Embajador Rikiwo Shikama | “El embajador dormilón”

Embajador Rikiwo Shikama
“El embajador dormilón”

Publicado el 29 junio 1991

Este excelentísimo señor embajador Shikama resuelve en la cama gran parte de sus problemas. ¿Qué hace Rikiwo si se siente deprimido? Se echa a la cama. Duerme. ¿Y se echa a la cama cuando le aprieta la soledad? Sí, cama. Shikama va más lejos. Dice que dormir le produce un placer físico comparable al que ofrece la sexualidad. Nos encontramos, como se ve, frente a un diplomático sin almidón. Habla de sí con la libertad que le da el haber vivido muchas décadas buscándole la pepa al alma, rastreando las huellas del inconsciente en nuestros comportamientos. Con la misma fuerza con que como expresa su aversión por la homosexualidad declara su amor por el pensamiento y la obra del madrileño José Ortega y Gasset, ese hombre múltiple que influyó desde tan temprano en la intelligentzia latinoamericana.

Tres años después de egresar de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Tokyo, en 1955, Rikimo Shikama se instala en Madrid enviado por la cancillería japonesa para aprender castellano. Ahí estaba cuando murió Ortega. Los homenajes que siguieron explican el interés despertado en él, un hombre curioso, profundo, que venía de una cultura que «en algo» se asemeja a la forma que Ortega tuvo de mirar el mundo. Ortega se convirtió en su maestro, desde la tumba.

Treinta y tres años más tarde, apareció en Tokyo un libro sobre el filósofo español escrito por Shikama. Y al cumplirse 35 decidió publicarlo en Chile y en español. Esto ocurrió en junio último, gracias a la Universidad Católica y a la CAP, que se hicieron cargo de la edición. Se titula Ortega, filósofo de las crisis históricas.  Sólo se ocupa profundamente del pensamiento ortegano respecto a las tres crisis históricas principales vividas por Occidente: la del fin de la sociedad greco-romana, la crisis renacentista que precedió a los tiempos modernos y la del último siglo que llevamos andando, sin saber a qué destino.

Después de bucearen esas profundidades, lo invitamos a tomar aire en la superficie. Aceptó el juego sin tomar precauciones, sin acordarse de que es embajador de Japón en Chile, que lo ha sido antes en otros países de América y que es un intelectual por sobre todas las cosas. Demostró que a sus 63 años le gusta el juego de la verdad. A ratos, el del silencio.

Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender, nos decía Ortega. ¿Qué le extrañó a usted primero de nuestro país, señor embajador? ¿Qué entendió luego?

La hermeticidad de la sociedad chilena. Pero ahora tengo la sensación de que está abriéndose paulatinamente ante mis ojos.

¿Qué siente y cuál es su planteamiento frente a la homosexualidad?

Aversión total.

Después de algunas preguntas light, ¿no cree que está bueno, excelentísimo señor, que nos diga su posición sobre el sexo?

Me pregunto, a veces, por qué no hay más de dos sexos. Por qué no tres, cuatro o más. Sería más interesante nuestra vida humana.

¿El peor defecto suyo?

Intransigencia.

Si mañana se le presenta un ser aparentemente extraordinario y le dice: «Yo soy el hijo de Dios», ¿qué cree que haría usted?

No haría caso.

¿De qué modo practica la democracia en su casa?

La democracia es una metodología para la política interna de una nación; no se aplica a la familia.

¿Cree usted que la delicadeza proverbial del pueblo japonés tiene alguna relación con la inevitable convivencia en la multitud?

No lo creo. Se trata de un mal entendido bastante generalizado en el Occidente que el mismo Ortega compartía. Creo que esa virtud es un fruto milagrosamente producido en el Japón.

¿Cuál diría que es el peor defecto del pueblo japonés que usted comparte, a pesar suyo?

La pasividad sicológica al enfrentarnos con las circunstancias cambiantes.

La mujer es ocultadora de nacimiento, dijo Ortega un día. Ciertamente pensaba en la mujer occidental que él conoció. ¿Podría aplicarse esta definición a la mujer japonesa (dejando aparte a su señora madre, excelentísimo señor)?

No hay diferencia sexual sobre esta materia. Tenemos cosas que decir y al mismo tiempo otras que ocultar. Pero no tenemos éxito completo.

El enamoramiento «es una especie de imbecilidad transitoria», «angostura mental, angina síquica». Lo escribió Ortega. ¿Usted se ha enamorado señor Shikama?

Sí, a veces. Es algo estimulante sufrir a veces por esa «imbecilidad transitoria».

Defínase respecto la religión.

No tengo ninguna religión por practicar. Pero respeto sinceramente cualquier religiosidad humana y me interesa mucho el aspecto institucional de las religiones.

Ortega escribió que así como hay enamoramiento hay enodiamiento, y que con frecuencia son iguales, pues odio y amor «son, en todo, dos gemelos enemigos, idénticos y contrarios”. ¿Cómo ha experimentado el odio, usted, excelentísimo señor?

En un sentido estoy de acuerdo con esa teoría. Los dos fenómenos pertenecen a la misma raíz sicológica: es decir, la emoción. No podemos controlarla. La diferencia que hay entre los dos consiste sólo en la dirección.

¿Qué libros han influido más sobre usted?

Las obras de Ortega y Gasset, Dostoiewsky, Flaubert.

¿Qué coincidencias advierte entre usted y otras personas de su signo zodiacal?

Según el sistema oriental de los doce signos, pertenezco al del dragón. Es el único animal imaginario, diferente de los once restantes. Imaginación, ensueño.

¿Cómo son sus relaciones con el sentimiento de culpa?

Yo no tengo particularmente el sentimiento de culpa, pero sí el sentimiento de estupidez.

¿Qué animal preferiría ser si perdiera su calidad humana?

La vaca, porque su carne es deliciosa.

¿Baño o ducha, señor embajador? ¿Sólo o acompañado?

Baño. Más bien familiar.

A sus 63 años, ¿qué siente cuando descubre que para ciertas cosas ya es más tarde de lo que pensaba?

Resignación patética.

Actitud juvenil que le impacienta.

El hablar sin tener cosas que decir.

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