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Frida Khalo en Coyoacán | 100 años de una tormenta – Luis Alberto Ganderats
Frida Khalo en Coyoacán | 100 años de una tormenta

Frida Khalo en Coyoacán
100 años de una tormenta

El mundo se pone de largo para recordar los 100 años del nacimiento de Frida Khalo y conmemorar los 50 de la muerte de Diego Rivera. No hay lugar mejor para tomar el pulso a sus pasiones que el pintoresco Coyoacán. En este barrio de Ciudad de México se halla abierta la casa donde ella nació, amó y murió. En su vecindario podemos repetir la intensa vida bohemia de ella y Diego Rivera. Iremos por el empedrado de los callejones, entre casas coloridas que ya viven casi cinco siglos

Por Luis Alberto Ganderats. Fotos de Cristina Khalo

En minutos se le abrieron dos puertas a la vez, para toda la vida.

Una puerta daba acceso al infierno, a los dolores más atroces.

La otra, al camino de la inmortalidad artística, impulsada por ese padecimiento, y por las alegrías intensas que no siempre abandonan al que sufre.

El accidente de tránsito que sufrió a los 18 años hizo que una pieza de metal del bus en que viajaba la atravesara “como la espada a un toro.” Muchas partes de su cuerpo -ya afectado por la polio a los 6 años- quedaron dañadas para siempre. Fue sometida a 32 operaciones en 30 años. Dicen eso sí, que algunas cirugías menores sólo las necesitó para que se preocuparan de ella. “No se distraigan de mí“, parecía pedir con algunos comportamientos. De manera desafiante más que de autocompasión.

Conociendo los infinitos desordenes de su alma, no resulta difícil admitir que Frida Khalo pudiera haber buscado el amor de esa manera. Ni menos que su compleja mente la convirtiera en lo que es hoy: la pintora más famosa del siglo XX y una de las más intensas, aunque otras muchas le hayan superado en talento artístico, a juicio de los críticos.

Su fama universal queda de manifiesto en estos días, cuando desde Nueva York a Ciudad de México, de Europa a Chile son anunciadas grandes exposiciones para celebrar el centenario de su nacimiento.

Durante la primera semana de junio, el mismo lugar donde fueran velados sus restos, el Palacio de Bellas Artes de México, inaugura la mayor exposición retrospectiva, con la presencia del Presidente, Felipe Calderón. La muestra lleva el título de Frida 100, pero bien podría llamarse Frida 50 + 50, pues casi alcanzó a vivir una primera mitad y en la otra, después de muerta, ha ido creciendo hasta convertirse en la giganta que es hoy. Giganta en la historia del arte y en sus presencia en los medios, especialmente a partir de la fridomanía, iniciada en los años 90.

Si el Che Guevara es el gran icono masculino del siglo XX gracias al retrato cropeado que le hiciera Alberto Díaz, se podría decir que el icono femenino parece ser su contemporánea Frida Khalo. Llena millones de páginas de la prensa y la Internet con sus cejas pobladas y juntas, su oscuro bozo y el colorido de las galas indígenas de Oaxaca con que a menudo cubría su cuerpo. Ahora, cuidadosamente restauradas, esa galas se exhibirán en el Bellas Artes mexicano. 

Espejo del desconsuelo

Hoy resulta imposible separar a la mujer del mito. La mayoría de las referencias de prensa van por sus amores intensos y atolondrados. Y por sus dificultades para discernir entre el atractivo que sobre ella ejercían hombres y mujeres. También por su enorme capacidad de amar, que -tal como el hilo sigue a la aguja- siempre iba acompañada por la infidelidad. De ella dan cuenta los nombres de Heinz Berggruen, Georgia O’Keefe, Isamu Noguchi, María Félix, León Trotsky, Nickolas Muray.

Tal vez los grandes dolores de su vida la impulsaban a buscar gratificación donde pudiera encontrarla. Se le había metido el miedo en la boca.

Además de su vida privada, lo que siempre atrae es la fuerza de los retratos que se hizo a sí misma. Nacieron en gran parte por no tener otro modelo a mano durante sus interminables etapas de soledad y postración. Un espejo junto a su cama, y otro sobre su cama, más su mundo poblado de fantasmas, le bastaron para dar forma a una serie de telas que interesan tanto a los amantes del arte como de la psiquiatría. A medida que su cuerpo perdía belleza, más tiempo gastaba en arreglarse, colgándose collares precolombinos de jade y aros coloniales, prendiendo su pelo con peinetas y flores, poniéndose sus vestidos de indígena soltera. Decía:

“Mi pintura lleva dentro el mensaje del dolor… La pintura me completó la vida. Perdí tres hijos… Todo eso lo sustituyó la pintura. Yo creo que el trabajo es lo mejor”.

Su pincel, a veces fantástico, a veces sangriento, ha sido llamado surrealista, aunque ella nunca lo vio de ese modo “hasta que André Breton vino a México y me lo dijo.”

Famosas son sus dos Fridas del llamado Árbol de la esperanza. Pintó su imagen de mujer sana al lado de su figura enferma. Como queriendo contagiarse de salud. Vencer el destino.

Producir el milagro.

No lo consigue. Muere a los 47 años.

¿Qué secreto buscas?

En el arte, 2007 será de Frida Khalo. Y en el turismo, será el año de Coyoacán, su pueblo natal, ahora integrado a Ciudad de México. La Casa Azul, donde naciera, es la misma donde cerró sus ojos. Y en la que se guardan sus cenizas. Ahora se abre allí un museo repleto de  intimidad, incluyendo el dormitorio del muralista Diego Rivera, el hombre que más daño le hizo y quien más la quiso.

 “Yo sufrí dos accidentes graves en mi vida. Uno en el que un autobús me tumbó. El otro accidente es Diego.”

Sobre su cama vemos un letrero:

Se dice que es una bendición nacer y morir en la misma casa. Frida tuvo esta suerte, pues ella nació y murió mirando su jardín”.  

Texto tomado de una obra de la francesa-mexicana Elena Poniatowska. Dice una verdad a medias. Ella no supo de muchas bendiciones, como lo deja dicho en una carta dolorosa, asombrosamente madura, que escribiera a los 20 años. Después de sufrir sus graves lesiones escribe a su novio adolescente, Alex Gómez, y le interroga:

“¿Por qué estudias tanto? ¿Qué secreto buscas? La vida pronto te lo revelará. Yo ya lo sé todo, sin leer ni escribir. Hace poco, tal vez unos cuantos días era una niña que andaba en un mundo de colores, de formas precisas y tangibles. Todo era misterioso y algo se ocultaba; la adivinación de su naturaleza constituía un juego para mí. ¡Si supieras lo terrible que es alcanzar el conocimiento de repente, como si un rayo dilucidara la Tierra! Ahora habito un planeta doloroso, transparente como el hielo. Es como si hubiera aprendido todo al mismo tiempo, en cosa de segundos. Mis amigas y mis compañeras se convirtieron lentamente en mujeres. Yo envejecí en algunos instantes, y ahora todo es insípido y raso. Sé que no hay nada detrás, si lo hubiera lo vería…”

Se sentía muy lejana de su madre mestiza. La considera fría, calculadora y religiosa en exceso. Pero no duda en rescatar la cultura de Oaxaca, zona de origen de su familia materna. Viste como las indígenas, con prendas primorosamente bordadas, enaguas anchas y largas. “Vestirme es la manera de prepararme para el viaje al cielo”, dice con fingida indiferencia.

Las últimas palabras de su diario personal no suenan muy distinto:

 “Espero que la marcha sea feliz y espero no volver”.

Nadie le ha hecho caso.

En la sepultura creció en estatura. Su imagen ha llenado los museos, los diarios, la crítica de arte. Y siempre está en los debates feministas sobre sexo y libertad. No sólo su paso por la Tierra fue fertilizante: ella misma florece todos los días, y de paso le da vida nueva a la vieja Coyoacán.

Los que visitan su Casa Azul son recibidos con una mueca divertida: dos enormes y tradicionales judas de cartón, hechos por Carmen Caballero. Ellos juntan a la revolucionaria  y bisexual Frida Khalo con las tradiciones mexicanas más conservadoras.

Así se inicia la visita, Después todos salen sintiéndose transeúntes en un planeta distinto al que conocían.  

Coyoacán turístico

Este es un barrio de construcciones muy antiguas, pintorescas, coloridas, antes que muy  refinadas; con una catedral de llamativo interior barroco y otros edificios situados frente al zócalo. Lo mejor es su tarde-noche, especialmente los fines de semana. La mayor parte de los bares y restaurantes se llenan desde la tarde del viernes en la Av. Francisco de Sosa, y en calles como Cuauhtémoc, Ignacio de Allende, Caballoblanco, Felipe Carrillo Puerto y Presidente Carranza. Abundan los cafés, terrazas, librerías, galerías de arte. Hay de todo. Es bastante juvenil. Algo bohemia y siempre llena de turistas. La comida más auténtica y sabrosa se encuentra en el Mercado, y en los parques, artesanías y exquisiteces como la nieve de garrafa, los churros, el globero, los algodones dulces, las manzanas recubiertas, las flores y la música callejera del cilindrero.

Los fines de semana en la plaza (jardín) Hidalgo se instala un mercado de ropa juvenil y artesanías (chacharitas, le dicen). Hay puestos de velas, de elotes o choclos, de chicharrones y dulces tradicionales.
Existe un dédalo de calles empedradas y estrechas para “callejonear” de día, porque de noche es un desierto y poco seguro. Se conserva la casa-museo donde vivió y fue asesinado León Trotski, en 1940 (Río Churubusco 410.) Merece una visita el Museo de las Culturas Populares, con su popular artesanía Árbol de la Vida en el patio, y su restaurante Pepe Coyotes (Av. Hidalgo 289, Colonia del Carmen.) Interesantes son el Puente de San Antonio Panzacola, uno de los pocos puentes virreinales que se conservan intactos en la capital de México. Cruza el río de la Magdalena, y une Coyoacán con San Ángel, un barrio más caro y elegante. Aquí también vivieron Frida y Diego Rivera, en la llamada Casa-Estudio, donde el poeta chileno Neruda los visitó más de una vez (ver San Ángel).

Otros lugares de mérito: Iglesia de San Juan Bautista; plaza e iglesia de Santa Catarina; plaza e iglesia de la Santa Concepción (conocidas en conjunto como La Conchita), una joya arqueológica de estilo barroco popular y decoración de inspiración mudéjar (siglo XVIII.) Muchas familias se reúnen en la plaza central -dividida en dos partes: la plaza Hidalgo y el jardín del Centenario- donde se escuchan grupos musicales. Hay puestos callejeros y se saborean tacos. Otra de las tradiciones locales es disfrutar de alguno de los innumerables cafés del centro, como la acogedora Esquina de los Milagros. Al norte de la plaza se encuentra la casa que fuera de Hernán Cortés hasta 1523, luego municipio y ahora sede de Turismo.

La Casa Azul

Corsés, mecanismos de “estiramiento”, imágenes políticas que certifican su adhesión al socialismo marxista y una multitud de objetos antiguos, la mayoría coloniales -al estilo de la casa nerudiana de Isla Negra- hacen guardia en la Casa Azul. Todo eso parece proteger las cenizas de Frida Khalo, depositadas en el interior de una figura artesanal de sapo. Se trata de la casa que perteneciera a su padre, un hebreo de religión luterana, donde ella naciera el 6 de julio de 1907 y muriera el 13 de julio de 1954.

Junto al comedor y la gran sala, vemos la cocina embellecida con barro verde de Oaxaca, con los nombres de Frida y Diego escritos con pequeños jarros entrelazados. También se exhiben una estufa de leña y ollas de barro en las que se multiplicaban los sabores del México mestizo. El comedor está muy lejos de la tradición francesa que entusiasmaba a otros: es pura tradición mexicana, con vidrios soplados de Tlaquepaque, platos de Guanajuato, y en papier mache y barro, los judas que vienen habitando la casa campesina desde la Colonia.

En el dormitorio de Frida, al fondo de la casa y en lo alto, llama la atención la cama de algarrobo oscuro, adornada con baldaquín (tejido de Baldac o Bagdad). La cubre una colcha blanca tejida a crochet. En este lecho pintó muchas de sus telas, rodeada de colorido barroquismo, como si quisiera combatir las depresiones, con abanicos, santitos y tablillas pintadas a los santos -los exvotos famosos-, un conjunto abigarrado de muñecas de porcelana, flores de papel, alfombras, sarapes, pinturas, pinceles, esqueletos de papel en capas…Un Mao enorme, anacrónico, colgando de la pared. Al lado de su habitación, el estudio de Diego Rivera. Y una pequeña puerta nos lleva a la escueta habitación del muralista: una cama, su mameluco de trabajo, un sombrero, algunos bastones.

Se conserva también el taller de Frida, con un retrato de Lenin a medio terminar, que a esta altura parece la alegoría de una revolución inconclusa. Frente al caballete, su silenciosa silla de ruedas. Lo grita todo.

En el gran patio, una fuente con sapos gigantescos y la Pirámide del Sol de Teotihuacan a escala, hecha por Diego Rivera. Muchos gatos del vecindario ronronean o dormitan vigilando la tradición provinciana de Coyoacán. En los cuartos de la planta baja han estado siempre unos pocos cuadros de la Khalo: Frida y la cesárea, Retrato de familia, Ruina 1947, Retrato de Guillermo Kahlo y una reproducción de Las dos Fridas. También collares prehispánicos y vestidos tradicionales que ella solía usar. Ahora, muchos han sido renovados y dispersados, para celebrar en distintos museos del mundo los 100 años de su nacimiento. Guía.A500 metros de la estación de metro Coyoacán, en la esquina de Londres e Ignacio de Allende. Se halla a 10 kilómetros del zócalo de la Ciudad de México. Abierto de 10 a 18 horas, menos los lunes.

El vecino San Ángel 

Pegadito a Coyoacán se encuentra San Ángel, un lugar tranquilo y recogido en el que Frida Kahlo y Diego Rivera vivieron y pintaron. Hace 60 años era un pequeño pueblo separado de Ciudad de México. Hoy es uno de sus barrios con más encanto. Las calles son empedradas, veremos antiguos palacetes y mansiones coloniales. ¿Gastronomía? Vaya a la Fonda San Ángel, y a las hermosas terrazas con mesas al aire libre de la plaza de San Jacinto. Los sábados se llenan de artesanos y de un ambiente alegre. Gran calidad en joyas, textiles, cerámicas, tallas en  madera. Visitas recomendadas: Templo y Museo del Carmen, del siglo XVII, con momias de los monjes y miembros de la aristocracia. Plaza Loreto, con el Museo Suomaya, que guarda obras de Rodin, Degás y Matisse. Casa-estudio de Khalo y Rivera, un museo formado por las dos casas -modernas y muy interesantes-, unidas por el llamado “puente del amor.” Se halla a 8 cuadras de la plaza de San Ángel. Calle Diego Rivera esquina de Altavista.

Mercado de lo picante

En el Centro, próximo al Museo Nacional de las Culturas Populares, se encuentra el Mercado. Es el reino de las famosas tortillas de maíz, con que se alimenta buena parte de los mexicanos. Se venden remedios milagrosos para conquistar al ser amado; las especias, del nopal, y sabrosos moles de Puebla. Sentada en banquetas frente a tablas que sirven de mesa, la gente común vive un festival de tortillas de todos los tamaños y clases acompañadas de las salsas muy picantes.

Feminista enamorada

En 1940, una vez separados con Diego Rivera, Frida le escribe una de sus cartas más expresivas de amor: “Ahora, que hubiera dado la vida por ayudarte, resulta que son otras las ‘salvadoras’… Pagaré lo que debo con pintura… Lo único que te pido es que no me engañes en nada; ya no hay razón; escríbeme cada vez que puedas, procura no trabajar demasiado ahora que comiences el fresco; cuídate muchísimo tus ojitos, no vivas solito para que haya alguien que te cuide, y hagas lo que hagas, pase lo que pase, siempre te adorará tu Frida.”

Exposiciones y nostalgias

Tres museos de Estados Unidos se unen este año a la conmemoración del centenario del nacimiento de Frida Kahlo, con la exhibición de 66 de sus obras. El museo mexicano Dolores Olmedo, donde se alberga la mayor parte de la colección de Frida, prestará 12 de sus 26 telas. El primer museo que recibirá las obras será el Walker Art Center de Minneapolis, desde donde la muestra viajará al de Arte de Filadelfia y, después, al de Arte Moderno de San Francisco. Ésta será una de las actividades con las que se conmemorará tanto el centenario de Kahlo como los cincuenta años de la muerte del muralista Diego Rivera. El Palacio Nacional de Bellas Artes de Ciudad de México, con el título de Frida 100, dará a conocer parte del legado cultural de ambos pintores, que reúne unos 30.000 documentos entre fotografías, dibujos y cartas. También podemos sumar a este recorrido el Museo Casa Diego Rivera, en Guanajuato. Tiene muebles y objetos de finales del siglo XIX y principios del XX pertenecientes a su casa familiar, más un centenar de sus originales. (Positos, 47. Martes a sábado, de 10 a 19 horas; domingo, de 10 a 15 horas.)

Los Khalo

El padre de Frida, Guillermo Kahlo Kauffman, alemán de origen hebreo, fue bautizado el primer día de 1872 en una iglesia luterana de su ciudad natal, el centro joyero de Pforzheim. A los 19 años se instala en México como comerciante, y en su segundo matrimonio nace Frida. Aprende  fotografía con su suegro mexicano. Ella decía que sus propias telas eran como las fotografías hechas por su padre para ilustrar calendarios, si bien ella pintaba “calendarios” imaginarios sacados de su cabeza. El abuelo de Frida, Johann Heinrich Jacob Khalo, llegó como inmigrante de la alemana Selva Negra, ya convertido al luteranismo. 

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