Así viví la Guerra de los Seis Días
Fueron días de duro combate personal. De combate con mi propio miedo. De combate íntimo entre la estimulante experiencia profesional -a pocos meses de haber terminado los estudios de periodismo-, y el dolor de saber que otros jóvenes llenos de sueños “tal vez la luna mañana los buscaría en vano”.
De combate, también, con la espesa humareda de rencores que impedía ver con claridad el panorama. Con las presiones de árabes y judíos para que la prensa soltara el chorro de las alabanzas o reproches, y no analizara responsabilidades y culpas (que pido permiso para no repetir aquí). De combate, por último, con las limitaciones de lenguas. Se producen angustias, en plena tensión de guerra, al enfrentar un letrero escrito en caracteres árabes o hebreos sin saber si dice “entre sin golpear” o “cuidado con el perro”. O bien, “ojo, campo minado”…
Diez años han transcurrido y todavía tengo atragantado un deseo que el ritmo de la guerra me impidió satisfacer entonces, que era relatar lo que un reportero principiante siente y presiente al recibir su credencial de corresponsal de guerra. Y vivir inmerso en un conflicto tratando de impedir que a sus documentos personales se agregue el último e irremediable: el certificado de defunción, como le ocurriera a periodistas en los seis días de fuego, entre el 5 y 10 de agosto de 1967.
En su oportunidad publiqué relatos escritos en las bodegas del barco alemán en que abandoné Egipto al día siguiente del fin de la guerra. Estaban llenos de inevitables lagunas y titubeos. Ahora intentaré hacer un recuento más extenso, con mejor información, de los tormentos y tormentas que presencié. Siento la responsabilidad de haber sido el único testigo de prensa latinoamericana presente en los seis días dramáticos vividos en El Cairo y otros lugares de Egipto, llamado en esos días República Árabe Unida (UAR, en sus siglas en inglés). Y el único reportero del mundo, tal vez, que en esos días pudo tomar el pulso a la crisis en cuatro países implicados en el conflicto: Israel y Jordania –días antes y después de la guerra–, a Siria antes de la pérdida de las Altos del Golán, y al Egipto bajo asedio enemigo.
EN TIERRA DE NADIE
Navego entre Europa y África. Es el 7 de abril. Radios argelinas dan cuenta de un violento incidente fronterizo entre Israel y Siria. Termina con ataques aéreos.
Comienza a crecer la larva de la guerra.
Sigo por Europa durante más de un mes recogiendo en la prensa confirmaciones de que árabes y judíos continúan cultivando el encono con igual mimo con que cultivan sus jardines en los oasis. A mediados de mayo estoy en Israel. Todo es alegría. Celebran el día patrio. Por primera vez su descubro la fuerza que puede tener para el hombre el sentimiento de patria. Distinto a Chile, donde la certeza de no poder perderla tal vez impide gozarla tan intensamente. El presidente de Israel me recibe en su oficina. Advierte: “Defendemos a Israel como a nuestra propia madre”.
Y ya sabemos qué talante tiene la madre judía. En la gente común advierto un odio que sólo pudo estar engendrado el miedo.
Resuelvo ir a pie desde Israel a Jordania. No cuesta mucho. Basta caminar 100 metros por tierra de nadie para dar un salto milenario del mundo de Yahve al mundo de Alá y de Jesús, porque pasamos a tierras palestinas bajo control jordano. Los trámites duran poco más de 24 horas gracias al embajador de Chile. Con todos mis documentos llego a la puerta de acceso a Jordania, y la Vieja Jerusalén. Es la puerta de Mandelbaum, bautizada así por la casa de un dentista judío de ese apellido que fue cortada en dos por la línea de armisticio de la guerra de1948.
Estoy nerviosamente alegre. Muestro mis papeles a los guardias judíos y comienzo a caminar los cien metros que me parecieron los más largos de mi vida. Todo es desolación, salvo algunos letreros dando la bienvenida a los viajeros en ambos extremos de esa tierra baldía. Con un ojo en la cámara fotográfica y con el otro observando los movimientos de guardias judíos y jordanos, guardó algunas imágenes. Por fin llego al lado árabe para ingresar al Reino Hachemita de Jordania, donde los monarcas tienen su origen en Hashim, un clan de la antigua tribu de Quraish, de La Meca, a la que perteneció el propio Mahoma. Poco más allá están el lugar donde Cristo fue crucificado, los restos del templo de David -con su Muro de los Lamentaciones- y la magnífica mezquita de Omar.
Se me ríe la máscara… Pero a los cinco minutos estoy de regreso en Israel.
“Tiene que traer un certificado que pruebe su condición de cristiano y no judío”, me dice la policía jordana. Tal vez la terminación de mi apellido les resulte sospechosa. He explicado que alojaré en el Convento Benedictino de Jerusalén, sobre el Monte de los Olivos. (Soy un agnóstico obligado a decir que “vengo a peregrinar…”).
-¡Necesita ese certificado!
Regreso con un papel expedido por el Convento Tierra Santa, de los Franciscanos de Israel. “Es un devoto cristiano”. Mi nombre queda registrado en el puesto militar jordano, sólo por unos días, pues luego de algunas semanas, la puerta de Mandelbaum, hecha añicos sería cerrada para siempre después de 19 años. Cuando regreso a Israel tras la guerra, sólo veo ruinas, y familias judías paseando a sus hijos en coche por la antigua tierra hachemita.
“NE RETOURNERAI PAS”
Duermo y me alimento gratuitamente –soy peregrino- en el convento de las monjas Benedictinas. Su párroco, el catalánPius-Ramon Tragan, el día de despedida me ofrece unas galletas del destino, con leyendas optimistas o agoreras. Tomo una desaprensivamente. La leo:
“Ne retournerai pas”…”No regresarás jamás”.
Ninguna importancia le doy entonces, pero la recordaría muchas veces en los días siguientes. Y después de la guerra me cuentan que el sacerdote catalán se ha ido para siempre de Tierra Santa. “Ne retournerai pas”. Se ha puesto a estudiar en Estrasburgo.
Estoy en Damasco cuando se anuncia que las fuerzas de paz de la ONU se han retirado por completo de la frontera de ambos países en el desierto del Sinaí. Lo ha pedido Egipto. Israel no acepta que esas fuerzas de paz de instalen en su territorio. El Medio Oriente se agita.
Aún no hierve.
Desaparecen los turistas. El gobierno Egipto ha cerrado los estratégicos golfo de Akaba y el estrecho de Tirán. El golfo de Akaba es una entrada del mar Rojo, al este de la frontera entre Jordania y Palestina, y el estrecho de Tirán un “puente” de agua entre ese golfo y el mar Rojo. Los judíos se declaran hostilizados.
Egipto se pone ronco: “Si ellos quieren declararnos la guerra serán bienvenidos”.
Israel no hace declaraciones bélicas. Se prepara para las acciones bélicas. Sus militares aparecen fotografiados retozando en las playas. Dan una imagen de absoluta tranquilidad. Nada hace suponer que la guerra ya está a las puertas.
Sigo a Turquía para informar sobre la visita del buque-escuela Esmeralda a Estambul. El 27 de mayo se me produce algo parecido a un remezón. Vea lo que me ordena un cable del director de El Mercurio, don René Silva Espejo: “Viaje a Egipto a cubrir la crisis, y después se va a Israel”. Siento alegría y temor. (Siempre nos sobra valentía para admitir que a veces nos ponemos cobardes como niños…). Al día siguiente, mientras realizo los trámites para la visa egipcia, escucho en una radio que corren rumores del inminente nombramiento de Moshe Dayan como ministro de Defensa israelí. “Es un gabinete de guerra”, advertirían los árabes poco después.
(Después de Egipto volvería a Israel para entrevistar al general Dayán, confiando en las gestiones que haría un funcionario de gobierno israelí. Le tuve que explicar que había vivido los días del conflicto en Egipto. Le presté todos los documentos y diarios recogidos en El Cairo en los seis días del conflicto, de gran valor para mi trabajo. Esperé una semana por esa entrevista. Nunca se produjo. Tampoco se produjo la devolución de mis documentos. Sólo se produjo la irremediable desaparición de mis documentos y de ese funcionario deshonesto.)
EL CAIRO EN PIE DE GUERRA
Horas antes de volar al Cairo en un cuadrimotor de la United Arabian Airlines, me entero que el rey Hussein de Jordania ha aterrizado en la capital egipcia pilotando su propio avión, para firmar un pacto de defensa mutua. La unidad del mundo árabe está prácticamente sellada.
Parece que ya nada detendrá el paso de la guerra, y estamos en la víspera de lo que sería –según analistas- “la campaña probablemente más sensacionalmente rápida y completa registrada en los anales de la guerra”.
Descubro, sin embargo, un Cairo optimista. Monigotes de trapo representando hombres judíos cuelgan de cables eléctricos y postes. “La unidad árabe triunfará”. Pero no es un optimismo desaprensivo. Centenares de sacos de arena comienzan a instalarse frente a las puertas de edificios claves. Vendedores callejeros venden pliego de papel azul. Con ellos se cubren focos de automóviles y los vidrios de las ventanas. Así se evitará el reflejo -dicen- de las luces de bengala en la eventualidad que se produzcan bombardeos nocturnos del enemigo.
Existe alarma, sin embargo, en el cuerpo diplomático. Las familias deben ser evacuadas por sugerencia del Gobierno, especialmente niños y mujeres occidentales. Lo demás está en calma. Calma chicha que podría anunciar una tempestad. Alcanzo a visitar las pirámides, vacías de turistas; alcanzo a ir a un espectáculo de danza del vientres antes que la danza de aviones de última generación y tanques estremecieran la piel del desierto.
Tanto árabes como judíos temen al ataque por sorpresa. También temen la censura internacional que caerá sobre quien rompa el fuego. Alarmado, el mundo escucha que árabes y judíos podrían utilizar armas atómicas. ¿Hasta cuándo puede durar la mano tensa sobre el gatillo sin que el temor desate la matanza? Secretamente el gabinete israelí se reúne el 3 de junio. Votan. Quince de sus diecisiete miembros optan por iniciar la guerra contra Egipto. Dejan al Ejército la decisión sobre el momento, el lugar y el tipo de respuesta a cualquier nuevo ataque árabe.
La noche del 4 de junio está iluminada sólo por las estrellas. Sobre una mesa de mi habitación –inútiles todavía- un brazalete y un salvoconducto militar, ambos escritos sólo en caracteres árabes: Prensa. La radio en onda corta y los teletipos informan que diplomáticos judíos y árabes llegan a las principales capitales hablando de paz.
EL PRIMER DIA
Sobresaltado despierto poco antes de las 9 de la mañana. ¡Sirenas de alarma y lejanas explosiones. “No se preocupe”, me dice el relajado embajador de Chile. “Sólo son ejercicios para que la población aprenda a enfrentar una emergencia”. Salgo a fotografiar los simulacros de alarma general. No son simulacros. Diez minutos más tarde dos militares jóvenes me arrebatan mi cámara y me llevan detenido a un puesto policial por haber captado el instante en que centenares de civiles y uniformados atravesaban corriendo algunos puentes del río Nilo. El problema no era la gente corriendo; eran los puentes, que tiene alto valor estratégico militar.
Decenas de curiosos comienzan a sumarse a la patrulla militar que me lleva caminando, varias cuadras, hasta llegar a una especie de retén. En pocos minutos, gracias a mi credencial de Prensa y mi brazalete recupero la libertad. “Sorry, welcome”, me dice un oficial. No han tocado mi rollo de película. Lo que no me dice es que esos jóvenes conscriptos no saben leer. Por eso, esta situación se repetiría varias veces durante la guerra.
A las 8.45 de la mañana había entrado en acción de la aviación israelí (ella me despertó). Objetivo: atacar simultáneamente diez aeródromos egipcios. A la misma hora, tanques, carros y tropas van en camino a la Franja de Gaza, en un extremo del Sinaí, que estaba bajo mando militar egipcio. También los judíos avanzan hacia tres puntos distintos del Sinaí, el desierto que hace de puente entre África y Asia. Se proponen realizar una maniobra envolvente de las tropas de Nasser. Así esperan impedir su avance hacia Israel y, a la vez, impedir su retroceso hacia el Canal de Suez.
Por el momento, Israel no ha tocado a Jordania ni a Siria, para no abrir varios frentes de lucha simultáneos.
Este ataque preventivo, como lo llaman los israelitas empleando un eufemismo donde los eufemismos son todos sospechosos, le permite evitar que los árabes los arrasen, ya que son tomados por sorpresa. Nadie esperaba un ataque.
En Tel-Aviv me explicarían días más tarde por qué los ataques se iniciaron a los 8.45. Tenían buena visibilidad y los MIG egipcios no se hallarían en el aire, como ocurría en las horas del amanecer para prevenir ataques sorpresa. Seguramente a esa hora los pilotos estarían tomando desayuno, y los jefes aún no llegarían a las bases. Algún informante secreto tal vez transmitiría la información. Pero hubo un factor adicional muy determinante. A esa hora volaba un avión con dos altos mandos militares desde El Cairo al Sinaí, y alguien dio la orden que mientras ellos estuvieran en el aire las baterías antiaéreas egipcias no entraran en acción.
Los aviones judíos pudieron tener un éxito no esperado: destruyeron a casi toda la fuerza aérea de guerra egipcia estando en tierra en diez bases aéreas militares. El avión que llevaba a los altos jefes militares de El Cairo al Sinaí, un Ilyushin debió dar media vuelta y regresar al Cairo llevando a bordo a los dos altos mandos (que luego perderían sus cargos), el mariscal Ali Amer y el general Mahmud Siky. Una hora estuvieron sobrevolando la pista antes de poder aterrizar.
EGIPTO PIERDE SUS ALAS
Mystere y Mirage judíos vuelan muy bajo sobre el Sinaí para no ser captados por los radares egipcios. Sólo al aproximarse a las bases aéreas ganan altura con el propósito de que se dé la alarma y los pilotos egipcios -que están tomando desayuno- alcancen a llegar a sus aviones. Con esta maniobra astuta -que en las leyes de la guerra fue llamada “farisaica” por la prensa cairota-, consiguen aniquilar juntos a las flotas y a los equipos humanos a cargo del pilotaje.
Durante el resto de la mañana sigue el infierno en las bases egipcias. Muchos intentan salvar aviones todavía intactos, apagar incendios, reparar las pistas. Pero sus hábiles adversarios vuelven en oleadas cada 10 minutos. Así ocurre hasta el mediodía. Las aún desconocidas bombas punsadoras, lanzadas por Israel sobre las pistas, penetran en el hormigón y explotan sorpresivamente gracias a sus espoletas de acción retardada.
Repuestos de la sorpresa, los artilleros antiaéreos egipcios repelen con cierto éxito el ataque, derriban esa primera mañana casi todos los aviones que Israel perdió en la guerra. Los que estamos en El Cairo escuchamos o vemos bandadas de aviones judíos sobrevolar la ciudad. Los altoparlantes colocados en las calles y puentes sobre el Nilo transmiten canciones bélicas para estimular a la población. “Lucharemos, lucharemos”, “Estamos con Nasser hasta Tel-Aviv”. Mil veces se repite el nombre de Arabia, que nunca hemos podido olvidar: “Jarabía, Jarabía, Jarabía, Jarabía, Jarabía, Jarabía”.
Nada de eso sirve. El genial estratega Moshe Dayan logra llevar hasta el final su bien afinado plan de ataque. Cada base o aeropuerto es atacado por cuarenta aviones en forma simultánea durante diez minutos, los cuales regresan a Israel para reabastecerse de combustible y proyectiles. Diez minutos después llegaban otros cuarenta. Al completarse tres horas de asedio han sido destruidos en tierra casi 300 Tupolev, Ilyushin, Mig 19 y Sujoi.
La fuerza aérea de Nasser ya no existe. Solamente ocho Mig logran despegar, pero son echados a tierra por Mirages judíos.
DEBAJO DE UN JEEP EGIPCIO
Apenas sabemos que el bombardeo ha cedido, en un jeep, junto a un fotógrafo argelino y un periodista británico, nos podemos asomar al aeropuerto Cairo Occidental, uno de los más dañados por el bombardeo. A unas cuatro cuadras de distancia alcanzamos a ver Iluyshins de manufactura soviética todavía humeantes. Justo cuando se empieza a acercar a nosotros una patrulla, seguramente para ordenarnos que nos alejemos del lugar, un solitario bombardero israelí aparece en el horizonte. Tras él se divisa una escuadrilla de aviones Mystere. Atronan las baterías antiaéreas y todos nosotros, en menos de lo que dura un suspiro, estamos apretujados debajo del jeep… Cinco minutos de miedo. Ne retournerai pas…Ne retournerai pas…Apenas desaparecen los aviones judíos de manufactura francesa, y se silencian las baterías antiaéreas, regresamos a El Cairo casi sin nada en las manos y los pulsos agitados.
Fracasan otros intentos para llegar hasta bases con aviones destruidos. O acercarnos al canal de Suez. Uno de esos intentos, cuando caía la noche sobre el valle del Nilo, es abortado por un ensordecedor bombardeo, que enciende el cielo de los faraones y hace que las grandes pirámides parecieran en pleno espectáculo de Son & Lumiere.
Regresamos en plena noche. Como todo vehículo, el nuestro avanza a vuelta de rueda, con los focos apagados. Nos detenemos varias veces en lugares donde el suelo parece perforado por granadas. Y al llegar a la Oficina de Prensa el rumor es que tal vez habrá que evacuar. El edificio donde funciona tiene la torre más alta y una antena vital para las comunicaciones. Puede ser bombardeada. No sabemos si lamentarlo, pues al menos el material que mandamos a nuestros medios de prensa sufre una censura tan severa de los militares que pierde todo interés.
GOLPEAR A JORDANIA
Desde mediodía los judíos restan fuerzas a sus golpes aéreos sobre Egipto. Es el momento de golpear a Jordania. Ha bombardeado a Israel. El napalm lanzado por los aviones israelíes ennegrece rutas y fortificaciones defendidas por la Legión Árabe. En Sur Behi, que domina el camino a Belén, legionarios y palestinos obligan a retirarse a los israelíes en un feroz ataque.
Givant Hamivtar y la Colina Francesa no resultan fáciles de tomar. Tres veces los judíos asaltan Givant antes de clavar su bandera. Cinco de sus tanques son puestos fuera de combate en la Colina Francesa -está en juego la suerte de la vieja Jerusalén- y en la lucha cuerpo a cuerpo hay muchas bajas por ambos lados. Al intentar la limpieza de Abu Tur -un distrito de la Ciudad Santa-, las tropas de Israel sufren tantas bajas que el general Niarkiss ordena el retiro de las fuerzas.
SEGUNDO DIA DE HORROR
En la mañana del segundo día siguen atronando los parlantes con música parcial a la orilla del Nilo. Sobre el Sinaí, los egipcios ven pasar como celajes los aviones israelíes. Días más tarde recorreré en jeeps judíos ese horno, hasta Gaza. Ahí vi como la historia toma las formas más espeluznantes de la guerra con restos humanos aún insepultos y las arenas llenas de tanques y otros vehículos militares convertidos en chatarra. Sobre el Sinaí tronaron los aviones judíos sin encontrar a nadie en el cielo. La península desértica de casi 400 kilómetros de largo era el escenario en que las fuerzas egipcias avanzaban en cuatro frentes sin disponer de conexión terrestre directa entre sí. Eran islas de carne humana.
Tanques Centurión y Shermanns de Israel incursionan por caminos que normalmente utilizan sólo las caravanas de camellos. Nueve horas tardan en avanzar 50 kilómetros. En Um Katif (a 25 kilómetros de territorio enemigo, los egipcios ofrecen dura resistencia. Pero carecen ya de defensa aérea. Vencen los israelíes. Dispusieron de la mayor capacidad de fuego tenida nunca por el pueblo de David. Fuerzan al máximo tanques y piezas de artillería autopropulsadas.
“Del infierno sólo se podía escapar a pie”, cuenta en El Cairo uno de los sobrevivientes. “Las bombas y granadas de napalm dejaron todo negro”. También me informan que el piloto de un Mirage judío derribado en territorio egipcio y que logró eyectar juntos con su asiento y salvar con vida, fue destrozado con utensilios de labranza por campesinos egipcios.
A las 7.30 de la mañana, Radio El Cairo ha interrumpido su transmisión de música marcial para realizar un anuncio. Se dice que en “la agresión contra Egipto” participan fuerzas de Estados Unidos y Gran Bretaña, información desmentida casi de inmediato por los mencionados.
JUGANDO RULETA RUSA
Egipto -es decir, la entonces llamada República Árabe Unida- rompe luego relaciones con ambos países. En las calles de El Cairo comienza a sentirse un fuerte sentimiento hostil hacia los occidentales presentes en sus calles.
Un poco más tarde de ese anuncio, resuelvo emprender una operación personal en el elegante Nilo Hilton. Dos días antes de iniciarse la guerra había mandado a revelar en una de sus tiendas rollos fotográficos tomados en Israel. Contienen imágenes de militares desfilando en un estadio de Jerusalén, semanas antes. También las de mi entrevista con el presidente del Estado judío, Salman Shazar.
Me preguntaba si era prudente, en esas circunstancias, ir a retirar los rollos revelados. Pero esas fotos habían adquirido mayor valor, y debía escoger entre perderlas para siempre o jugar mi pellejo a la ruleta rusa. Tomé la decisión que correspondía. El hombre de la caja al ver mis fotografías pega un grito al entrepiso y bajan de un asalto varios jóvenes.
-¿Cómo llegaron a Egipto estas fotos?, señor.
-Yo las traje. Fueron tomadas por mí. Soy periodista
–Pero nadie que haya estado en Israel puede entrar a este país, señor. Muéstreme su pasaporte, por favor.
Se lo muestro. Mira el pasaporte. Me mira. Varias veces, de alto abajo.
-¿Por qué no tiene visa de Israel?
-Me dieron visa en documento aparte. Yo la pedí así para poder ingresar después a Egipto.
Tras muchas consultas, carreras y miradas de desconfianza resuelven entregarme las fotografías, previa confirmación de mi domicilio en El Cairo.
–Si se cambia de domicilio se le buscará hasta encontrarlo.
-¿Y si no me encuentran?—bromeo.
-Aquí siempre se encuentra a los extranjeros. Sobre todo si colecciona fotos de Israel.
Me quedé en silencio, sin estirar más el elástico. Ne retournerai pas, ne retournerai pas.
Esa misma noche cerca de 200 estadounidenses comienzan a vivir, en el mismo Nilo Hilton una pesadilla que terminaría horas después del cese del fuego. Algunos fueron agredidos. “Ellos están ayudando a Israel”. Fuerzas policiales y militares deben vigilar el edificio para impedir que grupos exaltados intenten lincharlos. Cuatro días más tarde, a medianoche, fueron sacados sigilosamente y puestos en un buque alemán, neutral, en Alejandría, el mismo barco que utiliza El Mercurio después de terminada la guerra.
Nunca más volveré al Nilo Hilton.
¡Ah!, y tendré cuidado de no cambiar de domicilio.
LOS PERIODISTAS DESAPARECEN
Al terminar ese segundo día la operación tenazas de los ejércitos judíos logran envolver a las divisiones egipcias del Sinaí que avanzaban hacia Israel. Miles de hombres ya sin esperanza, procuran salvarse tomando el camino del desierto. A pie. Cuando trepan a una duna no saben si al otro lado los espera un tanque o una patrulla enemiga. Tres mil oficiales egipcios son hechos prisioneros. También varios miles de soldados, que no dispusieron de apoyo aéreo.
Todavía no llegan los israelíes al Canal de Suez, aunque ya están cerca. Tampoco -en el frente central-han logrado tomar la siempre ambicionada Jerusalén con su Muro de los Lamentos; pero la tienen virtualmente sitiada. La puerta de Mandelbaum ya no es vigilada por guardias judíos en un extremo y los jordanos en el otro.
Una columna de tanques israelí se encuentra agazapada casi a las puertas de la Ciudad Vieja de Jerusalén.
En la Oficina de Prensa en El Cairo ya no quedamos más de 80 periodistas. El primer día, los corresponsales de guerra llegados de todos los continentes sumábamos casi 350.
–A mí nada se me ha perdido en El Cairo. Me voy –me dice en la mañana un viejo periodista francés–. En cualquier momento nos bombardean la oficina. Los aviones judíos siguen sobrevolando la ciudad.
Pensativo regreso como a la 1 de la madrugada a la casa del Embajador de Chile, donde duermo todas las noches. Casi quince cuadras en la más completa oscuridad. Tropiezo con ramas, con postes y veredas. Las calles, desiertas. Tres o cuatro vehículos pasan con sus luces apagadas.
Al llegar, antes de prender una luz para escribir algunas notas, cierro los postigos y junto las cortinas con cuidado. Varios aviones cortan el silencio como una sierra. Desde los edificios vecinos gritan en inglés: ¡Apague la luz, apague la luz!
Apago la luz.
TRIUNFANTES EL TERCER DIA
Apenas aclara cuando los judíos -el tercer día- inician el último esfuerzo para apoderarse de la Vieja Jerusalén, con su sagrado Muro de las Lamentaciones. “Hemos esperado 1897 años, y el día llegó”, dice la prensa de Israel. El monarca jordano, Hussein, declara que lucharán hasta el último hombre. Anoche, las bazukas y otras piezas de artillería árabes impidieron que sus adversarios llegaran hasta las imponentes murallas de la ciudad.
A bordo de un semioruga, un general israelí es el primero que penetra por la Puerta del León. Son las 8.15 de la mañana cuando los primeros paracaidistas israelitas lloran de alegría junto al Muro de las Lamentaciones. Miles de jordanos inician la hégira, la hichra, hacia los lugares no conquistados por Israel, como lo hiciera Mahoma de La Meca a Medina trece siglos antes.
Sólo hay rostros tristes entre los funcionarios egipcios de la Oficina de Prensa. El taxista que me traslada luego a otro barrio de El Cairo hace un gesto como si estuviera durmiendo, y pronuncia el nombre de “Nasser”. El silencio del jefe de Estado de la RAU ha terminado por alarmar a la gente.
Los ochenta periodistas de ayer parecen reducidos a la mitad. Estamos casi en familia. Vicente Talón, corresponsal del diario Pueblo de Madrid, me hace un anuncio alarmante. Alarmante porque es un hombre que ha estado con las guerrillas en África, que clandestinamente entró a Vietnam del Norte, que firma sus crónicas como “corresponsal permanente de ‘Pueblo’ en lugares de tensión mundial”…
Vicente Talón me dice:
—Hoy viajo por tierra a Alejandría y ahí tomaré un viaje a Creta o Chipre. No estoy disponible para que me maten.
(Tres días más tarde lo encontraría en ese puerto egipcio esperando el zarpe de un buque, el mismo carguero alemán en que salí al terminar la guerra, durmiendo en el suelo de las bodegas).
¿ME IRÉ DEL CAIRO?
Esa misma noche una radio extranjera informa que tal vez quince mil jordanos no podrán sumarse a la hichra: ya están muertos o heridos. El rey Hussein ha estado hasta el último momento recorriendo -como un oficial cualquiera- comprobando que su gente luchaba hasta expirar.
Muchos egipcios han regresado del Sinaí al Cairo. Columnas de camiones con hombres escuálidos pasan por los barrios con su mensaje mudo. Muchos jóvenes suben a los camiones y los abrazan o dan palmaditas en las espaldas. Otros jóvenes ya están junto al Nilo cavando trincheras. “De aquí no pasarán”.
En Nueva York, el Consejo de Seguridad de la ONU inicia una reunión. En toda la guerra ha habido 23 mil muertos árabes y 777 judíos El embajador soviético exige un alto al fuego absoluto. Otras peticiones y acuerdos no han sido escuchados. Israel no está dispuesto a abandonar las armas mientras todas las otras no se hayan silenciado, y no se haga fuerte en la Vieja Jerusalén y el Muro de las Lamentaciones.
Mientras los ejércitos egipcios no hayan abandonado totalmente el imponente ataúd de arena del Sinaí, aumentan mis cavilaciones sobre la necesidad periodística de permanecer en El Cairo. A pesar de las nuevas intentonas de llegar a los aeropuertos cairotas bombardeados, a media tarde apenas consigo acercarme a 150 metros y tomar algunas fotografías.
Al regresar de noche al lugar en que alojo -como siempre entre tropezones y sorteando policías nerviosos- en el camino presencio un espectáculo digno de una guerra como esta. El cielo se llena de luces, como todos los últimos días, pero esta vez acompañadas de explosiones. En medio de una plazuela vacía me detengo a observar el espectáculo, dramático, pero inédito para mí. Emocionante. Pero de pronto las explosiones se hacen más fuertes, más cercanas. ¿Granadas o bombas? ¿Podrían ser de napalm? Nunca lo supe ni quise averiguarlo: salí al galope a buscar un refugio cuando sentí que una explosión parecía producirse en mis talones. Ne retournerai pas. En un segundo y cuatro décimas… llego a refugiarme a la marquesina de un edificio. Rápidamente se abre la puerta y un grupo de egipcios que podrían ser mis padres y tíos me ofrecen la única silla disponible…y me dan palmaditas en la espalda… Con sus trajes largos, como camisones de franela, esos hombres me parecieron ángeles de la guarda. Me acordé del padre Pío. ¿Estará vivo” en Jordania”.
Me acuerdo de mi amigo “corresponsal permanente de ‘Pueblo’ en lugares de tensión mundial”, y me sube la presión arterial. ¿Estaré haciendo el loco al permanecer en El Cairo? Pero finalmente decido que salir huyendo no es algo que pueda hacer un corresponsal de guerra recién sembrado. No es mi opción.
Pero quizá debió ser mi opción: mucho más tarde, al regresar a Chile, supe que mi madre había llegado hasta la presencia de mi severo director, don René Silva Espejo, a exigirle que me sacara de El Cairo…
CUARTO DÍA: NASSER HABLA
“Solicita permiso para lavarse los pies”, dice un mensaje del comandante de una columna israelí recibido en el Cuartel General judío durante el cuarto día. “¿Qué chiste es ése?, piensan los jefes de la guerra. Luego lo saben: la columna quiere avisar que están en las orillas del Canal de Suez, cumpliendo así la ambición de siglos.
A otros hombres, Alá les tiene reservado un destino diferente.
Hussein, de regreso en Amman, con sus ojos brillosos y hundidos, informa a los jordanos: “Hemos aceptado el alto al fuego”. Nasser, a las 8 de la noche, con lágrimas viriles (¿de militar o de político?) se dirige a su pueblo por TV: “No podemos ocultar el hecho que sufrimos un grave retroceso en los últimos días”. Vagamente responsabiliza a estadunidenses y británicos: “Había otras fuerzas detrás de él (Israel) que venían a arreglar cuentas con el Movimiento Nacionalista Árabe”.
Anuncia que ha decidido abandonar todos sus cargos oficiales, incluso la presidencia. El pueblo no resiste un nuevo golpe. En cinco días ha perdido la guerra y corre el riesgo de perder a su líder (moriría tres años más tarde). Miles y miles salen a las calles esa misma noche. Llegan trenes con gente arracimada hasta en los techos de los vagones. “¡¡A Nasser queremos, no queremos a otro!!”. El perdedor de la guerra gana una batalla política personal. Ni el gabinete ni el parlamento aceptan su dimisión. “Me inclino ante la voz del pueblo”, dice.
QUÉ VIENEN LOS JUDÍOS
Pero antes que esa renuncia sea retirada, El Cairo vive los momentos tal vez más dramáticos de esa dramática semana: los extranjeros pasan horas de angustia. Me dirijo en un taxi a la desolada Oficina de Prensa. Las multitudes dificultan el tránsito. Muchos brazos por las ventanillas del taxi me exigen una identificación. “No, no soy yanqui”. “No, no soy inglés! Leen mi credencial de Prensa. “Sajafa, sajafa”. Respiro hondo, hasta que metros más allá… se repite la escena. En otros lugares se incendian bibliotecas norteamericanas y se agrede a los rubios yanquis. “Asesinos, asesinos”.
De pronto, un grupo de desesperados intenta volcar el taxi. Ne retournerai pas. En ese mismo instante el cielo oscuro de El Cairo se estremece por violentas explosiones. El miedo se enciende. ¡Los judíos, los judíos!, grita la gente. Se produce una estampida. El conductor del taxi se baja y entre exclamaciones ahogadas por el griterío y las explosiones corre a guarecerse bajo un edificio. Titubeo unos segundos, abro mi puerta y corro sin detenerme. Tropezando, gateando, empujando como a mí me empujan. Sin aliento llego a la Oficina de Prensa. Me duelen hasta las pestañas. Nadie entiende lo que ocurre.
Después lo sé…
No eran bombas, no eran balas, no eran los judíos. Eran los propios militares egipcios que simulaban un bombardeo para impedir que la multitud enardecida linchara a extranjeros o incendiara sedes diplomáticas.
¡Haberlo dicho!
Esa noche me informo que pese a la aceptación de cese del fuego por parte de egipcios y jordanos, Israel continuará usando sus armas en el frente norte, hasta arrebatarle las Alturas del Golán a Siria, su enemigo más duro. Las alturas del Golán han servido para mantener siempre a los israelitas con armas en las manos. Y ha sido escenario de ataques y represalias sangrientas. Los judíos llegan finalmente hasta el cuartel general sirio, pero en el camino dejan 150 muertos y 300 heridos. Fiera fue la resistencia árabe y los judíos revelan problemas judíos en la organización.
Esa misma noche resuelvo iniciar mi viaje a Israel, tomando al pie de la letra las instrucciones del director de El Mercurio, antes del inicio de la guerra. “Vaya a Egipto y a Israel”. En la madrugada inicio la ruta de 200 kilómetros por la Alexandria Desert Road, para tomar un barco que me lleve a un país con aeropuerto sin restricciones por la guerra. No está tranquila la ruta Alexandria Desert. Muchos egipcios detienen los vehículos en busca de yanquis y británicos. Evito toda palabra en inglés. Hasta sonrío en castellano. Luego de varios sobresaltos en la ruta termina la experiencia de guerra en Egipto. Termino tomando un avión desde Creta a España, y desde Madrid vuelo a Israel. La guerra ya ha concluido.
La llegada a Israel fue casi como estar invitado a una celebración. Los cañones han sido silenciados. Recorro nuevamente los Lugares Santos en medio de familias de israelitas que pasean sus guaguas en coche, por la Tierra de Nadie, mientras los palestinos al verlos no logran reprimir expresiones de dolor, de impotencia. Muchísimos judíos llevan incipientes barbas en señal de duelo por sus 777 muertos. Muchos árabes aún no terminan de identificar restos. En vehículos militares judíos recorro el ensangrentado escenario de guerra en el Sinaí, enorme cementerio de hombres, aviones y tanques. Se me niega una entrevista con el general Moshe Dayan. El embajador de Chile, con su sede diplomática en medio de las batallas, no se le ocurre nada mejor que fabricarse una rústica bandera del Vaticano y ponerla en el auto de la embajada de Chile…
Salva con vida, pero pierde el cargo.
Vuelo a Nueva York para informar sobre el debate de la ONU en torno al nuevo Medio Oriente, y escucho otra vez aquello de la Tierra Prometida.
Tierra Prometida… Pero, por dios (por Alá, por Yaveh) ¿tierra prometida a quiénes?
No pude recibir una respuesta del padre Pius. Lo busqué en el monasterio de Jerusalén. Se había ido.
“Ne retournerai pas”.
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