Expertos en decadencia
Reflexionar cada fin de año puede ser una costumbre perversa. Sólo deberíamos celebrar. Cuando en Sydney dieron la partida al 2007 con sus deslumbrantes fuegos artificiales, me acordé del medio millón de egipcios que a esa hora dormitaba en el cementerio de El Cairo. Un día, desde la cumbre de un cerro vecino, me sorprendió una especie de nube negra que creí ver sobre una enorme porción de la capital iluminada. Mi acompañante dijo: “Es la Ciudad de los Muertos, el cementerio. Pero hay allí más vivos que muertos.”
Al día siguiente recorrimos esa necrópolis. Pude fotografiar multitudes viviendo dentro de los panteones, con sus camastros junto a los muertos. Y a otros bajo casuchas de cuatro tablas, en las calles del cementerio, con cordeles para colgar ropa atados a los sepulcros (foto), “Muchos de ellos descienden del pueblo egipcio más admirable: el que construyó las pirámides de Giza”, me dijo. “Otros del mismo pueblo viven peor. Son seres en estado semi primitivo, que habitan unas lejanas colinas. Ni sospechan que sus abuelos enriquecieron al mundo con su civilización. Todo se les ha borrado de la memoria.”
El liceo nos enseñó a creer que todas las culturas pasan por un ciclo vital de crecimiento y decadencia, algo comparable al proceso biológico de los organismos vivos. Cualquiera, inquieto, puede preguntarse: ¿Se apagarán antes los fuegos de Sydney que los de Ginebra, los de Shangai después que los de Valparaíso?
Todo lo que podemos responder es una mala noticia: no se sabe. Nadie parece saberlo. Fracasaron los que han intentado hacer un pronóstico sobre la decadencia final de la sociedad en que ellos vivían. El británico Edgard Gibbon explicó con brillo insuperable el origen de la decadencia romana, ya ocurrida, pero ciertamente no habría podido anunciarla de haber vivido allá y entonces. Marx dio las bases ideológicas para que se anunciara el dudoso eclipse del mundo capitalista, pero nada aportó para imaginar el derrumbe en cadena de los “socialismos reales”…Spengler, leído y discutido en Chile por su Decadencia de Occidente, vaticinó que los rusos -sí, los rusos- serían para la cultura occidental una versión moderna de los bárbaros que desestabilizaron al Imperio Romano. Tampoco tuvo éxito cuando quiso demostrar aquello de que las civilizaciones viven y mueren igual que los organismos vivos. Muchos expertos en decadencia transitan por terreno nebuloso. El planeta entrega argumentos de solidez admirable en milenarias civilizaciones de Oriente, como la vieja Persia, hoy Irán. Así parece. Pero mejor no apostar a nada. Menos en este 2007, cuando dan vértigo los cambios científicos y tecnológicos. Lo mejor es ir a gozar Giza y sus pirámides muertas, viajar a la antigüedad aún viva del Yémen o la edad de piedra en nuestro Amazonas. El mundo -al menos para el viajero- es una fiesta que recién comienza.