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Irán | ¿Quiere visitar a Zoroastro…? ¡Yazd! – Luis Alberto Ganderats
Irán | ¿Quiere visitar a Zoroastro…? ¡Yazd!

Irán
¿Quiere visitar a Zoroastro…? ¡Yazd!

Vinimos a buscar  al fundador del zoroastrismo a la que se dice “la ciudad más antigua conservada en el mundo”. Yazd tiene cerca de 3 mil años de vida sin interrupciones. En el santuario de Pir´e Sabz, el profeta recibirá a una multitud  de peregrinos a partir del 14 de junio. Su historia explica por qué está fe influyó en el cristianismo y sabremos qué conexiones tiene con Game of Thrones  y con la primera imagen de un agujero negro… 

TEXTO Y FOTOS: Luis Alberto Ganderats, DESDE IRÁN

Nuestro sabio amigo iraní Mirshams Moghadam nos cuenta que en pliegues  de las montañas en torno a esta ciudad puede haber hoy unos sesenta santuarios de Zoroastro. Después de unos 3 mil años, el profeta pareciera vivo, aunque sembrando sus ideas con dificultad.

Yazd es la capital zoroástrica de Irán, cuya religión parece tan pura como en los siglos anteriores a Jesús. Se sabe que influyó con fuerza sobre el cristianismo y otros credos. Fue de las primeras que creyó en un solo dios. La  que habló de paraíso, nombre nacido entre los persas. Por eso, los cristianos de hoy –y más aún los judíos—tienen algo de zoroastras. A veces sin saberlo. Hace muchos siglos que dejó de ser religión oficial, como lo fuera del Imperio Persa. Conserva 30 o 40 mil fieles en esta ciudad. Abundan algo más en la primera megalópolis india, Mumbai. Hay en otros países. Santiago de Chile también tiene un Centro de Estudios Zoroastrianos.

Esta religión muestra la misma asombrosa capacidad para no morir que ha tenido Yazd, la más antigua ciudad conservada en el mundo. Fue construida por los medos -la tribu de Espartaco- mucho antes de fusionarse con los persas.

Ahora estamos visitando los templos y santuarios del área. También los lugares de altura donde hasta hace 40 años ellos depositaban a los muertos. Las aves se alimentaban de sus despojos. Así creían proteger la pureza de la Tierra. El omnipotente ayatolah Jomeini, fundador de la actual República Islámica de Irán, prohibió esa práctica hace 40 años.

No es el golpe más duro que esta religión ha recibido. Su decadencia fue forzada por pueblos árabes seguidores de Mahoma que invadieron Persia el año 640. Muchos de sus líderes huyeron a Mumbai. Sus descendientes conservan riqueza y poder. Son más abundantes que en Irán. Magnates industriales como los de la familia Tata, y muchos otros, descienden de esos  migrantes obligados. Siguen siendo zoroastrianos. Se les llama parsis, por  persa, su etnia de origen.

Algo se sabe del modo que la invasión árabe de Persia influyó en la siembra de santuarios que existe alrededor de Yazd. Frente al peligro, miembros de la familia real y de la jerarquía religiosa se refugiaron en la India. Querían  impedir el exterminio de sus ideas y sus familias. Muchos se quedaron en Persia. Ocultos en la soledad del desierto. En montañas remotas. Algunos fueron atrapados. Otros se salvaron gracias a la fe. Aseguran que a veces la tierra se abrió bajo sus pies, y se cerró en pocos segundos para dejarlos ocultos. A salvo. No se sabe de testigos de estos hechos extraordinarios. Muchos lugares habrían sido detectados más tarde “gracias a visiones en sueños”.

En cada uno de tales lugares existe hoy un santuario mínimo. La comunidad zoroástrica del pueblo más próximo se encarga de la mantención; y de ir a orar periódicamente. A estos santuarios les llaman Pir.

ROMERÍA DE JUNIO 

Después de recorrer sesenta kilómetros, ahora estamos en Pir´e Sabz. Es el  mayor de todos. Se encuentra muy alto, entre barrancos de vértigo. Llegamos a él por una ruta del borde sur de un descomunal desierto, Kavir. Ahora lo cruza de lado a lado una carretera que ayuda a llegar hasta la más sagrada ciudad islámica de Irán: Mashhad. Al santuario de Zoroastro que tenemos ante nuestros ojos se le conoce como Chak Chak. Así suena una eterna gotera que cae al interior del templo. En este lugar, según la tradición, logró salvarse la hija de un monarca persa. Se le abrió la tierra… Los perseguidores musulmanes quedaron perplejos. Eso dicen.

Junto con nosotros llega a Chak Chak una multitud de chicas jóvenes. Lucen  alegres pañuelos en sus cabezas. Muy distintos al negro islámico. Se disponen a preparar la peregrinación principal del mundo zoroástrico. Se celebrará aquí dentro de pocos días. Entre el 14 y 18 de junio, miles de personas subirán para acercarse a lo que todo creyente quiere ver: el fuego eterno de leña de olivillo que nunca se apaga. Meditarán ante lo que consideran símbolo de espiritualidad y pureza.

Como cada mañana, al salir el sol, hoy el sacerdote se pone de pie junto al fuego. Viste una blanca tenida ceremonial, el traje dagli y el gorro topi. Le dan una vaga apariencia de enfermero. Se ocupa de mantener el fuego, tradición que no existía en los tiempos de Zoroastro. Tiene, eso sí,  antigüedad suficiente como para que se la considere sagrada. Sus enemigos sólo ven una simple idolatría. Ellos dicen que el fuego, símbolo de la luz, representa los principios esenciales de su religión. Es la luz que despeja las tinieblas de la ignorancia. Representa la justicia. El orden ritual. El fuego cósmico de la Creación. El fuego que pondrá fin a todo lo creado para lograr un orden perfecto.

DIOS SIN ROSTRO

En el 2019 el orden perfecto no ha llegado. Pero nadie se cansa en su empeño. Disponen de una pequeña cuota de representantes en el parlamento iraní. También la tienen judíos y cristianos armenios. Lo destaca M. Talebian, del Patrimonio Cultural, respetuoso de Chak Chak: “Estas tres religiones vivían juntas a lo largo de la historia y siguen haciéndolo. Son todas de Yazd, lo que aporta mirada al diálogo de las creencias”.

Por eso llegan tantos jóvenes a preparar la peregrinación de junio. Recibirá también a fieles parsis de la India y Pakistán. Ninguno de ellos se deslumbrará con la rutinaria arquitectura moderna del santuario encajado en la roca. Pero se van a emocionar. El lugar se hace intenso con la solemnidad, la tradición, el silencio del desierto. Y en especial por el gesto reservado de los fieles. En el corazón del templo hacen señas apenas perceptibles. Son señas de sumisión a Ahura Mazda. Su dios. No vemos imágenes suyas. Se trata de una entidad no corpórea.

Muchos, sin embargo, erróneamente, creerán ver a dios en el fuego. O en una bella figura alada, barbada y coronada que llaman faravahar. Elsímbolo más popular de la religión. Se trata de la antiquísima imagen oriental de un Sol con alas. Representa el espíritu protector. Especie de ángel de la guarda de cada hombre nacido o por nacer, y que adquiría una calidad superior cuando era el ángel protector del rey. Se supone que fue el persa Darío I quién agregó una figura humana al Sol alado. Sería la del mismo Darío. No se sabe con certeza. Todas las interpretaciones conocidas sobre cada elemento del faravahar son del siglo XX.

Los fieles sí reconocen aquí la imagen de Zoroastro, también llamado Zaratustra. Luce blanca indumentaria de profeta, con barba espesa y larga cabellera medio rojiza. La atmósfera moral que se respira en el santuario de Chak Chak tiene sustento en los principios rectores de esta fe: “Buenos pensamientos, buenas palabras, buenos actos”… “Que siempre anden juntas la Ciencia y la Conciencia”.

LAS HUELLAS, HOY

Por la lejanía de 3 mil años, algunos dicen no haber encontrado una constancia sobre la existencia real de Zoroastro. Investigadores muy rigurosos, en cambio, no tienen dudas sobre su existencia histórica y su rol fundacional en el zoroastrismo (ver recuadro). Aunque algunos duden, muchos signos hablan por él. Pitágoras, tal vez contemporáneo suyo, pudo ser su discípulo a distancia por la enseñanza recibida de un sacerdote zoroastriano. El agnóstico Nietzsche lo dejó como discutida presencia en su obra mayor, Así habló Zaratustra. Hasta nuestro prolífico Jodorowsky puso su nombre en cartelera  

No es todo. Se diría que hay mil huellas del zoroastrismo. Autores importantes las ven de distintas maneras. En el personaje Sorastro de La flauta mágica, de Mozart. En el cuento Zadig, de Voltaire. En el fresco del Vaticano llamado La Escuela de Atenas, obra de Rafael. En la leyenda de un semidiós de la fantasía heroica Juego de Tronos. También creen ver al zoroastrismoen la batalla entre la luz y la oscuridad de La Guerra de las Galaxias.

Fieles seguidores de fama mundial son los músicos indios Zubin Mehta, hoy anciano director vitalicio de la Sinfónica de Israel. También su hermano Zarin, ex director de la Filarmónica de Nueva York. Ambos hijos de Mehli, violinista que dirigiera la Sinfónica de Filadelfia. Tal vez, las generaciones más nuevas de Occidente sólo saben de Zoroastro por mangas y comics, y por Freddie Mercury. “Dios del rock” lollamó el diario conservador y monárquico ABC de Madrid. Pertenecía a una familia de sacerdotes zoroástricos indios, con raíces en la Persia remota. Su público lo sigue adorando. El mundo no fue sorprendido –y lo lloró–, cuando muriera de sida en 1991. A su modo, había confesado sentirse una flor ligera ”Soy gay como un narciso”. Tenía sólo 45 años. Su hermana Kashmira afirmó que “la fe zoroástrica le había dado la vocación de seguir sus sueños”. Hubo un sueño que no pudo imaginar siquiera. El sonido de su guitarra acompañó la grabación de un suceso cósmico conocido hace pocas semanas: la primera imagen de un agujero negro. Se asemeja, dicen, al zumbido del Espacio. Con ese agujero negro, Zoroastro empieza a recibir más respuestas a las preguntas que le hizo a su dios hace tres mil años: “Mi Señor, ¿quién ha señalado su camino al Sol y a las estrellas? ¿Quién ha colocado la Tierra abajo y el cielo de las nubes de tal modo que no se caiga…?”.     

UN COMPLEJO RARO

Más antigua que Roma, Yazd fue ciudad-oasis desde su nacimiento. Hoy tiene medio millón de habitantes, más que la comuna de Santiago. Recorremos su extenso casco histórico. Una maraña de calles estrechas. Construcciones de adobe, entretejidas con cúpulas cubiertas de azulejos y los más altos minaretes de Irán. A cada paso encontramos las badgir, refrescantes chimeneas recogedoras de viento que distinguen a la ciudad desde hace siglos. Fueron determinantes para que, menos de dos años atrás, la UNESCO la declarara Patrimonio de la Humanidad. “Es un testimonio vivo del uso de recursos limitados para garantizar la vida en el desierto“, y “escapó a las tendencias a la modernización que destruyeron numerosas ciudades tradicionales de tierra“. Hechas con amasado de barro y adobe, de ladrillo de barro, de tierra pisada o enlucidos.

Las chimeneas badgir atrapan el aire caliente ylo hacen descender hasta el sótano de las edificaciones. Ahí encuentra muros húmedos. A veces agua fresca de los canales subterráneos. Al evaporarse, la humedad de los muros absorbe el calor del aire. Lo refresca. Cuando sube, ese aire va entrando por distintas aberturas al interior de los lugares habitados.

Bellas como esculturas, las badgir son instaladas en lo alto de las edificaciones. Recogen  aires más frescos que a nivel de calle. Gracias a ellas, Yazd es para muchos la más notable ciudad persa de hoy. Aunque Isfahan tal vez seduce más y Shiraz tiene un vecindario de maravillas. (De ellas hablaremos otro día, a la hora del postre, de lo mejor de Irán).

Otra antiquísima solución ecológica de Yazd ha sido el transporte de agua por canales subterráneos. Son los ingeniosos kanats. Sealimentan de napas. En el casco antiguo aún sirven a viviendas, bazares, mezquitas. También a jardines de paraíso, como el Dolat Abad. Esas aguas alimentan a un gran estanque con luz que domina Shudada, la plaza mayor. En su entorno vemos una mezquita, una vieja casa de baños, una posada para caravaneros. Hasta un bazar con los tejidos que entusiasmaron a Marco Polo, que llegó aquí por la ruta de la seda en 1272.

Este conjunto de la plaza Shudada, que llaman Complejo Amir Chakhmagh, tiene una característica que desconcierta a quienes conocemos mal los caprichos de la arquitectura islámica: se trata de un espacio abierto llamado tekyeh. Los musulmanes chiitas se reúnen en él para lamentarse, a veces con el rostro cortado de lágrimas. El tekyeh siempre debe tener a la vista una construcción con elementos de arquitectura islámica. Aquí se optó por levantar una enorme fachada en homenaje al martirizado imán Hussein ibn Ali. Esa fachada cierra la plaza con sus tres pisos de altura, dos encumbrados minaretes, una fuga de arcos y enormes puertas. Es edificio hipnótico resulta después del atardecer, cuando el naranja de la luz se mezcla con los verdes y el ocre de su fachada.

Caminamos hacia allá. Pensamos que se trata de un palacio o mezquita… Pero atravesamos sus puertas para encontrarnos con… nada. No llevan a ninguna parte. Sólo se puede subir –de lado– a un claustrofóbico segundo piso. Y no hay más. Parece una escenografía. Uno se tienta con buscar las tramoyas. O se  pregunta cuándo fue el terremoto que derrumbó el resto del magnífico palacio.

Contrariados, arrastramos los pies a varios lugares vecinos buscando ceremonias de los zoroastras. Para escuchar sus plegarias. ¡Nada de nada! Ellos no pueden reclutar adeptos. Nos limitamos a visitar un museo –hoy no funciona– y el llamado templo del fuego, Atash Behram. En él sólo a través de un vidrio podemos observar la gran copa del altar, que tiene prendida varias llamas desde hace menos de un siglo. Los creyentes sostienen que ese fuego ha hecho un tortuoso camino de mil quinientos años por varias ciudades. Sin apagarse, pese a guerras y persecuciones. La historia dice otra cosa. Los santuarios más antiguos con llama eterna tendrían unos 300 años, y se encuentran en la India, donde los zoroastrianos han enfrentado menos dificultades. Junto a este bello templo de Yazd –coronado con una gigantesca imagen del faravahar— visitamos instalaciones donde se exhiben imágenes de elementos zoroástricos de Irán y Mumbai. Por su poco acierto museográfico, la muestra no conmueve.  

Sentimos emoción en otro lugar. Y hasta un cierto temblor. En las afueras recorremos dos lugares de altura. Hasta hace poco tiempo eran depositados en ellos los zoroastras muertos. Las aves debían hacer la tarea de comerse sus cuerpos. Así se evitaba la contaminación de la tierra. Son las llamadas torres del silencio. Al pie se mantienen casi intactas las casas y otras construcciones de barro destinadas a las familias en duelo. Ninguno de los deudos podía ascender. Los restos eran subidos a la cumbre de la montaña por circunspectos camilleros vestidos de blanco. Hasta hoy, en cada cumbre permanece un agujero circular –un osario–, alrededor del cual se depositaban los cuerpos. Más tarde, los restos óseos ya calcinados eran puestos en su interior.

¿Qué hacen aquí los zoroastras desde que esta práctica fue prohibida? Entierran o incineran los cuerpos. Hubo sólo una leve resistencia. En otra época sus antepasados ya lo hacían. La costumbre de exponer los cadáveres a las aves fue tomada, parece, de la vieja tradición de algunos países de Asia Central. Tal vez de la actual Uzbekistán, donde habría nacido Zoroastro. Por eso, tales prácticas cuentan con defensores, incluso en la Comunidad Ashavan-Chile: “Son una perpetuación y afirmación de los deseos de dios y de las prescripciones divinas acerca del modo de renovación de la vida a través de la muerte”. Es lo que argumenta en un texto Yerko Isasmendi, del Centro de Estudios Zoroastrianos. 

En estos días surgen dificultades. En ciertas regiones indias sobrevive sólo el cinco por ciento de los buitres asiáticos que se alimentan de restos humanos. También de animales domésticos tratados con medicamentos. La  insuficiencia renal mata a esas  aves. ¿Culpable? El diclofenaco acumulado en esos restos. Algunos proponen soluciones drásticas. Como una reproducción asistida de buitres, para que ellos puedan seguir consumiendo los restos humanos. Así se intentaría proteger a la madre tierra de una amenaza nunca imaginada: la de los hombres después de muertos.

Reyes Magos y otro dios

Mircea Eliade, catedrático de la Sorbona, autor  de una historia de las religiones en cuatro tomos, afirma que Zoroastro no sólo existió, sino que es él mismo quien relata fragmentos de su vida en los ghatas o cantos, partes de la biblia zoroástrica, el Avesta. Dice que fue sacerdote oficiante, sacrificador y cantorde Spitama, el clan de su padre, criadores de caballos. En uno de sus cantos ruega al dios Ahura Mazda que le ayude, pues carece de poder “por la pequeñez de mis rebaños y porque tengo pocos (hijos) hombres”.

Se cree que el profeta no vivió en el territorio del actual Irán, sino en la vecina Jorasmia, el actual Uzbekistán. O bien en la región de Bactriana, que hoy cubre el sur de Uzbekistán, Tayikistán y norte de Afganistán. Por el análisis lingüístico, se propone fechar su actividad religiosa hasta hace 3 mil años. Ciertos zoroastristas fijan su vida entre los años 628 y 551 antes de Cristo, tomando como referencia cronológica la llegada de Alejandro Magno a Persia.

Aunque es considerada religión de un solo dios –monoteísta–, otra divinidad figura en el Avesta. “Cuando creé a Mitra (…) lo hice tan digno de veneración y reverencia como yo mismo”, aparece diciendo el dios Ahura Mazda.

Se han perdido tres cuartas partes del Avesta antiguo. Entre ellas, gathas tal vez compuestos por Zoroastro, poemas bastante enigmáticos; algunos difíciles de interpretar. Otros, como para aburrir a una oveja, según Eliade.

En  el  Imperio Persa los magus o magos fueron astrólogos y teólogos. Melchor, Gaspar y Baltazar, de quienes se habla en el Evangelio según san Mateo, fueron convertidos en reyes por la imaginación popular. Su verdadero origen es el imperio de los medos, pueblo que luego se fusionó con los persas.   La presencia de ellos en el pesebre de Jesús es aceptada, sustancialmente, por la Iglesia Católica.

Por las discrepancias con su comunidad de origen, seguidora de la religión tradicional aria, Zoroastro se unió muy temprano a otro clan. Pero sociedades secretas formadas por los llamados no pobres, le hostilizaron siempre. Uno de ellos terminaría asesinándolo a los 79 años.

Su cuerpo fue puesto bajo tierra. No sabían que era una semilla.

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