito entre los años 60 y 120. Dichos Evangelios nunca se refieren en forma expresa y clara a su figura. El temor judío a la idolatría hacía repugnante todo intento de representación del cuerpo. Por eso, tal vez, nunca fue retratado por quienes le conocieron. La Cruz con el Crucificado surgirían como símbolo muchos siglos más tarde, pues en su tiempo se le consideraba degradante.

Isaías lo anunciaba así: “No es de aspecto bello y esplendoroso“, lo que bastó para que entre los primeros Padres de la Iglesia se tuviera a Cristo por feo antes que hermoso, y pequeño de estatura. Se le representa sin barba en sus imágenes más antiguas, y como los judíos de su tiempo y región eran morenos, de ojos negros, cabellos oscuros y rizados, así se nos muestra. Un procónsul romano, sin embargo, lo describe como de “belleza incomparable” y ojos celestes. El lienzo de Turín también nos propone un Cristo hermoso. Es lo de menos cuando al cristiano lo que importa es la Palabra.