Argentina
Salta, a ojos cerrados
La provincia de Salta, norte argentino, parece un poco a Bolivia y otro poco, altiplano chileno, pero tiene un perfil propio que mezcla exquisita hotelería entre viñas y campos de golf, quebradas y pueblos ocultos entre las nubes. Piadosa, indígena y castiza, la gente se divierte en peñas y se desordena durante el carnaval que se celebra en el verano. Este es un recorrido para entender por qué llama cada vez más la atención.
Por Luis Alberto GanderatsMi amigo cordobés casi se atragantó con una jugosa empanada cuando en el Mercado Artesanal de Salta escuchó decir a sus espaldas:
–Era la más linda de todas, pero hoy la tuvieron que llevar al Papa Francisco. ¡Pobre! Otra chica la va a reemplazar como reina del carnaval.
Mirando por el rabillo del ojo vio que el informante era una señora mayor. Vestía un colorido traje boliviano del corso de Salta, celebración que lleva ya muchos días de este verano y termina en la segunda semana de febrero. No supo qué pensar. ¿Se la llevaron al Papa Francisco…?
Mi amigo decidió averiguar. Así supo que esa respetable vecina no se refería al Papa argentino, sino al nuevo hospital de Salta, que se llama “Papa Francisco”. En ese lugar fue internada la chica, durante unas horas, por agotamiento. Y no era para menos. Aquí el carnaval es cosa seria, en que por unos días hasta la gente devota vive a concho esta milenaria fiesta de amor, naturaleza y fertilidad. Se trata del carnaval más antiguo de Argentina. Viene caminando con las comunidades indígenas desde la Colonia. Y lo mismo ocurre con la religión católica, mestizada con lo indígena, como en toda región andina, y habiendo tanta devoción popular nadie se sorprendió que el nuevo hospital fuera bautizado con el nombre del Papa, primero en el mundo.
Esto de la religiosidad del Norte argentino me tiene interesado desde que esperaba en Buenos Aires el avión que me trajo a Salta junto a un colega de Córdoba. Fue este cordobés el que lanzó una estocada:
–No te vayas a olvidar. Al salteño le gusta que a su capital le llamen “La Linda”. Y si te apuran un poco, Salta Tan Linda Que Enamora. ¿Okey?
Lo que me quiso decir, claro, es que no es para tanto. Pero el tema es antiguo. Antes de la Colonia, este valle le pareció muy lindo a los indígenas aymarás, y lo llamaron Sagta, lo que, al parecer, quiere decir “muy hermoso”. A la llegada de los españoles el nombre tuvo un cambio: de Sagta pasó a Salta, al simplificar la pronunciación. Hasta hoy.
Mi amigo cordobés tenía preparada otra banderilla a toro corrido:
–La verdad es que debería llamarse Santa y no Salta. Ya lo verás.
Y parece que tenía razón, al menos por lo que llevo visto hasta ahora. La ciudad está llena de iglesias que reciben multitudes. Acabo de fotografiar a medio centenar de perros iniciando una procesión en el monumental templo de San Francisco junto a sus dueños, para pedir la protección del santo de Asís. Y en capillas del interior de Salta ya tuve la oportunidad de comprobar que sobre algunos altares, los fieles están poniendo (colado) al Papa Francisco. Así ocurre en el adoratorio consagrado de Patios de Cafayate, y una imagen gigante del pontífice se vende en la propia Santería de la catedral de Salta.
Cordilleras y peladeros
Al entrar a la basílica un sacerdote me muestra una antigua imagen de Cristo crucificado. Lo llaman Señor del Milagro, y le sacan en procesión cada año. Lo mismo se hace con la Virgen del Milagro. Con ellos esas procesiones buscan proteger a la ciudad de los terremotos. Sobre la imagen del Señor del Milagro, en lo más alto del arco principal de la catedral, se lee en latín: A flagello Terraemotus Liberavit Nos. Un ruego prudente y necesario, pues esta catedral fue construida sobre otra del siglo XIX hecha polvo y terrón por un sismo. Se diría que se llama Salta por lo que salta. Y las peregrinaciones hasta este lugar incluyen caminatas de 200 kilómetros, durante cinco días, desde San Carlos, cerca de Cafayate.
Sin embargo, al preguntarle al extranjero común qué sabe de esta ciudad, pocos nos hablarán de esta “capital de fe”, de su religiosidad y de los temblores. Seguramente escucharemos de las peñas, la zamba con Z, la chacarera, el gato y el malambo;de Los Chalchaleros, Los de Salta, Los Cantores del Alba, Los Fronterizos… y de algún cantante no salteño influido por ellos, como Soledad Pastorutti.
Muchos tal vez sepan de sus gauchos, collas y aymarás, que comparten el territorio, y por eso en alguna parte Salta puede confundirse con Bolivia o con nuestro Altiplano. Los sabedores de vinos alabarán sus blancos Torrontés, que llevan 150 años saliendo de sus parrales y cavas. Pero lo que la ha hecho verdaderamente universal a Salta en el turismo es algo que sobrecoge a muchos, y que está relacionada con Chile, del cual lo separan cordilleras y peladeros.
Se trata del Tren a las Nubes.
Suspenso en la vía
Nació, con otro nombre y otra función, principalmente para llevar alimentos desde argentina a las salitreras. Uno de los promotores, Manuel Antonio Maira, era director de una salitrera chilena, y su socio Horacio Fabres, abogado y presidente de empresas salitreras. El proyecto tardó 60 años en concretarse, cuando ya el salitre estaba en crisis: 1948. El tren de las cuestas ha tenido que avanzar siempre cuesta arriba, lentamente.
Desde 1972, sin embargo, la misma línea férrea –sólo del lado argentino–se ocupa además para hacer un recorrido local, sin más carga que la de turistas adictos a las emociones fuertes. Avanza entre montañas atravesando viaductos tan altos que a veces las nubes parecieran volar por debajo de los rieles. Algunos pasajeros pueden regresar a Salta en bus y otros optan por hacerlo en el tren, completando más de 10 horas de traqueteo. Recorre 434 kilómetros en total, asciende hasta 4.200 m de altura , traspasa 29 puentes, 21 túneles, 13 viaductos… Cuando se detiene a 70 metros sobre el nivel del río, y para más remate en un viaducto curvo, el tren se llena de miedos o de emociones fuertes. Ese ha sido su destino. Muchos miedos, pero no de desgracias. Lo que son historias para contar. En septiembre, octubre y noviembre del 2015 unos 170 pasajeros debieron ser evacuados cada vez por “descalce” de alguno de los carros, y en el 2014 unos 400 turistas tuvieron que caminar y trepar ocho kilómetros, con varios grados bajo cero, apunados, con auxilio de oxígeno. Vehículos de Gendarmería los recogieron horas más tarde, para llevarlos de vuelta a Salta.
Después de este complejo episodio, el tren fue estatizado por tercera vez, y estuvo ocho meses sin funcionar. Ahora se encuentra de vuelta, aunque durante el verano se paralizan los servicios por las lluvias del invierno altiplánico. El Tren a las Nubes merece llamarse Tren al Suspenso.
Salta La Linda y Antofagasta, La Perla del Norte…, no sólo son vecinas. Tienen una población similar: más de medio millón de habitantes, y se hallan unidas por autobuses de largo aliento, red que agradecen los rigores del desierto y la Puna. Salta luce un mayor número de construcciones señoriales y más templos –han vivido historias diferentes–, pero la Región de Antofagasta la iguala y tal vez supera por las maravillas que rodean San Pedro de Atacama, los géiseres del Tatio y observatorios líderes en el mundo. En San Pedro y sus vecindario la región de Antofagasta levanta su hotelería para el gran turismo internacional, mientras que la provincia de Salta la tiene principalmente en la magnífica zona viñatera de Cafayate, donde se juega polo, y el refinamiento no perdona detalles. Las familias más exigentes llegan al Patios de Cafayate Hotel & Wine-Spa, y al Grace Hotel, un boutique de lujo, que forma parte de Estancias de Cafayate Wine & Golf. Hay muchas otras viñas con excelente hotelería y una paz que buscan como refugio y respiro los habitantes de ciudades-hormigueros.
Esta excelente hotelería se encuentra en línea con el más importante espacio turístico de Salta, el Centro de Convenciones. Capaz de acoger a 2.500 personas, es moderno, el más grande del Norte argentino y algo majestuoso. “Es así porque mira al futuro”, me dice Daniel Astorga, hotelero hijo de chilenos, que mantiene relaciones estrechas con Copiapó, donde se hallan sus orígenes. Pero no puede esconder su alma argentina: Boca le hace gozar y sufrir. Y lo mismo le ocurre como vicepresidente de la ONG Bureau de Salta, dedicada a promover el turismo de reuniones. Goza, sufre y junta canas preparando el Primer Congreso Latinoamericano de Centros de Convenciones que se realizará aquí en abril.
Daniel Astorga es, claro, adicto a un hastags conocido como #SaltaTanLindaQueEnamora. Como todo salteño, hace siempre lo imposible para que los visitantes no se vayan antes de subir a Iruya y sus poblados vecinos, en un enjambre de cumbres despellejadas y pueblos imposibles, donde la tranquilidad casi puede tocarse, y las tradiciones se mantienen a flor de piel en las hilanderas, artesanos y sabios de la gastronomía”. Siempre los tienta a recorrer parte de los Valles Calchaquies, que cruzan Salta, con deliciosas villas coloniales como Cachi y el dique Cabra Corral, centro de deporte acuático. Y las quebradas De las Conchas y De las Flechas, camino a Cafayate. Son lugares surgidos de grandes conmociones telúricas, con la cualidad hipnótica del paisaje desértico teñido por el rojo del óxido de hierro. No voy repetiré aquí las majaderías de que estos desolados parajes de Salta son iguales a los del Planeta Rojo. No quiero afirmarlo, es verdad. Pero…, cómo negarlo. Los vi con mis ojos.
Del Chamamé a la crème brûlée
Los que se estremecen con las peñas, con los asados parrilleros y el folklore de gauchos y pueblos andinos, querrán que las noches de Salta sean eternas. Los demás, se abstendrán. Para los entusiastas existe un escenario principal: la calle Balcarce, llena de construcciones bajas y una multitud de lugares nocturnos, peñas y parrillas folklóricas. Ahora estamos viendo cómo llegan a Balcarce viejos y jóvenes con bombos, quenas y guitarras; con violines para la chacarera y acordeones chamameceros para el chamamé. Aunque el chamamé es danza correntina y guaraní, ya está en Salta porque es gusto de muchos y “patrimonio cultural de la Nación argentina”. La gente local trae sus instrumentos para cantar y tocar por placer. Se juntan con amigos, piden la carta y empiezan a cantar como si estuvieran bajo un árbol de su casa.
Así ocurre, desde luego en el local al cual hemos llegado sin guitarra y sin acordeón chamamecero, aunque con ganas de estrujar la nostalgia del ¡adentro! La Casona del Molino –alejada del microcentro– está llena de turistas y de gente local, con varias parrillas entibiadoras. Se celebra a los artistas espontáneos y a las guitarreadas. Antes paramos en La Vieja Estación, espacio criollo donde el turista es rey, pero el folklore no sufre falsificaciones. Estos son dos de los muchos lugares de Salta donde la música tradicional y sus derivados dominan al resto. Un ambiente genuinamente folklórico se advierte en otros lugares alejados del centro: en el Boliche Balderrama y la peña Gauchos de Güemes, donde este general de la Independencia es un SuperStar, como en todo Salta.
Quien prefiere sonidos y sabores distintos tiene bares en la misma Balcarce, con jazz o blues, cerveza y vermú. Algunos restaurantes preparan comida de la Puna y otros, platos sofisticados con vino Torrontés. Por ejemplo, el Ma Cuisine, que promete chef y sommelier, pommes glacé, soufles y crème brûlée.
Es que a Salta no le basta ser linda; quiere enamorar a todos.
Los Niños del Llullaillaco
Salta y Antofagasta tienen en común una línea de frontera que pasa por el Llullaillaco, el segundo volcán activo más alto del mundo (el primero, Ojos del Salado, también en línea divisoria, se encuentra no lejos de aquí, sobre la Puna de Atacama). Cerca de la cumbre del Llullaillaco fueron encontrados dos niños y una adolescente incas liofilizados o desecados (perdieron la humedad) luego de ser objetos de sacrificio en una ceremonia de ofrenda a los dioses en el siglo XV o el XVI. Sufrieron el mismo proceso de “momificación natural” que el Niño del Cerro El Plomo de Santiago, en épocas coincidentes del imperio inca.
Frente a la antigua Plaza de Armas de Salta (hoy 9 de Julio), en un señorial edificio del siglo XIX, se conservan los tres cuerpos dentro del Museo Arqueológico de Alta Montaña, MAAM., cofinanciado por NatGeo. Aunque se hizo con rigor museográfico, y tomando precauciones, el MAAM irrita a muchos indígenas. Consideran que el retiro de esos cuerpos desde el lugar en que se encontraron configuró una profanación; y exhibirlos y cobrar por ello, no hace más que aumentar el daño y el agravio a la cultura indígena.
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